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La ingente, esencial e imborrable tarea de Sacristán como traductor

Fuentes: Rebelión

En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán Salvador López Arnal analiza la faceta de Sacristán como traductor.


Para Xavier Juncosa y Joan Benach, en recuerdo de «Integral Sacristán»


Los trabajos de traducción del autor de Panfletos y materiales han sido una de las caras más relevantes del «Poliedro Sacristán» (Xavier Juncosa). Muchos estudiosos y conocedores de su obra se han manifestado así en este año del primer centenario de su nacimiento. Joaquín Sempere habló ya en su día de la labor socrático-traductora de su maestro y amigo.

Pretendo en este artículo dar cuenta de las reflexiones del propio Sacristán sobre el oficio de traductor y su propio trabajo, ilustrar su buen hacer con algunos ejemplos, mostrar algunas de sus notas de traductor, dar un listado revisado de sus traducciones que toma pie en el excelente trabajo pionero de Juan-Ramón Capella1 y extraer finalmente algunas conclusiones.

«A todos mis amigos, editores o no: Con esta fecha me comprometo conmigo mismo a no escribir nunca más por encargo, particularmente prólogos, presentaciones, aportaciones a volúmenes de varios autores, respuestas a preguntas que vayan a ser publicadas como entrevistas; sino solo y siempre por iniciativa mía». Nota de Sacristán de 1 de junio de 1970. En lo que respecta a sus traducciones, solo en algún caso no pudo ser totalmente coherente con su propósito.

1. El mundo de la matemática como ejemplo

El mundo de la matemática, observaba Sacristán en su texto de presentación de Sigma, una extensa y documentada obra de divulgación matemática publicada en España en seis volúmenes en 1968 cuya traducción coordinó, era ya el mundo en el que vivíamos. Lo sería en mayor medida para las próximas generaciones. La frase de Galileo según la cual el libro de la naturaleza estaba escrito con caracteres matemáticos había resultado tener «la permanente verdad de las metáforas poéticas más auténticas».

La antología de James R. Newman era un libro cuya sensible composición atendía de un modo u otro a todos los motivos que se habían ido aduciendo para presentarlo. Atendía ante todo a la educación en ese pensamiento matemático cuya importancia iba a aumentar para las nuevas generaciones.

Newman tenía títulos y autoridad para llevar a cabo una empresa de esta calidad y dimensiones, «mucho mayores aún en perspectivas que en páginas». La exposición, a la vez seria y educativa o elemental de temas matemáticos profundos, no era un arte en el que tuviera que ponerse a prueba por primera vez. Hacía algunos años había publicado en colaboración con Ernest Nagel «una exposición didáctica del teorema de Gödel que es una pieza clásica de divulgación2». La antología no se quedaba a la zaga de este ensayo de divulgación sobre el teorema de incompletitud, estudiado y anotado por Sacristán3.

No fue, desde luego, este ámbito de la matemática, de su historia y filosofía, el único en el que destacaron los trabajos de traducción, presentación y edición de Sacristán. Un año después de la publicación de SIGMA, el 31 de octubre de 1969, Margarite Picut, de Éditions d’Art Albert Skira, le escribía encargándole un trabajo que debía realizar en «un délai assez court», en muy poco tiempo.

Se trataba de la traducción de una monografía de Degas que había aparecido en la colección «Le goût de notre temps» de la editorial suiza. La versión completa debía estar en manos de la editorial antes del 15 de diciembre, un mes y medio después. Picut calculaba que el encargo significaba la traducción de unas 14 mil palabras del texto y unas mil más de notas. Después de darle cuenta de las pautas de retribución, le preguntaba si podía realizar la tarea y, más concretamente, si podía asegurarle que podía terminarla antes de la fecha indicada.

Sacristán, que llevaba entonces casi diez años ganándose la vida con el oficio, unos 50 libros traducidos hasta el momento4, respondió afirmativamente el 3 de noviembre de 1969: le era posible traducir la monografía en los plazos señalados ya que, según la propia descripción de M. Picut, el texto no debía tener más de 50 hojas dactilográficas. El traductor rogaba a Editions d’Art Albert Skira que para poder cumplir mejor le enviaran el original lo más pronto posible. Añadía que esa misma mañana había recibido los honorarios correspondientes a su traducción de La peinture américaine5.

El 11 de diciembre, cuatro días antes del plazo previsto, escribía a Editions d’Art informándoles que acababa de enviarles la traducción e incluía en su carta un singular comentario: dado que había acabado antes del 15 de diciembre, había podido traducir también las fechas y las concordancias, los títulos de las tablas y los comentarios fuera del texto que daba el autor, la bibliografía y el índice de los nombres citados. «Esto acaso les pueda ser útil para localizarlo con más rapidez. No debería contar esta tarea para el cálculo de mis honorarios: esta es una tarea que ustedes no me han pedido y que la redacción de su editorial podía haber realizado por su cuenta. Tenía un cierto interés en preparar estas páginas para facilitar la homogeneidad de los términos» [la cursiva es mía]. El director de la edición castellana encontraría una breve anotación donde se hablaba específicamente de bibliografía. Valía la pena adjuntar a ella los tres títulos traducidos que él citaba con detalle en su carta.

No fueron estas las únicas ocasiones en que Sacristán realizó traducciones para editoriales o instituciones extranjeras. Pocos meses después llegaría a ser traductor externo de la UNESCO gracias a la iniciativa y apoyo de Francisco Fernández Santos, el autor de Historia y Filosofía: ensayos de dialéctica6.

Veamos ahora cuales fueron las principales consideraciones filosóficas de Sacristán, también laborales y de vida cotidiana, sobre el que fue uno de sus oficios.

2. Reflexiones sobre traducción, trabajo y lenguaje

Conversando con tres estudiantes de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), Sacristán explicó detalladamente a principios de los ochenta como entendía el trabajo de traductor. Presentada por Fernando Valls y realizada por María D. Herrera, Silvia Estapé y Lourdes Mañé para la revista CTI (Cuadernos de traducción e interpretación), «Hablando con Manuel Sacristán sobre la traducción7» es una extensa entrevista en la que el traductor de El Capital y El Banquete da cuenta de sus trabajos y aportaciones, de las dificultades del oficio y de las prácticas de la censura franquista. También de aspectos de la historia editorial y política española de aquellos años.

Pocos meses antes, La Vanguardia de 8 de diciembre de 1981 había publicado sendas aproximaciones sobre él y José Mª Valverde centradas en su labor de traductores8. El entrevistador, Esteban Lines, los presentaba con elogiosas palabras:

En el mundo tantas veces olvidado y denotado de los traductores en lengua castellana, José Mª Valverde y Manuel Sacristán son, quizás, unas de las pocas excepciones comúnmente aceptadas. Las traducciones literarias del primero y las filosóficas y científicas del segundo de ellos merecen cuando menos, ser recordadas y enjuiciadas en todo su valor. Que no es poco. Ellos han dado vida a Joyce, Heine, Shakespeare, Marx, Gramsci y la Biblia. Sus facetas como traductores se engloban dentro de unas producciones personales e intelectuales mucho más extensas y variadas…

El apartado dedicado a Sacristán llevaba por título: «No traducir nunca por obligación», consistente con su nota de 1970. Su vida, comentó en la entrevista, había tenido desgraciadamente mucho riesgo, mucha aleatoriedad, había sido «una vida no asegurada». Finalizaba su conversación con Lines comentando que no creía haber hecho nunca traducciones muy malas, «pero sí he hecho algunas traducciones muertas». «Traducciones muertas» fue, precisamente, uno los conceptos comentados en la entrevista para CTI. Veamos su desarrollo:

¿Cómo podía definirse una traducción? fue la pregunta que abrió el diálogo. Sacristán respondió concisa y académicamente: «Una traducción es pasar unas significaciones de una lengua a otra».

«Qué debía ser entonces una traducción bien hecha», replicaron las entrevistadoras. Contestar en serio sólo podía ser el resultado de una larga conversación porque cambiaba mucho «lo que espera uno de una traducción bien hecha». Podía encontrarse desde la opinión más pesimista, el célebre traductore tradittore, todo traductor traiciona, hasta las versiones más optimistas. Goethe, por ejemplo, pensaba que lo único importante de una poesía era lo que se podía conservar en una traducción.

Dependía, pues, de lo que cada uno pensara que se podía conseguir. Sacristán se acercaba más, aunque no del todo, a una opinión optimista como la del autor de Poesía y verdad: una buena traducción era aquella que debía dejar muy poca nostalgia de lo traducido, sin que con ello sostuviera la optimista opinión de pensar que todo lo que tuviera contenido poético se podía traducir. Lamentablemente, no era el caso.

Qué era entonces un buen traductor, cómo debía formarse, le preguntaron las estudiantes de la UAB. A Sacristán le parecía que en la preparación y formación de un traductor iban a jugar al final menos «los elementos de preparación técnica que recibe en la escuela de traductores, que la profundidad de su cultura». Se podía ser un excelente traductor de poesía o de física de partículas siendo un poeta o un físico y no habiendo estudiado nunca en una escuela de traducción. También a la inversa: se podía ser un pésimo traductor habiendo estudiado diez o más años en una escuela de traductores, pero no siendo conocedor profundo de ningún campo determinado.

¿Se podía enseñar a traducir? Se podía, por supuesto que que se podía. Se podía prestar ayuda efectiva a la persona que quisiera aprender, ayuda que, fundamentalmente, podía resumirse en unos pocos consejos: facilitar la formación, «línea en la que puede ayudar a aprender a traducir cualquiera, aunque él mismo no traduzca, sólo con que se sea un buen maestro en algo», vigilando el trabajo que hace «un principiante e indicándole ingenuidades o pequeños errores».

En todo caso, lo señalado era lo de menos. Lo decisivo era el dominio, «la verdadera vida, de la propia lengua». Se podía ser muy buen traductor del inglés9 sin saber pronunciarlo, pero si se traducía al castellano o al catalán, por ejemplo, no se podía «ser buen traductor del inglés ni de nada si no se tienen buenos conocimientos» de esos dos idiomas. Su caso. La lengua de partida era esencial y ayudar a vivir la lengua materna era también otra manera de ser un buen traductor.

El ser traductor tenía mucho de trabajo no mecánico, de creación artística, no era un asunto algoritmizable10. Este tipo de tareas no se podían enseñar: «te ayudan, pero se hace uno».

Aparte de los conocimientos que se tuvieran en determinados ámbitos en los que se iba a trabajar, era necesaria una dedicación total o podía compaginarse el trabajo del traductor con otras dedicaciones, se le preguntó a continuación.

Dependía, en su opinión. Si uno hacía una traducción de la que no necesitaba vivir, aunque «vamos a hablar de cosas prácticas, tanto vosotras como yo hemos o vais a hacer traducciones por razones muy elementales: hay que vivir y es un trabajo que uno puede hacer con gusto para vivir», si uno no iba a vivir con ese trabajo estaba claro que se podían hacer buenas traducciones sin necesidad de dedicarse profesionalmente11. No había duda, por supuesto que sí.

Lo que estaban comentando era muy evidente sobre todo en poesía. Por regla general, el traductor de poesía nunca vivía del oficio, era generalmente un poeta. El mejor traductor de poesía era un poeta que hacía, a lo largo de su vida, unas pocas traducciones. En cambio, si había que vivir de ello, era muy difícil simultanearlo con otra cosa «a menos de aceptar una situación de bastante pobreza». Era un verdadero problema, especialmente si se pensaba en la situación en nuestro país. En España, la traducción estaba muy mal pagada. En su experiencia profesional, «las pocas veces que he tenido encargos extranjeros12, he cobrado entre ocho y diez veces más que aquí. ¡No el doble, sino ocho o diez veces más que aquí!». Habían sido encargos bastante específicos, lo que le permitía calcular que, de media, se debían pagar cuatro o cinco veces más.

En España, para vivir de la traducción, tal como estaba entonces la situación impuesta por el mercado, «traducir para editoriales –otra cosa es el traductor jurado13–, si nos referimos a la traducción literaria y científica, es imposible (aunque sea admitiendo que uno es pobre, que no tiene coche14, que no tiene televisión en color) con menos de seis horas de trabajo diario».

En esas condiciones era además muy difícil tener otra profesión. Se podía trabajar así durante unos años, sobre todo siendo joven, incluso hasta una cierta edad abusando de uno mismo. Él mismo lo había hecho durante mucho tiempo. «Hacía de profesor aquí (Facultad de Económicas, UB15) en otras épocas en las que apenas se cobraba y, en realidad, vivía de traducir». Pero esa situación se aguantaba hasta cierta edad. «Luego es difícil y, además, aunque uno lo soporte físicamente corre el riesgo de hacerlo mal todo, la traducción y el otro trabajo».

Las entrevistadoras le recordaron que había observado antes que era necesario conocer muy bien la lengua o lenguas propias: ¿creía entonces que un traductor tenía que ser, sobre todo, un buen escritor?

