El escritor Alberto Vital (1958) descubrió una recóndita perspectiva biográfica de Juan Rulfo; alejado del lugar común, documentó los pormenores creativos e intelectuales: Rulfo traductor de Rilke, lector de poesía afroamericana y literatura nórdica, autor de Retales y editor de 70 volúmenes de antropología. Alberto Vital es el único filólogo e investigador con acceso total […]
El escritor Alberto Vital (1958) descubrió una recóndita perspectiva biográfica de Juan Rulfo; alejado del lugar común, documentó los pormenores creativos e intelectuales: Rulfo traductor de Rilke, lector de poesía afroamericana y literatura nórdica, autor de Retales y editor de 70 volúmenes de antropología. Alberto Vital es el único filólogo e investigador con acceso total al archivo personal de Rulfo y en entrevista con Clarín habla de La cordillera y Ozumacín las dos novelas póstumas del creador de Pedro Páramo.
Autor de las biografías: Juan Rulfo (1998); Victoriano Salado Álvarez. Un porfirista de siempre (UNAM, 2002) y Noticias sobre Juan Rulfo (RM/FCE, 2004); además publicó los libros de ensayos: Lenguaje y poder en Pedro Páramo (1993); El arriero en el Danubio (UNAM, 1994); La cama de Procusto (1996) y El canon intangible (Terracota, 2008); simultáneamente escribió las novelas: Teatro de ángeles (1984); El banquete del más allá (1996); Jardín errante (1998); Headhunters (2003); 1970-2002 (2004) y Escenas no incluidas (Editorial Terracota, 2008), entre otras antologías de cuento y poesía.
El 16 de mayo de 1917 nacía Juan Rulfo en Sayula, Jalisco. A punto de cumplirse el primer siglo del más importante escritor mexicano de todos los tiempos, todavía queda mucho por decir, Alberto Vital comparte con los lectores de Clarín algunos hallazgos: «Rulfo se entregó a otros proyectos de novela; dos son susceptibles de sustentarse en fragmentos conservados: ‘La cordillera’, situada en el siglo xviii, y ‘Ozumacín’ o ‘La Chinantla’ (títulos meramente indicativos), situada en el siglo xx (se mencionan helicópteros, al Presidente de la República, la unesco y la onu); el tema de esta última, basado en un hecho real, era el despojo de tierras ejidales a la orilla del mar para el levantamiento de un faraónico complejo turístico. En aquel mismo 1955, Rulfo dio a las prensas ‘La presencia [sic] de Matilde Arcángel’ y ‘El día del derrumbe'» (revista mexicanísimo, número 16).
MC.- En 1998 publicaste una breve biografía de Juan Rulfo (editada por Conaculta); en 2001, por invitación de la señora Clara Aparicio iniciaste la investigación de Noticias sobre Juan Rulfo (RM/FCE, 2004) y este año reeditarás tu biografía en un formato pequeño. ¿Qué nuevos elementos bibliográficos incluirás?, ¿las versiones de Rulfo sobre las Elegías de Rilke?, ¿los retales?
AV.- Efectivamente, es buen momento para actualizar la información bibliográfica y biográfica en torno a Juan Rulfo. Ha pasado justo un lustro de la aparición de Noticias sobre Juan Rulfo, y la investigación sobre vida y sobre todo obra de Rulfo avanza en diversos puntos del planeta. En cuanto se refiere a quienes trabajamos en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la Fundación Juan Rulfo, los rescates más importantes en los últimos cinco años tienen que ver, sí, con la recepción íntima, esto es, no pública, de Rainer Maria Rilke a cargo Rulfo en los años cuarenta, así como con la columna «Retales» que Juan Rulfo dirigió en la ya legendaria revista El Cuento entre 1964 y 1966.
MC.- Con la publicación de Retales (Terracota, 2008) nos recordaste la dimensión intelectual y universal de Rulfo. ¿Abordarías de la misma forma un estudio sobre la colección de antropología que dirigió Rulfo en el Instituto Nacional Indigenista?
AV.- Me parece que para que se realice una investigación profunda del Rulfo editor de libros de antropología y de historia (desde 1962 hasta su muerte trabajó primero como editor y luego como director editorial en el Instituto Nacional Indigenista y dio a la luz más de 70 títulos) se requerirá del trabajo interdisciplinario de especialistas en literatura y antropología. Tal vez a la próxima generación le quedará la fascinante tarea de detectar cuáles prólogos, contraportadas, solapas, etcétera, escribió Rulfo de su puño y letra para esos más de 70 títulos en que fungió como editor.
