En este artículo la autora reflexiona sobre la importancia de la conciencia de clase, determinante para la toma de partido de las clases trabajadoras en la lucha de clases.
La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. Y esa es una verdad que no solo se reduce a las sociedades capitalistas. En otros modos de producción, como el esclavista o el feudal, también había clases: esclavos y señores, siervos y nobles. El modo capitalista de producción, bajo el cual vivimos hoy, también tiene sus clases, la de los burgueses y la de los trabajadores. Y esa pelea tiene lugar en la vida cotidiana. Los dueños del capital dominan la vida de los trabajadores que buscan, por diferentes vías, liberarse. Esa es la batalla cotidiana en todas las épocas, pues, en el fondo, ¿a quién le gusta ser dominado, subyugado, humillado? ¡A nadie!
En virtud de esa verdad inapelable la lucha de clases se expresa en todos los espacios, incluso en las redes sociales. Ahí la lucha es dura porque, como los dueños del capital son quienes controlan las plataformas, las notas que dan cuenta de las luchas y de las rebeldías de los trabajadores no circulan tanto. Es la llamada “dictadura del algoritmo”. Es muy probable que hayamos escuchado hablar en demasiadas ocasiones de la “dictadura de Maduro”, pero apenas de la de los milmillonarios que dominan los medios y deciden lo que hemos de ver en nuestra pantalla del celular. Por esa razón apenas veremos alguna cosa sobre la resistencia heroica del pueblo palestino frente al genocidio promovido por Israel, mientras que veremos posts de cantidad de personas que defienden a Israel y muestran al pueblo árabe como un pueblo de criminales.
También veremos numerosas lamentaciones de Bolsonaro y de sus hijos pidiendo amnistía, pero raramente veremos la memoria de las lamentaciones y de la desesperación de quien sufrió el abandono del Estado en tiempos de pandemia. Más de 800.000 personas murieron por la negligencia de quienes ahora lloran porque están a punto de enfrentarse a la justicia.
Lo mismo podemos decir de las acciones del millonario/presidente de Estados Unidos que, desde que asumió el gobierno en aquel país, viene cometiendo barbaridades. Amenaza con invadir países, censura profesores, realiza detenciones ilegales, usa leyes de guerra para enviar inmigrantes a prisiones en El Salvador; todo ello se ofrece como simples “noticias”, sin añadir ningún adjetivo de cualquier clase a Donald Trump. Imaginad que se fuese Nicolás Maduro quién hiciese eso, u otro presidente de cualquier país: serían tildados de locos, tiranos, dictadores.
Obviamente, eso no sorprende a quienes saben cómo avanza el mundo y cómo se expresa la lucha de clases. Pero, como gran parte de la población permanece alienada en ese debate, las “noticias” que se esgrimen en las redes y en los medios de comunicación son solo informaciones inconexas que causan un furor momentáneo, pero que inmediatamente se diluyen en el aire, en cuanto surje una novedad más interesante que la política, tal vez algún cotilleo sensacionalista que afecte a algún famoso o alguna famosa.
La semana pasada, por ejemplo, Argentina fue testigo de grandes manifestaciones protagonizadas por las personas jubiladas de ese país, que viven en en una profunda crisis, pérdida de su poder adquisitivo y afectados por la miseria. Algún que otro post de la marcha, de la acción de la policía y listo. Casi ninguna mención al gobierno de Javier Milei, que viene desmantelando el país y la vida de los trabajadores. Por el contrario, cuando el nombre del tipo aparece, es para decir alguna cosa buena sobre él, aún con todas las evidencias de que el tal presidente robó la nación, abusó de la confianza de las personas e publicitó inversiones podridas.
Ahí seguimos, en esa carretera pedregosa de la lucha sin fin, cuyo objetivo es informar al trabajador para que pueda percibirse dentro de esa batalla contra la clase dominante. Finalmente, no son pocos los que asumen el discurso de los ricos y de los poderosos como si fuera suyo. No se consideran parte de la clase dominada y defienden a quienes les oprimen. Pensad que hay quien, siendo trabajador, se abraza a una bandera de Israel en defensa del genocidio palestino, creyendo cándidamente que los árabes son bandidos por naturaleza, o defiende al tal Trump como el salvador de la patria, cuando en verdad es quien está destruyendo las posibilidades de vida en los países dependientes. Hay quien adora a Bolsonaro, sin comprender que tan solo es el gerente de la clase dominante, que busca rebañar cuanto pueda para su provecho propio sin pensar en la población. Hay quien ama a Elon Musk creyendo que es un benefactor de la humanidad.
Todo eso es la lucha de clases expresándose. De ahí la importancia de la conciencia de clase, que es justamente saber en qué lugar estamos situados en el gran juego del capital. Si somos de la clase trabajadora, tenemos que saber exactamente lo que históricamente debemos hacer, cuáles son nuestros intereses, qué posición debemos tomar, qué banderas defender. En el mundo capitalista los dueños del capital –la clase dominante (burguesía)– son una pequeña cantidad de personas (1%) que acumulan casi toda la riqueza del mundo. El 99% restante de los seres humanos pertenecen a la clase de los trabajadores, aquellos que solo tienen sus cuerpos, su fuerza de trabajo, para vender. Entonces, ¿por qué no se rebelan? ¿Por qué defienden a sus opresores? Porque no tienen conciencia de clase. ¿Y los ricos? Ah.. ellos sí tienen conciencia de clases… y defienden en todo momento sus intereses.
Esta es nuestra ardua tarea, revelar lo que se esconde, desvelar los intereses de la clase dominante, que no son los nuestros, buscar la raíz de los problemas y de los dramas que acosan a los trabajadores para que, a partir de la reflexión crítica de la realidad, la conciencia de clase pueda brotar. Verse como trabajador, como parte de una clase explotada y oprimida y, a partir de ahí, moverse para la transformación.
Es un hecho que en los tiempos actuales el volumen excesivo de información –gran parte mentiras o ideología de la clase dominante– ha dificultado ese proceso. Pero no debemos fallecer. El mundo cambia y se transforma a partir de la lucha y el cambio llega, más tarde o más pronto. Tenemos dos opciones: o esperamos el proceso sentados, lloriqueando, o aceleramos la llegada de esa victoria en la batalla de la vida.
Los desafíos son grandes, pero ¿cuándo no lo fueron? Pensad en los siervos de las glebas feudales ante los nobles, o los esclavos ante los ladrones de cuerpos y de vidas… No había tiempo para llorar, como tampoco lo tenemos ahora. Cuando se tiene conciencia de clase la gente avanza, espada en mano, batiéndose contra los villanos.
Entonces, como diría Artigas: ¡A la carga!
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