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Labio de liebre, la mercantilización del dolor, una obra sobre el perdón como estrategia de olvido

La inmoralidad, una estrategia dramatúrgica

Fuentes: Rebelión

Carta pública de protesta ante una obra de teatro que banaliza los crimenes del paramilitarismo

Maestro Hernando Parra

Asociación de Salas Concertadas

Presidente.

Maestro Parra:

Tuve la oportunidad de asistir, el pasado miércoles 9 de octubre a la inauguración oficial del XV Festival de Teatro de Bogotá, en la cual se presentó la obra del Teatro Petra Labio de liebre, dirigida por Fabio Rubiano.

Como se sabe esta obra fue estrenada en el 2014, sobre la temática del conflicto armado y los procesos de reconciliación. Dado que estas temáticas hoy son de primer orden para los colombianos y que convocan hacia la reflexión acerca de los acuerdos de paz y la necesidad de superar las confrontaciones, en la búsqueda de identificarnos como nación y de construir coincidencias que nos permitan reconocernos como sociedad en la construcción de la paz, creo conveniente sentar mi posición, como colombiana, como profesora de teatro y como activista política, acerca de este montaje.

Como el día de la inauguración el festival fue presentado como producto de la colaboración entre la Asociación de Salas Concertadas e Idartes, me veo en la necesidad de elevar un contundente reclamo ante usted, maestro Parra, como presidente de la Asociación.

La obra del teatro Petra presenta a un victimario, Salvo Castello, (no sobra decir que se refiere a Salvatore Mancuso ) quien, en su prisión domiciliaria en un país extranjero, es atormentado por los fantasmas de una familia, cuyos miembros, una madre y tres hijos, fueron asesinados por los lugartenientes de Castello. Las víctimas le piden insistentemente que los nombre y que diga en dónde fueron enterrados. Bajo la metáfora de «póngase en mis zapatos», reclamo que le hace una de sus víctimas, Castello asume la posición de la familia y finalmente, después de negarse contundentemente, se pone en el lugar de ellas, los nombra e indica donde hallar sus cuerpos. Con la frase final de la obra: «pido perdón», en boca del victimario, se pretende mostrar la toma de conciencia del mismo y el proceso mediante el cual asume la culpa de las acciones que ha venido justificando como necesarias para la democracia.

Las víctimas, una familia campesina a quien Castello mandó matar, aparecen en su casa como los fantasmas que lo atormentan y que deciden no irse hasta cuando él los reconozca nombrándolos y diciendo donde fueron enterrados.

El primero que aparece es uno de los hijos, quien nació con labio leporino, deficiencia que se conoce como labio de liebre. Este personaje le explica que nunca se hizo operar porque no alcanzó a crecer dado que fue asesinado por los sicarios de Castello. El segundo hijo fue asesinado y descabezado; la hija menor quien había sido abusada por su padre, fue luego abusada por Castello; ella le reclama por no haberla tenido con él; y la mamá, quien una vez aparece en la casa asume las tareas domésticas, le reclama que los reconozca como sus víctimas para poder descansar.

Todos los personajes están presentados de forma caricaturesca, los textos están construidos con base en chistes vulgares y de contenido sexual, desde la primera escena, de manera que a medida que transcurre la obra, las alusiones sexuales y las menciones acerca de la torpeza y ausencia de inteligencia de la familia, se convierten en el único recurso dramatúrgico que hace que la obra transite livianamente a lo largo de la hora y media de duración y termine sin realmente lograr conmover al espectador.

Las escasas escenas de dolor aparecen de manera descontextualizada, en medio de los chistes flojos que las hacen perder fuerza y las ponen como momentos intrascendentes, más como relleno que como el asunto central. La burla al asesinato, la burla a la tortura, la burla al desplazamiento, la burla al desmembramiento (uno de los textos alude a que cuando los asesinos jugaban futbol con la cabeza de los muertos «metían goles de cabeza»), le otorgan a estos episodios de la vida nacional un carácter intrascendente, los descargan del horror que produjeron estos hechos en las víctimas y los ponen como hechos curiosos, chistosos, livianos, casi como de stand up comedy, lo cual nos impide la reflexión, nos despoja de la sorpresa, y nos pretende ubicar como espectadores complacientes con los hechos presentados.

