En la sociedad humana todos defendemos nuestros intereses. Nadie está exento de una ideología (Trinidad Noguera, «Usted sí tiene ideología», El Diario, España,19 de octubre de 2013). Decir que uno no tiene ideología equivaldría a decir que uno no existe. Al no existir, nadie podría tener la capacidad de reconocer en sí mismo su propio […]
En la sociedad humana todos defendemos nuestros intereses. Nadie está exento de una ideología (Trinidad Noguera, «Usted sí tiene ideología», El Diario, España,19 de octubre de 2013). Decir que uno no tiene ideología equivaldría a decir que uno no existe. Al no existir, nadie podría tener la capacidad de reconocer en sí mismo su propio estado de existencia o inexistencia.
Como las ideologías no pueden desaparecer, pese a que Fukuyama en 1992 proclamara «el fin de la historia y de las ideologías» (El fin de la historia y el último hombre), pretendiendo que el mundo se volviera unipolar para imponer con libertad el sistema económico financiero especulativo, la división de tendencias políticas de izquierda y de derecha tampoco ha perdido vigencia. La izquierda representa el pensamiento progresista, la búsqueda de una equidad social, la autonomía de las instituciones de los grupos de poder. La derecha, por su parte, suele inclinarse por defender el libre mercado y la reducción del Estado al papel de un policía o vigilante. Lo que sí es fundamental debatir en esa división clásica entre izquierdas y derechas son las posturas frente a temas fundamentales como la sustentabilidad ambiental, la corrupción, las libertades, el feminismo…
Muchas personas en Latinoamérica, desilusionadas por la izquierda o a veces desinformadas, están alineándose con un neoliberalismo que hasta hace poco parecía sepultado. Y mientras eso sucede en nuestro continente, en otros lugares del planeta el neoliberalismo es una ideología y una práctica en franco retroceso. Los resultados de la intervención en Grecia de los neoliberales, y el FMI, no pudieron ser más desastrosos.
Al fin están dándose cuenta en el mundo que los capitalistas no crean trabajos, sino que es el consumo el que hace que los capitalistas inviertan y empleen a más gente, para poder abastecer en mayor escala el mercado. Y para que haya consumo hay que elevar el nivel de vida de la mayoría. Consumo… no consumismo que puede ser nocivo, incluso en términos ambientales.
La desigualdad social es atraso. Más preciso es decir que la desigualdad es ineficiente, como asegura la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (La ineficiencia de la desigualdad, Santiago de Chile, 2018). Aquí la CEPAL analiza y mide los efectos de la desigualdad de acceso a la salud y a la educación en la productividad. La desigualdad también acelera la ineficiencia energética y el deterioro del ambiente, y produce un efecto directo en el retraso del bienestar presente y futuro.
El supuesto «milagro» de reactivación económica de algunos países suele atribuirse a una política de total apertura y total libertad (léase libertad liberal o sea la idea culminante del individualismo, haciendo caso omiso de capacidades y funcionamientos, que tienen un natural nido en la sociedad ), es decir, al neoliberalismo. El neoliberalismo tuvo su irrupción a mediados de los años setenta del siglo pasado, aunque apareció como doctrina social desde los años treinta. Por supuesto que el neoliberalismo es más que una teoría macroeconómica, es una filosofía, una cosmovisión, una epistemología, una matriz de pensamiento, como bien lo dice Abdón Ubidia, ( «La revolución cultural del neoliberalismo», Rebelión, 22 de enero de 2019).
En el neoliberalismo, las sociedades pretenden convertirse en un gigantesco mercado autorregulado. De sociedades con mercados pasamos al reino del mercado, omitiendo cualquier consideración a la estructura social que, a decir de Aníbal Quijano, sería una estructura de colonialidad del poder.
La economía no se autorregula. La tendencia a la monopolización de los mercados capitalistas, los efectos sociales y ambientales no deseados de la producción y el consumo, la falta de información provocada por la apropiación del conocimiento, los bienes de todos o bienes públicos que no pueden ser privatizados, y los pactos colusorios entre agentes económicos requieren la intervención de la sociedad y del Estado para promover el bienestar colectivo.
