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La historia de los cinco cubanos

Fuentes: La Jiribilla

Es El dulce abismo, un libro en que la belleza se aprecia lentamente, en la medida en que el lector comprende de manera gradual la seriedad de lo que se está intentando: nada menos que estar completamente presente en el crecimiento de los hijos mientras se está no solo ausente, sino encerrado, lejos, en pequeñas celdas de prisión

Prólogo de la reconocida escritora norteamericana Alice Walker al libro El dulce abismo que recopila cartas y poemas de los cinco cubanos prisioneros políticos en Estados Unidos. El libro fue presentado este sábado en la Habana. En su presentación estuvieron presentes Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional y Abel Prieto, ministro de Cultura.


ahora que me acompañan ustedes, todo
mi pueblo y la dignidad del mundo.

RAMÓN LABAÑINO

La historia de los Cinco Cubanos es una historia de valor, gran sacrificio y amor. Es una historia para las diferentes edades, en especial para los miembros de nuestro pueblo que han sufrido la implacable opresión de la supremacía blanca norteamericana; un dominio del color y el poder que el resto del mundo parece destinado a experimentar. En septiembre de 1998, cinco cubanos: Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort y René González Sehwerert fueron arrestados en el estado de la Florida. Acusados de espionaje y otros «crímenes» contra los Estados Unidos, fueron condenados en Miami, un lugar notorio por su odio a la Revolución cubana, a Fidel Castro y a todo lo relacionado con las aspiraciones sociales, culturales y espirituales del pueblo cubano.

Los cinco hombres fueron tratados de forma atroz, como lo han sido de forma habitual los cubanos, y más aún los de piel oscura, en las cárceles de los Estados Unidos. Se les trató con sadismo, aunque los jueces fueron incapaces de definir el «crimen» específico que habían cometido los Cinco, a no ser el tratar de descubrir y alertar a su país de los ataques terroristas planeados, que Cuba ha sufrido durante décadas por parte de cubanos radicados en Miami y con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos. Se les negó el derecho a fianza, se les separó de sus familias y se les mantuvo durante diecisiete meses en confinamiento solitario en un intento de quebrarles el cuerpo y el espíritu. Se les impusieron sentencias ridículamente largas: uno de ellos, Gerardo Hernández Nordelo, fue condenado a más de dos cadenas perpetuas. Y existen otros horrores que estos hombres se abstienen de describir en estas páginas por compasión a sus familias y al pueblo de Cuba que sufre intensamente por la difícil situación que padecen.

El tratamiento que han recibido es vergonzoso. El silencio que rodea este tratamiento lo es más aún. ¿Dónde están los miembros del Congreso, los senadores y representantes con los que deberíamos poder contar en casos como este? Personas con el valor necesario para insistir en que no se torturen a los prisioneros. Que a sus hijos no se les niegue el acceso a ellos, que no se lleve a la desesperación a las esposas y madres por los muchos intentos fallidos al querer ver a sus seres queridos encarcelados, en este caso, de forma injusta. Desafortunadamente, muchos de nuestros líderes parecen ver a los conservadores cubanos de la Florida, incluyendo a los asesinos y terroristas, como personas que votan. Al parecer, van a tolerar cualquier grado de inhumanidad contra cualquier cantidad de niños, ancianas y madres, abuelos e incluso jugadores de fútbol, si pueden asegurar el voto colectivo de este aterrador electorado.

Afortunadamente, mi introducción a este breve volumen no es acerca de los penosos defectos de nuestros líderes, quienes nunca parecen darse cuenta de cómo nosotros, quienes votamos por ellos, también sufrimos cuando no hacen nada, mientras se crucifica a gente buena -como los Cinco Cubanos-, cuyas conductas podemos comprender plenamente, por tratar de prevenir la destrucción de vidas humanas.