MC.- El arquitecto Víctor Jiménez organizó la exposición Homenaje a Rulfo durante el Congreso Internacional de Americanistas, ¿participarás en el libro con las fotografías oaxaqueñas de Rulfo?, ¿cuántos negativos componen la creación fotográfica de Rulfo?
AV.- No participaré en el libro. Con respecto al acervo fotográfico, te comento que en 2001 dirigí dos seminarios de investigación sobre la fotografía de Juan Rulfo en el posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y que apenas nos dimos abasto con tantos temas dignos de mención. Analizamos un corpus de 30 fotos, que, aunque significativo en términos de calidad y de temas, apenas representa alrededor de un 0.5 % del total de unos 6,000 negativos (o más) que se conservan en la Fundación Juan Rulfo. En los seminarios había una fotógrafa, y fue muy interesante contrastar puntos de vista.
MC.- A pesar de ser coautor de una versión fílmica, Carlos Fuentes dijo: «Pedro Páramo no se puede adaptar al cine porque es un evento puramente verbal» ¿Qué sucedió con lo que sí estaba escrito en formato cinematográfico? Eres autor del ensayo «El gallo de oro, hoy» ¿Por qué la única nouvelle de Rulfo no es valorada en México? ¿Has conversado estos temas con el cineasta Juan Carlos Rulfo?
AV.- La capacidad de comprensión de los seres humanos tiene sus inevitables límites, y con respecto a Rulfo la inmensa mayoría de la gente ya se da por satisfecha si mide la magnitud de El Llano en llamas y de Pedro Páramo. El sistema literario mexicano no dio para más: sin proponérselo, Rulfo amenazó con hacerlo saltar en pedazos con sus cuentos y su novela. Rulfo además era un outsider, un marginado en los medios locales pese a sus dimensiones universales. Para ser más claro: no era para nada un político dentro de las letras, político en el sentido de que transigiera y se sometiera a las nuevas leyes del poder cultural y del mercado que se consolidaron justo en esos años cincuenta y sesenta en que Rulfo publicó sus cuentos y su novela y tuvo lista su nouvelle, El gallo de oro. Esta última representaba para él la posibilidad de seguir escribiendo con cierta periodicidad. Contra esta periodicidad se confabularon dos factores: uno intrínseco y otro sistémico. El intrínseco era que el propio Rulfo traía consigo una formación de artista en extremo exigente, rilkeano en parte, mallarmeano en parte, y el artista con esas características abjura de una producción más o menos periódica; la prueba está en que él mismo trató con cierto desdén El gallo de oro. El sistémico es el que ya sugerí: al consolidarse el medio literario local como una «república de las letras» (una república a la mexicana, por cierto, con un dictador más o menos filantrópico a la cabeza), Rulfo no se habría avenido (y no se avino nunca) a vivir la literatura como un sistema de relaciones públicas perfectamente aceitado. Este esquema tuvo y tiene desde luego muchos matices, pero en esencia El gallo de oro representaba un Rulfo de transición hacia otras cumbres, que ya nunca llegaron por desgracia para la literatura. No he conversado sobre el tema con Juan Carlos Rulfo. De hecho, hay que empezar por decir que El gallo de oro merecería otra edición en el propio México, por completo libre de la falacia de que era un «texto para cine».
MC.- En entrevista con Clarín.cl Jorge Zepeda declaró que tú investigas «la novela de Rulfo que muchos juzgaron inexistente» ¿Encontraste capítulos inéditos de la novela póstuma? ¿O «La cordillera» seguirá siendo una novela nonata?
AV.- Por el momento no he avanzado más allá de participar en el deslinde de las dos posibles novelas en que Rulfo trabajó durante el segundo lustro de los cincuenta, después de Pedro Páramo: ‘La cordillera’ una novela situada en el siglo xviii y ‘Ozumacín’ o ‘La Chinantla’ situada en el siglo xx. Lo que sí se puede reconstruir con toda certeza es la preocupación en él por seguir trabajando sus grandes temas sociales (la explotación, los despojos, la continuidad lamentable de los peores defectos de los sistemas de vida económica y política en América latina) sin hacer ni una sola concesión a la literatura panfletaria.
