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La habitación de Virginia Woolf

Fuentes: Rebelión

Todo escritor dibuja sus mundos desde el rincón más privado de su fuego interior. Más tarde, si el ego o el temor no lo impiden, compartirá parte de ese incendio. El escritor abrirá, un poco, la puerta de su habitación; pero sólo entrará quien se sienta atraído por las cenizas. Virginia Woolf (Londres 1882) le […]

Todo escritor dibuja sus mundos desde el rincón más privado de su fuego interior. Más tarde, si el ego o el temor no lo impiden, compartirá parte de ese incendio. El escritor abrirá, un poco, la puerta de su habitación; pero sólo entrará quien se sienta atraído por las cenizas.

Virginia Woolf (Londres 1882) le dejó a la historia una voz que, como un espejo giratorio ubicado entre el mundo y su intimidad, registró los monólogos incendiarios de la existencia. El tono de la escritora inglesa es andrógino. Ella alcanzó ese grado artístico (deseado por todo creador) donde se cruzan (y se asumen) todos los sexos y las conductas. Woolf sabía que el escritor (en su voz) es un equilibrista de todos los sexos y de todas las psicologías. No puede asumirse una posición determinada (en el juego de la ficción) cuando se vive para observar.

Si bien Orlando es la obra que confirma la voz andrógina de Virginia Woolf, es en el ensayo «Una habitación propia» donde la autora fija una sarcástica opinión sobre el asunto. El texto (publicado en un excelente libro del mismo título) está basado en dos conferencias que la escritora dictó en octubre de 1928 en la Sociedad Literaria de Newham y la Odtaa de Girton.

Charlas que, en un principio, estuvieron dedicadas al tema de la mujer y la novela, terminaron representando una variada carga de artillería verbal contra distintos prejuicios sociales. El machismo; los miedos ocultos del poder; los laberintos del artista y el reconocimiento del ser más allá de los sexos, son algunos de los caminos que nos sigue dibujando la autora de Las olas. Reflexiones que le llevan a concluir que «es funesto para todo aquel que escribe el pensar en su sexo. Es funesto ser un hombre o una mujer a secas; uno debe ser mujer con algo de hombre u hombre con algo de mujer. Es funesto para una mujer subrayar en lo más mínimo una queja, abogar, aun con justicia, una causa; en fin, el hablar conscientemente como una mujer. Y por funesto entiendo mortal; porque cuanto se escribe con esta parcialidad consciente está condenado a morir. Deja de ser fertilizado. Por brillante y eficaz, poderoso y magistral que parezca un día o dos, se marchitará al anochecer, no puede crecer en la mente de los demás. Alguna clase de colaboración debe operarse en la mente entre la mujer y el hombre para que el arte de creación pueda realizarse.»

Son algunos de los incendios literarios que nos convocan desde la habitación de Virginia Woolf. Y avanzamos paso a paso entre las palabras.