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Urgencias y problemas de la convergencia

La izquierda desconfiada y la coyuntura política actual

Fuentes: Rebelión

Introducción Este documento no fue escrito ni pensado para su publicación. Mas bien se trató de un borrador destinado a circular entre los militantes sociales y personas que conforman el activo de la «izquierda desconfiada», aquella que se organiza en colectivos y cuya presencia data, a pesar del cerco político tendido sobre ella, desde inicios […]

Introducción

Este documento no fue escrito ni pensado para su publicación. Mas bien se trató de un borrador destinado a circular entre los militantes sociales y personas que conforman el activo de la «izquierda desconfiada», aquella que se organiza en colectivos y cuya presencia data, a pesar del cerco político tendido sobre ella, desde inicios de los años noventa. Su propósito fue analizar los problemas relativos a la experiencia reciente de esta franja y las posibilidades de una «nueva política», autónoma y originada desde lo social, teniendo a la vista la refundación capitalista impulsada por la contrarrevolución neoliberal y las exigencias que la coyuntura política actual impone a las organizaciones que la conforman..

Desde hace más de una década este segmento viene acumulando memoria y saber político: desde el balance de las luchas antidictatoriales hasta una evaluación in corpore del efecto de las reformas estructurales, incluido el saldo crítico respecto a la relación con los partidos políticos populares y el impacto disolvente que el «retorno a la democracia» provocó sobre las organizaciones populares y de trabajadores. En todo este tiempo, esta franja ha logrado recomponerse frente al pragmatismo del socialismo rosa, sobrevivir a los desaciertos de los núcleos mas duros y también sobreponerse a la perplejidad de la izquierda clásica, proponiendo visiones, prácticas y acciones de construcción nuevas, en uno de los periodos mas difíciles para quienes mantienen vivo el ideario del socialismo.

Sin embargo todo este caudal de experiencias de construcción, de luchas e ideas, continúa disperso entre multiplicidades de colectivos que nacen, mueren y renacen. Y es hora, como lo propusieron en otro momento los actores secundarios, cuajar «una síntesis histórica original», tarea que sin duda es y será de muchos y multiforme, tal y como lo ha sido la misma existencia de esta franja de constructores sociales y políticos..

En este empeño se inscribe el presente papel. Originalmente circuló entre los integrantes de los Colectivos de Trabajadores, CC.TT. y otras organizaciones afines para luego difundirse entre las numerosas iniciativas de construcción social y política que conforman el activo de militantes de la izquierda desconfiada. Se trata, pues, de una contribución más entre otras a la búsqueda de salidas al túnel neoliberal que hoy campea soberbio por nuestro país.

En esta ocasión y a propósito del interés de los editores de la Revista de Historia y Ciencias Sociales por ponerlo a disposición del público académico, se han realizado correcciones menores y sustituido su título por uno mas expresivo. Junto con agradecer su publicación, el autor reconoce la disposición de los editores a mantener el tono y estilo originales, reflejando así de mejor modo el espíritu y carácter de los esfuerzos de construcción del cual es parte.

I. Hacia el fin de la Transición y cambios en el bloque en el poder.

La Transición chilena iniciada con el plebiscito de 1988 y las elecciones presidenciales y parlamentarias del año 1989, se abrió paso por medio de una operación de ingeniería política cuya efectividad se muestra hasta hoy. Se trató de una alianza táctica cuyo objetivo fue reconfigurar el bloque el poder dando garantías políticas al bloque dominante coyunturalmente derrotado en ese momento, y económicas, a aquel sector cuya base de poder y acción se fundaba en el modelo económico neoliberal ya sólidamente instalado.

La ingeniería política de esta alianza, naturalmente, incluyó la decisión de desarticular a la oposición social y política mas radical; ésta llegaría desgastada a la coyuntura y sería desplazada de las negociaciones clave de la transición. En el «pacto por arriba», los «de abajo» nunca fueron actores de las negociaciones sino más bien un «argumento de fuerza», una «amenaza» en manos de las franjas anti pinochetistas que pactaban por arriba.

Desde entonces ha pasado mucho tiempo y agua bajo el puente. Desde 1989 a la fecha son casi 17 años, prácticamente el mismo tiempo que duró la dictadura.

Así, no es extraño que la acumulación de una serie de hechos políticos, si bien no en oposición frontal con el ideario de la transición pactada, perfilen ciertas tendencias cuya interpretación da paso a discusiones sobre cambios en las correlaciones de fuerzas y en la composición del bloque en poder.

En el ámbito de la política, las tendencias más relevantes podrían resumirse en:

– La gradual pero sostenida decadencia del pinochetismo en cuanto fuerza política, referente ideológico o simplemente como mafia policial que llegó a ostentar cierto poder hasta poco antes del encarcelamiento de Pinochet en Londres.

– El fracaso del intento gremialista de dar continuidad histórica al «legado político- ideológico» de la dictadura más allá de la pura dimensión económica. No pudo sostener a Pinochet como figura histórica ni tampoco concretar su estrategia populista por la vía del «partido popular». Este fracaso corre paralelo a la frustración de la derecha liberal que intentó, sobre la base de la estabilidad y larga fase de crecimiento económico, superar el pinochetismo reconciliando libre mercado con la democracia liberal.

