La carga política que porta un sentimiento como la frustración jamás debe ser subestimada. Más de un poderoso giro en la historia humana, como las revoluciones que llegan para cambiar el curso de los acontecimientos, ha brotado de ese oscuro ajuste de cuentas entre lo prometido y lo no cumplido. Las promesas incumplidas son el […]
La carga política que porta un sentimiento como la frustración jamás debe ser subestimada. Más de un poderoso giro en la historia humana, como las revoluciones que llegan para cambiar el curso de los acontecimientos, ha brotado de ese oscuro ajuste de cuentas entre lo prometido y lo no cumplido.
Las promesas incumplidas son el cáncer que hoy corroe la política universal. Lamentablemente el prometer en vano, y más frecuentemente, el prometer y no llegar a cumplir, se ha convertido en algo tan común en nuestro tiempo, especialmente en tiempo de elecciones, que pocas personas se lo toman en serio. De esta forma, lo que debía provocar el repudio general y provocar la impugnación de los embaucadores que han hecho de la política una sentina, ha terminado siendo un aliento a su impunidad. El resto lo hará la alevosamente provocada cortedad de la memoria colectiva, la sobreabundancia de mensajes no jerarquizados, el constante bombardeo de símbolos fugaces y de banalidades que impiden analizar críticamente la realidad, y en consecuencia, alejan su transformación.
Mentir en público ha dejado de ser un estigma para considerarse un don divino, un pase a la eterna felicidad del poder sin responsabilidades y sin cuentas a rendir. Mientras más se miente, y con menos escrúpulos, se es más respetado por el clan de los estafadores públicos. Aznar mentía descaradamente y su último intento le costó la reelección, tras los atentados del 11 de marzo. Bush también, y terminó cazado a zapatazos, como una vulgar cucaracha. Pero, cada día, sus mentiras siguen provocando la pérdida de decenas de vidas humanas, incluso, de soldados estadounidenses, que también son víctimas de su mendacidad criminal.
Berlusconi miente descaradamente, y una y otra vez es votado. Nicolás Sarkozzy lo hace con cierto donaire francés, pues vive en un país de elegancias y refinamientos intelectuales. Uribe, de Colombia, no se oculta para hacerlo y auspicia un fantasmagórico mundo al revés donde acusa hoy a Venezuela y mañana a Ecuador de lo que él mismo hace bajo cuerda, contando con el aliento socarrón del imperio.
Las palmas de las mentiras, sin embargo, se las lleva el sionismo israelí. La reciente masacre de activistas pacíficos de una flotilla de ayuda humanitaria a Gaza es, según su versión caradura, el resultado de la autodefensa de sus soldados ante el peligro inminente de una invasión de kamikazes de al-Quaida disfrazados de Gandhi. El «incidente de Gaza», lo llama a coro la maquinaria neoconservadora global, como quien toma con pinzas los trozos chamuscados de un cadáver, para no mancharse. Es el reinado de lo políticamente correcto, del neolenguaje y las contranarrativas, técnicas ya consagradas en los manuales de las Guerras de Cuarta Generación, de las que es todo un clásico Martin Van Creveld, causalmente un israelí admirador de Moshe Dayan.
Y la resaca de la frustración llega a las costas estadounidenses, incluso antes que la ola de crudo derramada por la ineptitud de British Petroleum. Y es compartida, cosa rara, por la derecha y la izquierda, por conservadores y liberales, por aquéllos que creyeron en Obama, en las esperanzas que repartió, a manos llenas, apoyándose en su verbo arrollador, y también por aquéllos que hicieron todo lo posible por continuar el proyecto de dominación mundial que con Bush ya hacía aguas. Esta incómoda sensación, siempre precursora de la rabia y el estallido, ¿estará aglutinando a un país atomizado y en peligro de ser descuartizado mediante la re-feudalización de estados rebeldes, como el de Arizona?
