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La fatal obsesión por un «cupo» político

Fuentes: Punto Final

La desmedida influencia del dinero y los negocios en la política nos ha llevado a un extremo pragmatismo, así como al creciente desperfilamiento ideológico de los partidos y falta de compromisos y propuestas de quienes ofician desde ellos. En Chile no hay duda que la posdictadura hizo trizas el llamado «servicio público»; se apoderaron de […]

La desmedida influencia del dinero y los negocios en la política nos ha llevado a un extremo pragmatismo, así como al creciente desperfilamiento ideológico de los partidos y falta de compromisos y propuestas de quienes ofician desde ellos.

En Chile no hay duda que la posdictadura hizo trizas el llamado «servicio público»; se apoderaron de la política los que descubrieron en ella un derrotero para el éxito personal y la posibilidad de medrar en las instituciones del Estado. Se acabaron los proyectos históricos y los liderazgos morales en mérito del realismo político que llevara al presidente Patricio Aylwin, por ejemplo, a plantear que solo podría hacerse «justicia en la medida de lo posible», en un tema tan sensible como los derechos humanos. Esto es, lo que los militares, la derecha, los empresarios y los grandes medios de comunicación permitieran.

Entre las trampas de la institucionalidad heredada hasta hoy con la Constitución de 1980, destaca el incentivo que tienen gobernantes, parlamentarios, alcaldes y otros con sus abultadas dietas y prebendas, sumado al hecho que el sistema binominal les ha procurado retener por varios periodos sus cargos en menoscabo de una saludable renovación generacional.

Ya sabemos que los horrendos crímenes que se han podido aclarar se explican sobre todo por la acción de algunos pocos jueces dignos, la presión ejercida desde el extranjero y la irrenunciable y abnegada lucha de las organizaciones de familiares de detenidos desaparecidos, de los ejecutados políticos y de otras organizaciones de las víctimas de la represión pinochetista. Como se ha destacado tantas veces, de no haber sido detenido el ex dictador en Londres, posiblemente lo que habría prevalecido es la Ley de Amnistía de la dictadura y la impunidad de decenas de torturadores y homicidas.

Todo esto ha contribuido a sacralizar, además, el modelo neoliberal vigente en nuestra economía y relaciones laborales, a no avanzar prácticamente nada en materia de equidad social más allá de algunos esfuerzos por superar la extrema miseria para, con ello, mitigar el explosivo descontento de la población. En efecto, en todo este tiempo, ninguna reforma relevante ha resultado de la iniciativa de la llamada clase política. Solo ha sido la concertación de los estudiantes, de los pensionados y de los sectores laborales y poblacionales lo que ha activado al país, y obligado a La Moneda, así como a los legisladores, a consentir algunos cambios más bien tenues y siempre contemporizando con los refractarios a ellos.

La irrupción en las calles de miles de jóvenes y chilenos de distinta condición nos dejó a punto de una nueva alborada política. Por un momento pensamos que la movilización social podría producir un rápido derrumbe de nuestra impostura democrática. Sin embargo, lo que más despertó fue la ambición de promisorios dirigentes que, en un dos por tres, decidieron integrarse al sistema político vigente, antes que proponerse su desmoronamiento y reemplazo. Lo que hoy, como se ve, ha animado a decenas de sus seguidores a tomar el mismo camino en el empeño de hacerse de un «cupo» parlamentario y, como se proclama siempre, «cambiar el sistema dentro del mismo sistema».

Si operó realmente una retroexcavadora durante este segundo gobierno de Michelle Bachelet, fue más bien para cavar la tumba de la Nueva Mayoría y ofrecerle en bandeja a la derecha recuperar La Moneda en andas de su multimillonario candidato. Salvo que se produzca el milagro de que en algunos meses la Izquierda pueda consolidar una candidatura de unidad, que en la desacreditada gestión presidencial los pudiera llevar a la papeleta de una segunda vuelta. Pero ya se ve que lo que resulte en este caso no va a ser capaz de comprometer al mundo social, el de los pensionados, los trabajadores portuarios, los mineros y campesinos que ciertamente habrían preferido un candidato propio, por la desconfianza que siempre producen los iluminados que hablan en nombre del pueblo, desconociendo su realidad y distantes de ella, aunque estén animados de las mejores intenciones. Es evidente que la masiva irrupción a escala nacional del Movimiento de Trabajadores No+AFP constituyó el mejor momento para que algunos de los suyos se animara a competir por la banda presidencial.

Sobre todo, cuando no se aprecia una propuesta revolucionaria, ni siquiera reformista. Y algunos de ellos, negando su izquierdismo, hasta han llegado a la desvergüenza de hacerse parte de los afanes sediciosos de nuestra Cancillería y de la OEA contra Venezuela. Abjurando, incluso, de los evidentes éxitos de esa Cuba que tuvieron como ícono en el pasado y a la que hoy, sin embargo, le dan «capotera», en la posibilidad de ganar «legitimidad» en el centro político, la derecha, El Mercurio y los canales de televisión uniformados por los lineamientos del Departamento de Estado y su «heraldo» representante en nuestra Cancillería.

Sin duda, en la renuncia a cambiar el mundo, a luchar por la justicia social y la integración regional y del Tercer Mundo, es que hoy a los movimientos y partidos vanguardistas -con algunas nobles y empecinadas excepciones-, se los ve acotados a los meros temas «valóricos». Es decir, mucho más preocupados en conseguir una ley de aborto, por ejemplo, que en la recuperación del cobre y de nuestros recursos esenciales, como avanzar a una profunda reforma educacional más allá de abogar por el términos del Crédito con Aval del Estado (CAE).

Vociferantes candidatos y candidatas abandonan sus cargos de asesores bien pagados en los Ministerios para saltar ahora a la arena electoral, escapando del barco que se hunde inexorablemente en el repudio popular y que tal parece no tendrán ninguna posibilidad de continuar en La Moneda y salvar bien parados de una nueva correlación de fuerzas, influencias y expectativas de colusión con los que seguirán gobernando: las patronales empresariales. Asumen con ingenuidad o candidez que las grandes transformaciones pueden resultar de los conciliábulos cupulares en los pasillos de la institucionalidad vigente, de espaldas a la calle y las demandas de la población.

Publicado en «Punto Final», edición Nº 876, 26 de mayo 2017.

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