– La escisión de largo plazo de la derecha económica y la derecha política. Esta última, en medio de luchas intestinas entre integristas y liberales, pierde sostenidamente capacidad de representación única y natural de los intereses generales y específicos de las burguesías criolla y transnacional.

– Derrota y cooptación de las corrientes de izquierda al interior del partido socialista. La «neoliberalización» de las corrientes socialistas y socialdemócratas llega a su momento culmine con el gobierno de Lagos, pues como éste mismo afirmó recientemente: «también el socialismo está en condiciones de gobernar», lo cual, habida cuenta de su rol de administrador del modelo, significa gobernar ajustado a los intereses del capital. El socialismo mostró empírica y directamente su efectividad como guardián y reproductor de las reglas de mercado; este éxito incluso hace cada vez más superflua la existencia del PPD por cuanto los socialistas ya no precisan disfrazarse con ropajes de pragmatismo como sí lo requirieron a inicios de la transición.

– Aceleración del desplazamiento de la DC como principal partido del país. Los factores que abrieron un espacio a un partido confesional ubicado en el centro político-ideológico han desaparecido haciendo patente que el viejo proyecto corporativo-centrista de la DC no tiene asidero en el Chile neoliberal de hoy. Ni el enfrentamiento este-oeste en lo político-internacional, ni la existencia de una clase media de sesgo corporativo -compuesta por la burguesía media y la pequeña burguesía propietaria y no propietaria- en lo económico-social, existen ya como condiciones de contexto que justifiquen un centro político como lo fue la DC. Es este vacío programático (y de representación) el que la DC no ha podido superar; precisamente el que el PS resolvió neoliberalizándose.

Como puede observarse, la constelación de fuerzas políticas que pactó, inició y administró la transición ya no es la misma, o al menos, la actual disposición de fuerzas es significativamente distinta a la configuración original. Sea como fuere, éstas modificaciones corren en paralelo a una serie de cambios en la derecha económica criolla y transnacional (emergencia de nuevos grupos, semi extinción de otros, fusiones e incluso cambios generacionales en la dirección de los grupos económicos criollos) y en otras agrupaciones de poder (nuevo integrismo católico, cambios en la estructura de los jueces, del alto mando de las FF.AA., etc.) cuya re-configuración se vuelve más notoria en los últimos dos años.

Paradójicamente esta reconfiguración ocurre junto al lento desmoronamiento del movimiento de trabajadores y popular clásico sin que al menos, en compensación, haya ocurrido la anunciada emergencia de los «nuevos movimientos sociales»; éstos, como indicador, nunca han superado el umbral que marcó la candidatura de Manfred Max Neef («los mosquitos») a inicios de los noventa. Por cierto, lo anterior no significa que nada pase. Simplemente refleja que mientras las organizaciones tradicionales siguen en franco declive, las iniciativas de construcción de nuevo tipo no han sabido hasta ahora arreglárselas para hacer sentir su voz en los espacios tradicionales de la política y/o politizar los espacios sociales en que se desenvuelven.

Precisamente esta aparente esterilidad de las franjas activas de los sectores dominados es la que hace difícil concebir el conjunto de cambios descritos como un cambio de periodo. Generalmente tiende a asociarse un cambio de período con un cambio en las correlaciones de fuerza entre clases dominantes y dominadas y no como un cambio al interior de los sectores dominantes propiamente tales, como parece ocurrir en el Chile de hoy.

Sea como sea, de todos modos las previsiones de corto plazo agregan un ingrediente crucial para la interpretación de las tendencias anteriores: la candidatura Bachelet y su cuasi seguro triunfo en las elecciones presidenciales. Y esto porque Bachelet, hija de un general, reúne en si la singular condición de víctima de las violaciones de los DD.HH. y a la vez miembro de la «familia militar»; porque Bachelet, militante socialista, enlaza a la izquierda «moderna» con la elite administradora del modelo legado por la dictadura, y finalmente, Bachelet, primera mujer presidente, legitima la política al mostrar que todos, incluidas las mujeres, tienen opciones en este país que avanza hacia el desarrollo. Si efectivamente en marzo próximo, asume Bachelet la presidencia, entonces el cierre simbólico de la transición se habrá consumado y ciertamente estaríamos en el umbral de un nuevo momento político.

II. La coyuntura electoral del 2005 y las definiciones tácticas en la izquierda.

Probablemente una apreciación similar explica que las direcciones de la izquierda confiada planteen que el escenario del 2005 inaugura otro momento en la política chilena. Para ellas, este nuevo momento venía anunciándose por varios acontecimientos coyunturales previos: movilizaciones del 13 de agosto 2003, derrota de Olivares en la CUT a inicios del 2004, resultados de las elecciones del CUT, de la FECH y Colegio de Profesores ese mismo año, consolidación de la coalición Juntos Podemos, JP, movilización llamada por la CUT y luego la masiva marcha anti APEC que abrió el Foro Social Chileno. La confirmación de este nuevo momento la daría el 10% de los sufragios que la coalición JP alcanzó en las elecciones municipales de diciembre del año pasado. Si bien algunos sectores han sido mas críticos respecto de las posibilidades de capitalizar toda esta serie de sucesos, la idea que hay una potente fuerza social esperando la alternativa, volvió a fortalecerse con el masivo funeral de la Marín.

