Ahora que -de vez en cuando- emerge la consigna de que a la tercera va la vencida, proponemos acercarnos comprensivamente al surgimiento de la II República, con el propósito de aprender del pasado para actuar en el presente mirando al futuro.
Con sus limitaciones, la II República es una forma política concreta en la que destacan los derechos y libertades más avanzados del capitalismo (autonomismo, feminismo, laicismo, obrerismo). Cuando alguien se pregunta por las condiciones que la hicieron posible, o sea por su determinación histórica, resulta irremediable referirse a: lucha (bloques políticos republicano contra monárquico que condensa la reacción capitalista), entre clases explotadoras y explotadas, entre fracciones de la burguesía (nacionalistas), entre otras; luchas, que incluye el envoltorio ideológico de estas disputas políticas y que tienen su origen inmediato en las desigualdades económicas y en la competencia capitalista, pero cuyas bases están presupuestas en el específico desarrollo del modo de producción capitalista en la sociedad española (clases sociales). Capitalismo que, por otra parte, juega un papel determinado en la acumulación mundial de capital y en la materialidad del proceso capitalista de producción sobre el que se erige esta acumulación. Hemos de partir, por tanto, de aquí.
La gran empresa (capital monopolista), producto de la concentración y la centralización del capital (fusiones, absorciones, trusts, cárteles…) en muchas ocasiones apoyado en los bancos (capital financiero), será la portadora del tremendo avance en la producción de la plusvalía relativa. Las formas concretas serán los cambios en el proceso capitalista de producción (maquinismo, taylorismo, fordismo) y destacarán a USA y, en menor medida, a los países del capitalismo clásico (Reino Unido, Alemania, Francia), como las potencias industriales. En esta nueva división internacional del trabajo corresponderá a otra serie de países servir de proveedores de materias primas a los primeros, serán las colonias (Sudamérica, África, Asia). España no tiene las condiciones de una potencia industrial (mercado, capital financiero, tecnología, entre otras) ni tiene los recursos que los nuevos procesos productivos requieren, pero tiene algunas colonias.
Efectivamente, la España de los años treinta del siglo pasado es heredera del declive del gran imperio colonial español, aquel del que un rey declaró que no se ponía el sol. La geopolítica mundial está cambiando: la acumulación del capital toma la forma de enfrentamientos agudos entre naciones (imperialismo) que está dando paso a un cambiante reparto del mundo entre las principales potencias. La I Guerra Mundial es buena expresión de ello. A España le ha tocado ceder (no es una casualidad).
En 1898 se perdieron las últimas colonias americanas y asiáticas a manos del “amigo” estadounidense (Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Guam), las últimas de Oceanía serán vendidas a Alemania en 1899 y el reducto africano será un gran quebradero de cabeza con la Guerra del Rif (1921-1927), pero que viene de atrás. Todo ello pone de relieve la decadencia del imperio español y la consolidación de España como potencia de segundo orden.
El carácter subsidiario de España en las relaciones internacionales tendrá su correlato en la economía española, es lo que podríamos denominar la debilidad crónica del capital español. En general, sin embargo, el período se caracteriza por un lento crecimiento del económico con fuerte presencia de atraso, tanto en el agro (50% de la población activa) como de la incipiente industrialización marcada por el reducido tamaño y el atraso tecnológico, que conducen a la baja productividad. Geográficamente, la estructura de la propiedad de la tierra nos sitúa a dos Españas, la del norte donde es mayoritaria la pequeña propiedad y la del sur (Andalucía y Extremadura) donde predomina la gran propiedad (latifundio). Por su parte, la industria, se concentraba en Cataluña (textil), País Vasco (siderurgia), Asturias (minería) y Madrid. Las zonas urbanas son centros comerciales y administrativos, además de incorporar la pequeña producción artesanal y la manufactura, todo bastante enfocado al consumo interior. Esto solo le permitirá competir en el mercado mundial en una serie de productos (cítricos, aceite, vino, minería e hierro), mientras habrá de adoptar políticas proteccionistas para defender la producción interior (cereales, textil). Conviene anotar que, además, la economía española está conectada con el exterior por la presencia del capital extranjero (minería, ferrocarriles, comunicaciones, entre otros) y del movimiento migratorio de la fuerza de trabajo.
