Había una vez un planeta, en un tiempo muy muy cercano, en el que un día los gobernantes decían a sus ciudadanos-súbditos que iban a morir por millones, y al día siguiente que no se alarmaran. Había una vez un planeta donde millones de personas morían cada año de muerte cierta y evitable y la […]
Había una vez un planeta, en un tiempo muy muy cercano, en el que un día los gobernantes decían a sus ciudadanos-súbditos que iban a morir por millones, y al día siguiente que no se alarmaran.
Había una vez un planeta donde millones de personas morían cada año de muerte cierta y evitable y la (pre)ocupación de sus gobernantes era la posibilidad de que viniera una enfermedad desconocida que todavía no ha matado a nadie.
Hay que te hay un cuento de hadas que no solo no garantiza un final feliz sino que descuenta como cierto uno de pesadilla. Hay allí unos gobernantes serios y profesionalizados que deciden invertir en la compra de millones de dosis de productos que, según ellos mismos, «pueden no servir para nada». Su seriedad y profesionalidad les obligan a justificar los objetivos de ese gasto: «que no se vaya luego a decir»
Miedo.
En este país tan cercano, vas a un aeropuerto y una voz enlatada te recuerda cada diez minutos, como el rítmico arrullo del mar «que no pierdas de vista tus pertenencias en todo momento». En otro lugar leíste u oíste que el que está a tu lado puede ser un terrorista, especialmente si se trata de una persona amable.
Miedo.
En estos tiempos tan, tan cercanos los ciudadanos aceptan la lógica de ser sancionados por no protegerse con un cinturón cuando conducen ataúdes de hojalata que les inducen a comprar (autoritarismo paternalista). Los muertos de tráfico cargan así con la vergüenza y el bochorno de los suicidas, las mujeres violadas que llevan falda corta o enseñan las curvas de sus hombros, o los viejos que tosen con ignominia todo lo que fumaron por débiles.
También hay una señal de tráfico que te avisa de que hay peligro de desprendimiento de rocas que pueden aplastarte la vida y, lo que es peor, el coche. Si vas despacio el peligro aumenta; si vas deprisa puede ser mucho peor.
Miedo. Culpa.
En los cuentos de antes, en el bosque estaba el lobo, y en la aldea la salvación (Tonucci). Ahora morimos en la cocina quemados o intoxicados (si somos niños) o en el dormitorio si somos mujeres; el lobo es una especie protegida en vías de extinción y el bosque se taló y se privatizó para uso de una élite que encuentra en él tranquilidad y sosiego y lo llena de hoyos para allí meter sus huevos.
Antes el sol era buen tiempo, la carne buen alimento, las frutas y verduras eran «de pobres». Ahora el sol nos quema y luego la tormenta nos ahoga; la carne nos vuelve gordos y culpables si somos pobres (occidente) y su ausencia nos vuelve muertos y culpables (en el resto del mundo), y las frutas y verduras son el alimento de los ricos, aunque es posible que pronto venga un pimiento asesino que deje antigua esta afirmación.
En los cuentos de antes, los patronos ganaban más que los empleados y éstos tenían la posibilidad de mejorar sus condiciones de trabajo con la buena marcha de la empresa. Ahora los trabajadores ganan más que los empresarios (ver datos del I.R.P.F.) y las empresas despiden masivamente trabajadores cuando aumentan sus ganancias (innumerables ejemplos).
Miedo. Culpa. Negocio.
Nos decían (decían tantas cosas) que la tecnología liberaría al ser humano del trabajo, pero en realidad, hace que trabajemos más que nunca (los «afortunados») y nos manda al paro y a la precariedad (los de-más).
Antes éramos capaces de morir para ser libres, ahora somos capaces de matar para que los muertos lo sean (Yugoslavia, Afganistán, Irak…).
