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La historia más oscura del aeródromo maldito

Fuentes: La Nación

La DINA y CNI se adueñaron de sus pistas para realizar operaciones aéreas y desaparecer los restos de unos 800 detenidos. Desde allí se elevó la Caravana de la Muerte. El mecánico Julio Urbina tomó una manguera, la subió al helicóptero que regresaba de la misión y lavó el olor a muerte de los cuerpos […]

La DINA y CNI se adueñaron de sus pistas para realizar operaciones aéreas y desaparecer los restos de unos 800 detenidos. Desde allí se elevó la Caravana de la Muerte.

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El mecánico Julio Urbina tomó una manguera, la subió al helicóptero que regresaba de la misión y lavó el olor a muerte de los cuerpos que acababan de lanzar al mar. Tenía orden de dejar todo limpio, porque pronto volvían a elevarse con otro cargamento hacia el océano.

Desde Villa Grimaldi, los agentes pasaban los bultos mortales por un portón metálico que unían el campo aéreo con el centro de prisión y tortura. Por eso, el aeródromo de Tobalaba, que el miércoles cobró once víctimas fatales y dejó un reguero de heridos tras el accidente de una avioneta (ver pág. 21), tiene la marca indeleble de la DINA y la CNI.

Desde allí se elevaron los helicópteros Puma del Comando de Aviación del Ejército (CAE) -operó en ese lugar desde 1970 hasta 1983- a bordo de los cuales la dictadura de Pinochet hizo desaparecer a 800 prisioneros políticos. La cifra estimativa se desprende de las investigaciones judiciales sobre lo acontecido entre 1974 y 1977, la era DINA. A ello se suma la Operación Retiro de Televisores de la CNI (realizada entre 1978 y 1980), cuando las mismas máquinas se elevaron desde el aeródromo para arrojar al mar los restos desenterrados por orden de Pinochet.

Para mecánicos del CAE, como Julio Urbina o Juan Domingo Pérez, que han declarado en los procesos, ese lugar está «maldito» y tiene un karma que lo marca con el aliento de la muerte.

Destierro y Caravana

Cuando aún no se desvanecía el olor de la pólvora detonada el 11 de septiembre de 1973, desde Tobalaba se elevó el Puma de Pinochet comandado por su piloto favorito, el capitán Antonio Palomo. A bordo subió, solitario y entristecido, el general Carlos Prats camino al destierro en Argentina. Palomo lo dejó en la frontera y le palmoteó el hombro. Allí el Ejército trasandino acogió a Prats calurosamente. Su dramático final junto a su esposa Sofía Cuthbert es conocido.

La mañana del domingo 30 de septiembre de 1973 el aeródromo lucía tranquilo. Hasta que comenzaron a llegar los integrantes del escuadrón del general Sergio Arellano Stark, los hombres de la Caravana de la Muerte.

El helicóptero Puma del CAE se elevó poco antes del mediodía, con la comitiva a bordo. Tras seis días de sembrar el terror por ciudades del sur, regresaron a Tobalaba. Diez días después, el 16 de octubre de 1973, la Caravana se elevó de nuevo desde Tobalaba para matar ahora por las ciudades del norte. El último rugir de los motores de la nave de Arellano se escuchó en esa pista el lunes 22. Fue el retorno definitivo.