En la última campaña electoral en Estados Unidos la apelación a la experiencia fue el principal recurso retórico. No obstante anotamos meses atrás que no sólo era un cliché insuficiente sino que además demostraría ser inconveniente para evitar el recambio generacional que se estaba produciendo. También el harto criticado presidente George Bush era un hombre […]
En la última campaña electoral en Estados Unidos la apelación a la experiencia fue el principal recurso retórico. No obstante anotamos meses atrás que no sólo era un cliché insuficiente sino que además demostraría ser inconveniente para evitar el recambio generacional que se estaba produciendo. También el harto criticado presidente George Bush era un hombre muy experimentado aún antes de asumir el gobierno de Estados Unidos, y eso no lo salvó de las catastróficas decisiones que tomó durante su mandato ni de las ácidas críticas de su propio partido.
Recientemente se descubrió en La Plata, Argentina, una fosa con restos de estudiantes que en 1976 protestaban por el precio del boleto. Tres décadas después, uno de los responsables, el comisario Miguel Etchecolatz, de 77 años, al ser condenado por una parte de estas violaciones dijo indignado: «No tienen vergüenza en condenar a un anciano enfermo. Pero el Juez Supremo nos espera después de muertos». Amén. Necesitaríamos varios tomos para recordar otros célebres ancianos de la misma calaña. En Sobre héroes y tumbas (1961), Fernando Vidal, el alter ego de Ernesto Sábato, observa que «al sustantivo ‘viejito’ inevitablemente anteponen el adjetivo ‘pobre’; como si todos no supiésemos que un sinvergüenza que envejece no por eso deja de ser sinvergüenza, sino que, por el contrario, agudiza sus malos sentimientos con el egoísmo y el rencor que adquiere o incrementa con las canas».
Ahora, si vemos un espectro político donde no hay negros entre una docena de candidatos a la presidencia, quizás podríamos disculpar a un país como Uruguay donde el porcentaje de la población afro es apenas un cinco por ciento, sin contar los mulatos. Por la misma razón de porcentajes, resulta más difícil de justificar la inexistencia legítima de mujeres. Como lo demuestran Inglaterra y Argentina, ser gobernante mujer no es una condición de cambio sino, por lo menos hasta ahora, un recurso de continuidad. Pero una sociedad que se precie de su diversidad debe tener un gobierno y un Estado diverso, ya que son estos espacios públicos donde radica una significativa parte del poder social. Lo único que podemos exigir a los candidatos, además de representar los intereses de un grupo, es que sean excepcionales, es decir, los mejores individuos dentro de ese grupo. A mí no me sirve votar por un presidente que es igual de ignorante que yo en materia administrativa, como no espero que mi médico sea igual de incompetente que yo a la hora de hacer una cirugía. Lo único que espero es que represente mis intereses y para eso debe conocerlos y sentirlos.
Recambios generacionales
Hace un par de años sugerimos la inminencia un recambio generacional en Estados Unidos, lo cual no significa un cambio radical operado por un hombre o un partido político sino un cambio progresivo que va de una generación predigital a otra postdigital, como alguna vez ocurrió con la sustitución de una generación preindustrial por otra postindustrial, etc. Inmediatamente algunos lectores mayores que contextualizaron mis escritos en la problemática latinoamericana, se sintieron excluidos, como si estuviésemos proponiendo «¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!», que en tiempos semicoloniales del peruano González Prada estaba, al menos como slogan removedor, harto justificado. Menos estamos hablando de poner en práctica lo que Adolfo Bioy Casares imaginó a la novela Diario de la guerra del cerdo (1969), donde se perseguía y asesinaba a los viejos (no por casualidad esta «obra de ficción» fue escrita en los años 60 y después del mayo 68 por un representante de la well-to-do-class porteña).
Como respuesta se recurrió varias veces al argumento de que en Atenas y en Roma -obviemos que ambos fueron imperios y estados esclavistas- se estimaba la barba blanca de los ancianos y eran fuente de consejo, de forma reveladora se omite lo que se está declarando: por su experiencia, los ancianos eran fuente de consejo. Pero no eran gobernadores. Si recorremos la historia, todos los personajes -bestias y santos, que la forzaron o fueron sus instrumentos- eran jóvenes que rondaban los treinta años. Incluidos los revolucionarios religiosos, que llenan una larga lista desde Asia hasta América. Por no hablar de las ciencias: la asociación de las canas de Einstein con la genialidad es un equívoco histórico, ya que todo lo que Einstein hizo de revolucionario en las ciencias lo hizo mientras fue joven. Luego se empecinó en posiciones conservadoras que las ciencias probaron equivocadas.