MC.- En el citado diálogo, Jorge Zepeda destacó: «Lo mejor del archivo personal de Rulfo está por venir» ¿A qué se refería?, ¿cartas inéditas?, ¿apuntes fotográficos?, ¿ensayos literarios?, ¿hojas dispersas sobre El cacicazgo en el siglo XX?
AV.- Sigue habiendo un poco de todo en el archivo personal. Ahora bien, las nuevas generaciones de investigadores ya podrían trabajar con todo lo que se ha descubierto y entregado a la opinión pública en los más de diez años que tiene la Fundación Juan Rulfo de estar ordenando y presentando los documentos del escritor y fotógrafo. Hay por ejemplo un texto, «Castillo de Teayo», que merecería un análisis por su posible imbricación de ficción y hecho realmente sucedido. El propio Retales proporciona mucho material para que nos metamos subrepticiamente en el taller íntimo del narrador. Igual pasa con Tríptico para Juan Rulfo. Ya hay materiales disponibles para comparar la fotografía y la narrativa de Rulfo, sin caer en el simplismo de que aquélla sólo ilustra a ésta: hay diferencias tan notorias como la posibilidad de descubrir vasos comunicantes.
MC.- Entre 1969 y 1982 Rulfo colaboró en el Centro Mexicano de Escritores. ¿Qué tipo de asesorías impartía a los becarios del CME?
AV.- Daniel Sada ya dejó su testimonio al respecto en una entrevista que se incluye en Tríptico…. Rulfo no pensaba en discípulos, concepto que remite a escuela, y escuela remite a república de las letras en el sentido sugerido: control piramidal (las pirámides son muy influyentes en México). Rulfo quería que los jóvenes narradores fueran narradores plenos, no experimentadores por la pura experimentación ni autores de panfletos. Sus observaciones y consejos apuntaban a cuestiones muy concretas. Una anécdota: un joven narrador se atrevió a discutir con Rulfo insistiendo en que los gallos sólo cantan al amanecer. Rulfo le insistió en que no escribiera semejante mentira, la cual sólo ponía en evidencia que el joven no conocía de qué estaba hablando. Un lema de Rulfo para los jóvenes: documentarse muy a fondo; sólo escribir de aquello que se conoce bien. Otro lema: seguir al personaje, no para escribir todo lo que se sabe sobre el personaje, sino para tener de dónde elegir lo esencial, lo representativo. Otro: una vida tiene largos años sin que le pase nada, y de repente la vida entera se resume y dramatiza en unos minutos, en una tarde, en una noche: eso es lo que hay que narrar.
MC.- Con el Bicentenario en la puerta, ¿qué revisionismo literario se podría hacer del fracaso de la Revolución mexicana en torno a Pedro Páramo y El Llano en llamas?
AV.- Leamos El Llano en llamas y desde luego Pedro Páramo como una crítica punto por punto del fracaso de la Revolución en cada una de sus promesas: la falta de buenas tierras en «Nos han dado la tierra», la falta de médicos en «No oyes ladrar los perros», la falta de un buen sistema de justicia en «El hombre», etcétera. Ahora bien, en este 2009 y en 2010 me gustaría preguntarle a don Juan lo siguiente: «¿No será que muchos marginados se cansaron no sólo de los gobernantes sino de los teóricos de las revoluciones y hasta de las revoluciones clásicas (a la manera de la de 1910) y ahora regresan al primitivismo de la justicia por propia mano y la riqueza por propia mano mediante el narcotráfico, los secuestros y demás violencias terribles del México actual?» Me encantaría escuchar su respuesta y luego preguntarle cómo se le ocurriría afrontar la cambiante correlación de fuerzas entre sus distintos personajes, hoy más variados y móviles que hace cincuenta años: hay más caciques, hay más fluidez y movilidad social que entonces, hay más riqueza distribuida y paradójicamente hay más mexicanos y latinoamericanos y seres humanos pobres, hay más desigualdad, hay más frustración ante actos de barbarie como la represión en Atenco hace justos tres años. Pongamos un solo ejemplo: Bartolomé San Juan hoy no dependería de la muy improbable buena fe de Pedro Páramo para iniciar un negocio al alimón (una de las poquísimas alternativas de Bartolomé, padre de Susana, en el afán de capitalizarse por medios legítimos). Bartolomé podría pedir dinero a bancos, incluso al banco oficial. Tal vez a la larga quedaría tan arrinconado como quedó bajo el cacicazgo totalitario de Pedro Páramo, pero su dinámica sería diferente. Digamos que hoy muchos viven el destino de Bartolomé como lo vivió el personaje de Rulfo, muchos lo viven con matices de diferencia y con final igualmente trágico y muchos salen adelante. En todo caso, las noticias en los periódicos nos revelan tragedias que Rulfo captó en su dimensión arquetípica: ese mundo sigue vivo. De hecho, los dos polos climáticos del mundo rulfiano, la sequía extrema y la inundación devastadora, se yerguen como amenazas para regiones enteras del planeta.