Por esta debilidad crónica del capital español, la coyuntura económica será adversa. Sin embargo, en momentos excepcionales como la mencionada IGM (gracias a la neutralidad) así como la dictadura de Primo de Rivera (intervención estatal, escasa repercusión del crack de 1929) le proporcionará unos años de rápido crecimiento basado en un mayor aperturismo. Estas coyunturas darán alas al desarrollo y organización de la clase obrera, que luego emplearán en los momentos de crisis económicas, es el caso de la II República española.
Este lento desarrollo capitalista imprime características específicas a la estructura de clases de la sociedad española, particularmente a las dos llamadas a ser mayoritarias, la burguesía y la asalariada. De modo que éstas se irán desarrollando a la par que el propio modo capitalista de producción, acelerándose cuando éste aumenta su crecimiento. También será responsable de la fuerte presencia de las formas precapitalistas (instituciones, ideologías, sectores de la población); bien feudales (monarquía, aristocracia, militares, eclesiásticos y terratenientes), bien mercantiles (campesino, artesanos y tenderos). Así, se originará una compleja estructura de clases sociales resultado de esta peculiar forma del desarrollo español del modo capitalista de producción.
Las condiciones de vida y de trabajo de la población muy vinculadas a la estructura social (clases sociales) así como a la coyuntura económica, se caracteriza en todo este período por la desigualdad extrema. A grandes rasgos (con cifras de 1930), la compleja y piramidal estructura social del capitalismo español nos muestra: los peor situados son los jornaleros y campesinos pobres que con jornadas diarias de 16 horas apenas ganan para sostener a sus familias (menos de 1.500 pesetas anuales), más del 80 por ciento son analfabetos y su esperanza de vida no llega a 30 años. Le siguen los obreros industriales: 12 a 14 horas diarias de trabajo por un salario anual de hasta 3.000 pesetas y viven hasta los 35 años de promedio. En el otro extremo está la burguesía terrateniente (en buena parte aristocrática), industrial, comercial y financiera con un ingreso anual de 150.000 pesetas y una esperanza de vida de 65 años. Entre medias están la burguesía profesional a la que se suman élites eclesiásticas y militares, con ingresos en torno a los 30.000; la pequeña burguesía (artesanos, tenderos, campesinos) entre 2 y 6 mil pesetas; los funcionarios y empleados (5 mil) y, por ejemplo, un maestro en torno a 4 mil pesetas anuales.
La polarización económica, que tiene su base en la división en clases perfilada por la coyuntura económica, se expresará en la polarización de la lucha de clases.
Así, la forma política resultante de este enfrentamiento, en un primer período caracterizado por la crisis de la monarquía, será conocido como el turnismo gubernamental entre conservadores y liberales sucediéndose alternativamente 17 jefes de gobierno durante el mandato de Alfonso XIII (1886-1931).
El bulo de «La Mano Negra» en los años ochenta del siglo XIX sirvió para descabezar las revueltas campesinas y jornaleras en Andalucía, consiguiendo ejecutar una decena de militantes y detener a más de 300, desarticulando así a la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), sucesora de la FRE-AIT (1870), en 1883. Más tarde, en 1886, la Huelga General en Madrid y Vizcaya, a raíz de las protestas minero-metalúrgicas, que tuvo como resultado varias decenas de muertos y cientos de detenidos. En 1888 se creará la Unión General de Trabajadores (UGT), pero antes (1879) se había creado el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). La Semana Trágica de Barcelona (1909), a raíz de la movilización contra la guerra de Marruecos, donde mueren más de cien personas y es fuertemente reprimida con 2.000 detenidos y la ejecución del anarquista Ferrer i Guardia. En 1910 se funda la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) de ideología anarcosindicalista. La Huelga general de 1917 convocada UGT-CNT en el ámbito nacional; con un saldo de 70 muertos y 2.000 encarcelados. También, en 1917, la revolución bolchevique rusa. la En el período del Trienio Bolchevique (1918-1921) se suceden numerosas ocupaciones de tierras y levantamientos jornalero-campesinos en Andalucía y Extremadura, que fueron reprimidos con 300 muertos y miles de detenidos. En 1921, como escisión bolchevique del PSOE, se funda el Partido Comunista de España (PCE). Por esa fecha, en el marco de la eterna guerra de Marruecos, se produce el desastre de Annual. En Cataluña se desarrolla la etapa del Pistolerismo (1919-1923) con más de 200 sindicalistas y patronos muertos, numerosas ejecuciones extrajudiciales destacando la de Salvador Seguí (1923), líder de la CNT.