No había ninguna ninguna duda: sí, respondió. Por eso creía que uno de los tres ámbitos en los que se podía ayudar a alguien a ser un buen traductor era en el dominio, el máximo posible, de la propia lengua. Un «buen escritor» no tenía por qué querer decir necesariamente un gran poeta o un novelista destacado. No era condición necesaria, tampoco suficiente por otra parte, pero sí convenía que el traductor fuera una persona que escribiera bien en su lengua.

Por tanto, colegían las estudiantes de la UAB, para llegar a ser un buen traductor se necesitaba práctica, experiencia. La permanencia durante tres o cuatro años en una escuela de traductores, ¿podía ayudar?

Seguro que podía, aunque debía confesar que desgraciadamente no sabía exactamente cuál era la situación de la EUTI, de la escuela de traductores. «No sé lo que hacéis, ni el plan de estudios. Pero poder, claro que se puede, sin duda, aunque no fuera más que haciendo ver a la gente que empieza cuáles son las necesidades que tiene que cubrir, desde la lengua hasta el buen conocimiento del algún campo, de una buena práctica».

Qué tipo de problemas presentaban las distintas lenguas en las que había trabajado16, le preguntaron.

Por una parte y hablando en general, aparecían los problemas técnicos. Eran menores los que planteaba la lengua de la que se partía, la lengua extranjera; los problemas principales estaban en la lengua a la que se traducía, normalmente la lengua materna del traductor. Aquí era donde había que resolver las cosas. Habían hablado de ello anteriormente.

Existían también problemas secundarios, menores. Una traducción del inglés podía resultar en castellano, la lengua a la que él había traducido casi siempre, una traducción seca si era muy literal. Una del alemán al revés, podría resultar demasiado barroca si era tan literal. Al traducir del italiano se atrevía a dar un consejo técnico: estar en guardia contra la falsedad de su parecido con el castellano, que en realidad era una gran trampa. Se caía, se podía caer fácilmente, en italianismos: «Si repasáis –o con los años–, veréis que los traductores del italiano son quizás más víctimas de la lengua de la que traducen. Son los que más italianismos hacen porque van con mucha alegría, convencidos en muchos casos de que se parece tanto al castellano que no hay forma de equivocarse». Eran los que más se dejaban influir por la sintaxis del idioma traducido.

Pero, desde su punto de vista, insistía el que fue traductor de Labriola, Gramsci, Della Volpe, Geymonat, Togliatti y Rosa Rossi, los comentados eran problemas secundarios, no centrales. Las dificultades graves estaban en la lengua de cada uno, allí es donde tenía que resolverse verdaderamente el asunto, dando por supuesto que se conocía suficientemente bien la lengua extranjera para traducirla. Sin esa condición, nada era posible.

¿Era necesario conocer también la cultura de la lengua extranjera, del idioma del que se traducía?

La exigencia estaba incluida en lo comentado. Primero eran los conocimientos generales, la cultura. Pero era verdad que el carácter secundario de los problemas de la lengua traducida cambiaban mucho según se tradujera literatura artística o científica. «En el caso de la literatura artística, poesía o prosa imaginativa, se hacen más importantes los problemas porque hay que intentar reproducir o, mejor dicho, reconstruir algo parecido al estilo del original, algo que evoque su estilo». La situación cambiaba mucho según las lenguas, sobre todo si eran románicas o germánicas.

Era imposible dar reglas precisas porque al intentar reconstruir en la lengua o lenguas propias a un autor artístico, un poeta, un novelista o incluso un historiador con mucha calidad de prosa, se podría ver en cada uno de ellos un problema distinto. Y además no estaba dicho que fuera siempre más difícil en una lengua germánica que en una latina. Una ilustración de lo acababa de comentar, de su propia experiencia: «Probablemente el autor, o uno de los autores (para no exagerar), con el que he tenido más dificultades en muchos años no era un autor alemán sino un italiano, Della Volpe17, que escribía al dictado y luego recogía el texto que le habían tomado dando a veces periodos de página y media y, claro, la reconstrucción era entonces delicada y difícil». Cada caso era único. No parecía que fueran problemas susceptibles de permitir reglas generales para su solución.

Las estudiantes de la EUTI le señalaron una duda. En muchos textos aparecían imágenes o metáforas que únicamente podían entender bien los lectores del libro en su lengua original. ¿Se tenía que dejar esa misma imagen o había que buscar una frase similar en la lengua de la traducción?

En términos generales, había que buscar una oración similar en el idioma al que se traducía, no había duda para Sacristán. Si el traductor de la obra al castellano se encontraba en alemán con la oración «De noche todas las vacas son negras18», había que traducirla por «todos los gatos son pardos» que era la frase castellana hecha19. Si se obraba así, se hacía una traducción literaria, una verdadera traducción20, literaria en un sentido muy amplio. El ejemplo que había elegido era de filosofía. «Es muy curioso de todas maneras que los traductores no demasiado competentes acaben por tener un peso grande en la lengua, un peso muy serio». No sólo los traductores: ¡pobres traductores!, también la gente que traducía sin ser traductor.

Los profesores de economía, por ejemplo, estaban introduciendo cambios erróneos, feísimos en su opinión, en el castellano técnico. Ocurría en su propia facultad, en Económicas. Algunos de esos cambios eran peor que feos, eran horribles. Ya todo el mundo decía «el ratio entre dos variables económicas», la proporción entre dos variables. Estudiando economía en Inglaterra o en Estados Unidos, habían entendido «la palabra racio como masculina porque el inglés no te enseña si es masculina o femenina. Ahora bien, la palabra racio es latina; por lo tanto, nuestra y femenina». Pero volvían con el racio de mala traducción y ya lo decía todo el mundo.

Situaciones así eran elásticas en términos generales aunque en algunos casos eran «sublevantes y valdría la pena luchar contra ellas». Siendo latinos, decir «el racio» era triste, «verdaderamente tristísimo». Pero había que admitir, reconocía Sacristán con tristeza, que en algunas ocasiones la desviación lingüística fruto de hegemonías culturales era invencible.

La temática tratada, le preguntaron a continuación, ¿condicionaba la traducción?

El tema forzaba a elecciones de léxico e incluso a algunos otros rasgos de estilo. Sin ningún género de duda. Era evidente que los matemáticos tenían un estilo propio; los físicos otro, «más bien un conjunto de ellos», una tendencia a escribir de cierta manera. «Tiene mucha más prosa, por así decirlo, un libro de historia o incluso de geografía que un libro de química». Era evidente. El tema condicionaba mucho, pero también el léxico, la preparación del traductor y sus rasgos propios en la manera de expresarse.

Entonces, ¿la traducción literaria y la científica presentaban problemas diferentes? El planteamiento a la hora de traducir ¿era también diferente en su opinión?

No era lo mismo, eran trabajos distintos. A él le parecía que el traductor científico, al igual que el artístico, tenía que leer cuidadosamente el ensayo antes de traducir, tenía que «bañarse» en él. «Si uno tiene que traducir una novela, no digamos un poema, lo primero es intentar empaparse antes de empezar a traducir». Y, en cierto sentido, también pasaba lo mismo al traducir un libro científico.

Por de pronto, había una primera precaución que tomar: se debía estar seguro de entender todos los detalles del libro, no sólo sus líneas generales y, si no, se tenía que tener resueltas antes de empezar las dificultades que hubiere. «Lo que pasa es que con un libro científico (me parece a mí, sin salirme de mi experiencia y sin querer generalizar) nunca he tardado más de un día, cuatro o cinco horas, en darme cuenta si lo podía traducir con facilidad o si tenía problemas».

En cambio, si se tenía que traducir una novela, tarea que había hecho muy pocas veces21, había que leérsela entera o, cuanto menos, había que intentar llegar a tener la sensación de cómo se iba a traducir. En el caso de los libros científicos no era necesario. Bastaba con empaparse de ellos para ver si se dominaba el contenido y, en el caso de tener dudas, ya lo había comentado, se tenía que consultar con una persona competente para resolverlas. Todas ellas, sin excepción y sin trampas.

Las diferencias existían en cualquier caso. Era más fácil saber a qué atenerse en el caso del libro científico, pero, en cambio, el trabajo previo, «la preparación, la acumulación de conocimientos, era de más peso en la traducción científica que en la artística».

La traducción literaria, insistieron las estudiantes de la UAB, ¿debía ser libre o más bien literal?

Sacristán prefería ser lo más fiel posible, incluso en un libro muy artístico. A medida que se hacía cada vez más artístico, más poético, le parecía cada vez más desesperado traducir. Walter Benjamin, el filósofo que había publicado bastante sobre la traducción, y muy agudamente en su opinión, había escrito que «la traducción perfecta es la versión interlineal de la Biblia».

No sabía si sus interlocutoras habían visto alguna vez unos libros pequeños que editaban textos clásicos (de Cicerón, por ejemplo), dando una falsa traducción. Las líneas, los renglones, se separaban. Debajo de cada palabra latina se ponía el equivalente castellano, siguiendo un viejo modelo de traducción interlineal, de ahí su nombre.

Desde luego, no era propiamente una traducción. Se trataba de poner debajo de cada palabra el término equivalente, seleccionado. Sólo en este sentido era una traducción. Pero sin reconstruir la frase de manera adecuada. ¿Por qué mantenía esa posición Benjamin? Su conjetura: por la imposibilidad de traducir de verdad un texto altamente poético. Ya habían hablado de ello.

Se podían hacer dos cosas puestos a pensar desde los extremos: lo que sostenía el filósofo alemán, dar la versión lineal, aunque no fuera propiamente una traducción del texto que se trabajaba, o bien poner en la lengua materna un poema que más o menos evocara al texto original, sin afirmar, o pretender con ello, que fuera su verdadera traducción, la única admisible. Esta última era la fórmula que usaban muchos poetas traductores. Lo habían hablado también. «Construyen otro poema y lo dan como traducción, aunque no es propiamente una traducción». Era un poema que evocaba al otro. Él personalmente, para comprometerse, para decir lo que pensaba, prefería la literalidad «y, si tengo que elegir entre los dos extremos, me decanto por lo que dice Benjamin. Cuando he tenido que traducir a algún poeta, en muy pocas ocasiones, he dado una versión literal y he puesto a pie de página el texto original». Así lo hizo él, efectivamente, en el caso de Joan Brossa por ejemplo, cuando escribió un prólogo, muy elogiado por Antoni Tàpies, para Poesia Rasa. Tria de llibres (1943-1959)22.

Una traducción interlineal, por supuesto, no podía generar nunca, automáticamente, una frase correcta en castellano, en catalán o en cualquier otro idioma. Se tenía que suponer que el lector era, generalmente, persona de cierta cultura, de tal modo que «si tú le pones el significado de la palabra debajo, él va a reconstruir la frase inglesa, la frase alemana o francesa». Lo habían hecho los pedagogos de latín y griego; era inevitable a veces.

Sacristán les recordó finalmente que una vez sí que tradujo, no de forma literal, versos a la fuerza: en el caso del Marat-Sade de Peter Weiss23. Se tenía que representar la obra. Pero se pasaba mal, «se tenía mucha conciencia de que no se estaba traduciendo de verdad».

¿La aparición de una traducción debía estar unida de alguna forma a los acontecimientos intelectuales, culturales y políticos del país? ¿Existían obras que podían ser especialmente importantes e influyentes si aparecían en un determinado momento político, y pasar desapercibidas en otras circunstancias?

Sin ninguna duda. En un determinado momento político o, también, cultural, filosófico, etc. Era importante elegir bien las obras, las traducciones, en su justo momento. Pero lo que realmente ocurría en la práctica, no había que olvidarlo, «era que eso sí lo puedes hacer tú, como traductora, cuando llevas una política cultural, cuando estás un poco asegurada en la profesión». En los primeros años se traduce lo que manda la editorial. «Por muy sensible que seas como traductora, no siempre puedes colocar un texto importante en el momento oportuno».

Él mismo había traducido teniendo muy en cuenta, cuando le fue posible, las circunstancias político-culturales de la situación. Recordaba que había empezado a traducir en 1954, una década antes de ser expulsado de la Universidad, antes incluso de su viaje al Instituto de Lógica matemática y de Fundamentos de la Ciencia de la Universidad de Münster (probablemente El Banquete platónico). Vivió de ello durante muchos años. No pudo escoger lo que convenía traducir en los primeros momentos. Pero, a finales de los cincuenta, empezó a poder hacerlo, empezó «a poder colocar algún título». Aunque generalmente siempre había sido un forcejeo.

Dependía también mucho de la situación económica general. En aquellos momentos, principios de los ochenta, años de fuerte crisis económica en España y en otros países capitalistas, la situación era desesperante. Casi no había manera de llamar la atención sobre un libro que valiese la pena que no fuera, al mismo tiempo, muy comercial. «En el ambiente que yo conozco, el de esta Facultad, para editar la tesis doctoral de un profesor joven de Teoría [Económica]24, muy inteligente, muy agudo y con un texto muy original, hemos tenido que recurrir a un amateur porque las casas comerciales no lo hacían».