En esta cuerda, el pasado 1 de junio, Carol Platt Liebau, una de las editorialistas de Townhall.com, diario digital neoconservador que responde a la poderosa Heritage Foundation, publicó su artículo titulado «It´s the Frustration, Stupid». Aunque cargando la mano y marcando las cartas desde el inicio, lo que hace visible su credo político, no le falta razón a la Sra. Platt Liebau cuando afirma que la furia de Obama ante las promesas reiteradamente incumplidas por altos funcionarios de su Gobierno de acabar con el derrame de petróleo que afecta al Golfo de México ha tenido un solo efecto positivo: hacerle comprender lo que sienten muchos estadounidenses ante las promesas incumplidas.
«Cuando el presidente asumió su mandato -afirma- la mayoría de los estadounidenses esperaban de él cuatro cosas esenciales: una economía capaz de generar empleos, acabar con los diversos abusos que se cometen con la salud pública, la restauración de la imagen exterior de la nación y detener el flujo incesante de emigrantes ilegales que llegan al país. Y, finalmente, esperaban también de Washington un poco más de política bipartidista, de buena voluntad y eficaz… Todo eso prometió Obama, -concluye- pero puso condiciones para su cumplimiento que resultaron inaceptables para la mayoría de los estadounidenses. Y ni aún así ha sido capaz de cumplirlas…»
Bueno, si vamos a ser un poquito más acuciosos, la lista de lo incumplido por este espléndido presidente es mucho más larga que lo reseñado en esta contabilidad neoconservadora. Por supuesto que en ella la Sra. Platt Liebau jamás incluiría bagatelas, que sí preocupan y molestan al resto del mundo, como restaurar la democracia hollada en Honduras, levantar el inmoral bloqueo contra Cuba, obligar a Israel a negociar una paz justa con los palestinos, rebajar las tensiones con Irán y Corea del Norte, ayudar eficazmente a Haití y Africa, acabar las guerras de Afganistán e Iraq, frenar la carrera armamentista y destinar esos billones al desarrollo, por ejemplo.
Pero no seamos injustos: sólo reeditando el poder de un Júpiter tonante o de un Zeus omnipotente podría Obama cumplir esta agenda. Ni siquiera aquélla que tímidamente se planteó y que le ha sido inmisericordemente saboteada por los mismos a quienes representa la Sra. Platt Liebau. En todo caso, su pecado capital radicaría en haber prometido mucho de lo que siempre supo no podría cumplir. Y siempre lo supo el seráfico Obama, pues en su país, por las reglas vigentes del juego, nadie llega al Despacho Oval en contra del sistema, sino dejándose guiar.
Pero pierda cuidado la Sra Platt Liebau: por cada átomo de frustración que dicen sentir los neoconservadores, esos enemigos implacables de Obama que lo acusan arteramente de no cumplir lo poco que podría y que no puede, mientras le tengan atadas las manos con argucias y campañas, el resto de la humanidad siente una montaña de frustración ante lo que el capitalismo y el imperialismo han prometido, sin cumplir jamás.
¿Le parece poco lo que sienten millones de excluidos del sistema cuando se despiertan cada mañana y ven amanecer sobre las villas miserias de Sao Paolo o Cape Town? ¿Y los desempleados, a los que se les dijo que vivían en el mejor de los mundos posibles? ¿Y los enfermos sin atención médica, y los discriminados por su género o el color de la piel, a los que se les habló, hasta por los codos, de democracia y derechos humanos? ¿Y los que ven en Iraq a sus hijos saltar por los aires, como víctimas colaterales, bombardeados por los mismos aviones con que prometieron liberarlos?
Vamos, querida Sra. Platt Liebau, no sea trágica. Respire hondo y mire la vida con más sabiduría. Aprenda que no hay frustración que dure cien años. Ni pueblos que la resistan.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/06/03/la-frustracion-como-una-de-las-bellas-artes/
rCR