Con el auge del movimiento obrero y autonomista, así como del modernista, la lucha de clases se expresará como el enfrentamiento entre las formas reaccionarias (monárquicos) y avanzadas (republicanos) y sus respectivos bloques políticos. Ante el deterioro político, que suma el descontento por el desastre de Annual (1921), las clases dominantes solo ven la salida en la recurrente solución militar.
Efectivamente, en 1923, el general Primo de Rivera dará un golpe de estado y establecerá una dictadura (1923-1930) apoyada por las clases dominantes encabezadas por la monarquía. La lucha de clases no cesará incluso se alimentará de las aspiraciones nacionalistas de algunas burguesías regionales, como la catalana. El número de encarcelaciones por estos motivos sobrepasará los 10 mil, así como habrá cientos de dirigentes obreros exiliados. En 1927 se crea la Federación Anarquista Ibérica (FAI), que defiende el anarquismo puro frente al avance sindicalista de la CNT. El deterioro político, que añade el descontento de los fracasos militares en África (aquí los africanistas no fueron tan efectivos), profundiza la deslegitimación de la monarquía sumiendo en el desconcierto a las clases dominantes.
Las fuerzas políticas republicanas, en 1930, firmarían el Pacto de San Sebastián donde acuerdan sublevarse (el 12 se produce la sublevación de Jaca, tras su fracaso el Gobierno fusila a los generales Galán y Hernández). Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dan la victoria a la coalición republicana en las principales capitales de provincia y, el 14 de abril, Alfonso XIII abandona España horas después de que el comité republicano proclame la República Española.
Ésta se nos ha revelado como la forma política, resultante del enfrentamiento de dos bloques políticos, republicanos (con carácter interclasista) y monárquicos, en torno a la modernización y el avance social (derechos y libertades) de la sociedad española; lucha de clases que se agudiza tanto por el agotamiento de soluciones para las clases dominantes (crisis de legitimidad), como por la favorable coyuntura económica que permitirá la reorganización de las clases dominadas; lucha de clases, no obstante, que se asienta en la complejidad social de España caracterizada por la incorporación e influencia de las formas precapitalistas a la división social propia del modo capitalista de producción, burguesía y proletariado; peculiar complejidad social originada por el lento desarrollo del capitalismo español, que tiene su base en el secundario papel que desempeña este capital (puesto de manifiesto en la pérdida de las colonias) en la acumulación mundial (capitalismo monopolista) donde predomina el enfrentamiento (reparto del mundo entre potencias, I GM) y la crisis de sobreproducción (crack bursátil del 1929); acumulación que está siendo sacudida por la nueva división internacional del trabajo (potencias y colonias) que es el resultado del descomunal desarrollo de las fuerzas productivas que significa la segunda revolución industrial (maquinismo, taylorismo, fordismo) aplicada a la producción del plusvalor.
Sé que no es una respuesta simple, pero es lo que tiene profundizar en la búsqueda de la necesidad de existir que tienen las formas concretas, o sea cuando no te detienes en la apariencia inmediata de la forma histórica precedente. Porque ésta también tiene su propia necesidad de existir. Eso es lo que significa, para mí, comprender.
Pedro Andrés González Ruiz, autor del blog Criticonomia
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