Lo que me afloró a la conciencia mientras leía estas cartas entre padres, hijos y esposos encarcelados, y esposas, hijos y madres tratando desesperadamente de volver a establecer comunicación, fue la comprensión de cuán antigua es en realidad esta historia. Cuando leí estas cartas y poemas y vi los dibujos quedé en contacto con aquellos de nuestros antepasados que experimentaron por primera vez la dolorosa devastación causada por la destrucción de sus familias. Sentí en mi propio cuerpo los largos siglos de esclavitud y el sistemático -para nuestros antepasados, loco- afán de los esclavistas de separar las familias. Con cuánto valor tantos de nuestros ancestros tuvieron que haber defendido, o tratado de defender esta preciosa unidad, la familia. Cuántos siglos tuvieron que transcurrir para casi conquistar la devoción familiar. Lograron eliminar todo sentimiento familiar en algunos de ellos; se convirtieron en zombis que aprendieron a ayudar a sus amos a someter y destruir a otros que estaban esclavizados. Sus descendientes son aquellos que hoy venden, tanto dentro o fuera de sus familias de origen, crack, cocaína u otras drogas adictivas; son también los aliados de los que están en el poder, y ayudan e incitan a aplastar toda vida rebelde y «desobediente».

Hay cientos de miles de padres en prisión en los Estados Unidos, y una gran cantidad de madres también. ¿Qué está ocurriendo con sus hijos quienes con frecuencia siguen el ejemplo de sus padres en una vida de encuentros con la policía, de humillación, pérdida de contacto con la sociedad y encarcelamiento? Cuán indefensos están estos hijos, y cuán despojados del amor y la orientación, derechos de todo infante al nacer. Cuando se me pidió escribir una introducción para este proyecto no tenía idea de lo que este me diría. Estaba participando en la Feria Internacional del Libro de La Habana 2004, mi obra Meridiana había sido traducida al español e iba a ser presentada. Viajé allá para la ocasión y me encontré que Cuba ahora tiene una tasa de alfabetismo de 100%. Fue impresionante ver a cientos de niños, madres, padres y abuelos; todos parecían apresurarse hacia la Feria del Libro. Esta se celebró en lo que fue una fortaleza. El salón en el que se presentó mi libro y, más tarde, se sostuvo un diálogo, estaba justo detrás de lo que había sido, durante su vida, la oficina del Che Guevara. Un busto de bronce de él, embellece el recibidor. Mientras me entrevistaban, acariciaba sus mechones de metal, divertida, como pienso él lo hubiera estado, de que un espíritu tan inquieto se homenajeara con un monumento como ese. Para mí, el Che sigue rodeado de una aureola de luz, pues él será recordado y servirá de guía para muchas generaciones venideras.

Su ejemplo de cómo vivir y morir, ciertamente, debe ser parte del alimento que sostiene a «los Cinco», como se les llama afectuosamente a los cinco cubanos.

La misma determinación que tuvieron para traer a casa a Elián González, es la que parecía tener cada cubano con quien hablé sobre la liberación de los Cinco Cubanos. No hubo una sola conversación que no terminara con la situación de ellos, incluso si se comenzaba con cualquier otro tema. Fue Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, quien me habló acerca de las cartas y los dibujos que se habían convertido en un libro y me preguntó si yo consideraría hacerle la introducción.

Aunque apoyo la Revolución cubana, porque creo en las metas y logros alcanzados por ella -como la educación y la salud gratuitas, la tasa de alfabetismo de 100% y otros-, yo por naturaleza soy cautelosa con los líderes, incluso con aquellos, como Alarcón, que tienen reputación de ser modestos y excelentes. Han sido demasiadas las decepciones. Así, en el momento en que se me solicitó, no me sentí regocijada, aunque estaba profundamente impresionada por la intensidad de la admiración que sentían todos por los Cinco. Ellos son para su pueblo la clase de héroes que, por lo general, se encuentran en la mitología. Sin embargo, cuando comencé a leer, empecé a ver cuán importante es este libro para nuestro tiempo; un tiempo en el que hay tantos padres en prisión. Es este un texto elemental que debe comenzarse a usar de inmediato, para impartir una de las más importantes lecciones: cómo ser un padre, cómo ser un esposo, cómo ser un amante; cómo actuar como padres, cuando algo tan grande y tan cruel como el gobierno de los Estados Unidos se interpone entre usted y todo lo que ama.