En cambio, en una época de bonanza económica en la que se vendía de todo se aceptaba sin dificultades la traducción de un libro que fuera interesante y que se hubiera publicado en Inglaterra o en Suecia. Por ejemplo: la traducción de los seis volúmenes de SIGMA. El mundo de las matemáticas.

Y en qué podía beneficiar a una obra el que apareciesen diversas traducciones simultáneamente, le preguntaron las estudiantes de la UAB.

En nada, absolutamente en nada. El caso de El capital era un buen ejemplo de estos desenfoques de traducción simultánea. Un caso desesperante para él. «Cuando me encargaron que empezara a traducir las obras de Marx y Engels [OME] (que por cierto están suspendidas porque el mercado ya no da para eso) estaba justificado que me pidieran un Capital, puesto que si traducían unas obras completas era natural que también editaran El capital». Lo que en cambio había sido un error «era considerar que había que sacar pronto El capital».

Siempre pensó que se tenían que haber publicado primero las obras inéditas o casi inéditas. Por ejemplo, el epistolario completo de Marx y Engels. Pero los técnicos editoriales de Grijalbo decidieron que no, que esa apuesta estaba equivocada, y se empezó por El capital. Para los responsables de ventas de la editorial lo primero era tener la traducción del gran clásico marxiano.

No se atrevía a decir que ellos, comerciales, técnicos de ventas, no llevaran razón. Pero la situación era absurda desde su punto de vista. En el momento en que se había suspendido la edición de las OME, se habían editado doce volúmenes. Tres de ellos eran los dos primeros libros de El capital (OME 40, 41, 42). Faltaba todavía todo el libro III para completar la edición; finalmente no pudo completarse. (Sacristán tradujo la mitad del libro III).

Él había abandonado el trabajo y su colaboración dejándole al editor, Gonzalo Pontón, la traducción de una gran parte de la correspondencia: doce volúmenes inéditos que nunca se han publicado25. Pero parecía que comercialmente era justo obrar así. Misterios del mercado y de sus expertos, añadía con sorna.

¿Y podía traducirse una obra entre dos personas en sucesivas etapas? ¿No se notaría en el estilo ese trabajo dividido?

Con total seguridad: se notaría, se notaba. El mismo tenía un interesantísimo encargo, «lo que pasa es que ahora apenas traduzco porque como tengo aquí, en la universidad, dedicación exclusiva y no me da tiempo (en verano traduzco un poco)»: finalizar la traducción castellana de la Crítica de la razón pura de Kant que había empezado García Morente y que había dejado por la mitad. Era un encargo divertido. «Pero claro que se notará y tendré que poner una nota previa explicándolo». Había decidido hacer un esfuerzo para parecerse a García Morente26.

Las estudiantes de la UAB pasaron a preguntarle sobre la amplitud temática de sus traducciones: «usted ha traducido cosas tan heterogéneas como los pensadores marxistas y algunos economistas capitalistas».

No era tan asombroso si lo pensaban bien. ¿Estaban pensando en Galbraith27 o en Schumpeter por ejemplo? No eran el mismo caso. Schumpeter era un clásico de la historia del pensamiento económico28; traducir sus obras era como traducir a Platón. Uno podía ser todo lo aristotélico que quisiera, pero traducir a Platón era traducir a Platón. Ese era, comparativamente hablando, el caso de su traducción de Schumpeter.

En el caso de Galbraith, la motivación había sido distinta.

Podía haberla rechazado al estar bastante más metido en el oficio, pero el ensayo del economista norteamericano tenía interés para él. Galbraith había sido uno de los miembros de la última generación del institucionalismo americano29, corriente de pensamiento que tenía numerosos puntos de contacto, también discrepancias, con la escuela histórica y el marxismo. Por ejemplo, hacer economía sociológica, economía con mucha sociología y mucha política como hacía Galbraith. No es que él fuera un galbraithista, no se considerada un seguidor suyo, pero consideraba El nuevo estado industrial un libro interesante, agudo y muy sofisticado «que traduje por gusto, no por absoluta necesidad».

Podían añadir también otro libro de economía que no era, propiamente, un libro marxista: La economía como ciencia de Papandreou. También en esta caso se trataba de un texto de gran calidad científica, muy bueno. Lo había traducido también con ganas. Era un ensayo con mucha calidad lógico-formal.

Su posición general podía resumirse así: «En principio, creo que, dicho así, a título de testimonio, si el más reaccionario de los economistas publica un gran libro y me ofrecen traducirlo, no tendré inconveniente». Por ejemplo, Ensayo de metodología, de alguien tan odioso para él como Milton Friedman, «si no estuviese traducido, lo traduciría porque es un libro buenísimo».

No tenía por qué generalizarse ni imponerse a nadie su opinión. Pero, como traductor, sabía que lo haría con gusto30. No porque fuera ecléctico en materia de ideas, no lo era, «sino porque el conocimiento de un buen trabajo, aunque sea en un campo opuesto a aquel en el que yo piense, es una cosa valiosa».

Divergencia, comentaron las entrevistadoras, que no tenía por qué influir en la tarea a realizar.

Desde luego; desde su punto de vista, el conocimiento y la difusión le parecían buenos si la obra era de calidad y su divulgación conllevaba, entre otras cosas, la traducción.

Habían hablado antes de pasada, pero le querían preguntar ahora directamente: ¿cómo valoraba su aportación a la cultura española con sus traducciones de Marx, Engels, Lukács, Gramsci y de tantos otros? ¿Qué importancia y valor daba a su trabajo?

El primer Marx y Engels publicado en España legalmente después de la Guerra civil, recordaba el que fue su traductor, editor y prologuista, había sido precisamente su Revolución en España31. Acabó su trabajo en 1959 aunque «lleva la fecha de 1960 por razones de censura, de negociación con Robles Piquer, entonces como censor y ahora en televisión32». Sacristán no creía que a España le hubiera aportado mucho; sí, en cambio, a determinados colectivos.

A «la España intelectual» tal vez, le preguntaron. Sí, pero no a toda matizó, sólo a la que se interesaba por los autores y las temáticas comentadas. «A mí me parece que lo que yo pude hacer –y no sé si aportaba algo o no, en todo caso tenía esa elección– fue difundir la literatura reprimida por una u otra razón, porque no siempre fue sólo marxismo».

Había difundido también con sus traducciones bastante lógica y filosofía de la ciencia en una época en la que los editores no siempre la publicaban, ¡a veces por presiones de la censura eclesiástica!, aunque les pudiera parecer imposible por su edad, aunque pensaran que les contaba un chiste. Así había sucedido. Su ejemplo:

Cuando volvió del Instituto de Lógica en 1956, acababa de salir un excelente manual de lógica «de un autor austríaco [Rudolf Carnap] de los que emigraron a Norteamérica antes de la II Guerra Mundial» huyendo del nazismo. Como les había contado, nada más volver a Barcelona intentó vivir de la traducción porque el sueldo mensual de adjunto de universidad, profesor no titular, apenas 300 pesetas, no daba para casi nada. Buscó traducciones y aceptó lo que le dieron, «una porquería pseudo-biológica»33. Pero él mismo propuso enseguida, en cuando tuvo ocasión, el ensayo de lógica de Carnap. Le dijeron que lo pensarían.

Le fueron dando largas y el día que fue a entregar una traducción que le habían encargado, encima de la mesa de trabajo del hijo de los gerentes, un compañero suyo de bachillerato en el Instituto Balmes de Barcelona, estaba un informe sobre el libro del filósofo y matemático austríaco exiliado con una nota manuscrita al lado que resumía el comentario de un jesuita censor del obispado, el Padre Roig Gironella. El informe decía que no se debía publicar aquel libro de lógica porque el concepto de número que en él se defendía era idealista. Ese era su pecado y su peligrosidad. Y no se publicó finalmente.

Labor nunca le dijo que fuera por ese motivo, era demasiado ridículo. «Este pobre Mas [su amigo editor] me dijo, disimulando un poco, que “no es oportuno”… ¡Pero era por censura eclesiástica sobre un libro de lógica! Esto ocurría en los años cincuenta, que conste».

Sacristán les recordó de nuevo a sus entrevistadoras que había difundido bastante lógica, que había traducido varias obras de Quine34 y otros ensayos de filosofía de autores analíticos o neopositivistas, no marxistas. Lo que pretendía, independientemente del resultado obtenido, era difundir ideas que no circulaban en España en aquellos años por razones de censura directa o indirecta.

En el caso de la literatura marxista, que era la que más le interesaba, intentaba prestar «un servicio interno a la gente que se consideraba marxista». Compensar, sobre todo, el marxismo muy o bastante esquemático de los manuales más políticos de la tradición. Fue una de sus constantes ininterrumpidas: como traductor, como activista y dirigente, como conferenciante, como profesor universitario cuando le dejaron. «Dicho sea así, sin criticar u ofender a alguien, es evidente que los movimientos políticos no pueden ser finos en su decisión y lo que tienen que hacer, a veces, es luchar por lo elemental. Pero eso da lugar a formas culturales bastante esquemáticas y pobres».

Lo que él intentó hacer fue difundir un marxismo más complejo, más elaborado, menos «escolar», menos dogmático, más rico, matizado e informado. Adorno, Lukács, Marcuse, Zelený, Màrkus, por ejemplo, autores que no fueran esquemáticos y que no fueran sólo la cultura marxista más elemental. Y a poder ser, además, otra de sus aspiraciones permanentes, clásicos del pensamiento. «Siempre aspiré a clásicos ya que una de las cosas peores de la literatura marxista es que, como la obra de Marx fue editada en forma de borradores en su mayor parte, se lee muy poco por ser una tarea bastante pesada y laboriosa».

Por regla general, la literatura marxista estaba hecha de antologías, lo que solía leer el público eran pequeñas antologías entrecortadas. Él, en cambio, siempre tuvo la intención de presentar los clásicos completos. Lo intentó con Lukács por ejemplo. Pero ese objetivo, desgraciadamente, no pudo cuajar hasta el proyecto colectivo, con «un equipo bastante bueno», de las OME, editadas por Grijalbo y Crítica, un proyecto que, como ya había comentado, se frustró con el duodécimo volumen que fue publicado. El mercado, las ventas impusieron su ley.

Era entonces preferible que el traductor trabajara con un equipo, le preguntaron las estudiantes de la UAB.

No siempre, dependía. Si la traducción era artística, era una tarea más bien individual; si la temática era científica, dependía del volumen y el número de los libros. Él mismo había trabajado algunas veces organizando un equipo de traductores35. La última vez, lo habían hablado, había sido con ocasión de las OME. Anteriormente había trabajado así en la Historia general de las ciencias, de PUF, la historia de la ciencia que había empezado a publicar Labor y había acabado Destino36.

Cuando una obra era tan extensa, varios tomos de casi un millar de páginas en el último caso citado, por fuerza se tenía que intentar organizar un equipo. Si no se obraba así, la obra se eternizaba en el editor y se amortizaba mal el dinero que se había gastado para conseguir los derechos de traducción.

¿Cómo funcionaba el trabajo en equipo?, ¿daba buenos resultados? El mismo había dicho antes, le recordaron las entrevistadoras, que en una misma traducción se notaba el estilo de dos o más traductores.

Podía dar buenos resultados, pero no estaba garantizado. En cuanto a la diversidad de estilos, la única solución decente era no cortar los textos. Si eran obras de varios volúmenes, y estos eran asequibles en su extensión, una solución razonable podría ser volumen (o una partición similar) por traductor. Si era una obra de volúmenes muy extensos, como era el caso de la Historia general de las ciencias, que tenía al mismo tiempo una división natural, había que evitar cortar y repartir sin orden ni concierto. Que un mismo texto lo hicieran entre dos traductores era, en general, una mala opción.

Cuando traducía, ¿comparaba con otras traducciones del mismo autor? ¿Era beneficioso obrar así en su opinión?

Tampoco le gustaba generalizar en este tema. Su forma de hacer era no mirar otras traducciones antes de ponerse él mismo. Elaboraba su propio borrador y sólo después, al repasar su trabajo, miraba otras versiones. Pero se podía hacer al revés o de otro modo, no existía una regla fija y universal de obligado cumplimiento.

Al preparar la entrevista, le comentaron finalmente las entrevistadoras, habían leído, en el artículo de La Vanguardia al que aquí hemos aludido, una referencia suya a «las traducciones muertas». ¿Qué era para él una traducción muerta?

Era un criterio literario y no era fácil definirlo. Iba a intentar explicar a qué quería referirse con esa expresión. «De un mismo texto, que no sea un texto científico, de lógica por ejemplo, que tenga alguna validez literaria, uno puede leer una traducción animada, que interesa, que parece que es un original, y otra versión que uno ve enseguida que es una traducción». Este segundo escenario, el que mostraba rápidamente «el oficio», es el que él consideraba formado por traducciones muertas. No tenían valor propio, les quedaba sólo el del significado que tenía el original. En sí mismas, no tenían vida propia.