Los hitos anteriores, independientemente de la interpretación que pueda dárseles, si se combinan con las tendencias más estructurales antes citadas, dotan a la coyuntura electoral del 2005 de un cierto carácter crítico para las organizaciones sociales y político-sociales desconfiadas. Esto se ha expresado, por decirlo de algún modo, en un «doble tironeo» o interpelación que surge de la propia situación política actual.

Por una parte, una interpelación que demanda posición frente a la coyuntura electoral 2005 que, a diferencia de otras ocasiones, se caracteriza por el optimismo de una izquierda confiada cuyas expectativas de regresar al juego democrático institucional y reeditar los «históricos tres tercios», aumentaron luego de la municipal de diciembre. Y por otra, como contracara de este clima de optimismo, la franja desconfiada, invisible y escasamente creíble para la izquierda confiada, es interpelada «desde dentro» respecto a su impotencia para presentar una vía política alternativa más allá de la pura desconfianza. Esta auto interpelación es mas angustiosa si se piensa que luego de década y media de ensayos de construcción, los esfuerzos desplegados no han logrado madurar en una alternativa propia, independiente y en contraposición a la institucionalidad política.

Cierto es que la reedición de los «tres tercios» y el regreso al juego institucional democrático, añoranzas de la izquierda confiada, equivalen a decir que el «lugar» privilegiado de la política es el espacio institucional formal. También que esto no es nada nuevo por que «el reformismo siempre ha considerado ese espacio como el lugar de la política», a diferencia de «nosotros» cuyo lugar privilegiado ha sido el lugar de las organizaciones de trabajadores y populares. Sin embargo ese raciocinio es una repetición de la vieja oposición reforma-revolución o izquierda tradicional-izquierda revolucionaria que, por no hacerse cargo de las nuevas condiciones del capitalismo, poco aporta para enfrentar con seriedad esa interpelación «desde dentro» a que nos referimos. El auto emplazamiento, la interpelación «desde dentro» no se resolverá apelando a lo mismo de siempre; ni menos si se trata de responder con seriedad al «doble tironeo» mencionado más arriba.

En una perspectiva de mayor plazo que aquel que impone la coyuntura, el «doble tironeo» se puede resumir en un único problema táctico: ¿en las condiciones del capitalismo actual qué «lugar» se privilegia para desarrollar (hacer) una política capaz de sentar las bases para la construcción de un sujeto y proyecto de las clases dominadas?.

Hay por lo menos dos respuestas expresadas en dos lineamientos tácticos con desigual desarrollo.

Las fuerzas predominantes de la izquierda confiada ha perfilado su respuesta fortaleciendo el sentido de su participación electoral y de negociación institucional en la perspectiva de su «regreso a la institucionalidad política». Hacia allá han dirigido sus mayores esfuerzos y será la menor o la mayor cercanía a dichas instituciones el criterio de éxito de su lineamiento táctico. La racionalidad de esta táctica, que analizaremos mas adelante, consiste en acceder a las instancias legislativo-parlamentario para fortalecer desde allí a la izquierda y el movimiento de trabajadores y popular.

Pero hay una respuesta en potencia; ésta puede deducirse del clima adverso a participar electoralmente que se vive en los diversos espacios sociales y político-sociales en que se reproduce la franja desconfiada. Sin embargo este sector -sobretodo el activo conciente de las implicancias políticas que derivan de las particularidades del capitalismo actual – es el más retrasado en dar consistencia táctica a su desconfianza y experiencia de construcción. La dispersión actual y la carencia de un análisis compartido que señale líneas de balance y perspectivas de los resultados de 15 años de intentos de conducción/construcción, ha operado en contra de las posibilidades para dar paso a una visión y táctica comunes. Una convergencia de este tipo requeriría al menos una evaluación sincera del estado actual de las iniciativas asociadas a ésta izquierda, de su fuerza efectiva y potencial, sus ideas programáticas, la composición de sus militantes y la forma en que han encarado los problemas de organización e intervención social y política. También poner sobre la mesa preguntas como: ¿Hacia dónde se encamina la delgada capa de militantes político-sociales y las organizaciones que conforman el activo? ¿Hay desarrollo teórico, social y político de esta capa? ¿Se trata del mismo activo de mediados de los noventa o hay nuevos componentes con diferentes visiones?, etc.

Las respuestas a estas preguntas no pueden obtenerse sin considerar las tendencias que se detectan en el campo de lo político. Debemos actualizar nuestra mirada, escudriñar más el presente. Apelar a la dicotomía reformismo-revolución que se nos planteó en otros períodos y sobre todo bajo otras formas de funcionamiento del capitalismo, de poco sirven ahora para calibrar con precisión las opciones políticas de la izquierda confiada ni menos para dar sentido a opciones tácticas propias.