Para la fecha en que me arrestaron, el 12 de septiembre de 1998, tú apenas habías cumplido los cuatro meses y medio de edad. En la noche anterior tu mami se había ido a trabajar y yo me quedé a tu cuidado. Cuando te di la leche te quedaste profundamente dormida y decidí dejarte sobre mí mientras yo permanecía boca arriba en la cama viendo la televisión. Cuando tu mamá llegó le dio tanta gracia verte así dormida sobre mí -extremidades desparramadas y en la cara tal gesto de satisfacción- que no pudo resistir la tentación de tomarnos una fotografía. Esa es la última en la que aparecemos juntos (…) Luego vendría el arresto y no pude despedirme de ti ni con un beso. Mi último gesto de despedida, cuando me sacaban esposado de la casa, fue regalar una sonrisa de confianza y optimismo a tu mami.
(René González.)

Es esta «sonrisa de confianza y optimismo» la que los hombres luchan por irradiar -desde prisiones situadas en cinco lugares diferentes de los Estados Unidos- sobre sus hijos, mientras aumenta la distancia y los años pasan. Es una calidez, una pasión, un amor extremadamente conmovedor de presenciar, que revela lo fundamental sobre el corazón humano. «Mientras no tengamos el corazón completamente vencido, nuestros hijos continuarán recibiendo noticias nuestras». No hay duda de que llegarán momentos cuando los hijos de estos hombres se pregunten por qué sus padres no estaban físicamente con ellos mientras crecían, ¿son padres delincuentes, irresponsables? Y, sin embargo, debido a que existen estos pocos, preciosos documentos, los mismos hijos tendrán pruebas de que, aunque sin la presencia de sus padres, nunca les faltó el amor de estos. Ser revolucionario significa, por definición, estar dispuesto al sacrificio: del confort, la alegría, la salud y la propia vida si fuera necesario. ¿Pero qué niño quiere ser parte de un sacrificio? ¿Qué niño puede entender la ausencia de un padre que -por tratar de salvar la vida de los ciudadanos de su país- se encuentra ausente de la fiesta de cumpleaños que se celebra al cumplir los diez?

<>Cuando pudimos vernos nuevamente ya habíamos visto pasar ocho meses y recién habías cumplido un añito. Estábamos bajo custodia y cuando notaste que me tenían esposado al brazo de la silla habrás pensado que era un perrito, pues comenzaste a decir «guau, guau». Tu mami te trató de sacar de dudas con una expresión que la indignación hizo sarcástica: «No, Ivette, aquí el perro no es tu papá». A pesar de las circunstancias pusimos mantener el ánimo alegre durante toda la visita.
(René González.)

Estas personas, estos cubanos -satanizados durante tanto tiempo porque obstinadamente escogieron su propio camino- son simplemente personas, seres humanos. No debe ser necesario destruirlos para que su país sea seguro para las McDonald’s y Starbucks. El amor de los cubanos por la educación refleja la pasión con la que los afronorteamericanos han considerado tradicionalmente el conocimiento y el aprender. Mis propios padres, personas muy pobres de los Estados Unidos, casi sin ningún recurso más allá de su determinación, construyeron la primera escuela para los niños negros de mi comunidad. De inmediato, fue quemada hasta los cimientos por terratenientes blancos. Increíblemente, ellos, como los cubanos, no se apartaron de su curso, sino que se las ingeniaron, para de algún modo, erigir otra escuela. Cada vez que pienso en esto, y en los cuarenta millones de personas funcionalmente analfabetas en los Estados Unidos, deseo de todo corazón que los norteamericanos hubieran tenido la buena suerte de tener personas como mis propios padres al frente del país. ¡Qué lugar más diferente sería! Es mi papel de padre estar al tanto y siempre educar, aunque sea a distancia.

