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Entrevista a Marcia Scantlebury, encargada del proyecto Museo de la Memoria y los Derechos Humanos

«La herida está ahí y no se cierra ignorándola»

Fuentes: Punto Final

Llevar la memoria a un museo es un desafío arriesgado y apasionante, en especial cuando se busca impedir que las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura militar sean borradas de nuestra historia por la indiferencia y el olvido. En esta tarea compleja y cargada de emociones contradictorias está Marcia Scantlebury, encargada del […]

Llevar la memoria a un museo es un desafío arriesgado y apasionante, en especial cuando se busca impedir que las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura militar sean borradas de nuestra historia por la indiferencia y el olvido. En esta tarea compleja y cargada de emociones contradictorias está Marcia Scantlebury, encargada del proyecto Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, que se inaugurará a comienzos del próximo año para dar vida a una antigua aspiración de las organizaciones de derechos humanos. El proyecto es llevado adelante por la Fundación Colecciones de la Memoria y de los Derechos Humanos que preside María Luisa Sepúlveda, delegada presidencial en este tema.

Marcia Scantlebury es periodista de la Universidad Católica con estudios especializados en ciencias políticas, economía, derechos humanos y cultura. Junto a miles de chilenas y chilenos experimentó la tortura y la privación de los derechos más elementales en los cuarteles represivos de la dictadura militar. En más de siete meses de detención pasó por dos períodos de incomunicación y tortura en Villa Grimaldi, y compartió con otras mujeres vejaciones y humillaciones en Cuatro Alamos, Tres Alamos y otro centro de detención en Pirque, recientemente identificado. Ella ha dicho en varias ocasiones que fue la experiencia más terrible y, extrañamente, más reconfortante de su vida. Esto último por el amor, la solidaridad e incluso el humor que unió a las mujeres presas y les dio fuerzas para sobrevivir.

Exiliada en 1976, Marcia vivió en Colombia, Italia, Costa Rica y República Dominicana. Desde que regresó a Chile, en 1987, trabajó en diversos medios, dirigió la División de Cultura del Ministerio de Educación -durante el gobierno de Eduardo Frei-, fue editora del Departamento de Prensa de Televisión Nacional y hace un par de años integra el Directorio de ese canal.

Siempre se ha mantenido ligada al tema de derechos humanos -dirigió la Fundación Villa Grimaldi- y más de una vez ha dado testimonio de la traumática experiencia que marcó su vida. No hay odio en sus palabras, pero sí afán de reconocimiento, justicia y dignificación para las víctimas. Con ese espíritu, ella y un pequeño y laborioso equipo multidisciplinario trabajan arduamente para echar a andar el museo

¿Cómo se llegó a materializar este proyecto?

«Este museo se construye porque tenemos una presidenta -también víctima de violación a los derechos humanos- con una gran sensibilidad sobre este tema. Eso ha permitido que varios ministerios y organismos de gobierno trabajen coordinadamente, como los ministerios de Obras Públicas, Vivienda, Bienes Nacionales y Educación, además del Programa de Derechos Humanos y la Dibam (Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos), entre otras instituciones.

La presidenta Michelle Bachelet ha conocido algunos de los numerosos museos de memoria que existen en Europa y América Latina, y vio la necesidad de crear uno en Chile que abarque desde el 11 de septiembre de 1973 al 11 de marzo de 1990. Nuestro país tiene una enorme cantidad de documentación, porque la Vicaría de la Solidaridad, otras instituciones de derechos humanos y familiares de las víctimas de violaciones de derechos humanos empezaron muy temprano a guardar testimonios y a hacer pequeños memoriales para recordar a los muertos y desaparecidos. La presidenta vio la necesidad de concentrar la documentación dispersa, mucha de ella maltratada y con riesgo de perderse, en un gran espacio de memoria para facilitar su cuidado y conservación.

La base documental del museo la constituirán los informes de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, de la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación y de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura.
En la gran plaza del museo se podrán hacer diversas actividades culturales y artísticas. Allí se ubicará un memorial donado por Alfredo Jaar, destacado artista chileno residente en Estados Unidos que siempre ha trabajado en el tema de la memoria y los derechos humanos. Este memorial se titula ‘Todos hemos perdido algo’. Se refiere a la visibilidad que dará el museo a lo que estuvo oculto, a la dignidad que dará a las víctimas, a los detenidos desaparecidos que fueron ‘borrados’ por la dictadura, a aquellos que fueron llamados ‘humanoides’. Este museo le plantea al país que lo sucedido durante la dictadura nos ocurrió a todos».

¿Qué rol desempeñan las organizaciones de derechos humanos en esta iniciativa?

«El origen del proyecto es la demanda de este espacio por parte del Fasic, Codepu, Pidee (Fundación de Protección a la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia) y Teleanálisis, organizaciones agrupadas en la Casa de la Memoria, declarada patrimonio universal por la Unesco. Estas instituciones están presentes en nuestro comité asesor, donde hay historiadores, sicólogos, artistas, periodistas y otros profesionales que están ayudando a crear el museo. Al mismo tiempo nos hemos acercado a todas o a la mayoría de las organizaciones de derechos humanos, como las agrupaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos y de Ejecutados Políticos, entre otras. El museo no pretende competir con estos proyectos, sino potenciarlos».