¿En poesía, por ejemplo? En poesía era distinto porque él pensaba que había que hacerlo adrede. En poesía, como ya habían hablado, o se hacía otro poema o se renunciaba a hacer una traducción viva. «Pero en todos los demás textos, incluso en textos científicos –siempre que no sean pura matemática– se puede intentar que no parezca una traducción, que se sepa pero que no se note en cada párrafo».

Había veces que se notaba que el escrito provenía del francés, del alemán o del inglés. Y eso era, precisamente, lo que no tenía que ocurrir. Sucedía cuando no se tenía en cuenta la estructura de la lengua, de la lengua propia. Y no sólo la estructura: había que darle además un poco de estilo, conseguir que el texto resultante no fuera neutro.

Otro problema era proporcionarle, porque cada texto tenía el suyo, un mismo estilo en la propia lengua, en la que lengua a la que se traducía. Y mantenerlo además, aunque esa finalidad fuera muy ambiciosa. Convenía intentar una evocación del texto original.

Así finalizaba esta detallada –y, sin duda, interesante– conversación sobre el trabajo de traducción y la experiencia de Sacristán como traductor37. Veamos ahora algunas ilustraciones de su hacer, de la pulcritud y rigor de su labor traductora.

3. Ilustraciones de su buen hacer

De la diversidad, riqueza y rigor de Sacristán en tareas editoriales, la traducción en primer plano, son ilustración los siguientes ejemplos:

En 1972, dirigió una carta al «cuidador de la edición de la Filosofía de la lógica de Quine», que él mismo había traducido, en la que comentaba:

1ª. Las notas del autor están indicadas mediante cifras rodeadas de un círculo rojo. He adoptado este expediente, tras consulta con la editorial, con objeto de reservar las cifras entre paréntesis para el uso que hace de ellas el autor. Creo que una buena solución para la composición sería elevarlas.

2ª. Las notas del traductor se indican sólo con asteriscos.

3ª. Las cifras escritas en el margen izquierdo de la traducción, ante el trazo inclinado /, indican el comienzo de la traducción de la página del original inglés que lleva ese número. Esto puede ser útil para el control de la traducción y para la corrección del índice analítico.

4ª. En la traducción del índice analítico se indica en el margen izquierdo el número que el término inglés traducido ocupa en el índice analítico del original. Ese número está escrito a lápiz por mí en el volumen inglés que remito. También este expediente tiene por fin facilitar la confección del índice analítico. Hay varios términos añadidos y uno suprimido.

Observaba finalmente: «En la página 5 de la traducción he dado completo el nombre del autor: Willard van Orman Quine. Este escribe solo Quine. Habría que consultarle al respecto».

(Con razón escribió Francisco Fernández Buey sobre él como maestro al que gustaba visitar los talleres de imprenta).

El 7 de mayo de 1971, una ciudadana barcelonesa, Encarna Benería Vidal, le escribió pidiéndole cortésmente explicaciones por el título de un ensayo de Robert Havemann que acababa de publicarse en Ariel. Benería Vidal comentaba en su nota que el título original del libro era Dialektik ohne Dogma?, con interrogación, signo que el título en castellano no incorporaba. Ya que usted es el traductor, comentaba en su carta, «considero que es la persona más indicada para informarme».

Sacristán respondió una semana después, el 14 de mayo de 1971:

Contesto a su carta del 7 de mayo […] El título auténtico (en sentido estricto jurídico, o sea, el título puesto por el mismo autor) del libro de Robert Havemann es Naturwissesnchaftliche Aspekte philosophischer Probleme («Aspectos científico-naturales de los problemas filosóficos»). El título Dialektik ohne Dogma? (¿Dialéctica sin dogma?) es la presentación editorial introducida por el responsable de la edición de Hamburgo, en la Alemania occidental.

El uso de que el editor ponga un título presentador de los textos que edita no es infrecuente ni criticable en sí: se hace. Lo criticable en este caso era, en mi opinión, presentar el texto de un autor insultando a éste: cuando un autor no gusta, no se edita y en paz.

Al encargarle Ariel la traducción38, proseguía, se había negado a hacerlo si se mantenía como título la frase insultante y comercial («pues de eso se trata fundamentalmente: el empresario capitalista ni siquiera insulta si no es para hacer negocio, en este caso a través de la punta escandalosa de la frase»). Él había propuesto editar el libro con el título auténtico, o con alguna abreviatura suya, como Ciencia natural y filosofía.

Pero el editor barcelonés [Xavier Folch] que, como es natural e independientemente de sus rasgos personales, realiza un trabajo mercantil como toda producción en esta sociedad, se quejó de la escasa comercialidad del título auténtico, aunque compartía mi indignación por el título-insulto hamburgués (y burgués). Me pidió una solución de compromiso. Entonces propuse –y Ariel aceptó– Dialéctica sin dogma y sin interrogación insultante para Havemann.

Todo lo cual, señalaba finalmente, podía resumirse así:

¿Dialéctica sin dogma? es el comentario insultante-mercantil del editor Rowohlt al texto de Havemann. Dialéctica sin dogma es el comentario favorable (y también, desgraciadamente, mercantil) que Ariel (no yo, que prefiero el título no-comercial) pone al libro de Havemann.

Seis años antes, 3 de noviembre de 1965, Sacristán había informado a Ediciones Grijalbo sobre la situación de las obras de Lukács:

1. El hecho de tener ya publicadas dos obras importantes del autor, en prensa una tercera y contratada la extensa Estética aconseja que la política editorial de la casa se proponga una edición completa posible de Lukács. 2. La experiencia reciente con Luchterhand39 no es agradable. El impaciente comportamiento de este editor puede significar que se incline a conceder derechos a otros editores de lengua castellana. Pero aunque eso no sea así, de todos modos no es un trato fácil. 3. La posición de Luchterhand es fuerte a causa, sobre todo, de la avanzada edad de Lukács. Pero Lukács no está muerto, y en su carta del 6 de agosto de 196540 nos insiste en que negociemos siempre directamente con él. En cambio, nunca ha contestado Lukács a nuestras propuestas de opción global.

De lo indicado podían desprenderse las siguientes conclusiones:

1. Convenía hacerse cuanto antes con los derechos del mayor número posible de obras de Lukács, «en trato con el autor y una tras otra puesto que no parece que a Lukács le apetezca negociar sobre mucho a la vez». 2. Como retener mucho tiempo una inversión no era buena cosa, convenía contar con un grupo de traductores «dedicados intensa y, a poder ser, exclusivamente a Lukács para editar rápidamente todos los textos posibles». Solo no podía ir a la velocidad necesaria. 3. Él podría tener la responsabilidad, reconocida y dicha explícitamente a los restantes traductores, de revisar las traducciones que no hiciera personalmente.

Sacristán pensaba que para empezar tenía que enviarse al filósofo húngaro, con la máxima urgencia, un contrato para Historia y consciencia de clase, «y pagarle pronto y directamente (¿no es más cómodo desde México?)». Si la casa estaba de acuerdo con el criterio de su nota, debería preparar «rápidamente un plan de edición de las obras de Lukács».

Él mismo preparó, efectivamente, ese plan de edición de las obras completas del autor de la Estética. Al principio de la nota, probablemente se estuviera refiriendo a El joven Hegel, una de sus traducciones, y a El asalto a la razón, en versión castellana de Wenceslao Roces. La obra en prensa seguramente era Prolegómenos a una estética marxista.

Miguel Manzanera ha incorporado como anexo de su tesis doctoral la correspondencia entre Lukács y su traductor español. La primera carta está fechada el 27 de diciembre de 1962; la última, de Lukács, el 17 de junio de 1970. En una carta de 1962, Sacristán le comentaba a su interlocutor algunos aspectos de la traducción de Der junge Hegel:

Distinguido Sr. Profesor:

He pedido al editor Juan Grijalbo, para el que he traducido al castellano su Der junge Hegel, que le envíe mi trabajo antes de que se imprima. Espero que tenga usted ocasión de examinarla o hacerla examinar, y de comunicarme cualquier mejora, que recogeré con gratitud en el texto castellano.

El problema de criterio más importante en la traducción fue la versión de las citas de Hegel (poco traducido al castellano en los años sesenta):

No hay en castellano ninguna Fenomenología, ningún escrito de juventud, ninguna Lógica, sólo fragmentos de la Filosofía del Derecho, y, como única traducción completa, los cursos de historia de la filosofía. Uno de mis amigos trabaja ahora en la traducción de la Fenomenología. Mediante formación de palabras intenta dar conceptos hegelianos como «Entäusserung», «Er-Innerung», etc. en palabras castellanas simples. Por el contrario, yo me he decidido a traducir tales termini technici mediante giros estereotipados que contengan más de una palabra castellana, haciéndolos de fácil comprensión. Así, por ejemplo, traduzco «Aufhebung» por «superación y preservación» cuando la palabra se utiliza en sentido hegeliano-sistemático, pero por «destrucción» allí donde significa sencillamente «Vernichtung».

Revisaría tales soluciones, por supuesto, en caso de que no le satisfagan.

Por razones que usted entenderá fácilmente, le pido que me escriba sólo a través del editor, Juan Grijalbo, México, en caso de que quiera tomarse esa molestia.

Con mi mayor consideración. Suyo, Manuel Sacristán Luzón

Tres meses más tarde, el 15 de marzo de 1963, cuando recibió el prólogo para El joven Hegel, Sacristán volvía a escribir al filósofo húngaro:

Muy distinguido Profesor:

Hace unos días recibí su prólogo a la edición española de El joven Hegel. Como mero traductor, que, desde luego, no está llamado a criticar frases del autor en cuanto al contenido, pero que vive y lucha filosóficamente en otro mundo distinto a aquél en el que usted vive y lucha, oso llamarle la atención sobre la extrañeza que producirá, entre gentes muy valiosas aquí, en este mundo, la equiparación sin reservas, por su parte, de la enajenación o sublimación estalinista de la realidad con la neopositivista.

Le pido disculpas por esta observación, que no es más que un humilde intento de no empeorar todavía más la amarga situación. En todo caso, traduciré el prólogo con puntual exactitud por supuesto, pero leería agradecido algunas líneas de ratificación o de cambio por su parte.

Permanezco en espera de ellas.

Atentamente, Manuel Sacristán Luzón

Veamos ahora un comentario suyo sobre una traducción no deseada. La «Nota introductoria» de su traducción41 de El varón domado de Esther Vilar decía así:

Dos advertencias del traductor. 1º El alemán dispone de un término simple (‘Mensch’) para el concepto de ‘ser humano’, y de otro (‘Mann’) para el concepto de «ser humano varón». Las lenguas latinas tienen que contentarse con el derivado de ‘homo’, que, trátase de ‘uomo’, ‘homme’, ‘hombre’, etc. dice él solo, según los casos, «Mensch» o «Mann». Avergoncémonos. Y resolvamos el problema usando oscilantemente –pero sin posibilidad de confusión– ‘hombre’, ‘varón’, ‘ser humano’, e incluso (creo que sólo una vez) ‘Homo sapiens’. ‘Mujer’ no tiene problema. Porque, aun cuando los alemanes disponen, también en este caso, de un matiz para nosotros desconocido –’Weib’, neutro, la mujer en cuanto hembra de la especie Homo sapiens, y ‘Frau’, femenino, la mujer en cuanto compañera del (hoy degradado) ‘Herr’, señor–, en este caso el matiz es feudalizante y son ellos los que se tienen que avergonzar.

Su segunda advertencia: «Der dressierte Mann» significaba literalmente «el varón amaestrado».

Con el galicismo «dressieren» los alemanes designan la actividad de amaestrar animales, salvajes o domésticos, principalmente para el circo; pero también el corriente amaestramiento de los perros, por ejemplo, para que realicen actividades o adopten posturas más o menos caricaturescamente humanas. Por lo tanto, «el varón amaestrado» habría sido traducción más literal del título alemán.

Pero el sustantivo correspondiente al verbo ‘dressieren’ –’Dressur’– significa, en general, el arte del domador y su efecto. En castellano decimos domador, no amaestrador. Consiguientemente, ‘Dressur’ se debe traducir por ‘doma’. Ocurre, además, que el arte del domador incluye, junto con el primario y básico dominar, también el amaestrar. Por donde «amaestramiento» se puede considerar incluido en la comprehensión de «doma».

Por último –en enunciación y en importancia–: siendo el de traducir un oficio hecho principalmente de represión, y siendo particularmente represiva la traducción de este libro, me ha parecido peligroso para mí imponerme la represión ulterior de renunciar a retorcer –por lo demás, con completa fidelidad a la autora– la habitual traducción castellana del título de la comedia de Shakespeare (La fierecilla domada). Eso sin olvidar el viejo y cruel romance castellano del mismo tema luego dramatizado por Shakespeare. Etcétera.