A Lizbeth, mi pequeñuela, como aún no sabe leer, aquí le envío un dibujo con unas ideas y tareas para que le leas. Me gustaría que este dibujo con un patico serio, como cuestionando (donde le pondré tareas que realizará todos los días), se lo pongas encima de su camita, siempre a la vista, para que cada día le recuerde a papá y así educarla en los deberes diarios y embullarla con dibujos y lecturas.
(Ramón Labañino.)

No sé cuándo tu mamá te dará a leer esta carta; ella sabrá escoger el mejor momento. Existe un motivo por el cual yo no he podido ir a verte en tantos años. Espero me disculpes y entiendas por qué antes no te lo había dicho: tú eras muy pequeño para hablarlo contigo (…). Mi anhelo es que tú crezcas como un buen hombre, útil a la sociedad, fiel a una causa valedera y digna. Para ello debes siempre estudiar, porque es el estudio la fuente del conocimiento para dominar y entender el medio que te rodea. Lo más importante es que seas una persona generosa ya que el individualismo y el egoísmo no valen nada. «Aquel que se da, crece». Como le dijo el Che a sus hijos: «Sobre todo, ser siempre capaz de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo». Sé honesto, sé justo, sé valiente y serás siempre respetado. Ama mucho a tu patria (…) y a tu pueblo.
(Antonio Guerrero.)

Es este un libro en que la belleza se aprecia lentamente, en la medida en que el lector comprende de manera gradual la seriedad de lo que se está intentando: nada menos que estar completamente presente en el crecimiento de los hijos mientras se está no solo ausente, sino encerrado, lejos, en pequeñas celdas de prisión; en un lugar donde hay hielo y nieve.

Hijita, ya el año que viene cumplirás quince años y trataré de que sean los quince años más maravillosos de tu vida. Dime qué planes tienes para celebrarlos, qué desearías hacer, qué planes tiene tu mamá, en fin, todas las ideas que tengas.

Preciosa mía, como ya casi eres una señorita es bueno que empecemos a hablar de temas más maduros y serios. Hoy se me ocurre hablarte del amor y solo quiero darte algunos consejos (…).

Por eso, por mis ausencias, porque no pude estar al lado de mamá durante el embarazo, porque no pude verlas nacer, porque no pude estar allí cuando ustedes abrieron sus preciosos ojitos por primera vez en la vida, porque no pude cambiarles pañales, ni ayudarlas en sus primeros pasitos, ni limpiarles sus «pipis» y sus «cacas», ni ver su primera sonrisa, ni escuchar su palabra, ni oír sus primeros «papá» o «mamá», ni el primer «te quiero», ni pude cuidarlas cuando enfermaban, ni jugar a cuanto juego disfrutan los padres con sus niñitos, ni siquiera enseñarles las primeras vocales, o leerles el primer libro, e incluso al hecho de que hoy día mi más pequeñuela apenas me conoce. A todo, mil disculpas, adoradas mías.

Pero sepan que hube de marchar por el amor a ustedes y a todos. Que donde quiera que he estado y estaré, ustedes siempre están y estarán presentes. Sean fuertes, muy fuertes para vencer siempre con una risa en los labios cada tarea que enfrenten en la vida. Por mí no teman, estoy bien y soy fuerte, mucho más ahora que me acompañan ustedes, todo mi pueblo y la dignidad del mundo.

<>Yo regresaré, no lo duden, y tan pronto como sea posible, pues las extraño mucho. Y cuando vuelva recuperaremos todas mis ausencias y reconstruiremos todos los sueños y anhelos que hicimos esperar.
(Ramón Labañino.)

Estos hombres -como nuestro propio querido Mumia Abu-Jamal, igualmente inocente, igualmente incriminado, también un héroe bajo cualquier criterio, encerrado en el corredor de la muerte durante tantos despiadados años- están demostrando algo extraordinario que no debe ser ignorado por el resto de nosotros: que el continuar amando con profundidad y ternura honra los mayores logros de la Revolución.