No sé si es preciso comenzar con una precisión, pero vaya, por si acaso, por delante. Cuando hablo de izquierda, me estoy refiriendo a lo que, de otra manera, también se suele llamar izquierda minoritaria, por oposición a una presunta izquierda mayoritaria. No es por sectarismo o por vocación de minoría, en absoluto, sino por […]
No sé si es preciso comenzar con una precisión, pero vaya, por si acaso, por delante. Cuando hablo de izquierda, me estoy refiriendo a lo que, de otra manera, también se suele llamar izquierda minoritaria, por oposición a una presunta izquierda mayoritaria. No es por sectarismo o por vocación de minoría, en absoluto, sino por la desgraciada y reiterada constatación de que esa izquierda mayoritaria abdica, a las primeras de cambio, de cualquier proyecto progresista para someterse a la lógica del pensamiento único neoliberal. De Felipe González a Rodríguez Zapatero. Es una pena, pero el repaso de la historia de estos años de democracia lo demuestra de manera inequívoca, en particular si atendemos a cuál ha sido su política de alianzas, siempre con la derecha periférica, y a la conflictividad social, en forma de huelgas generales, que han provocado sus políticas económicas.
Hablemos, pues, de la izquierda. Y de la crisis. Es difícil no coincidir en calificar la situación política y social como crítica. Las agresiones a nuestro precario sistema social por parte de los mercados, la banca y sus aliados políticos –todo el arco parlamentario, a excepción de esa izquierda minoritaria de la que hablo–, la profundísima desmovilización social existente en nuestro país, auguran un futuro de inusitada dureza.Una vez que han doblado el pulso a los gobiernos, los mercados, en su voracidad, van a exigir cada vez más sacrificios. La crisis, provocada por ellos, les proporciona la coartada perfecta para proponer las recetas que, por otro lado, siempre, tanto en épocas de vacas gordas como de vacas flacas, han colocado encima de la mesa: contención salarial (para los demás), recortes sociales, adelgazamiento del Estado en su dimensión asistencial. El neoliberalismo ve ante sí una amplia llanura libre de obstáculos y lanza sus tanques a toda velocidad a conquistar cada vez más territorio.
En esta situación de extrema gravedad, y ante la atonía social, la izquierda sigue al tran tran y presa de una lógica institucional que no le deja ver más allá de la próxima ley, del próximo debate, del próximo presupuesto. Si a la tradicional tendencia de la izquierda a la atomización, le unimos una lógica institucional que lleva a una constante lucha por el electorado y, por lo tanto, a la diferenciación de otras opciones políticas, que lleva aparejada, incluso, la búsqueda del enfrentamiento, el panorama con el que nos encontramos no puede resultar más desolador. Por otro lado, en los últimos tiempos hemos asistido a procesos de constitución de nuevas formaciones, como Izquierda Anticapitalista, a imagen del NPA francés, a experimentos desde Cataluña para construir una izquierda ecosocialista. Son movimientos que tienden a esa atomización de la que antes hablaba. Con el añadido de que, a diferencia de Francia, en España no hay una cultura de pactos preelectorales que permitan rentabilizar el voto.
Ciertamente, la izquierda es plural, posee numerosos matices y tradiciones que hacen que sea posible encontrar siempre la diferencia. Sin embargo, en un momento como el actual, lo que deberíamos buscar son los elementos que nos permitieran construir un programa común de mínimos con el que hacer frente, social y electoralmente, al neoliberalismo. Nada aconseja, en un momento como el actual, de debilidades e incertidumbres por nuestra parte, y de brutalidad y ofensiva por parte de la derecha –que, con sus diferentes colores, desde lo que fue un rosa pálido hasta un azul intenso, juega las mismas cartas– despreocuparse del futuro y jugar a la diferencia. Todo empuja, más bien, a la más amplia política de alianzas en la que esa débil izquierda estatal que es Izquierda Unida y las izquierdas periféricas de Chunta, del Bloque, de Esquerra, constituyan una alianza capaz de movilizar socialmente y de hacer frente electoralmente a lo que se nos viene encima
Las fórmulas son múltiples, y compete a las formaciones políticas el explorarla, con generosidad y perspectiva de futuro. Es momento de arrinconar lo superfluo, de superar desencuentros, de marginar el patriorismo de siglas. La exigencia social y política está ahí. La responsabilidad histórica –el adjetivo no es, en absoluto, superfluo–, también. Y creo que, en Aragón, ése sería el más profundo homenaje que, desde la izquierda en la que habitó y por la que transitó, pudiéramos tributar a quien, con su música, nos movió a buscar un futuro de libertad. Un futuro que se nos escapa de las manos.A marchas forzadas.
* El autor es profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza.
Fuente: http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=639348
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