III. La izquierda confiada y el regreso a la política institucional.

El optimismo en las filas del JP luego de las elecciones municipales introdujo en la franja desconfiada cierta inquietud que se expresó en esfuerzos por elaborar una interpretación del resultado electoral. Aunque la segunda vuelta en Talcahuano pareció volver todo a fojas cero, de todos modos el estado de ánimo y la perplejidad del gobierno, la Concertación y de la propia derecha, mantuvo y mantiene la inquietud y el debate en el tapete.

¿Es que ya la más efectiva acción política posible es la acción electoral por cuanto permitirá acceder a instrumentos legislativo-parlamentarios mucho más efectivos para sacar del marasmo al movimiento de trabajadores y popular? ¿Es que, por tanto, la acumulación de fuerzas debe orientarse por los requisitos del juego electoral pues es el único modo de garantizar una participación exitosa en dicho juego?

La izquierda confiada responderá afirmativamente a ambas preguntas simplemente porque no cree posible la apertura de un «nuevo lugar» desde el cual politizar la acción social. Nos advertirá que es mejor volver al redil por cuanto lo mas consistente con la situación política actual es la lucha por la reconstitución de los tres tercios electorales y fijarlos éstos en la institucionalidad política.

En el imaginario de la izquierda confiada está el itinerario seguido por la izquierda tradicional durante el siglo XX: la conquista paulatina de los espacios institucionales desde los años treinta en adelante. Sin embargo, ese itinerario es irreproducible si consideramos que el capitalismo chileno actual en nada se parece al patrón de acumulación desarrollista y su estado de compromiso.

El desarrollismo logró -forzado por las luchas populares- tejer una red de vínculos que extendieron el estado hacia la sociedad. Por una parte, los propios partidos políticos intitucionalizados podían integrar a su militancia y hacer partícipe del estado extendido y sus beneficios a las franjas críticas de su fuerza electoral, y por otra, sectores mas amplios de las clases dominadas, bajo la promesa plausible de movilidad social vía políticas redistributivas, eran cooptados en un pacto social democrático implícito.

La imagen es la siguiente: el estado de un lado y la sociedad de otro, en medio un continuom institucional que va entrelazando lo estatal, lo público, lo gremial-colectivo y lo individual. Por ejemplo, en la agricultura, en educación, vivienda, salud, servicios de utilidad pública, etc., la institucionalidad partía desde el Estado con un Proyecto de Desarrollo Nacional, seguía con los ministerios del ramo, pasando por las instituciones estatales sectoriales – ODEPLAN, CORA, INDAP, Centros Pedagógicos, Escuela Normal, JUNAEB, SERMENA, CORVI, Empresas públicas, etc.- hasta llegar a lo gremial – Colegios profesionales y técnicos, ANEF y demás organizaciones de funcionarios públicos, Cooperativas y sindicalización campesina, SUTE, Centros de Alumnos, Juntas de Vecinos- y muchas otras organizaciones funcionales de diferente tamaño que acercaban al estado de una u otra forma a capas importantes de los sectores subalternos. La única excepción sería una franja creciente hacia los años sesenta: los pobres del campo y la ciudad.

Hoy muchas de estas instituciones, las que perduran, son nombres vacíos de proyecto y representatividad. No tienen ni la fuerza ni ocupan el lugar estratégico que ocuparon en el diseño de construcción del estado de compromiso que permitió a los reformismos de todos tipo convivir durante décadas.

Esta imagen permite comprender el porqué de la concepción tan institucionalizada de la práctica política de los partidos de la izquierda tradicional chilena, concepción que fue fortaleciéndose paulatinamente en la medida en que el estado siguió extendiéndose. Su punto culmine, por supuesto, fue el momento en que la izquierda accedió al gobierno y dilató al máximo las instituciones del estado: el gobierno de Salvador Allende y la UP.

Si el capitalismo chileno actual, sus instituciones y sus lógicas de funcionamiento, marcharan en una dirección que permitiera imaginar que ese estado de cosas volverá, entonces, las respuestas de la izquierda confiada a las preguntas anteriores podrían ser plausibles, por lo menos hasta poco antes que comenzaran a aparecer los «nuevos pobres del campo y la ciudad», esos que ya no tendrían lugar en el nuevo estado de compromiso. Pero en caso contrario, si la lógica de la contrarrevolución neoliberal contrajo el estado, disolvió lo gremial-colectivo hasta dejar solo átomos individuales e instaló en medio el mercado con sus reglas, instituciones cautelares de contratos y la propiedad, y sobre todo instaló el sentido común del individualismo, entonces la táctica del «regreso al espacio político -institucional» como lugar de construcción de un proyecto y un sujeto social y político independiente, se vuelve muy frágil. Simplemente porque el estado ha sido vaciado de su capacidad constitutiva de «ciudadanía real».

