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La hora del cambio

Fuentes: El Siglo

Hay, a nuestro juicio, tres hechos que acusan marcadamente lo que podría describirse como un punto de inflexión, o si se prefiere, un instante de umbral, en la coyuntura histórica. Ellos son la crisis económica en el nivel global, la significativa victoria del Presidente Rafael Correa en el referendo constitucional de Ecuador, en el plano […]

Hay, a nuestro juicio, tres hechos que acusan marcadamente lo que podría describirse como un punto de inflexión, o si se prefiere, un instante de umbral, en la coyuntura histórica.

Ellos son la crisis económica en el nivel global, la significativa victoria del Presidente Rafael Correa en el referendo constitucional de Ecuador, en el plano regional, y la definición presidencial del Partido Comunista, en el plano interno.

En cuanto a la crisis económica mundial, son los propios medios de comunicación insignia del capitalismo, como The Finantial Times o The Wall Street Journal, los que reconocen en el fin de una etapa del capitalismo, la del capitalismo desregulado, conocida genéricamente como capitalismo neoliberal.

Sin duda, no se trata de alguna versión de la teoría de «la crisis final» del capitalismo, sino de que estamos en un momento en que la crisis expresa los límites históricos del sistema capitalista en cuanto a modo histórico de producción. Lo que parece haber entrado en crisis de manera irremediable es en primer término, el proceso de liberalización de las finanzas, del comercio y de la inversión, y en segundo lugar, como derivación lógica de la primera premisa, la tendencia irrefrenable del capital de recurrir, en una escala sin precedentes, a la creación de capital ficticio y de medios de crédito para ampliar una demanda insuficiente en el centro del sistema.

Salvo en Chile, cuyas autoridades siguen empeñadas en el sofismo de la economía «blindada», acaso por el prurito de mantener «las confianzas» de los inversionistas, nadie discute las profundas consecuencias de la crisis. Tampoco hay discusión sobre el hecho de que los reales efectos de la crisis todavía están por llegar. Sin embargo, de ello no se puede deducir mecánicamente el fin del sistema capitalista, pues en la medida en que no exista, tanto en el plano internacional, como en el orden interno de los países, una fuerza política que se encargue de esa tarea, vale decir, la construcción e instalación de un modelo alternativo, el sistema capitalista podrá recomponerse sobre la base de un nuevo patrón de acumulación, como lo ha hecho más de una vez en la historia.

Y esa es precisamente la importancia de los otros dos factores enunciados.

La aprobación por abrumadora mayoría de un nueva Constitución elaborada y discutida de una manera genuinamente democrática, y que coloca el principio de la soberanía popular sobre el dogma del mercado, en Ecuador, constituye una poderosa señal de avance en la construcción de un sistema alternativo al que entró en crisis de legitimidad como uno de los resultados más inmediatos de la crisis económica internacional. La victoria del Presidente Correa en Ecuador se inscribe claramente en el proceso de emancipación de los pueblos latinoamericanos, cuyos exponentes más nítidos son Cuba, Venezuela y Bolivia, en la construcción de camino propio con perspectiva socialista, sin perjuicio de otros países empeñados en proyectos nacionales al menos diferenciados del imperialismo, casos de Brasil, Argentina, Uruguay, Nicaragua, tal vez Honduras, recientemente Paraguay y próximamente El Salvador.

En ese contexto, Chile parece navegar entre dos aguas, con la opción de la Presidenta Bachelet por Unasur y la de Foxley por el imperio.

En el plano interno, y en una escala más modesta, determinada por el retraso relativo de una lucha que todavía tiene como límite la democratización de la estructura institucional del país, el tercer hecho que interesa colocar en la perspectiva del cambio en la coyuntura histórica, es la decisión de enfrentar con candidato propio las próximas definiciones electorales, que explícitamente se propone el objetivo de construir la unidad más amplia en torno a un programa de gobierno y una lista parlamentaria común del campo popular, en la perspectiva histórica de conquistar un Gobierno democrático, soberano y de justicia social sustentado en una mayoría nacional activa y participativa, lo que en resumidas cuentas quiere decir desalojar el sistema excluyente, antidemocrático y elitista prevaleciente desde 1990 a la fecha, y reemplazarlo por un sistema democrático de verdad, donde el árbitro y el soberano sea el pueblo, como sucede en Venezuela y Bolivia, y desde ahora, en Ecuador.