Creo que esa es la postura del grupo con esta obra, de total complacencia ante la violencia; y la manera como están construidos los personajes de la familia, parecería enunciar que se merecían lo que les pasó, pues cada uno tiene defectos y debilidades morales que los harían merecedores de su suerte. Por supuesto, no se puede decir que algunas víctimas en Colombia no tienen deficiencias morales, sería ingenuo siquiera pensarlo; pero, ¿es así como queremos presentar a las víctimas del conflicto en Colombia? ¿Mostrándolos como arquetipos de maldad, y en últimas responsables de las múltiples agresiones a que fueron sometidos por los paramilitares?

A diario, los medios masivos de comunicación, nos acostumbraron a oír cómo los líderes de los grupos paramilitares aseguraban estar actuando a nombre de la democracia, como supuestos aliados de la legalidad y «protegiendo» a los ciudadanos de los delincuentes. Así, se vieron justificadas y legitimadas sus acciones. Recordemos cómo el mismo Mancuso habló ante el Congreso de la República y nunca nuestros ‘padres de la patria’ se indignaron ni pronunciaron con la contundencia que lo hacen hoy ante la presencia de los excombatientes de las FARC.

Entonces, lo que presenciamos en esta obra de teatro, es una complicidad con estos imaginarios y la reafirmación de las mentiras y engaños a que nos sometieron los poderes, mientras las matanzas, los desplazamientos y los horrores de las acciones contra campesinos e indígenas se sucedían mientras las autoridades miraban para otro lado o colaboraban abiertamente como se ha verificado en numerosos casos. Es este el talante del perdón que pide el paramilitar, una estrategia para diluir la responsabilidad, como una evasión a enfrentar el pasado y en consecuencia reivindicando el olvido como la fórmula más inmoral de tratar el pasado.

La pregunta es: ¿Es posible llamar a esto arte tal y como se pronunció la delegada de IDARTES cuando le otorgó la mención al director?

La historia del arte muestra que este cumple en las sociedades la función de crítica a los grandes mitos de la humanidad. Sólo el artista es capaz de poner de presente los grandes conflictos humanos desde la óptica de la crítica, del develamiento constante de las grandes contradicciones y los grandes conflictos de hombres y mujeres; sin miedo, sin compromisos, sin prejuicios. De modo que este espectáculo en mi opinión, no puede considerarse arte, pues solamente apela al tratamiento de temas que desgraciadamente se ponen de ‘moda’ y los aprovecha para vender un producto que aparece como comercializable, banalizando el horror y presentando, de manera complaciente, hechos dramáticos de la historia colombiana como simples anécdotas convertidas en burlas estúpidas.

Hay asuntos de la vida de las comunidades, por ejemplo las víctimas de la costa caribe que fueron descuartizados por los paramilitares con cuya cabeza se jugó futbol, que no pueden presentarse como un chiste, pues no se construye memoria, sino más bien se colabora con el olvido. ¿Qué pensarán los familiares de esas personas masacradas sádicamente al ver que esos crímenes son banalizados por el teatro comercial de Rubiano, como si eso fuera igual a ver un convencional partido de futbol? ¿Hasta dónde puede llegar la insensibilidad de los colombianos, que produce obras en las que se hace una velada o abierta apología a hechos que nos deben avergonzar ante el mundo entero?

Considero una gran irresponsabilidad que el festival se haya inaugurado con esta obra. El día de la inauguración corresponde a la presentación del carácter del festival y estoy segura de que ni la Asociación de Salas Concertadas, ni Idartes, podrían defender el carácter de esta obra como el talante de este festival. Por lo tanto fue, en mi opinión, irrespetuoso, grosero y muy desafortunado pretender mostrar este montaje como una propuesta de reconciliación.

Estoy convencida de que el arte colombiano debe asumir su papel en el proceso de construcción de la paz, desde una postura política respetuosa, informada y ponderada. No desde la banalización, el descrédito, el maltrato, la burla y el desprestigio de las víctimas, a las que debemos toda nuestra consideración, todo nuestro respeto y toda nuestra solidaridad. No creo que sea este el camino por donde debemos transitar en la construcción de nuestra memoria, ni son estos los elementos que queremos que perduren.

María Teresa Vela Mendoza, profesora de Artes Escénicas. Universidad Pedagógica Nacional.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.