En este reino tan, tan cercano, es de lectura obligada una colección de libros de letra grande y estampas explosivas, que se hojea deprisa y que se llama Pánico, término del siglo XVII que significa «miedo grande», del gr. panikón , «terror causado por Pan, divinidad silvestre a quien se atribuían los ruidos de causa ignota oídos por montes y valles».(Corominas)
El «miedo grande» nos provoca parálisis, como la que sufren los conejos inmediatamente antes de ser atropellados, es decir incapacidad de movimiento. Paralizados quedamos también si optamos por evadirnos (apartarnos) ante tanto miedo no asimilado. Pienso que la evasión y la parálisis se retroalimentan, y por eso el pan y circo (y de vez en cuando la amenaza y el palo) .La política espectáculo, el globo sonda que antecede a la encuesta que antecede a la opinión que antecede a los hechos, es mimado y estimulado desde el poder, que nos encierra en nuestra jaula de oro con el móvil, la televisión basura y la colección obligatoria de «PANICO». De paso nos hace creer que así lo decidimos nosotros (alineación) y de este modo se cierra el bucle que nos va despojando poco a poco, casi imperceptiblemente, de nuestra condición de ciudadanos para sustituirla por la de consumidores y, en su expresión más avanzada, por la de turistas.
En el tomo actual de la colección «Pánico», y sin ánimo de citarlas todas, hay páginas dedicadas al cambio climático, a la guerra bacteriológica (¿alguien recuerda ahora el ántrax?) o química, al síndrome de las vacas locas, al SRAS (síndrome respiratorio agudo severo)… hasta la actual: la Gripe Aviar.
Sin embargo, también se puede leer, si bien en ediciones menos atractivas y publicitadas y desde luego de forma voluntaria, el informe sobre la salud en el mundo (2003)de la O.M.S (http://www.infosalud.com.mx/publicaciones/who%2041a.htm, organismo de la O.N.U. que antes de haberse apuntado con fuerza de neófito a la moda de la hipérbole (tal vez con el afán de ganar una notoriedad y una autoridad que antes se daba por descontada) aún tenía prestigio. El informe comienza diciendo que la esperanza de vida de una niña que nace hoy en Japón es de 85 años, pero si nace en Sierra Leona es de 36. Ya se que esto carece de importancia, pero de los 57 millones de personas muertas en el año 2002, diez millones y medio fueron niños y niñas menores de 5 años de edad, y más del 98% de éstos-as pertenecen a los mal llamados países en vías de desarrollo. Sigue el aburrido informe diciendo que en 14 países africanos los niveles actuales de mortalidad infantil son mayores que en 1990 y que el 35% de los niños-as africanos corren hoy mayores riesgos de muerte que hace 10 años. Y lo menos interesante de todo: las principales causas de muerte son los trastornos perinatales, las infecciones de las vías respiratorias inferiores, las enfermedades diarreicas y el paludismo, siendo la malnutrición un factor contribuyente (de la muerte) en todos los casos.
Así que vayamos a lo que de verdad importa: Gripe Aviar.
Miedo. Culpa. Evasión. Negocio. Parálisis.
Cualquier estudiante de 2ª de Veterinaria conoce la llamada Influenza Aviar, «enfermedad viral de las aves domésticas y silvestres, caracterizada por una gama completa de respuestas desde la enfermedad casi asintomática hasta la de mortalidad muy alta. El período de incubación es también muy variable, entre unas pocas horas a unos pocos días» (Manual Merk de veterinaria).
Se identificó por primera vez en Italia, hace 100 años. En 1983-84 se produjo una epidemia entre las aves en los EEUU. En 1997 en Honk-Kong aparece el primer caso de infección de gripe aviar en humanos (zoonosis). Este brote se saldó con 18 afectados y 6 personas muertas. En los últimos 20 meses se han confirmado 117 afectados, siempre en países asiáticos, la mitad de los cuales falleció. No se ha podido demostrar transmisión interpersonal.
Dentro de la multitud de cosas que se están diciendo estos día, oí a los responsables con responsabilidad decir que hay que matar a las aves e ingresar a las personas enfermas, pero puede ser que se dijera al revés. No recuerdo bien, porque procuro estar bien informado.