El varón domado quería decir, pues, «el varón domado con amaestramiento», y en la traducción se usaba ‘doma’ connotando conscientemente también «amaestramiento».

Otra ilustración. En carta, de 12 de julio de 1972, dirigida a Ediciones Ariel con motivo de su traducción de Historia del análisis económico de Schumpeter, observaba Sacristán:

Muy señores míos:

el 6-VII-1972 su Sr. Argullós me solicitó por teléfono que le razonara el uso del término ‘competición’ –en vez del habitual ‘competencia’ y del también frecuente ‘concurrencia’– en mi traducción de History of Economic Analysis de J.A. Schumpeter […] Dos economistas no asalariados por Ariel, S.A [Narcís Serra y J.A. García Durán], un asalariado de Ariel, S.A. que es también licenciado en Ciencias Económicas [Xavier Folch] y otro asalariado de Ariel, S.A. que es persona culta y de buen gusto [Gonzalo Pontón]. Igualmente quiero recordarles la nota con que presento mi traducción de la History, en la pág. 7 de la edición de Ariel, S. A.

Las consideraciones que le movían a abandonar el uso más frecuente de competencia e introducir el término ‘competición’ para designar la situación de los empresarios en el mercado, según la concepción capitalista clásica, se podían formular así:

1º. Ese uso más frecuente (‘competencia’) no es de origen popular –caso en el cual normalmente un escritor castellano tiene que someterse sin más, según la definitiva lección de Lope de Vega sobre el espíritu de la lengua castellana–, sino de origen técnico y vigencia culta. El uso popular del término es escaso y fluctuante entre el sentido que aquí interesa y el de «conjunto de empresarios de la misma rama o especialidad que el que habla». (V. diccionario de usos de la señora Moliner).

La autoridad de la Academia de la Lengua Castellana no debía ser decisoria de la cuestión puesto que el diccionario de ese Instituto da como sinónimos (segundos) ‘competencia’ y ‘competición’. (Por lo demás, las naciones de habla castellana tienen la suerte de que sus escritores no hayan reconocido nunca a la Academia borbónica de Madrid la autoridad que los escritores franceses, por ejemplo, reconocieron durante siglos a la Académie française y al léxico científico del Institut de France, hasta llegar a la definitiva momificación y muerte del francés culto –incluido el propiamente científico– a principios del siglo XX y a las consiguientes reacciones desorientadas que se pueden ejemplificar con el «franglais».

Buen castellano escrito, incluido el científico, era el que escribían los escritores castellanos y aceptaban de un modo duradero las varias naciones castellano-hablantes.

Así, por ejemplo, son buena lengua el castellano etimologizante de Luis de León y Góngora, el castellano italianizante de Garcilaso42, el castellano extraño y hermosamente salomónico de Juan de Yepes, el castellano lleno de anacolutos de Quevedo y Gracián, la lasitud cuasi-oral del período de Ortega igual que la fuerte síncopa puramente escrita de la frase de Borges. Y me parece buen castellano –acercándome más a nuestro asunto– el ‘insumo’ con que los cubanos y otros castellanos de América dicen lo que en inglés se llama ‘input’. De todos modos, este paréntesis vale sólo por el fuero, no por el huevo: el huevo queda cocinado con lo dicho inmediatamente antes del paréntesis).

Tampoco la etimología ayudaba a zanjar la duda posible entre los dos términos principales en discusión:

3ª. Ambos tienen el mismo término latino, comunidad que funda lo común de sus significaciones, la neutra noción de «acudir a un mismo lugar», que es la estrictamente dada por ‘concurrir’, ‘concurrencia’, ‘concurrente’.

4º. Pero en los usos adjetivos el espíritu de la lengua castellana ha constituido un matiz diferenciador de bastante significatividad: «competitivo’, en efecto, se diferencia de ‘competente’ en que el segundo no pasa de connotar el competir, e incluso el mero concurrir; mientras que ‘competitivo’ denota el competir y connota con mucha inmediatez el genérico concurrir. Pese al común origen de los dos adjetivos, mientras que se puede decir con gusto ‘competente’ en sentido absoluto –o sea, de un individuo considerado aisladamente–, en cambio, el uso absoluto de ‘competitivo’ es violento y (de nuevo) carece de sanción y de origen populares: sólo se presenta en el léxico técnico hasta ahora adoptado por los economistas: ‘industria competitiva’, etc.

Ahora bien, el sustantivo más inmediatamente asociado con ‘competitivo’ por la lengua castellana era ‘competición’, no ‘competencia’ y el asociado directamente con ‘competente’ es ‘competencia’, no ‘competición’. De aquí que ‘competición’ me parezca mejor castellano que ‘competencia’ para designar la situación relativa de los empresarios en el mercado según la concepción capitalista clásica. Y ‘competencia’ mejor castellano que ‘competición’ para designar la cualidad de sapiente o de capaz de una operación no innata.

Lo que intentaba al escribir ‘competición’ en lugar de de ‘competencia’ era proponer a los economistas de habla castellana que recuperaran un trozo de su hablar auténtico y que no tecnificaran demasiado.

El léxico de una lengua que está viva gracias a que, de un modo u otro, conserva la suerte de haber nacido como lengua escrita en un canto épico popular. Ellos, como parte de los pueblos de habla castellana, decidirán en los próximos años. A eso les incito con la nota de presentación de la Historia. Tal vez convenga presionarles un poco más directamente –a los escritores economistas y a los que publican sobre ciencias sociales en general– con objeto de que tomen posición. Con ese fin envío copias de la presente carta a los profesores José Luis Sampedro, Luis Ángel Rojo y Juan Velarde (economistas), al profesor Ángel Latorre (jurista) y al profesor Víctor Pérez Díaz (sociólogo).

Sacristán adjuntó finalmente la primera nota de erratas y lapsus de traducción para enmendar en la primera reimpresión de la Historia.

Un último ejemplo. En una carta de 11 de setiembre de 1972 dirigida a Javier Pradera, por aquel entonces editor de Alianza editorial, Sacristán vertía juicios críticos sobre el libro de Esther Vilar y nuevas consideraciones sobre el oficio de traductor y la búsqueda de «tiempo libre»:

Querido Javier:

Acabo de recibir tu carta del 8. Claro que me gustaría seguir traduciendo para Alianza cosas como Hempel y Toulmin. Interesarme, desgraciadamente, no. Cuando termine este verano –en sustancia, dentro de nueve días– habré traducido cuatro libros: un bonito ensayo de un discípulo de Lukács, G. Márkus, para Grijalbo; un trivial ensayo de otra lukácsiana, A. Heller, también para Grijalbo (es lo que estoy acabando ahora); el precioso librito de Quine; y una mierda incalificable para Grijalbo: El varón domado, de Esther Vilar, que he traducido por petición personal suya, como favor, y firmando la traducción con una alusión cínica que él no pesca (he firmado «Máximo Estrella»). Pues bien: Márkus y Heller me han reportado por jornada de trabajo (= 5 horas, incluida corrección) un poco más del triple que el Quine. La mierda de Vilar, exactamente cuatro veces más. Sabes que no me interesa tener dinero, sino reducir el horario de trabajo. Si fuera consecuente, debería traducir sólo mierdas. Por otra parte, me sentí culpable por el hecho de que mi comentario al primer precio ofrecido por Alianza para la traducción del Quine provocara sin más un aumento. No tengo carácter para que eso se repita. En resolución, creo que podríamos llegar a un compromiso, por ejemplo, traducir un mes al año para ti –quiero decir, para Alianza o Siglo XXI–, al primer precio que propongan Ortega u Orfila, y sobre tema epistemológico, a poder ser (incluida la lógica formal), o sobre tema marxista (lo digo pensando en Siglo XXI). ¿Qué te parece?

«Máximo Estrella» comentaba a Pradera que no le mandara el dinero por el momento. Si no hubiera otra opción y tuviera que cogerlo por alguna razón contable, «falsifícame la firma y guárdalo hasta dentro de un par de semanas que estaré en Barcelona». No tenía cuenta corriente sino una cartilla de ahorros cuyo número no recordaba. Le escribiría al respecto.

Sacristán le recordaba finalmente a su amigo (fue entrevistado por Xavier Juncosa para los documentales «Integral Sacristán»), que, salvo grave ofensa de los correctores de Alianza, «querría dar el visto bueno a las compaginadas antes de tirar el Quine. Devolveré en poquísimos días. Un abrazo (o los que hagan falta)». De nuevo, «el maestro que visitaba talleres de imprenta».

4. Notas de traductor

Otra característica destacable del trabajo de traductor de Sacristán fue la frecuente inclusión de notas a pie de página para aclarar nombres, conceptos o razonamientos del texto traducido. También para explicar decisiones sobre traducciones de términos y expresiones. Esta, por ejemplo, es de OME41 (la segunda parte del libro I de El Capital):

Según la doctrina tradicional desde Aristóteles, la definición de una especie se forma mediante el producto del género más reducido a que pertenece esa cosa y la diferencia que la separa de los demás grupos de cosas que pertenecen al mismo género. En ese caso, la especie capitalismo se define por el producto del género próximo «producción mercantil» y la diferencia específica «llevada a cabo para valorar capital».

No fueron pocas sus notas: su traducción de la primera parte del libro I de El Capital (OME 40) incorpora 163.

Son especialmente interesantes las incorporadas a su Antología de Gramsci. Unos ejemplos. No los más extensos; el dedicado a Amadeo Bordiga sería un ejemplo de estos últimos.

1. Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht asesinados [p. 108, nota 26]

Los dirigentes comunistas alemanes Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, ambos (sobre todo Rosa) destacados también como teóricos, fueron asesinados en Berlín la noche del 15 al 16 de enero de 1919. Estaban detenidos en el Estado Mayor de la División de tiradores de caballería de la Guardia, en el hotel Edén, de Berlín. Pretextando su traslado a la cárcel de instrucción de Berlín-Moabit, fueron muertos a tiros y culatazos por los oficiales y soldados de la División, capitán Horst von Pflugk-Hartung (jefe del destacamento que trasladaba a Liebknecht), teniente Rudolf Liepmann, teniente Kurt Vogel (del destacamento que trasladaba a Rosa Luxemburg), húsar Otto Runge (que confesó haber derribado a culatazos a ambos detenidos), sin duda con la participación de otros tantos que no fueron procesados. El capitán Waldemar Pabst, del que partió la orden de trasladar a Rosa Luxemburg, no fue siquiera acusado. El asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht fue el primer crimen político de la Alemania del Weimar. Los asesinos fueron condenados: Liepmann a seis semanas de arresto domiciliario, Vogel a dos años y cuatro meses de prisión y expulsión del ejército, Runge a dos años de prisión, dos semanas de detención y expulsión del ejército. Los demás, incluidos el capitán Von Pflugk-Hartung y otros oficiales que, según los testigos, habían disparado contra las víctimas, fueron absueltos.

El gobierno era socialdemócrata.

2. Errores catastróficos: la Acción de Marzo

La situación de la lucha de clases en Italia y en Europa en 1921 no era, ciertamente, como para prescindir con alegría de un movimiento popular amado. El joven PCdI que, contra más optimistas previsiones, superaba apenas la cifra de 40.000 militantes, se enteró al mes de nacer de que la construcción del socialismo era tan poco fácil como la revolución: en febrero se produjeron las huelgas de Petrogrado, y luego la rebelión de Kronstadt; en la URSS se pasaba hambre, y el gobierno soviético tenía que dar su primer y más célebre paso atrás, la Nueva Política Económica. Por si eso fuera poco, no había más remedio que enterarse también de que la Internacional –y los cerebros de Lenin y de Trotski– podían permitir o hasta promover errores catastróficos, como la Acción de Marzo en Alemania, absurda insurrección izquierdista que selló la primera muerte del Partido Comunista alemán.

Las tres siguientes son notas de la Historia del análisis económico:

1. El autor [Schumpeter] escribe sistemáticamente ‘teórico económico’, sin duda para acentuar ‘teórico’ al darlo como sustantivo. La ambigüedad de esa expresión en castellano, el hecho de que la variante ‘teórico de la economía’, alguna vez usada en esta traducción, es torpe y la circunstancia, por último, de que en el habitual uso castellano ‘economista teórico’ el adjetivo tiene suficiente peso semántico han inclinado en favor de esta última traducción.

2. Por la inadecuación de ‘liberal’ y de ‘librecambista’ para traducir en cualquier contexto ‘free-traders’, o ‘free-trade critics’, adopto este neologismo [críticos liberistas] que está inspirado por la distinción que el léxico histórico italiano practica entre ‘liberale’ (concepto político) y ‘liberista’ (concepto teórico y político-económico).

3. En castellano se suele decir, traduciendo literalmente Wissenssoziologie, «sociedad del saber». Pero parece claro que Schumpeter, cuya lengua materna era el alemán, traduce con alguna intención filosófica cuando escribe «The Sociology of Science». Por esa razón se escribe aquí ‘sociología de la ciencia’ en vez de la corriente y más literal expresión castellana.