MC.- En 2004 titulaste una novela: «1970-2002» ¿Por qué los capítulos de Noticias sobre Rulfo van de 1784-2003? ¿Por qué tu fijación con las fechas en los subtítulos?
AV.- Los números en los títulos se multiplicaron a partir de las vanguardias de los años diez y veinte del xx. Allí están los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, título a la vez romántico y con un cierto toque vanguardista. Cien años de soledad es un título muy del siglo xx. Desde luego tenemos 1984. A mí siempre me han gustado las fechas alfa y omega: la primera y la última. Por algo soy biógrafo y novelista. Un título como 1970-2002, viéndolo bien, era inevitable en mí. Con respecto a 1784-2003, tomé la fecha más antigua y la fecha más reciente para aquel momento en cuanto se refería a «noticias» en torno a Juan Rulfo, a sus antepasados, a su vida y su obra.
MC.- Todo inició en la UNAM, con tu tesis de doctorado El arriero en el Danubio (1994), en realidad mucho tiempo atrás, desde la educación básica y la lectura de El Llano en llamas, a los 13 años. ¿Cómo irrumpió Rulfo tu canon intangible?
AV.- Rulfo fue mi influencia más importante. Recuerdo la casona adaptada en la colonia Narvarte de la ciudad de México donde hice la secundaria: era la secundaria 62, con nombre más que significativo: Miguel de Cervantes Saavedra. Allí leímos a Rulfo esos muchachos y muchachas de unos 12, 13 años. Me aferré a él. Lo sentí mi espacio propio. Hasta ese momento la buena literatura juvenil que leía (Verne, Dumas) no me hablaba de mí. De pronto nada juvenil y todo hablando de lo más cercano: las narraciones de ánimas en pena que todos oíamos en el centro del país como asuntos verdaderamente vividos (lo eran, desde la percepción de quien los juraba como hechos reales). El descubrimiento de la lectura se volvió algo más personal, más mío, más de todo lo que mis hermanos y yo vivíamos. Además, era la primera vez que estaba en escuela mixta, y compartir lecturas y comentarios con mujeres era también una experiencia única, que en mí quedó íntimamente ligada. Mi canon intangible nació con Rulfo: yo pondría sus libros y desde luego El Quijote en cualquier lista y en cualquier bagaje para isla desierta (la vida cotidiana puede ser ya de por sí una isla desierta, sobre todo ahora que en México nos recomiendan que no salgamos de casa para no encontrarnos con el ángel exterminador… o con el ejército persiguiendo secuestradores).
MC.- Finalmente, ¿la narrativa de Rulfo ha vivido altibajos dentro del canon oficial? ¿O el desprestigio que tratan de hacer en su contra sólo atañe a los biógrafos no autorizados?
AV.- Más de once lustros después de El Llano en llamas y casi once lustros después de Pedro Páramo la asimilación de Rulfo dista mucho de ser completa para el canon oficial mexicano. Fuera del país es otra cosa: el reconocimiento es absoluto. Acá mismo en México, fuera del canon oficial, hay un respeto inmenso. Mi hipótesis con respecto a cualesquiera biografías «no autorizadas» es que la única autorización para una biografía la da el autor (auctoritas), no la familia: la proporcionan el rigor, la humildad, la seriedad, el empeño en ser objetivo, la buena prosa. No hay biografías autorizadas y no autorizadas: hay biografías buenas y malas. El concepto «biografía no autorizada» es puramente comercial: deja buenos dividendos a quienes lo usan (redactor y editor) porque contribuye a atrapar a lectores poco avisados.