Algunas veces no sabemos por qué ocurre lo que ocurre en las elecciones. El gobierno de coalición, con el PSOE a la cabeza, ha hecho muchísimas cosas a favor de las clases trabajadoras. No hace falta enumerarlas. Todos las conocemos. Pero después, a la hora de votar, muchos trabajadores votan al PP, un partido político […]
Algunas veces no sabemos por qué ocurre lo que ocurre en las elecciones. El gobierno de coalición, con el PSOE a la cabeza, ha hecho muchísimas cosas a favor de las clases trabajadoras. No hace falta enumerarlas. Todos las conocemos. Pero después, a la hora de votar, muchos trabajadores votan al PP, un partido político que manifiestamente favorece a los grandes capitalistas y cuya política económica liberal siempre tiende a debilitar el sector público de la economía y fortalecer al sector privado. No sabemos por qué ocurren estas cosas. Y por mucho que mostremos los datos que objetivamente hablan bien del gobierno de coalición y de su compromiso firme con las clases trabajadores, dichos datos no terminan por calar en una buena parte de la población. Se habla después de que no ha habido una buena política de comunicación. También se afirma que las alianzas necesarias del PSOE con Bildu y los independentistas catalanes les ha perjudicado. La cuestión es que no se termina por saber cómo piensan y deciden sus votos muchos miembros de las clases trabajadoras.
He estado estudiando un libro de L.S. Vygotsky, uno de los fundadores de la psicología contemporánea, titulado La imaginación y el arte en la infancia. En el capítulo III, donde habla de la imaginación creadora, nos transcribe un pequeño cuento de una niña de cinco años y medio con el que pone de manifiesto la tendencia de los niños a exagerar, esto ocurre igualmente en los adultos, destacando la influencia y el dominio que ejerce el sentimiento interno sobre las impresiones externas. Este es el pequeño cuento: “Había una vez un rey que tenía una hija chiquitita, tendida en su cuna, y al acercarse a ella supo que era su hija. Luego se casó. Cuando estaban sentados a la mesa, le dijo el rey: tráeme, por favor, un jarrón de cerveza. Ella le trajo entonces una jarra de cerveza que medía tres varas de alta. Después se durmieron todos, menos el rey que los velaba, y si no se han muerto aún, estarán vivos todavía”.
Vygotsky pone de ejemplo este cuento para poner de manifiesto la tendencia de los niños a exagerar: una jarra de cerveza de 3 varas de alta. Pero en este ejemplo se pone manifiesto más cosas: por un lado, la arbitrariedad, y, por otro lado, el predominio de los sentimientos y anhelos internos sobre las impresiones objetivas. El lenguaje es el medio de expresión que permite lograr dos objetivos fundamentales: por una parte, constituir un reino independiente de la realidad, y, por otra parte, falsear la realidad. Cuando hablo de falsear la realidad no estoy señalando la intencionalidad del sujeto con el propósito de querer engañar, sino la tendencia del sujeto a que sea el sentimiento interno el que predomine sobre las impresiones externas.
El lenguaje, cualquier lenguaje, nunca se aparta por completo de la realidad. Las palabras tienen un significado social en sí mismas. De manera que por muy disparatado que nos parezca un discurso, siempre tendrá algún tipo de conexión con la realidad. Enumeremos las cosas reales de las que habla la niña a pesar de lo disparatado de su historia: rey, padre, hija, cuna, matrimonio, cerveza, dormir, vida y muerte. Así que el lenguaje siempre conecta con la realidad. Otra cosa es que el sentido del lenguaje contradiga al sentido de la realidad. La cuestión ahora sería preguntarse cómo es posible que el sentido del leguaje se imponga sobre el sentido de la realidad, aunque lo contradiga de manera manifiesta. La explicación la proporciona la tesis de Vygotsky: el sentimiento interno domina a las impresiones externas. Así que hay que prestarles más atención a los sentimientos internos y no apelar solamente a la conciencia. Y de esto deberían tomar buena nota los líderes de izquierda.
Hablemos pues de los sentimientos. Para eso nos ayudaremos de Hegel. Extraeremos las ideas de su obra titulada Filosofía de la religión. Enumero las ideas fundamentales sobre el sentimiento. “Yo tengo sentimientos de cosas sensible y también morales”. Tenemos sentimientos de todo, incluida de cosas políticas. “Tener en el sentimiento significa que un contenido es mío; es sentimiento de un contenido y a la vez sentimiento de sí mismo”. “El sentimiento es tal que mi particularidad está a la vez ligada con él”. “Por eso el sentimiento es algo tan estimado, porque cuando sentimos también nosotros estamos ahí personalmente, subjetivamente, según nuestra particularidad y peculiaridad”. “Un carácter que tiene una meta firme y que la persigue durante toda una vida puede ser ahí muy frío; él no posee sino la cosa, esta meta. Por el contrario, el calor del sentimiento significa que yo estoy en la cosa simultáneamente con mi particularidad…”. “Se exige que no solamente sepamos, tengamos conciencia y estemos convencido de Dios, del derecho, etc., sino también que eso se encuentre en nuestro sentimiento, en nuestro corazón”. “Un ser humano que tiene el derecho en el corazón, está identificado con el espíritu”. “Para obrar según los principios también hace falta no solamente que se los sepa, sino que ellos estén en el corazón”.
Los políticos de izquierda deben pensar que no basta solamente con hablar de los fríos datos, de la “verdad” de la realidad, sino que deben hablarle también al corazón, para que quien los escuche se encuentre unido en su particularidad con aquello de lo que se les habla. Es bueno y necesario hablar de la justicia social, de la igualdad, del Estado del bienestar, pero no puede ser un simple llamamiento a la fría conciencia, es necesario conectar con el corazón y hablar con el corazón y para el corazón. La fortaleza de la religión está en sentimiento. Al igual que la fortaleza del populismo está en el sentimiento. La esencia del populismo no está en que se hable a los sentimientos, sino que cuando se habla a los sentimientos se hace para falsear la realidad. Si la izquierda quiere recuperar su influencia social, tiene que hablar también a los sentimientos, al corazón. Puesto que de ese modo las ideas progresistas no solo estarán en la conciencia de las grandes masas sociales, sino también que esas masas sociales con todas sus particularidades están en esas ideas. Con la conciencia acercamos el objeto al sujeto, mientras que con los sentimientos acercamos y fundimos el sujeto con el objeto. Con la conciencia nos elevamos a lo general, pero con el corazón descendemos a lo particular. Y lo mejor, siempre será la mejor, es unir con un fuerte lazo lo general con la particular.
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