Un estado cuya capacidad constitutiva de «ciudadanía real» ha sido significativamente limitada – por cuanto sus posibilidades de extenderse hacia la sociedad han sido restringidas para ampliar el espacio del mercado-, no solo permite explicar porqué una táctica que se oriente a acceder a éste tiene una menor efectividad, sino también, y esto es lo importante, permite descubrir un campo «libre» de construcción que no se puede sino enfrentar «politizando lo social».

IV. La izquierda desconfiada. Lo viejo, lo nuevo y sus posibilidades.

(a) ¿Desde dónde evaluar nuestra experiencia?

Discutir la situación de la izquierda desconfiada exige comprender, antes de nada, la perspectiva desde la cual es posible someter a crítica nuestra experiencia y resultados. El solo hecho que seamos constructores y no observadores de los procesos sociales y políticos que intentamos comprender, nos pone en una situación de complejidad para calibrar objetivamente el devenir de los acontecimientos de los cuales somos parte activa. Pero esta complejidad aumenta exponencialmente cuando además los propios constructores estamos en proceso de constitución.

A pesar que sostengamos que en Chile el patrón de acumulación neoliberal se acerca a su madures, vivir en medio de un proceso de transición – un cambio de fase – nos obliga a reconocernos como «sujetos de la coyuntura», de una «larga coyuntura histórica». Y un sujeto de este tipo, a diferencia de aquél que opera bajo instituciones, reglas, prácticas e ideas ya fijadas, actúa en condiciones de complejidad superior por cuanto el riesgo de «subjetivizar excesivamente» la realidad es mucho mayor que hacerlo en situaciones «normales». Cualquier constructor político-social corre el riesgo de su doble condición (observador y actor), pero todo se vuelve más complejo cuando se trata de situaciones de transición. En estas circunstancias, el desarrollo de la conciencia de la realidad es concomitante al desarrollo del sujeto conciente, es decir, el proceso de «toma de conciencia» de la coyuntura histórica corre en paralelo a la constitución del propio sujeto que, a propósito de su intervención en ella, se abre posibilidades y desarrolla capacidades colectivas para hacerse conciente.

Por lo anterior, los sujetos colectivos, enfrentados a esas coyunturas, portan limitaciones y potencialidades muy singulares que dificultan y facilitan las posibilidades de interpretar y desenvolverse en las circunstancias históricas en que luchan. Las limitaciones derivan del hecho que tienden a clasificar e interpretar las nuevas condiciones, aunque sea a pie forzado, con los recursos teóricos y discursivos propios de otra fase, la anterior. Las potencialidades, por su parte, resultan de las exigencias prácticas que impone el vivir individual y colectivamente en esas nuevas condiciones; éste hecho elemental obliga a desarrollar recursos psicológicos, teóricos y discursivos originales y útiles para afrontar efectivamente esas circunstancias. Si se trata de sujetos colectivos compuestos por diversas «generaciones», en estas coyunturas largas colisionan y se complementan dos franjas: los «sujetos clásicos» que interpretan y evalúan las circunstancias de acuerdo a su cercanía con los «hechos del pasado», y los «emergentes», cuya interpretación y evaluación se debate entre la temeridad de la ignorancia histórica y la audacia de la búsqueda y el descubrimiento.

En los cambios de fase, es decir cuando el capitalismo está transitando de una modalidad de acumulación a otra, los «sujetos clásicos» tienden a evaluar su fuerza en función de la capacidad de resistir tal transito, mientras los nuevos sujetos, los «hijos» de la propia transición, son más abiertos a evaluar sus avances a partir de las nuevas condiciones de las cuales ellos mismos son parte. Naturalmente esto depende de la profundidad de las transformaciones y de las características de las fuerzas sociales que las viven. Por ejemplo, en países en que la contrarrevolución neoliberal han sido más tardía, los sujetos clásicos -sindicalismo clásico, viejos movimientos campesinos o indígenas- ocupan un lugar crítico y predominan las estrategias de resistencia. Por el contrario, en aquellos países dónde ésta ha sido mas temprana, tales sujetos han perdido protagonismo y en medio de una fragmentación social extendida, episódicamente se manifiestan brotes de rebeldías que anticipan la configuración de nuevos segmentos sociales cuyo éxito de mediano y largo plazo se ancla mas a estrategias de propuesta que de resistencia.

Si hace dos décadas atrás no distinguir entre formas de lucha y contenidos programáticos condujo a la confusión entre «estrategia revolucionaria» y «vía armada» y costó comprender que también existe el «reformismo armado», hoy ocurre algo similar cuando se caracterizan los movimientos político-sociales surgidos en las crisis de los países de contrarrevoluciones neoliberales tardías. Cuando nos preguntamos ¿porqué en las recientes luchas en Argentina, Bolivia y Ecuador, tan heroicos y efectivos manotazos del pueblo no han cristalizado en un nuevo poder capaz de abrir paso a una alternativa emancipadora?, o bien ¿porqué las cuasi insurrecciones populares, capaces de jaquear al Estado y sus instituciones, no devienen en estrategias de propuestas no capitalistas?, nos quedamos perplejos, casi tanto como cuando las masas comenzaban a apropiarse de las calles y los presidentes iniciaban cobardemente la huida.