Las dos siguientes son notas de Desde un punto de vista lógico:

1. Quine tiene en mucho aprecio a uno de los representantes más destacados –pero también, hoy, de los más flexibles– del horror philosophiae neopositivista: Carnap. La formación inicial de Quine como lógico, con Whitehead, entre 1930 y 1932, ya con su título en matemáticas, no era en cambio de esa tendencia. En 1933, Quine visitó en Europa los grandes centros de la lógica: Viena, Praga y Varsovia. Y la influencia de la escuela polaca está frecuentemente en la base de la formación filosófica de los lógicos no positivistas. En todo caso, y como podrá apreciar el lector de este libro, Quine se encuentra muy lejos de los dogmas esenciales del neopositivismo, a la crítica de dos de los cuales está dedicado precisamente el segundo ensayo del volumen.

2. Dewey se ha referido muy exactamente a la situación de confusión filosófica en lógica, provocada en última instancia por el tenaz deseo de muchos especialistas de cerrarse positivísticamente a la problemática que tradicionalmente se llamó «proemial» en lógica, la problemática relativa a la naturaleza de la lógica misma: «La teoría lógica contemporánea nos ofrece una manifiesta paradoja. Hay un acuerdo general por lo que se refiere a su objeto inmediato <Dewey quiere decir: a los algoritmos técnicamente considerados>. Con respecto a este objeto, en ninguna otra época observaremos una marcha más segura. Pero, por otra parte, su objeto último es tema de controversias que apenas si tienen viso de acallarse» (Lógica. Teoría de la investigación, traducción de E. Imaz, México, Fondo de Cultura Económica, 1950, p. 13).

De sus notas a la edición de Pequeña antología de Ulrike Meinhof:

1. Erich Kuby, p. 28.

Escritor y periodista de izquierda, autor de uno de los primeros libros críticos de la restauración capitalista en Alemania, del «milagro económico»: Das Mädchen Rosemarie, reportaje novelado sobre el asesinato de una prostituta implicada en intrigas de espionaje económico e industrial (Rosemarie Nitribitt).

2. «Por cierto que la línea de política interior de la SPD es perfectamente conciliable con su reciente oportunismo», p. 33.

Se refiere al abandono, en política internacional, de la línea contraria al rearme y, en particular, a las armas atómicas que los socialdemócratas alemanes practicaron desde 1945 hasta el congreso de Karlsruhe, oficialmente. Y algo menos tiempo en la práctica.

3. MLF, p. 34.

La Multilateral Force (MLF) fue la solución arbitrada por el gobierno norteamericano para posibilitar que las tropas alemanas occidentales pudieran intervenir en la guerra atómica, respetando al mismo tiempo formalmente los acuerdos internacionales subsiguientes a la II Guerra Mundial.

4Benno Ohnesorg, p. 71

Estudiante muerto de un tiro en la cabeza por un policía (identificado y absuelto) al final de una manifestación por los presos políticos de Persia, con ocasión de la visita del Shah.

5. Fritz Teufel, pp. 102-103

Fritz Teufel, actualmente [1976; fallecido en 2010] detenido y en espera de juicio, fue en la segunda mitad de los años sesenta un miembro destacado del movimiento estudiantil. Personalidad de pensamiento muy productivo y auténtico, era miembro de la organización marxista SDS y, al mismo tiempo, muy fecundo para el movimiento anarquista. En el momento de su detención pertenecía, probablemente, al «Movimiento 2 de junio». Teufel fue protagonista, en los años de la agitación estudiantil, de un incidente que no se ha olvidado. En un momento de la vista contra él y Langhans, se ordenó a ambos imputados que se pusieran en pie por alguna causa ceremonial. Al principio se negaron. Al cabo de varias exhortaciones y castigos cedieron y se levantaron. Teufel comentó su condescendencia diciendo: «Bueno, si tan útil ha de ser para esclarecer la verdad…». Ulrike Meinhof se refiere probablemente a esas palabras cuando habla de «formulaciones muy buenas» de Firtz Teufel.

Unas ilustraciones finales:

1. Philister (1966)

«Filisteo», Philister, no es traducible con exactitud. Notas de este vago concepto son: pedante, cursi, hipócrita, mediocre. Ortega hizo algún uso del término en castellano.

2. Construye (1976)

«Construye» es una alusión al léxico de Hegel, en el cual el término se puede entender laxamente como «deduce», «compone conceptualmente». Las comillas que usa Marx expresan probablemente de un modo irónico su convicción de que Proudhon no entendía a Hegel, sino que lo imitaba sólo superficialmente.

3. Richtigen Rechts (1961)

Venimos conformándonos con la traducción ya habitual –«derecho justo»– del tecnicismo de Stammler. Pero la equivalencia castellana propia del concepto de richtigen Rechts es más bien «derecho recto», «derecho correcto».

4. Cabeza de familia-dignatario-sacerdote (1966)

El autor escribe: ‘cabeza de familia-cum dignatario-cum sacerdote’. La preposición `cum´ sirve para indicar que el rol principal (o atributo rector) es `cabeza de familia´, mientras que los otros son concomitantes. Pero como en castellano la construcción de nombres compuestos por medio de guiones no es una práctica corriente, creo que el carácter principal de `cabeza de familia´ puede desprenderse sin más del hecho de estar escrito en primer lugar.

5. Erziehungsroman (1968)

«Novela pedagógica» no traduce del todo Erziehungsroman, salvo que por pedagogía no se entienda solo la educación en sentido formal, organizado o intencionado. El concepto de Erziehung (educación), contiene en el compuesto Erziehungsroman también la significación más amplia de formación, como prueba el que a menudo se use como sinónimo de ese compuesto el término Bildungsroman (= novela de formación).

6. Partidismo-particidad (1969)

El término «partidismo» impuesto por el uso, debería seguramente sustituirse por algún otro formado con un sufijo de sentido menos voluntarista y más descriptivo, como el eidético «particidad», por ejemplo. Pues lo que el término quiere expresar es la naturaleza de parte y no la militancia. «Parcialidad» será también más exacto que «partidismo». En alemán y en italiano el concepto se expresa con abstractos: Parteilichkeit, particità.

7. Roman-Novelle-Märchen (1976)

El alemán (y otras lenguas, como el italiano) usa habitualmente para novela la voz Roman, y el término Novelle para designar la narración que no es una novela, ya por su brevedad (criterio generalmente y vulgarmente aceptado), ya por alguna otra construcción de teoría literaria como la que Lukács desarrolla aquí. Para cuento en el sentido de narración popular o infantil, el alemán usa Märchen.

8. Saget mir auf welchem pfade (1962)

«Decidme por qué sendero». George escribe el alemán con personal grafía, al modo como Juan Ramón Jiménez el castellano. Entre otras cosas, no escribe los sustantivos con mayúsculas.

9. Puñalada por la espalda (1973)

Leyenda puesta en circulación por el jefe del estado mayor alemán en la primera guerra mundial (Ludendorff), el cual, tras urgir del gobierno que negociara la rendición alemana, ocultó luego esa circunstancia y presentó la derrota como una «puñalada por la espalda» inferida a un ejército intacto.

10. Vorrat (OME 42, 1980)

La traducción de esta frase [«(…) una parte de ellas tiene que estar siempre parada, en stock,…»] no es literal: las palabras «en stock» están añadidas, son una repetición de «estar parada». El motivo de esta libertad de traducción es reflejar la verosímil alusividad del texto de Marx: lo que Marx llama «reserva» (Vorrat) se decia ya entonces en inglés stock. El verbo alemán que se traduce por «estar parada» es stocken, de la misma raíz que el térrmino inglés. Probablemente Marx ha elegido el verbo alemán stocken para aludir al término inglés stock.

11. Zirkulieren (Ibidem)

Este uso transitivo de «circular» –p-e.: «el producto circula la plusvalía»– es anormal en castellano. También lo es en alemán, aunque en esta lengua la anormalidad queda un poco encubierta por el hecho de que «zirkulieren» es un extranjerismo culto. Se conserva literalmente aquí –la primera vez que aparece– ese innatural uso transitivo de «circular» porque su construcción por Marx parece indicar la intención de tecnificar el término.

En castellano conversacional corriente se dirá, p.e.: en vez de «el producto circula la plusvalía», «el vehículo hace circular a la plusvalía», o «el producto es vehículo de la circulación de la plusvalía», o algo parecido. Así se traduce en otros pasos.

12. La rebelión de Taiping (OME 40, 1976)

Alusión a la rebelión de Taiping, considerable movilización revolucionaria, principalmente campesina, contra el régimen chino. El movimiento que duró casi quince años, estalló en 1850, poco después de la derrota por la asimilación de las revoluciones europeas de 1848/49. Ése es el sentido de la frase «cuando el resto del mundo parecía quieto y silencioso». Lo de las mesas que bailan es alusión a la oleada espirista que inundó Europa al agotarse en 1848/49 la fase revolucionaria comenzada en 1830.

13. Movimiento cartista (1976)

La carta o estatuto que tendía a implantar el sufragio no-censitario y secreto, aunque todavía no universal, pues seguía excluyendo a las mujeres y a los menores de 21 años. Era la principal reivindicación del movimiento cartista, la manifestación más fuerte de la clase obrera inglesa, aunque no específica de ella, durante la primera mitad del siglo XIX.

14. Las insurrecciones de Swing (1976)

Movimiento de los trabajadores agrícolas ingleses (1830-1833) por la elevación de los salarios y contra las trilladoras mecánicas. Swing («Capitán Swing») era la firma que ponían a las cartas de amenazadas que enviaban a los terratenientes y a los empresarios agrícolas capitalistas.

15. Workhouse (1976)

El workhouse es el taller público de beneficencia, con funciones de asilo. En él los trabajadores sin empleo vivían una existencia muy dura, por las condiciones de habitación y de trabajo, muy poco remunerado. La nota de Marx no es, pues, probablemente, irónica, sino que quiere decir lo que literalmente dice.

Cottages eran las casuchas de los trabajadores en zonas rurales; workhouses –literalmente casas de trabajo o talleres públicos– eran los asilos de pobres dotados (o no) de talleres.

16. Librecambismo (1976)

«Big loaf» quiere decir hogaza grande. Fue una frase hecha de la propaganda por la abrogación de las leyes del trigo, por la libre importación de cereales. La liga que promovía ese movimiento estaba formada por capitalistas industriales, para los cuales el abaratamiento del pan podía significar una disminución del valor de la fuerza de trabajo. La idea de la campaña propagandística para atraer a los obreros al librecambismo de la burguesía industrial inglesa consistía en sugerir que con una política económica librecambista, siendo libre la importación de trigo, la hogaza de pan sería el doble de grande por el mismo precio. La propaganda se hacía incluso con carteles que presentaban las dos hogazas, la pequeña y la esperada doble.

5. Sus traducciones

Una relación completa (que debería contrastarse) de las traducciones de Sacristán. Tomo pie, revisando, modificando y ampliando, en el artículo sobre bibliografía que el profesor Juan-Ramón Capella, amigo y discípulo de Sacristán, publicó en el número 30-31 de mientras tanto (mayo de 1987):

