Las elecciones no las ha ganado un partido ni las ha perdido otro, simplemente las sigue ganando, como era de esperar, LA GLOBALIZACIÓN. Este fenómeno, hoy dominante, que está apadrinado y dirigido por el gran capital, controla tanto la economía y la política como la sociedad. Las razones parecen estar claras. Económicamente, si todo gira en torno al poder del dinero, quien más tenga es el que manda. A la política simplemente le toca obedecer. La sociedad tiene bastante con la entrega al mercado, donde se dice que reside la fuente del bienestar que, en definitiva, es lo que interesa a todos.
Con las últimas elecciones, políticamente se ha puesto de manifiesto el bipartidismo rehén de los minoritarios y un Estado centralista en claro proceso de fragmentación. De esta manera, se viene completando ese proyecto sistémico consistente en hacer de los Estados unidades administrativas del concierto global para mejor atenerse a los mandatos foráneos. Donde los intereses como país ponderan poca cosa frente a los globales, representados por las instituciones internacionales y el imperio USA, bandera mundial del modelo de la globalización. Por si hay dudas en este punto, no hay que olvidar aquella célebre frase de Kissinger, que venía a decir que la globalización es solo otra palabra para designar el dominio EEUU. Sin embargo, debería matizarse lo del dominio, aclarando que siempre lo ejerce con permiso del gran capital, asentado en su territorio, puesto que de él depende la fuerza hoy dominante llamada capitalismo. Hay que añadir que si se toma en consideración la total dependencia de este país europeo de la sucursal del imperio, la UE, lo de la sumisión a la globalización no admite discusión. Consecuentemente, los votantes difícilmente podían ir contracorriente, es decir, defendiendo solamente los intereses de un país unitario y representativo en el concierto mundial, frente al panorama sistémico dominante, ni oponerse a la ley del mercado único, simplemente se han dejado llevar por la propaganda del que más oferta y la tendencia que actualmente está de moda.
En el plano social, el que más y el que menos, está convencido de las bondades del producto llamado globalización. Unos, por la oferta de oleadas de derechos y libertades, sin apreciar que se sobrellevan dentro de los cánones marcados por el sistema. Otros, porque con aquello del progresismo es más fácil vivir del cuento, a la espera de todo se les conceda ya hecho y gratuitamente. Los que quedan, se sienten ilusoriamente más protegidos con el paraguas global.
El resultado de esta situación, confirmado por estas elecciones, es que se ha renunciado a la autonomía como país, ahora permanentemente sometido a la desunión y a las determinaciones foráneas, pero ignorándose que más temprano que tarde vendrá el despertar a la realidad, ya sin tutelas, y habrá que enfrentarse a ella. Entre tanto, conforme a lo que dicta la llamada voluntad electoral y junto con las componendas propias de la partitocracia para gobernar, a seguir disfrutando del bien-vivir que transmite la globalización, puesto que se oferta como la mejor oferta a la vista, además, porque es la que realmente manda.
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