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La fe del Islam nos cuestiona

Fuentes: Koinonia

Muchas son las lecturas que se están haciendo acerca de las reacciones musulmanas por causa de las caricaturas de la figura de Mahoma. Ninguna de las que he leído hasta ahora llega, a mi modo de ver, al meollo de la cuestión. Quien más se acercó fue Mauro Santayana, aquí en el Jornal do Brasil. […]

Muchas son las lecturas que se están haciendo acerca de las reacciones musulmanas por causa de las caricaturas de la figura de Mahoma. Ninguna de las que he leído hasta ahora llega, a mi modo de ver, al meollo de la cuestión. Quien más se acercó fue Mauro Santayana, aquí en el Jornal do Brasil. Necesitamos profundizar más en el análisis pues en él se esconde la espoleta de una probable guerra de civilizaciones, preconizada por Samuel P. Huntington en su discutido libro El choque de las civilizaciones (1996).

Se equivocan quienes piensan que se trata de fundamentalismo. Para el islam por detrás de las caricaturas está la cultura moderna de Occidente hoy globalizada. Es considerada como una cultura sin fe, inmoral, explotadora, belicosa, arrogante y violadora de tratados del orden mundial. Se juzga universal y por eso digna de ser impuesta a todo el mundo: un pretendido universalismo que se transforma en imperialismo, como se ve explícitamente en la política exterior de Bush y en las declaraciones de Berlusconi. Hay que reconocer que la mayor fuente de inestabilidad y de posible conflicto en un mundo pluricivilizacional es precisamente Occidente. Su arrogancia, incrustada también en las iglesias cristianas, puede hacernos daño a todos.

Para Occidente, por detrás de las reacciones a las caricaturas, está el radicalismo islámico fundado en el orgullo de su cultura y en el sentimiento de superioridad por mantener viva la fe pública en Dios. Está también el rencor por el hecho de estar sus territorios militarmente ocupados por causa del petróleo y de ser considerados antimodernos, fundamentalistas y nichos del terrorismo mundial.

Nos encontramos aquí con prejuicios mutuos que, resucitados en un contexto globalizado, pueden generar una violencia incontrolable.

Pero la verdadera manzana de la discordia reside en la fe y en el lugar que debe ocupar en la vida personal y social. Las sociedades modernas occidentales son hijas de la razón ilustrada. Sólo se legitima aquella realidad que pasa por la criba de la razón crítica, y por esa criba no ha pasado la fe tradicional. La fe no es un factor determinante en la sociedad. Ha sido relegada al mundo privado. Mirándolo desde afuera, el Occidente socialmente no tiene fe. Se vive etsi Deus non daretur («como si Dios no existiese»), según la famosa formulación del teólogo-mártir del nazismo D. Bonhoeffer que antevió ese oscurecimiento social de la fe.

Tal punto de vista es inaceptable para el islam. Para él es impensable una sociedad sin una dimensión institucional de fe. Es no ver sentido en el universo sustentado por el Creador del cielo y de la tierra, es desconocer a los seres humanos como hermanos y hermanas. Esto no conduce necesariamente a un estado teocrático, como podemos comprobar hoy en Indonesia, el mayor país musulmán del mundo: el Estado reconoce explícitamente en su organización la fe en Dios, sin identificar ese Dios con el del islam, ni con el del cristianismo o el de otras religiones; es un Estado no confesional, con fuerte identidad nacional y fe ecuménica.

La herencia irrenunciable de Mahoma es esta proclamación pública de Dios y de la hermandad de todos los seres humanos, valores tenidos en Occidente por pre-modernos. Hacer caricaturas del Profeta es hacer irrisión de esta fe que orienta la vida de millones de personas. De ahí la reacción comprensible de los musulmanes del mundo entero. La fe es central en el islam pero es irrelevante en Occidente. Las caricaturas buscan ridiculizar esta diferencia. El irrespeto de lo sagrado es una muestra de la irrefrenable decadencia espiritual de Occidente.