AutorTítuloCiudadEditorialAñoPágs.Observaciones
F. FoscaDegas. Estudio biográfico y críticoBarcelonaSkira1954?
PlatónEl BanqueteBarcelonaFama1956152Reedición en Ed. Icaria 1982
Marx y EngelsRevolución en EspañaBarcelonaAriel1960256Traductor: Manuel Entenza (ME)
J. R. SalisHistoria del mundo contemporáneoMadridGuadarrama1960923 + 915 + 1.1133 volúmenes
W. SpeiserEl arte de los pueblos. Culturas no europeas. ChinaBarcelonaPraxis + Seix y Barral (SyB)1960272
H. KaufmannLuna roja y viento cálidoBarcelonaNoguer1960285Traductor: ME
H. GerlachEl ejército traicionado. Stalingrado, 1942.-1943BarcelonaNoguer1960553Traductor: ME
F. A. WagnerEl arte de los pueblos. Culturas no europeas. Indonesia.BarcelonaPraxis + SyB1961250
Thure von UexkullEl hombre y la naturalezaBarcelonaZeus1961292Traductor: ME
Helmut CoingFundamentos de filosofía del derechoBarcelonaAriel1961307Traductor: Juan Manuel Mauri (JMM)
Ph. HeckEl problema de la creación del derechoBarcelonaAriel1961109Traductor: ME
Erik WolfEl problema del derecho naturalBarcelonaAriel1961231Traductor: ME
O.W. NestleHistoria del espíritu griegoBarcelonaAriel1961379
Anderas PapandreouLa economía como cienciaBarcelonaAriel1961160En colaboración con J. R. Lasuén
L. W. H. HullHistoria y filosofía de la cienciaBarcelonaAriel1962399
W.v. O. QuineDesde un punto de vista lógicoBarcelonaAriel1962248
W.v.O. QuineLos métodos de la lógicaBarcelonaAriel1962362
T. W. AdornoPrismasBarcelonaAriel1962292
T.W. AdornoNotas de literaturaBarcelonaAriel1962135
F. Saverbruch y H. WenkeEl dolor, su naturaleza y su significadoBarcelonaZeus1962189
Arnold BrechtTeoría políticaBarcelonaAriel1963621Traducción: JMM
F. HeerEl mundo medieval. Europa 1100-1350MadridGuadarrama1963505
G. LukácsEl joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalistaMéxicoGrijalbo1963551
E. KretschnerHisteria, reflejo e instintoBarcelonaLabor1963163
Heinrich HeineObras (en prosa)BarcelonaVergara19641.073
F. EngelsAnti-DühringMéxicoGrijalbo1964347
G. G. GrangerFormalismo y ciencias humanasBarcelonaAriel1965255
G. LukácsEstética IBarcelonaGrijalbo1966368
G. LukácsProlegómenos a una estética marxistaBarcelonaGrijalbo1966316
L. GeymonatFilosofía y filosofía de la cienciaBarcelonaLabor1966172
Galvano Della VolpeCrítica del gustoBarcelonaSyB1966306
S. F. NadalTeoría de la estructura socialMadridGuadarrama1966239
G. LukácsAportaciones a la historia de la estéticaMéxicoGrijalbo1966528
R. HavemannDialéctica sin dogmaBarcelonaAriel1967250
J.K. GalbraithEl nuevo estado industrialBarcelonaAriel1967457
H.B.Curry-R. FeysLógica combinatoriaMadridTecnos1967508
Gisbert HasenjaegerConceptos y problemas de la lógica modernaBarcelonaLabor1968184Sacristán fue alumno suyo en Münster
W.w.O. QuinePalabra y objetoBarcelonaLabor1968298
E. FischerArte y coexistenciaBarcelonaPenínsula1968323
G. LukácsGoethe y su épocaBarcelonaGrijalbo1968239
H. MarcuseEl final de la utopíaBarcelonaAriel1968182
J. Thuillier- A. ChâteletLa pintura francesa. De Le Nain a la FragonardBarcelonaCarroggio1968231
H. LandoltLa pintura alemana. Baja Edad Media (1350-1500)BarcelonaCarroggio1968167
James R. Newman, de.El mundo de las matemáticasBarcelonaGrijalbo1968142Parte I. MSL fue coordinador de la traducción de los 6 vols.
Philip E.B.JourdainLa naturaleza de la matemáticaBarcelonaGrijalbo196866
AA.VV.Las estructuras y los hombresBarcelonaAriel1969165
Antonio LabriolaSocialismo y filosofíaMadridAlianza1969204
G. LukácsHistoria y consciencia de claseBarcelonaGrijalbo1969354
Mario BungeLa investigación científicaBarcelonaAriel1969955
Gerhard BauerCurso de alemánBarcelonaVergara1969673También adaptación.
J. HabermasRespuestas a MarcuseBarcelonaAnagrama1969155
D. Runes,edDiccionario de FilosofíaBarcelonaGrijalbo1969397Fue coordinador de la versión castellana
J.D.Brown-B. RoseLa pintura norteamericana del período colonial a nuestros díasBarcelonaCarroggio1969238
Ch. LaschLa agonía de la izquierda norteamericanaBarcelonaGrijalbo1970193
H. MarcuseOntología de Hegel y teoría de la historicidadBarcelonaMartínez Roca1970314
A.C. PigouSocialismo y capitalismo comparadosBarcelonaAriel1970192
A. GramsciAntologíaMéxicoSiglo XXI1970520
G. LukácsEl alma y las formas. Teoría de la novela.BarcelonaGrijalbo1970420
G. LukácsLenin y los problemas del período de transiciónBarcelonaGrijalbo197023
G.A. SchumpeterHistoria del análisis económicoBarcelonaAriel19711.377
R. TatonHistoria general de las cienciasBarcelonaDestino1971761 + 909 + 8215 vols; los 3 primeros traducidos por él.
A. HellerHistoria y vida cotidianaBarcelonaGrijalbo1972166
R. L. MeekEconomía e ideologíaBarcelonaAriel1972350
W. AbendrothSociedad antagónica y democracia políticaBarcelonaGrijalbo1973480
W.v.O. QuineFilosofía de la lógicaMadridAlianza1973187
AA.VV.Todo sobre la Jerusalén bíblicaBarcelonaGrijalbo1973288
A.G. LöwyEl comunismo de BujarinBarcelonaGrijalbo1973456
G. MárkusMarxismo y «antropología»BarcelonaGrijalbo197386
A. HellerHipótesis para una teoría marxista de los valoresBarcelonaGrijalbo1974124
J. ZelenyLa estructura lógica de El CapitalBarcelonaGrijalbo1974337
F. CoplestonHistoria de la filosofía Vol. VIBarcelonaAriel1974464MSL coordinó la traducción de los nueve volúmenes.
J.J. Sylvester y otrosLa forma del pensamiento matemáticoBarcelonaGrijalbo1974146
K. KorschKarl MarxBarcelonaAriel1975302
E. VillarEl varón domadoBarcelonaGrijalbo1975176Traductor: Máximo Estrella
S.M. Barret,edGerónimo. Historia de su vida.BarcelonaGrijalbo1975201
RaimonPoemas y cancionesBarcelonaAriel1975354Edición bilingüe
G. LukácsMateriales sobre el realismoBarcelonaGrijalbo1975260
VoltaireTratado de la toleranciaBarcelonaCrítica19764Traducción prólogo de P. Togliatti y de sus notas.
G. LukácsLa novela históricaBarcelonaGrijalbo1976451
U. MeinhofPequeña AntologíaBarcelonaAnagrama1976108
U. Bergman y otrosLa rebelión de los estudiantesBarcelonaAriel1976329
J. DrozHistoria general del socialismo, vol. I.BarcelonaDestino1976668Revisión y adaptación (traducción de Elvira Méndez).
K. MarxEl Capital, libro IBarcelonaCrítica1976424 +482OME 40, OME 41
W. O. QuineLas raíces de la referenciaMadridRevista de Occidente1977173
K. MarxEl Capital, libro IIBarcelonaCrítica1980563OME 42
Edward P. ThompsonProtesta y sobreviveBarcelonaBlume198341En AA.VV. Protesta y sobrevive
Folker Fröbel, Jürgen; Heinrichts, Otto Kreye¿Qué caminos sacan de la crisis económica?BarcelonaMientras tanto, n.º 18198419
Rosa RossiConsideraciones sobre la biografía de Juan de la CruzBarcelonaMientras tanto, n.º 23198518

No he incluido traducciones no editadas. Así, su traducción de la mitad del libro III de El Capital o la del Marat-Sade de Peter Weiss. Tampoco las realizadas para regalos familiares. Por ejemplo: Juan Sebastián Bach, La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según el Evangelio de San Mateo, 1973; «El B.B. nuestro de cada año, que nos lo traen los Reyes Magos, porque más vale que el oro en paño», 1974).

Tampoco he podido incluir, por desconocimiento, sus contribuciones como traductor externo de la UNESCO (que aparecieron sin firma). Entre ellas, por una carta suya a su amigo Francisco Fernández Santos, una traducción de una antología francesa de textos de Lenin de 1970.

Tampoco he podido averiguar el número de páginas de su primer libro traducido: F. Fosca, Degas. Estudio biográfico y crítico.

En total, sumando libros, capítulos y artículos: 91 traducciones.

6. Resumen, preguntas y conjeturas… y agradecimiento

Aunque «página» no es una unidad homogénea –una del Capital de OME, por ejemplo, equivale a casi tres de la autobiografía de Gerónimo–, fueron 33.227 las páginas traducidas (sin los complementos indicados que no tengo en cuenta; sumando todo, 35 mil sería una cifra más exacta).

Recordemos por otra parte que en algunas casos (Sigma. El mundo de las matemáticasDiccionario de filosofía de Dagobert D. Runes, Historia de la filosofía de Copleston, los libros de la colección Hipótesis, la edición de OME), Sacristán hizo tareas complementarias de coordinación y, puntualmente, de redacción y revisión.

Centrémonos en el período de mayor dedicación: entre 1960 y 1980, 21 años en total. Si excluimos los trabajos traducidos antes de la primera fecha y después de la segunda, serían entonces 32.946 las páginas traducidas. Si pensamos estos 21 años como años de 270 días laborables (un día y medio de descanso semanal más 15 días de vacaciones anuales), el promedio sería de ¡5,3 páginas, más de cinco páginas diarias durante más de dos décadas! ¿Nos hacemos idea de lo que significa traducir más de 5 páginas, junto con muchas otras tareas, durante casi 5.700 días?

Si recordamos que, además de traductor, Sacristán fue trabajador editorial (informes, cartas, sugerencias, dirección de colecciones, etc), profesor universitario cuando le dejaron (con tiempo dedicado a sus alumnos y preparando sus clases a las que nunca fue de vacío), concienzudo y prolífico conferenciante, director y colaborador de revistas (Quaderns de cultura catalana, Veritat, Nous Horitzons, Materiales, mientras tanto), autor durante esos años de cuatro libros (Las ideas gnoseológicas de Heidegger, Introducción a la lógica y al análisis formal, Lecturas, Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores), de tres ensayos no editados en su momento (Lógica elemental, más dos incompletos: Los problemas del conocimiento y El orden y el tiempo) y de numerosísimos artículos (también de octavillas, informes, cartas y materiales afines), además de coordinador de seminarios, concienzudo anotador de textos, gran lector, dirigente del PSUC-PCE y más tarde miembro del CANC y de los comités Anti-OTAN, sin olvidarnos de su delicada salud, de sus papeles manuscritos y el uso de máquina de escribir (no usó programas de tratamiento de texto, como es obvio), de su copiosa y rica correspondencia, de sus tareas, encuentros y relaciones familiares (además de un real cultivo de la amistad), las preguntas se imponen: ¿cómo fue capaz de realizar esa gigantesca tarea de traductor que tan decisiva fue (y en parte sigue siendo) para la formación de muchos ciudadanos, de muchos de nosotros? ¿Cómo pudo finalizar tareas tan imposibles como la traducción de la Historia del análisis económica de Schumpeter o El Capital I, II, sin tener la posibilidad de una dedicación plena a trabajos de esta naturaleza? ¿Cómo pudo manejarse, con la excelencia a él debida, en siete idiomas, sin olvidarnos de su deslumbrante castellano?

Conjeturemos: dejándose mucho de sí en la tarea, con el sufrimiento que ello suele comportar (y que comportó en su caso); poseyendo una gran capacidad de trabajo y demostrando un profundo conocimiento de idiomas: alemán (¡fue traductor de Marx, Engels, Korsch, Lukács, Abendroth, Adorno, Marcuse y tantos otros!), inglés (¡tradujo, y no es fácil, a Quine!), italiano (¡Gramsci, Labriola, Della Volpe, Casari, Togliatti, entre otros!); autoexplotándose para conseguir tiempo para otras tareas (lo señaló con acierto Josep Fontana); irguiéndose de pie ante las tropelías que contra él cometió el franquismo (¡no pudieron con él, nunca le faltó coraje!); siendo porfiado y tenaz en sus propósitos emancipatorios, ¡siendo consistente y yendo muy en serio con su profundo NO al franquismo y a la incivilizada y ecosuicida barbarie del capital!

Es razonable pensar que Sacristán fue muy consciente del importantísimo, del central papel cultural, político y transformador que tenía su trabajo de traducción (también pane lucrando, desde luego, no valen idealismos sin base real), su impresionante (¡y generosísima!) labor socrático-traductora. Que sigue viva por otra parte, algunas de sus traducciones se han reeditado en fechas recientes. Entre otras: Historia y consciencia de claseAntología de Gramsci, Revolución en España, Palabra y objeto, algunas obras en prosa de Heine, Historia y filosofía de la ciencia de Hull,…).

En síntesis: sería imperdonable, además de muy injusto, que habitara en nosotros, que tanto nos hemos beneficiado, el olvido de esta importantísima y grandiosa aportación político-cultural del autor de El orden y el tiempo y de Introducción a la lógica y al análisis formal.

Dicho con convicción, sin atisbo de duda: Sacristán fue, además de un gran filósofo y un profesor y maestro excepcional, uno de los grandes traductores españoles del siglo XX.


Notas

1 Publicado en el número 30-31 de mientras tanto, mayo de 1987, pp. 219-223.

2 Véase Ernest Nagel y James R. Newman, El teorema de Gödel, Madrid: Editorial Tecnos, 1999 (varias ediciones).

3 Entre la documentación depositada en BFEEUB puede verse un cuaderno con anotaciones de Sacristán, que usa la traducción italiana, sobre esta gran obra de divulgación lógico-filosófica.