En América Latina, tenemos experiencia desde que los Chicago Boys aterrizaron en Chile, bajo el auspicio del dictador Augusto Pinochet. Mientras tanto, en Europa y Estados Unidos, Margaret Thatcher y Ronald Reagan imponían el neoliberalismo y desmantelaban el Estado de bienestar. Esto significó la apertura del portón para que se desbocara el capitalismo salvaje
Si los resultados finales del neoliberalismo son diferentes a los que nos pintan, su supuesto papel en el crecimiento económico de un país es muy discutible. Así lo considera Félix Jiménez. El economista e investigador peruano presentó una recopilación de análisis económicos sobre el Perú, hecha durante 25 años. El libro resultante se titula Veinticinco años de modernización neocolonial: Crítica de las políticas neoliberales en el Perú (Lima, IEP, 2017). Además del libro, se puede revisar la interesante entrevista al autor por parte de Ernesto Carrasco («Félix Jiménez: Las políticas neoliberales no fueron causa del crecimiento económico», La República, Lima, 3 de abril de 2018).
En la era del neoliberalismo reina el mercado. Esta lleva a una concentración del poder económico. También el mercado neoliberal subordina los intereses colectivos al omnímodo interés privado. Esta última característica trae corrupción al mercado y esto causa la crisis de las instituciones. Suele criticarse a los congresistas del mundo porque ellos fijan sus propios sueldos. Pero es peor un mercado que se autorregula.
En Perú cobra fuerza el neoliberalismo en tiempos de Fujimori (1990-2000). Lo aparentemente extraño es que entonces fue impuesto por el Estado. En apariencia extraño porque e l Estado siempre ha sido indispensable para instalar la ideología neoliberal, en el centro o en la periferia del capitalismo mundial. Otra cosa es el discurso con el que se presenta esa ideología. Se liberalizó al mercado, quitando toda traba a las importaciones. Empezaron a privatizar todo. Y como sostiene en forma adecuada David Harvey: la privatización es el principal instrumento de la acumulación por desposesión (El nuevo imperialismo, 2003). Se comenzó a pagar en exceso los servicios de la deuda externa. En los años 90 se preocuparon los neoliberales de servir la deuda pública externa. Al aumentar las tarifas de los servicios públicos, subieron los costos de producción. Las empresas privadas hicieron rápidos negocios sin innovar ni producir más. Hubo empresas exportadoras que se convirtieron en importadoras. Se descuidó la producción.
El neoliberalismo causó desempleo… y la movilización de la fuerza de trabajo hacia sectores de baja productividad o de servicios. La flexibilización del «mercado de trabajo», solo ayudó a los extractores de materias primas. La educación perdió calidad y se alentó el individualismo. La misma economía salió lastimada, excepto el extractivismo y el rentismo, dice Félix Jiménez. Se recortaron los presupuestos de educación, salud y seguridad social. Aumentaron las brechas de desigualdad social.
Un reciente estudio del investigador de la universidad del Pacífico, Germán Alarco, indica que el 10% de los peruanos más ricos ganan 40 mil dólares anuales, mientras que el 10% de los más pobres recibe 950 dólares (Elizabeth Salazar Vega, entrevista «Germán Alarco: La desigualdad extrema deriva en conflictos y en un deficiente crecimiento económico», Ojo Público, Lima, 7 de febrero de 2019).
El crecimiento económico no fue vigoroso, más bien en algunos años del fujimorato hubo estancamiento o recesión. Entre 1990-1992 el Producto Interno Bruto (PIB) por habitante (US$ constante de 2010) tuvo el siguiente comportamiento: -7% en 1990, 0.1% en 1991, -2.5% en 1992; en 1998 decreció al 1.9%; y, en 1999 creció a un modesto 0.1%, según datos del Banco Mundial (World Development Indicators, 2019, acceso: 12 de febrero de 2019).
Para la política económica neoliberal el primer paso es el ajuste recesivo: el déficit público, honrar las deudas internacionales, tipos de cambio estables y predecibles, desmonte arancelario… (todo el «avance» propuesto por el denominado Consenso de Washington de 1989, más la aceptación de la disciplina impuesta por la Organización Mundial del Comercio desde 1995).
Nuestros países deben estar alertas ante los supuestos modernistas que más bien pretenden retrasar el bienestar de los pueblos y debilitar el empuje de la equidad social. En estos casos, es factible afirmar que detrás de todo ello está una ideología muy definida, que empuja un discurso y una práctica asociada a la defensa total del modelo de libre mercado, y pretende reducir el papel del Estado a la figura de un simple y discreto vigilante.
Mientras haya seres humanos, pensantes y parlantes, capaces de añorar cambios o de querer el statu quo, en sociedades siempre perfectibles, habrá ideologías (en plural).
Fander Falconí Benítez: economista ecológico y académico ecuatoriano.
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