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La hija de Markus Wolf

Fuentes: Mundo obrero

Conocí este verano, por casualidad, en circunstancias que no vienen al caso, a la hija de Markus Wolf, el legendario jefe del servicio de inteligencia exterior de la República Democrática Alemana, que inspiró el personaje del eficaz Karla de las novelas de John Le Carré. Su padre, también miembro del Partido Comunista alemán, fue Friedrich […]

Conocí este verano, por casualidad, en circunstancias que no vienen al caso, a la hija de Markus Wolf, el legendario jefe del servicio de inteligencia exterior de la República Democrática Alemana, que inspiró el personaje del eficaz Karla de las novelas de John Le Carré. Su padre, también miembro del Partido Comunista alemán, fue Friedrich Wolf, un médico y escritor: toda la familia tuvo que huir de Alemania en 1933, durante el ascenso nazi. Tras la guerra, Markus Wolf trabajó como periodista y estuvo presente en los juicios de Nurenberg. Después, se incorporó a los servicios de inteligencia de la RDA.

La RDA no era un infierno, ni mucho menos, aunque tenía zonas oscuras: el obsesivo control de cualquier oposición, las víctimas del muro, la vigilancia interior; aunque hoy, esa inspección, a la vista del sistemático espionaje mundial de todos los aspectos de la vida que llevan a cabo la NSA norteamericana y el resto de sus servicios secretos, con la contribución de Google, Facebook y demás, casi nos hace sonreír. Eric Honecker fue abandonado por Gorbachov, que aceptó la unificación alemana sin ninguna garantía, creyendo las mentiras occidentales de que la OTAN no se expandiría hacia el Este, e incluso se negó a obtener garantías para los dirigentes de la RDA en su reunión con Kohl en el Cáucaso, el 14 de julio de 1990.

Markus Wolf cometió errores, también. Acudió, por ejemplo, a la manifestación en la Alexander Platz del 4 de noviembre de 1989, que fue un punto de inflexión para la RDA. Los medios occidentales, a coro, hablaron de un millón de manifestantes. No era cierto, fueron doscientos mil: una cifra importante, sin duda, que expresaba la fuerza de la oposición y le llevaría después a ganar las elecciones de 1990. Vemos ahora que era inevitable su victoria: en un clima de profunda crisis de la RDA, abandonado su gobierno por el Moscú de Gorbachov, afluyendo el dinero para las candidaturas bendecidas por Estados Unidos y la RFA, y con el canciller occidental Kohl participando en la campaña prometiendo «paisajes florecientes»… ¿cómo iba a reaccionar de otra forma la mayoría de la población? Algo parecido hizo el borracho Yeltsin en Rusia: ofrecer un futuro esplendoroso mientras preparaba el mayor robo del siglo XX.

Después, llegó el gran pillaje de toda la propiedad pública de la RDA, el desmantelamiento de su industria para favorecer a las empresas occidentales, la privatización de sus edificios y superficies urbanas, enriqueciendo a los tiburones del capitalismo. Se vertieron toneladas de mentiras, mezcladas con hechos ciertos para dar mayor credibilidad a la propaganda: ahora, incluso se ha olvidado que el término Stasi, utilizado como sinónimo de espionaje y represión, fue puesto en circulación después de 1989. Occidente actuó sin contemplaciones, de la mano de Kohl y George H. W. Bush: baste decir que, en aquellos días, el ministro del Interior de la RFA era un personaje como Wolfgang Schäuble, que fue el encargado de la persecución de los comunistas de la RDA, y participó después en la corrupción con traficantes de armas, culminando su carrera en la Unión Europea, ya como ministro de finanzas alemán, ahogando económicamente a Grecia, imponiendo incluso la reducción de las pobres pensiones griegas.

Washington y Bonn inundaron el mundo con historias sobre los «privilegios» de los dirigentes comunistas. La hija de Markus Wolf nos indicó la casa de su familia, y las que habitaron Erick Honecker, Walter Ulbricht, Wilhelm Pieck, Johannes R. Becher, Arnold Zweig y otros dirigentes, en el barrio berlinés de Pankow: son sencillas residencias como las de tantas urbanizaciones de clase media en España. Los servicios secretos de Bonn y la CIA norteamericana intentaron comprar a Wolf para que revelase los nombres de sus agentes y de los topos de su servicio y del KGB soviético en las agencias occidentales: querían que se convirtiera en un traidor. No lo consiguieron. Wolf no renegó de su militancia comunista. En sus memorias, escribió: «Mi propia contribución, y la de mi familia, a la lucha puede haber sido pequeña, pero de todos modos me inspira un sentimiento de orgullo.» Cerró sus memorias con un homenaje al autor del Manifiesto comunista: «Hasta mañana, Karl».

Algo parecido nos dijo su hija este verano; mientras sonreía con timidez, se mostró orgullosa de la trayectoria de su familia: «siempre fuimos comunistas, y honrados». El primer Estado socialista en tierras alemanas sucumbió, pero la historia no ha terminado.