También conocemos que la gripe humana (provocada también por virus influenza, aunque de distinto tipo) presenta una gran variabilidad, de ahí que haya que cambiar las vacunas cada año. Pero hacer similitudes con la mal llamada Gripe Española, que inmediatamente después de la primera guerra mundial mató a más de un millón de europeos hambrientos, desnutridos, parasitados y sin defensas frente a las complicaciones bacterianas que se producen por todas estas razones (aún no se habían inventado los antibióticos) es de una obscenidad que debería provocar un monumental escándalo si no fuera por la anestesia que nos provoca el miedo, la culpa, la evasión y la alineación que provocan eficazmente los propietarios de los negocios de los que se llevan bien con el poder, o son el poder mismo (laboratorios, prensa…).
En efecto, cualquiera que tenga nociones básicas en epidemiología (re)conocerá que la facilidad de contagiar masivamente de un germen (morbilidad) y la capacidad de matar rápidamente (mortalidad) no acostumbran a coincidir. Solo los patógenos «torpes» matan a su huésped en poco tiempo, pues reducen así de forma grande su capacidad de expansión. Si a esto sumamos que cada brote grave de gripe ha tenido menor intensidad que el anterior (Andreu Segura, El País,25-10-05), que la enfermedad dura una o como mucho dos semanas y que disponemos (en occidente, claro) de fármacos para combatir las complicaciones bacterianas, se justifica menos aún el estado de alarma.
Mientras tanto, el capitalismo sigue matando inocentes en su versión humanitaria, o dejándolos morir de forma lenta y dolorosa en su versión educada; sigue robándonos las palabras y los sueños, la capacidad de pensar y de decidir por nosotros mismos mientas alimenta un individualismo que nos infantiliza y nos vuelve egoístas e insolidarios.
Todo esto (sumirnos en un pánico que nos paraliza, llenarnos de culpa porque ensuciamos en planeta, porque dejamos sin comer a los pobres negritos, fumamos, conducimos mal…) conforma el trasfondo ideal para sacarnos la sangre y las pelas, en esta doble dominación de producción y consumo.
Pero en las entrañas mismas del capitalismo, a pesar del coloso en llamas, las mareas pútridas, la carne espongiforme, la España que se rompe, el pollo letal, el pimiento sin corazón y el chiste malo, podemos encontrar la clave, de salida, en el título de una de sus películas: Evasión o Victoria. De modo que propongo hacer justamente lo contrario de lo que dice el título:
1:No evadirnos, no «apartarnos de la vida».Se que no es buen momento para la militancia, pero nunca lo fue, y quizá hoy es más necesaria que nunca.
2.Volver a Pensar (gracias, Santiago Alba; gracias, Carlos Fernández Liria):
Hipótesis A. Mienten como bellacos, el virus ya mutó, se recombinó con un germen humano e incumple la regla epidemiológica de que a mayor morbilidad menor mortalidad, y hará estragos especialmente en las personas y países más desfavorecidos económicamente, de modo que nos están preparando mientras a su vez tapan que no tomaron, una vez más, medidas para proteger a la población cuando éstas eran posibles (en Asia y hace años, como ya en su día apuntó la O.M.S).
Hipótesis B. Mienten también, y no hay motivos para la alarma, pero una población asustada, culpabilizada, infantilizada, alienada y que únicamente encuentra consuelo en la evasión es el substrato ideal para que pasen inadvertidos genocidios, recortes masivos de libertad y acumulación de capital: una vez despojados de la palabra y de la condición de ciudadanos será más fácil quitarnos la vida y la pasta.
3.Actuar. Tanto en un caso como en otro nos amedrentan y luego nos piden que nos quedemos tranquilamente (?) en casa. Creo que deberíamos movilizarnos con todas nuestras fuerzas. Si ellos dicen que puede haber una pandemia que quizá mate a decenas de millones de personas (y, en efecto, eso dicen), y a decir eso lo llaman responsabilidad, nosotros sabemos que es seguro que a este ritmo de producción y consumo al planeta le quedan dos telediarios, aunque nos llamen alarmistas.
Pero este otro cuento -no nos engañemos- no se está contando en la opulenta Europa. Aquí, aunque nadie sabe por cuanto tiempo, arrasa el subproducto EVASIÓN Y DERROTA.
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Antonio Calvache es músico y veterinario.