En nuestra izquierda desconfiada predominan los «sujetos clásicos» y los segmentos rebeldes de menor desarrollo político que por ignorancia histórica profesan un subjetivismo temerario fronterizo con la irresponsabilidad política. Los otros segmentos rebeldes, los constructores de nuevo tipo que podrían hacer de bisagra entre pasado y futuro, capaces de proyectar – mas allá del dolor y la nostalgia- la memoria como experiencia, y estimular la audacia del descubrimiento en la perspectiva del proyecto, son aún una muy delgada capa.

Con todas las limitaciones que esto implica, sin embargo, creemos que la perspectiva con mayor efectividad y justeza para someter a crítica nuestra experiencia, es la que se ubica en esa delgada capa gestora de alternativas al mismo tiempo que se constituye. En este sentido, una evaluación de la situación de la izquierda desconfiada centrada en lo «externo» y en las acciones que en relación a ese externo realizamos, sin duda es útil pero insuficiente. Insuficiente porque olvida volver la mirada sobre nosotros mismos escudriñando nuestras propias limitaciones y potencialidades.

(b) La necesidad de un debate sobre la política y sus métodos.

Puestos en esa perspectiva, la franja de constructores de nuevo tipo está obligada a abrir, al interior de la izquierda desconfiada, un doble debate respecto del carácter y ejercicio de la política en la perspectiva de la construcción de sujetos colectivos autónomos.

El primero se refiere al problema de la democracia como eje de la construcción de un sujeto colectivo, y por tanto, sobre la concepción misma de la política.

Las «franjas clásicas» han entendido casi siempre la política como la disputa y ejercicio del poder como medio para dirigir los procesos en función de intereses dados. Esta visión, sin embargo, olvida una dimensión que no por menos épica es menos ardua e importante: la unificación de voluntades, la construcción de consensos; la construcción de proyectos y sujetos colectivos. Por cierto enfrentando a las clases dominantes no queda mas que entender la política como disputa por el poder, pero ¿Hacia el interior de las clases dominadas, hacia nosotros mismos como sujetos colectivos, debemos entender también la política como lucha por el poder, de unos contra otros?. ¿O tal vez -sin desconocer la inevitabilidad de las disputas internas- hacia dentro debemos privilegiar la política como medio de constitución de voluntades comunes, de consensos sobre definiciones estratégicas y tácticas y sobre el contenido de las propias prácticas?.

Cuando las franjas clásicas reducen la política a la sola dimensión de lucha por el poder y trasladan esa concepción, sus reglas y sus prácticas al «interior» de los procesos de constitución de los sujetos dominados, tienden a cerrar el carácter democrático de su constitución y sus proyectos. Y esto, como ha pasado en esta última década, abre un marco de relaciones contradictorias entre las diferentes franjas de la izquierda desconfiada. Las posiciones opuestas tales como conducción-construcción, verticalismo-horizontalidad, dirigentes-base, representación-participación, etc., entre las franjas clásicas y los segmentos de los colectivos», han sido su resultado más evidente.

La concepción de la política en un sentido más amplio -«hacia dentro» y «hacia fuera», en su doble dimensión de conflicto y consenso- permitiría no sólo desentrampar las relaciones actuales entre las franjas de la izquierda desconfiada, sino también anticipar ideas sobre la democracia en la perspectiva de la sociedad futura, alternativa al capitalismo, el socialismo.

El segundo debate, especialmente al interior de las franjas de constructores emergentes, se refiere a las limitaciones del «basismo» como concepción del quehacer político.

Como sabemos, la contradictoria relación entre los partidos y organizaciones sociales es de larga data y ha tenido momentos duros en la historia reciente. Sin embargo, la discusión en torno a este asunto no ha sido lo suficientemente extendida ni fructífera, y en franjas de la izquierda desconfiada se ha instalado una visión que resuelve falsamente el problema. Se clausura el lugar de los partidos y lo peor de todo, se tiende a disminuir la importancia de la organización y la necesidad de orientarse por objetivos claros, meditados y consensuados, afectando así la capacidad para asumir una intervención planificada y conectarse, al menos como contexto, con las dinámicas de la macropolítica.

Estas concepciones, generalmente ejercidas por segmentos de escaso desarrollo político, han derivado hacia concepciones y prácticas espontaneístas y/o autorreferenciales. En el primer caso, el espontaneísmo se expresa en una forma de enfrentar la acción política – movilizaciones, procesos de intervención y construcción política social- prescindiendo del análisis de la situación, sin objetivos de corto y mediano plazo y despreocupándose de los efectos de las acciones sobre las organizaciones, segmentos no organizados y la población de referencia. Si bien la falta de experiencia y formación respecto de los métodos de construcción, explican en parte la situación, también hay que considerar la existencia de una franja que cree que «los pobres», el «pueblo llano» o las masas, son irracionales, temerarias o hedonistas. El lugar de la subjetividad es ocupado por el subjetivismo y la potencia comunicativa de las acciones y métodos de trabajo se pierde en un sin sentido político de la acción por la acción.