¿Por qué se crea ahora este museo?

«Es un proyecto emblemático para la presidenta y ella siente que hay que construirlo durante su gestión. Además, es de extrema urgencia porque una parte importante de los testigos está muriendo y es muy importante recopilar sus testimonios. Con ese objetivo se licitó un proyecto audiovisual para que los periodistas que tuvieron un papel importante en esa época, y que no han tenido el reconocimiento que merecen, entrevisten a esos testigos. Estos testimonios serán patrimonio del museo y la gente podrá consultarlos ‘en bruto’. Es decir, las entrevistas completas, que serán muy útiles para quienes hagan investigaciones sobre el tema, o versiones reducidas. Una parte fundamental del museo será la de archivos y colecciones, que está a cargo de María Luisa Ortiz. También hay un proyecto radial que recoge todas las voces del período 1973-1990. Ahí estarán, por ejemplo, las ‘cortinas’ musicales de Radio Cooperativa, los bandos militares, entrevistas a Pinochet».

¿Por qué solamente se considerarán las violaciones a los derechos humanos entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990?

«Nos han preguntado por qué no se incluye la matanza de Santa María de Iquique, por ejemplo. Pero la presidenta definió ese período porque este museo es también un acto reparatorio para las víctimas de violación sistemática de los derechos humanos por el Estado. Ese será el contenido de la muestra estable del museo. El resto será un museo vivo, una invitación a construir la memoria colectiva de Chile. Al final de la muestra habrá cabinas donde los visitantes podrán dar sus opiniones o entregar testimonios, incluyendo situaciones personales. La gente tiene muchas ganas de hablar. Será como un desahogo. Y esa memoria se irá incorporando a la historia colectiva».

¿Se incluirá el tema del exilio?

«Desde luego. Todavía se habla del ‘exilio dorado’, pero es un mito. Mucha gente que todavía permanece exiliada sueña con volver a Chile, está sufriendo de nostalgia, pero no puede regresar. Hay personas que están en países nórdicos donde sus nietos tienen educación y salud asegurada, pero con los que ni siquiera se pueden comunicar porque no hablan el mismo idioma. Nosotros tenemos una deuda con la solidaridad internacional».

Cuando habla de la gente invisibilizada, ¿se refiere a los muertos y detenidos desaparecidos?

«Esos son los casos superlativos. Pero también están los detenidos a los que no se nos reconocía como prisioneros, la gente que no tenía acceso al trabajo por pensar de determinada manera, los perseguidos que debían vivir clandestinos, los artistas que no podían exponer, los periodistas que no podían escribir porque no existía libertad de prensa. En ese sentido, fuimos invisibilizados. Y por un mecanismo de autodefensa, la gente parecía no querer existir, no quería que la vieran, porque ser vista la exponía. Se penalizaba el pensamiento diverso.

El museo restituirá la dignidad de las víctimas -llamadas ‘terroristas’ y ‘humanoides’-, las mostrará como personas que murieron o fueron reprimidas porque lucharon por ideales, por construir un mundo mejor. Y eso es digno de recordar. El Museo de la Memoria nos invita a resistir y a no olvidar».

En la derecha y otros sectores critican esta iniciativa y el gasto que implica. Insisten en que hay que mirar para adelante y dar vuelta la página.

«El tema de la memoria siempre ha generado debate en todos los países del mundo. Hay tantas memorias como miradas. En una democracia es legítimo y fundamental que haya distintas miradas. Al examinar los resultados de los focus group que hemos hecho con Flacso, uno se da cuenta que los chilenos tienen terror de ventilar las cosas. Este es un país al que le asusta el debate y la discrepancia, porque la gente siente que eso lleva a la ruptura y a la división de la familia. Cuando se pregunta por el museo, la mayor parte de las personas está de acuerdo en que exista, pero teme al debate. Creemos que el debate siempre enriquece y que no contribuye al desarrollo democrático de un país dar la espalda a la realidad.

Así no se resuelven los problemas. Igual que en una familia, hay que hablar de los problemas, discutirlos para superarlos. Lo mismo ocurre con los propios dolores. Yo he sido víctima, he sufrido mucho, pero sostengo que no hay dolor que uno no pueda enfrentar. Una vez me preguntaron cuáles fueron el peor y el más feliz momento de mi vida. Los dos los viví en el mismo lugar, cuando estuve presa. Por un lado, las torturas y sentir contra mí el odio, que hasta ese momento era un concepto intelectual. Y por otro lado, vivir una experiencia colectiva donde hablamos de todo eso. Crecimos como personas, nos quitamos los fantasmas. Pudimos llorar todo lo que había que llorar y comprender lo que había que mejorar en adelante, cuáles eran nuestras responsabilidades y compromisos. Eso es lo que queremos que pase con este museo. Que la gente salga comprometida con construir un país distinto, mucho más abierto a la diversidad. No se trata de revolver la herida. La herida está ahí, y no se cierra ignorándola. Hay que hacer los duelos y no dejar temas pendientes».