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La generación del 68: entre la República y el ahora

Fuentes: Rebelión

La última generación de izquierda militante, la conocida como «la del 68», emergió a mediados de los años sesenta en Europa y en los Estados Unidos. La magnitud de sus movilizaciones fueron de primer orden, esta generación protagonizó mayos del 68 en Francia, pero también en Italia y en menor medida, en otros países; también […]

La última generación de izquierda militante, la conocida como «la del 68», emergió a mediados de los años sesenta en Europa y en los Estados Unidos. La magnitud de sus movilizaciones fueron de primer orden, esta generación protagonizó mayos del 68 en Francia, pero también en Italia y en menor medida, en otros países; también fue capital en la lucha en la solidaridad con el pueblo vietnamita, incluso fue decisiva en los EEUU para el final de la agresión. Su presencia se hizo notar en la «revolución» del libro de bolsillo, en el avance de las propuestas teóricas en abierta crítica oposición al estalinismo y a la socialdemocracia, sin olvidar renovaciones muy importantes en el cine, el teatro, la música, etcétera.

Aunque llegó muy lejos, esta generación se quedó a mitad de camino. Fue incapaz de ir más allá de la última barricada del sistema (los partidos comunistas instalados), causando en los poderes establecidos un verdadero «pánico social» que estarían en la base del proyecto de contrarrevolución global triunfante desde el momento en que el llamado «comunismo» ya había resultado culturalmente derrotados en los años cincuenta.

Se trataba de una generación que rechazaba la herencia paterna, la existencia de un conformismo social, político y cultural (y sexual por supuesto), de una juventud que había crecido en el ambiente reformador de la segunda posguerra, que había accedido a la enseñanza, que creció con el cine. Su naturaleza radical puede entenderse fácilmente considerando el contexto de esa época que estaba mostrando sus grandes contradicciones.

Dicho contexto internacional estaba dominado por la «guerra fría», pero sobre todo por la lucha de liberación en Indochina que llegaba a continuación del triunfo de las revoluciones en Argelia, pero sobre todo en Cuba. Iniciada como una guerrilla romántica contra la dictadura, la revolución cubana había impuesto la reforma agraria, la socialización de los medios de producción y se postulaba como el «primer territorio libre de América Latina». Muchos sesentayochistas estuvieron en Cuba como brigadistas, los discursos de Fidel sonaban a autenticidad y daban sentido a una opción vital que encarnaba mejor que nadie Ernesto «Che» Guevara, quizás el único revolucionario admirado por los jóvenes de todas las tendencias. El «Che» sentía que el Vietnam «estaba trágicamente solo» frente al Imperio y que, por lo tanto, lo fundamental era extender la revolución. Sin embargo, la vía guerrillera experimentada en Cuba se encontró con gobiernos advertidos, con la reacción vigilante del Imperio.

El año 1968 simbolizó singularmente el carácter mundial de las luchas con la ofensiva del Tét en Vietnam, la Primavera de Praga en Checoslovaquia que acabó siendo la última tentativa reformista dentro del las «democracias populares», de las barricadas estudiantiles y de la mayor huelga general obrera en la historia en Francia, la agitación estudiantil en diversos países, la matanza de estudiantes en México, el país que había iniciado el proceso revolucionario del siglo XX, de la revuelta negra en los EEUU, etc.

El mapa político europeo todavía permanecía marcado por la conti­nuidad de dictaduras de origen fascista en el sur del continente, del franquismo en España donde la agitación obrera y estudiantil crecía, del salazarismo en Portugal, en tanto que se había establecido la dictadura de los coroneles en Grecia en colaboración con la corona… No fue por casualidad que la película más emblemática del 68 francés fuese Z, de Costa-Gravas, que acusaba la trama fascista en Grecia. En un lado y en otro se estaban creando puentes entre la juventud estudian­til y la juventud obrera, parte de la cual osciló hacia las formaciones militantes situadas a la izquierda de los partidos comunistas, ya cuestionados, sobre todo por la actuación del partido francés.

Aunque en los sesenta algunos ideólogos dictaminaron el final de las ideologías, el gobierno de los tecnócratas, así como el fin del proletariado militante (integrado en un neocapitalismo que había superado las lógicas de crisis internas), lo cierto es que las nuevas generaciones pusieron en primer plano lo debates ideológicos y que las huelgas y movilizaciones obreras estuvieron al orden del día hasta finales de los setenta, cuando las huelgas se trasladaron a Polonia sobre unas referencias muy diferentes. El alcance de estos debates ideológicos se manifestaron de muchas maneras, siendo claramente presentes en espacios tan insólitos como la televisión oficial y en programas como «La Clave»; todo esto acabó en 1981-1982: con el 23-F y la victoria electoral del PSOE, dos hechos paradójicamente complementarios.

En la mayor parte de los países europeos, las referen­cias dominantes entre los trabajadores y sectores de las clases medias era el socialismo, atendiéndose como tal el modelo sueco representado por Olf Palme, un reformista que fue antifranquista, que denunció la guerra del Vietnam y que fue asesinado convenientemente. Entre jóvenes radicalizados las ideas «gauchistes» significaron un auténtico «sarampión». En líneas generales se situaba en la «nueva izquierda», una franja muy variopinta que, «grosso modo», podía dividirse entre la familia maoísta, la trotskista y la neoanarquista.

Los primeros se remitían a la tradición comunista estaliniana de la resistencia, más las ideas de una «revolución cultural» presuntamente libertaria que en China lideraba Mao; la crisis general de las izquierdas coincidió con la muerte de Mao y la caída de la «banda de los cuatro», quedando algunos reductos; el trotskismo se revitalizó teóricamente gracias a la labor de Ernest Mandel que creó una escuela sobre cuya vitalidad habría mucho que decir, pero que no pudo evitar desvaríos sectarios de las fracciones «auténticas» divididas en sí mismas… El neonarquismo encontró un punto de apoyo en la tradición anarcosindicalista a costa de numerosas divisiones.

La suma de sectarismos, fraccionamientos, de los arrepentimientos previos al reciclaje en cargos políticos cínicos -Gunther Gras clamaba por una generación que se habría ahogado en un vaso de agua, a la primera crisis, aunque la cosa es sin duda más complicada-, lo cierto es que lo mejor de esta generación ha urdido numerosos puentes entre la generación republicana y la actual, permitiendo poder acceder a una tradición amplia cuyo reconocimiento se hace de primera necesidad para los jóvenes de ahora, sobre todo sí no quieren tropezar con las mismas piedras.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.