Por otra parte, la auto referencialidad se manifiesta en una suerte de «instinto social» desarrollado por los pequeños grupos en defensa de la identidad propia, muy frágil y sistemáticamente golpeada por el sistema. Sin embargo ésta identidad «de base» – surgida como respuesta a la desestructuración neoliberal- si no se asocia a un proyecto político-social definido o no deviene en desarrollo superior de la conciencia -de clase, étnica o nacional- realimenta un «basismo» en cuyo interior pesa más la biografía que la historia y la micro acción que la política.

El «basismo», bajo diferentes expresiones, a la larga, ha extraviado su razón original -la autodeterminación de las organizaciones sociales respecto de los partidos- pues al estimular prácticas sectarias, termina constituyéndose en otro mecanismo reproductor del archipiélago micro-organizacional hoy existente. Los esfuerzos de convergencia entre las diferentes iniciativas de construcción desplegados en los últimos años, han chocado de diferente modo, con el espontaneísmo atribuido a las «bases» o la autorreferencialidad en defensa equívoca de micro identidades.

Es obvio que si la izquierda desconfiada quiere pasar del puro testimonio a la efectividad práctica de su accionar, debe satisfacer la condición de toda construcción e intervención político-social: contar con una fuerza social y programática – esto es, con una fuerza política- proporcional a los objetivos propuestos. Así de simple; pero también así de difícil. Si bien se trata de aunar y consolidar fuerzas, estas fuerzas no son una propiedad mecánica de los sujetos sino manifestaciones de sus subjetividades – intereses, visiones, voluntades, juicios y prejuicios- marcadas por la biografías e historia reciente.

El «dirigismo desde arriba», que traslada la lucha por el poder y sus practicas «al interior» de la franja cuando de lo que se trata es aunar voluntades y constituir espacios democráticos, y la «obsesión intimista desde abajo», que improvisa y reproduce la micro fragmentación cuando lo que se requiere es sentido estratégico y ampliación de la masa crítica de constructores, han entrampado a la izquierda desconfiada ya demasiado tiempo.

El choque permanente entre ambas visiones, a veces velado, a veces explícito, solo puede develarse y superar abriendo el debate. Naturalmente el asunto es mucho mas complicado pues las prácticas de las «franjas clásicas» o del «basismo» nos atraviesan a todos; cada una en su contexto, han sido respuesta a problemas específicos cuya resolución es insoslayable para las organizaciones políticas y político-sociales serias. La clave es abrir un diálogo franco y fraterno sobre nuestras prácticas y concepciones respecto del carácter y ejercicio de la política, por supuesto en la perspectiva de la construcción de sujetos colectivos autónomos y teniendo a la vista esta larga coyuntura histórica por la que atravesamos y de la cual somos todos partes en desarrollo.

V. Abriendo espacios para la convergencia. Hacia el III Encuentro de Iniciativas de Construcción.

Lo anterior obliga a plantearnos la necesidad de juntar fuerza para estimular el encuentro entre las diferentes franjas de la izquierda desconfiada. Abrir el diálogo. Este podrá ser paralelo, bilateral o multilateral; cada cual con quién más confié o tenga mayores afinidades. Da lo mismo, sí la perspectiva es inaugurar un proceso que culmine con un debate abierto, franco, fraterno en que las diferentes experiencias se busquen para crear palabras e ideas, métodos y vínculos, tareas y perspectivas, todas comunes. Se trata de decir y pensar, aplicar y desarrollar, definir y compartir posibilidades para configurar la masa crítica sin la cual no podremos torcer la tendencia que vive hoy la izquierda desconfiada y el movimiento de trabajadores y popular.

Y experiencias de espacios de debate existen. Las más recientes han sido los «Encuentros de Iniciativas de Construcción», instancia originada como respuesta a la necesidad de un debate mas amplio manifestada por los participantes de las Escuelas de Verano que anualmente organizan los CC.TT. junto a otros colectivos.

El octubre del año 2002, respondiendo a dicha demanda, se constituyó un Comité Organizador conformado por militantes de base y numerosas personas dispuestas a cooperar y participar de instancias de convergencia entre esfuerzos de construcción no tradicionales. Así, con el apoyo de organizaciones sociales y colectivos de Santiago y regiones, se convocó al Primer Encuentro de Iniciativas de Construcción que se realizó en la Universidad Bolivariana los días 17, 18 y 19 de enero de 2003. Al año siguiente, en función de una evaluación de los resultados del primer encuentro, se decidió realizar conjuntamente la IV Escuela de Verano y el II Encuentro de Iniciativas de Construcción. Ambas actividades se efectuaron los días 15, 16 y 17 de enero en el Paraninfo de la USACH, en Santiago.

Ambos Encuentros, aún cuando se trabajaron con metodologías y objetivos específicos diferentes, tuvieron como marco los propósitos e ideas generales que reproducimos a continuación:

(a) Objetivo General de los Encuentros.

«Abrir y legitimar una instancia capaz de estimular un debate serio, amplio y eficiente entre las diferentes organizaciones políticas, sociales y de trabajadores en torno a las experiencias de construcción buscando hacer madurar el surgimiento de alternativas discursivas, programáticas, organizacionales y de movilización frente al neoliberalismo imperante».