4 Entre ellos, y para la misma editorial, J. Thuillier-A, Chatelet, La pintura francesa. De Le Nain a Fragonard, y H. Landolt, La pintura alemana. Baja Edad Media (1350-1500), Barcelona: Skira-Carroggio, 1968.5 Jules D. Brown/ Bárbara Rose, La pintura norteamericana del período colonial a nuestros días. Barcelona: Skira-Carroggio, 1969.6 Se desconocen las traducciones que Sacristán hizo para la UNESCO.

7 Editada inicialmente en Cuadernos de traducción e interpretación [CTI], nº 1, E.U.T.I. UAB Barcelona, 1982, pp. 113-130.

8 «La traducción como oficio y experiencia» http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1981/12/08/pagina-39/32933089/pdf.html?search=Manuel%20Sacrist%C3%A1n%20Esteban%20Lines

9 José María Valverde fue un excelente traductor del alemán, de Goethe por ejemplo, sin hablarlo fluidamente como él mismo indicó en una entrevista publicada en El Viejo Topo, 1980, nº 49, pp. 12-17.

10 Al lector no se la pasa por alto la inexistencia en aquellos años de la traducción automatizada.

11 En la citada entrevista con La Vanguardia, Sacristán había comentado que «al cabo de un año y medio o dos de traducir, ante la libertad de selección que me dieron los editores mis traducciones empezaron a cobrar otro sentido». Al traducir se ganaba la vida y colocaba producto intelectual en la vida cultural del país. «A partir de ese segundo año todas mis traducciones responden a mis preocupaciones o ideales intelectuales». Con excepciones por ruegos y compromisos personales; el caso de El varón domado por ejemplo. Ampliando algo más el período de transición, por otra parte.

12 De la UNESCO por ejemplo, como se ha comentado anteriormente.

13 Un traductor jurado es una persona acreditada para otorgar validez legal a la traducción del contenido de un documento a otra lengua. Les autoriza el Ministerio de Asuntos Exteriores. A través de su firma y sello ellos autentifican el contenido del trabajo.

14 Sacristán nunca lo tuvo; se refirió al automóvil como «el quinto jinete de la Apocalipsis».

15 En un primer momento, entre 1959-60 y 1964-65. Más tarde, tras la expulsión, durante el curso 1972-73, y desde 1976-77 hasta 198-85 (a excepción del curso 1982-83 en el que fue profesor en la Facultad de Ciencias Sociales y Políticas de la UNAM). Quince cursos en total; solo tres, desde 1956-57 hasta 1958-59, en la Facultad de Filosofía de la UB.

16 Griego clásico, alemán, francés, inglés, italiano, latín y catalán.

17 Con dirección de José Mª Valverde, Francisco Fernández Buey escribió su tesis doctoral sobre Della Volpe: Contribución a la crítica del marxismo cientificista. Una aproximación a la obra de Galvano della Volpe. Barcelona: Publicaciones Ediciones de la UB, 1984. Sacristán, traductor de la Crítica del gusto (1966), fue miembro del tribunal que valoró la tesis.

18 Con excepciones. Un libro de Althusser editado en castellano en 2019 (la edición original francesa es de 2016) lleva por título Las vacas negras. Entrevista imaginaria, Madrid: Akal. La razón: «El título alude a una frase de Hegel en el prólogo de la Fenomenología: “La noche, cuando todas las vacas son negras”» Althusser, así se explica en la presentación del ensayo, prefirió titular su libro del modo en que lo hizo para resaltar la herencia hegeliana.

19 Ya en una nota de traductor de 1963 escribía Sacristán: «La traducción literal que suele usarse de este paso de Hegel –“la noche en que todas las vacas son negras”– no parece justificada, puesto que existe en castellano una expresión equivalente: “Todos los gatos son pardos”».

20 En la nota de traductor 24 a su traducción del Anti-Dühring (OME 35, 147), daba Sacristán el siguiente ejemplo: Engels: «En resolución, la filosofía de la realidad, tomada en su conjunto, resulta ser, para hablar con Hegel, ‘la más pálida lucecilla de la ilustracioncilla alemana’». Su observación: «La frase de Hegel, y su continuación en Engels, están aquí traducidas libremente para basar el texto castellano en la asociación “ilustración”-“siglo de las luces”. La frase de Hegel es un juego de palabras basado en la asociación entre abklären (aclarar, p.e, la ropa sucia) y aufklären (ilustrar, de donde viene Aufklärung, la Ilustración)».

21 Salvo error por mi parte, en estas dos ocasiones: H Kaufmann, Luna roja y viento cálido, Barcelona: Noguer, 1960, y H. Gerlach, El ejército traicionado. Stalingrado, 1942-1943, Barcelona: Noguer, 1960. En ambos casos con el seudónimo de Manuel Entenza. (En esa calle barcelonesa se ubicaba la cárcel Modelo, una prisión de presos políticos y sociales en la que estuvo detenido). En otras ocasiones firmó como José Manuel Mauri, también en textos escritos al alimón con Juan Carlos García Borrón, y una vez como Máximo Estrella en honor de Valle Inclán y por marcada incomodidad con el texto traducido. En homenaje a Sacristán, Antoni Domènech firmó algunas traducciones con el nombre de «Máxima Estrella».

22 En traducción catalana de Francesc Vallverdú. Puede verse ahora en Lecturas, Barcelona: El Viejo Topo, 1985, pp. 217-242. También fue entrevistado sobre la obra de Brossa por Miquel Martí i Pol (Oriflama, n.º 97, 1970 (en catalán); Ibidem, pp. 243-250).

23 La información sobre la polémica generada por su traducción, con críticas «teatrales» de Josep M. Carandell, puede verse en https://espai-marx.net/sacristan/?p=1346.

24 Probablemente se está refiriendo Sacristán a la tesis doctoral de Alfons Barceló, compañero suyo de facultad. Véase la entrevista con el doctor Barceló para los documentales «Integral Sacristán» de Xavier Juncosa.

25 Traducidas, entre otros, por León Mames, José María Ripalda, Miguel Candel y Pedro Scaron. Nunca han sido publicadas. Se conservan los materiales del trabajo.

26 Alfaguara publicó años después la traducción de Pedro Ribas. Sacristán llegó a un acuerdo de traducción del clásico kantiano, Crítica de la razón pura, con la editorial Espasa Calpe que finalmente no pudo llevarse a término. Desconozco las razones. En las primeras cláusulas del acuerdo se señalaba: «El editor encarga al traductor que efectúe la traducción al español de la obra de Manuel Kant Crítica de la razón pura, en el texto no vertido ya por don Manuel García Morente, la intercalación de variantes existentes con respecto a la primera edición, la publicación del texto de García Morente con las notas que pueda tener lugar», más un prólogo a la edición española de una extensión de 15 a 20 páginas. La traducción debía ser «completa, fiel y correcta», y el plazo de entrega del original traducido finalizaba el 1 de abril de 1982.

27 Sacristán se está refiriendo a J.K. Galbraith, El nuevo estado industrial, Barcelona: Ariel, 1967, 457 páginas.

28 La traducción se abría con la siguiente nota: «Manuel Sacristán ha traducido íntegramente el texto. José Antonio García Durán y Narciso Serra han leído, criticado y discutido toda la traducción a medida que ésta avanzaba. En la discusión, García Durán y Serra han representado principalmente los derechos del léxico técnico de los economistas, y Sacristán los derechos de la lengua castellana común. Los tres tienen la esperanza de que el resultado sea –o llegue a ser, con la ayuda de los lectores críticos que quieran prestarla– algo más que un compromiso».

29 En sus clases de Metodología de las ciencias sociales de 1983-84, señalaba Sacristán sobre Galbraith y la escuela histórica: «Pero esta escuela ha tenido una prolongación muy interesante, que durante bastante tiempo no fue tenida en cuenta casi, y ahora, gracias a la gran popularidad de Galbraith, vuelve a a ser tenida en cuenta (…) En esta última fase de la escuela institucionalista la idea básica es, podríamos decir, la del capitalismo dirigido, no en el sentido de una propuesta de que el capitalismo sea dirigido sino casi como afirmación de que ya lo es, como planificación indicativa y sobre la base que ya entonces es utilizable, de la Contabilidad Nacional».

30 En las comentadas declaraciones a La Vanguardia de diciembre de 1981, Sacristán había mostrado sus preferencias: «Hay dos autores que me alegro mucho de haber traducido al castellano: Adorno, en ciencias sociales y Quine, en el campo de la lógica y la teoría de la ciencia, y, quizá más tarde, Agnes Heller». No siempre tuvo la misma opinión sobre sus traducciones de la filósofa húngara.

31 Han sido recogidas en la edición de Alberto Santamaría de: Karl Marx, España y revolución, Cantabria: El Desvelo ediciones, 2017.

32 El que fuera Director general de Cultura Popular y Espectáculos fue Director General de RTVE desde el 25/X/1981 hasta el 15/VIII/1982, el mismo que años atrás, mediados de los sesenta, había censurado, en mi opinión, sus trabajos para la editorial Labor. Entre ellos, dos libros: Lógica elemental y El problema del conocimiento (no acabado).

33 Sin seguridad por mi parte: T. v. Uexkuell, El hombre y la naturaleza, Barcelona: Zeus, 1961. Firmó su traducción como Manuel Entenza.

34 Las siguientes: Desde un punto de vista lógicoLos métodos de la lógicaPalabra y objetoFilosofía de la lógica y Las raíces de la referencia. Prologó los dos primeros ensayos y escribió anotaciones de lectura sobre varios de ellos.

35 En el caso de Sigma. El mundo de la matemática, por ejemplo, y en el de la Historia de la Filosofía de Copleston y OME (obras de Marx y Engels)

36 Publicada en 1971. Sacristán tradujo los tres primeros volúmenes; Francisco Fernández Buey colaboró en la traducción de los restantes.

37 Un reconocimiento a su trabajo de Juan José Acero y Nieves Guasch –«Nota de traductores»–, por su traducción de Los métodos de la lógica de Quine: «La presente edición castellana del libro del profesor W. V. Quine Los métodos de la lógica se basa en la tercera en lengua inglesa, publicada en 1972. Las precedentes ediciones hechas en nuestra lengua se basaban en la inglesa de 1959. El Dr. Manuel Sacristán llevó a cabo su reconocida traducción partiendo del texto original de dicha edición inglesa (…) La presente traducción es íntegramente nueva: no nos hemos limitado a verter el nuevo cincuenta por ciento de texto, para añadirlo al material elaborado por el Dr. Sacristán. Sin embargo, reconocemos la valiosa ayuda que representa el hecho de haber podido contar con dicho material. Ello se hará patente sobre todo en muchos de los ejemplos que se discuten a lo largo de la obra, pues los hemos mantenido. Conste, por lo tanto, nuestro agradecimiento por la deuda contraída con el traductor anterior».

38 El texto, publicado inicialmente en 1967, fue reeditado en 1971 en la colección «Ariel quincenal».

39 Luchterhand era en aquel entonces una editorial de la Alemania Occidental con sede en Neuwied. Tenía en curso de publicación una edición completa y sistemática de los escritos de Lukács que sirvió (parcialmente) como modelo de la edición castellana. En 1972 eran doce los volúmenes publicados. El joven Hegel (vol. 8), El asalto a la razón (vol. 9), Problemas del realismo (volúmenes 4, 5 y 6), Estética I (volúmenes 11 y 12), entre ellos.

40 En esta carta de agosto de 1965, observaba Lukács: «Muchas gracias por su carta [de Sacristán] de 22 de julio y por la copia del contrato. Le pediría que me enviase a mí directamente mi parte de los honorarios […] Por tanto, quedamos que a partir de ahora siempre negociaremos entre nosotros directamente. En relación con Historia y consciencia de clase estamos ya de acuerdo. Los honorarios pueden ser los mismos que por los otros libros». La traducción es de Miguel Manzanera Salavert, autor de la primera tesis doctoral sobre la obra de Manuel Sacristán.

41 Como se indicó, fue un compromiso por su amistad con Juan Grijalbo, editor del libro. Firmó con seudónimo: Máximo Estrella.

42 En una conversación de 1979 con Jordi Guiu y Antoni Munné (Acerca de Manuel Sacristán, ob. cit., pp. 97-130), observaba Sacristán: «Entre otras cosas porque si yo me recompongo ¿quién me ha hecho a mí? A mí me han hecho los poetas castellanos y los poetas alemanes. En la formación de mi mentalidad no puedo prescindir ni de Garcilaso ni de Fray Luis de León, ni de San Juan de la Cruz, ni de Góngora. Pero tampoco puedo prescindir de Goethe, por ejemplo, e incluso de cosas más rebuscadas de la cultura alemana, cosas más pequeñas, Eichendorff, por ejemplo; o poetas hasta menores, y no digamos ya, sobre todo, y por encima de todo, Kant. Y Hegel, pero sobre todo Kant… Y el Hegel de la Fenomenología también».

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