¿A qué se debe la exclusión de la juventud en un gobierno sino al abuso del poder en nombre de la experiencia? Como ejemplo, basta mirar lo que ocurre en Uruguay hoy en día: los tres partidos principales y los dos con posibilidades de ganar recurren a la misma tradición conservadora de postular para la presidencia figuras harto repetidas. Luego hay un clamor generalizado de que los uruguayos se han vuelto demasiados conservadores, cuando alguna vez fueron parte privilegiada de la vanguardia de la modernidad política, social y económica desde fines del siglo XIX hasta casi mediados del siglo XX. Y sus principales reformadores eran casi todos jóvenes.
Hoy en día los variados organismos estatales para la juventud hacen una tarea meritoria, no obstante desde una visión general significan la institucionalización de la juventud como subcategoría social. Define, limita, categoriza al otro y dominarás. ¿Por qué no hay un Instituto Para la Promoción de los Caudillos Veteranos? Porque de facto toda la sociedad está organizada como si lo fuera, es decir, en función de este grupo social. ¿Qué han hecho los políticos que hoy se pelean por las candidaturas a la presidencia para estimular nuevos rostros, nuevas ideas? ¿Hay nuevas ideas? A falta de la audacia de las ideas nuevas de nuevos políticos, se recurre a la queja tradicional, tanto de parte de la oposición como de los candidatos del mismo gobierno.
Claro que si me diesen a elegir entre un joven inepto y un veterano experimentado y todavía lúcido elijo este último. El problema no es que haya veteranos serios y preparados sino que falten jóvenes que puedan disputar seriamente el poder político.
Gobernantes o consejeros
Hablar de una «guerra de generaciones» no significa que promovamos este tipo de guerras. Es sólo una observación. La acusación anterior me recuerda a aquellos que jamás habían leído El Capital de Marx ni tenían alguna idea básica del marxismo y subían a las tarimas para acusar a los marxistas de crear y promover la lucha de clases. En primer lugar, la lucha de clases no fue un invento de esa corriente de pensamiento sino un descubrimiento teórico sobre una realidad práctica. No sé si llamarla hoy lucha de clases o lucha de generaciones o lucha de sectas. El hecho es que sigue habiendo un conflicto de intereses entre dos o tres grupos sociales que no se resuelve en beneficio equitativo sino en beneficio de aquellos que mantienen el poder -no la autoridad- y en perjuicio de aquellos otros que lo alimentan, sea de forma pasiva o de forma activa, a través del conflicto o a través de la moral del esclavo que saluda la mano dura que los domina. El español Pi i Margall, contestando a la conservadora España, contestó a aquellos que se quejaban por los conflictos que había traído la desobediencia a los padres y a los reyes: «nuestro pueblo, es cierto, se ha insurreccionado cien veces en lo que va del siglo; mas se ha insurreccionado, examinadlo bien, por falta de libertad, no por la libertad de que ha gozado» (Reacción y revolución, 1854).
Lamentablemente, con frecuencia estas rebeliones son apenas revueltas, infantiles rabietas del niño que se sabe incapaz de poder y de responsabilidad. Alguna vez el humorista Eduardo D’Angelo, actuando de niño tonto, le preguntó a su padre «si los padres son más sabios que los hijos, ¿porque la bombita eléctrica no la inventó el padre de Tomás Edison? Si bien nadie discute la casi absoluta autoridad del padre y de la madre sobre un niño de cinco años, hay un momento en la vida en que la ciega obediencia del hijo debe desaparecer para convertirse en pacto de asociación y respeto mutuo. Pero cuando esta autoridad se prolonga sobre la adultez del hijo, simplemente se convierte en injusta opresión, física, económica o, más común, ideológica.
Se supone que un gobernante es alguien que debe guiar a un país hacia el futuro, no hacia el pasado. Si esa persona domina más el lenguaje de los ancianos que el lenguaje de los jóvenes, su proyecto irá en contra de las nuevas necesidades y aspiraciones -es decir, en contra de la historia- o pronto entrará en un conflicto paralizante. El mismo conflicto que se plantea a través de la lucha de otras dimensiones sociales, como el de clases, de género, etc.
Históricamente los ancianos han cumplido un rol de consejeros, de ministros y hasta de de jueces, no de gobernantes. Cuando los ancianos no dan un paso al costado y se aferran al trono del César, no sólo no cumplen con esa función tradicional de la que se jactan sino que su sabiduría se expresa con la sospechosa práctica que deriva de la ambición del poder. Lo cual los desautoriza para ambas funciones de gobernantes y de consejeros.