«El coloniaje trae el olvido.»
La Casa Warmi es fácil de localizar por su arupo rosado que florece en julio y agosto. Desde algunas cuadras antes de llegar se lo ve asomado a la calle. Este año, a pesar de que el sol se ha mostrado esquivo, luce radiante, y es que nunca ha sido removido del sitio que siempre ha ocupado en el jardín. Fue un pacto entre la planta y los promotores del local.
Es un espacio claro y transparente, rodeado de ventanas y mamparas de vidrio que los emprendedores fueron consiguiendo en algunas casas viejas destinadas a la demolición para satisfacer la avidez de las inmobiliarias. El techado de acrílico translúcido permite que la luz solar caiga a raudales sobre el sitio y, con el pasar del tiempo, al abrigo del arupo, ha crecido una vegetación florícola bien cuidada, incluyendo las especies trepadoras que abrazan el tronco protector.
El establecimiento tiene una ganada fama por la comida que ofrece. Los comensales que más lo frecuentan son universitarios de los institutos vecinos y turistas extranjeros deseosos por probar los tubérculos andinos que les resultan desconocidos: oca, camote, melloco, mashua, arracacha, cuyos beneficios nutritivos recién están siendo estudiadas por la ciencia occidental, aunque los indígenas las conocen muy bien desde hace milenios.
La terraza del frente, llena de plantas ornamentales, que también da a la calle Pontevedra, parece juntarse con sus colores a los de la Casa Warmi y luce como un solo proyecto de reforestar el barrio. Desde sus mesas, los comensales ven pasar, una y otra vez a una mujer de piel morena, curtida por el sol y por el frío, que ha colgado de su cuello, por delante y por atrás, sendas jardineras de madera repletas de pequeños maceteros con florecitas de colores que ofrece en venta a los comensales del local. La imagen se integra espontáneamente al sitio.
La florista se llama María Dalia Juiñay y su vida se entrevé dura, aunque ella se muestra animada y sonriente. Día tras día debe velar por las plantas y mantenerlas frescas, acomodándolas bien en las jardineras para que resistan los viajes desde las ventas de flores de Nayón.
El sol comienza a reverberar despertando alegría porque, ahora sí, parece ha llegado el verano. Se espera, también, a María con su oferta y sus explicaciones: cómo se ha de cuidarlas, cómo crecen, cómo hay que regarlas.
Los nombres de las flores que ofrece son sugestivos y hasta poéticos: flor del camino del Inca, ojos de poeta, aretes de fuego, rosa niña, pero solo dos especies se nombran en quichua, evidenciando con esto que son propias del Ecuador: chicchi y naygua. Un turista quieren saber que significan estas palabras y pregunta a los ecuatorianos. Nadie lo sabe, ni siquiera María. Uno de los presentes sentencia con un dejo de tristeza: -El coloniaje trae el olvido.
Nadie replica, todos saben que es así.