(b) Ideas clave (orientación para las metodologías de trabajo).

– Crear una instancia legítima. El Encuentro de Iniciativas debe ser reconocido desde el principio por las organizaciones anti-neoliberales y no tradicionales participantes como un legítimo espacio de encuentro que estimule y cautele el diálogo entre iguales en derechos y responsabilidades en la perspectiva de una síntesis práctica de más de una década de construcción social y política».

– Realizar un debate serio, amplio y eficiente. Serio porque debe responder a la profundidad de los objetivos asumiéndose responsablemente; amplio porque debe incorporar la mayor parte de las experiencias de construcción anti-neoliberales que se han ensayado en esta última década; eficiente porque debe apuntar a avanzar en niveles de síntesis que permitan concordar un sentido común, planteamientos programáticos, redes organizacionales e iniciativas de acción colectivas.

– Generación colectiva de alternativas discursivas, organizacionales, programáticas y de movilización. Alternativas discursivas porque queremos construir un lenguaje común, una forma común de denominar los problemas y significar el presente y los empeños colectivos con una perspectiva opuesta al sentido dominante; organizacionales porque es necesario construir vínculos más permanentes y efectivos para organizar y potenciar los esfuerzos micro y sectoriales; programáticas porque es necesario pasar de la resistencia a la propuesta en torno a los derechos generales que reivindicamos y al modo de vida a que aspiramos; de movilización porque ningún derecho nos será reconocido por la gracia del capital y de los sectores dominantes ni menos podremos cambiar el estado actual sin actuar y avanzar decididamente en la construcción de una gran fuerza colectiva.

Como se dijo, ambos encuentros se diseñaron con objetivos específicos y metodologías de trabajo y debate diferentes. El primero se pensó como una asamblea convocada a debatir metódicamente sobre un conjunto de ejes principales (talleres centrales) más una serie de temas que, propuestos por las organizaciones y personas participantes (talleres autogenerados), se suponía servirían para precisar coincidencias y discrepancias entre las organizaciones sociales y políticas desconfiadas y las organizaciones tradicionales. Sin embargo, los resultados estuvieron lejos de esas intenciones. En general, se constató que la fragmentación que nos afectaba resultaba más del ejercicio de ciertas prácticas defensivas que a posiciones políticas claramente definidas, así como también, nos dimos cuenta de las enormes limitaciones que nuestras organizaciones tienen para realizar un debate metódico que supere el puro intercambio del anecdotario.

La fraternidad vivida y el éxito de convocatoria alentaron un segundo encuentro, pero que por las razones antes señaladas, se convocó con un perfil diferente. Esta vez se llamó a poner en común los trabajos realizados por las propias organizaciones en grupos de debate sectoriales (trabajadores, pobladores, estudiantes, cristianos, etc.) para en un segundo momento, avanzar en diagnósticos transectoriales (participantes de diferentes sectores en búsqueda de problemas comunes), y de ahí saltar a la elaboración de propuestas y la adopción pública de compromisos que aportaran a la convergencia. También en esta ocasión los resultados fueron controvertidos, principalmente porque la preparación y comprensión del carácter del encuentro y de la participación, no fue asegurada por los responsables de la organización y convocatoria.

Las opciones y sus resultados, sin embargo, mostraron el camino de «ensayo y error» que inevitablemente recorre todo «sujeto de la coyuntura larga», ese que a la par que comprende su presente debe superar sus propios límites para constituirse como tal. Lo importante es, sin embargo, que ahora, cuando urge desentrampar a la izquierda desconfiada, tenemos al menos dos experiencias conocidas por un número suficiente de militantes del activo y a las cuales podemos recurrir para imaginar formas y metodologías más efectivas y adecuadas.

Es nuestra intención aunar voluntades en esa dirección y dar paso a la preparación del III Encuentro de Iniciativas de Construcción para enero del 2006. Su contenido preciso, más allá de las sugerencias señaladas en este papel, habrá de ser definido por los convocantes.

Es posible, ahora y no mañana, impulsar la idea con las franjas más afines. No es necesario pensar en un momento único; también en un proceso con fases intermedias – conversaciones, actos, micro asambleas, movilizaciones y acciones comunes- en la perspectiva de culminar en enero próximo con el III Encuentro. Un proceso abierto a las iniciativas de cada organización o grupos de militantes del activo pero todas orientadas por la fraternidad y búsqueda de confluencia de los cientos de esfuerzos que se realizan día a día.

Si logramos abrir un espacio de debate, de convergencia cuyo «lugar» natural sea el de las organizaciones populares y de trabajadores, entonces estaríamos abriendo por fuera de la institucionalidad, una pequeña cabeza de playa en ese espacio que hoy llena el mercado y el sentido común dominante.

Rafael Agacino es Profesor Universidad ARCIS. Este documento es una versión ampliada y corregida al 15/05/05 de un documento presentado en el VI Encuentro Interregional de los Colectivos de Trabajadores, CC.TT., realizado en Santiago los días 16-17 de abril de 2005.

Mayores antecedentes en: www.cctt.cl