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La izquierda liberal y la democracia

Fuentes: La Jornada

La memoria histórica se tiñe de negro cuando se construye un relato político entre izquierda y democracia. Los operadores del sistema se han esmerado en elaborar un discurso negando toda relación entre luchas democráticas, socialismo, comunismo y los principios teóricos que inspiran dichas propuestas, el marxismo y las tradiciones del humanismo cristiano. Una manera espuria […]

La memoria histórica se tiñe de negro cuando se construye un relato político entre izquierda y democracia. Los operadores del sistema se han esmerado en elaborar un discurso negando toda relación entre luchas democráticas, socialismo, comunismo y los principios teóricos que inspiran dichas propuestas, el marxismo y las tradiciones del humanismo cristiano.

Una manera espuria de salvar el escollo ha sido crear el concepto socialismo democrático. Un sinsentido. Para liarla aún más, se plantea la vacuidad social de la democracia. El argumento es mediocre. Dicho relato se correspondería con dos tipos de excrecencias de la modernidad emergentes en el siglo XX y cuyos efectos, plantean, han sido devastadores para el desarrollo de las libertades del individuo: el fascismo y el comunismo. En dichos sistemas políticos, anomalías superadas por la concepción del Estado social de derecho, se dirá con sorna, se constriñe el ejercicio de las libertades ciudadanas como parte de la negación del orden democrático. Sólo se salva el capitalismo al cual se adscribe el adjetivo democrático, por definición.

Sus defensores presentan la relación entre democracia, revolución burguesa y libertades individuales como un conjunto de pautas provenientes de la revolución inglesa, estadunidense y francesa. Un sincretismo del cual obtienen la esencia del régimen representativo parlamentario. Así, homologan las tres revoluciones en su vertiente reaccionaria a una dinámica democrática de la cual carecen en origen, salvo la francesa. En este sentido, nada queda del tercer Estado ni de los fundamentos emancipadores jacobinos. La derecha y los partidos políticos conservadores se han sacudido los derechos provenientes de una ciudadanía libertaria inspiradora, entre otras experiencias, de la revolución haitiana y anticolonialista de América Latina.

El orden napoleónico circunscribió el Estado y las constituciones liberales a la fórmula acartonada: igualdad, fraternidad y libertad. Tridente subsumido en la retórica del Estado de derecho bajo la republicana libertad de reunión, asociación y expresión. La evolución de dichos principios se han extendido y sumado nuevos derechos provenientes de las luchas sociales. Pero ninguno ha sido concedido por la generosidad de las clases dominantes. Por el contrario, son resultado de tensiones, desgarros y movilizaciones de las clases populares, del movimiento obrero, campesino y sindical. Su aplicación conlleva un sinnúmero de actos represivos ejercidos por el Estado y sus fuerzas de seguridad. Matanzas, exilios, cárcel, clandestinidad y muerte. En otras palabras, la democracia política no forma parte del capitalismo, aunque verbigracia, puede ser estudiada en sus entrañas. Sin embargo, para sus «intelectuales» es la expresión unívoca de su entramado interno. De esta manera se le mitifica estableciendo una relación directa entre el ejercicio del derecho de huelga, el descanso dominical, el seguro social, la educación gratuita y obligatoria y el capitalismo como si fueran sinónimos y hubiesen nacido al unísono. La falsa imagen de una gratuidad de los derechos como la salud, la educación o algunas subvenciones al transporte público y la vivienda solventan, en la actualidad, políticas regresivas y actitudes antidemocráticas. Los patrones parecen olvidar el pago de impuestos. De ellos se obtienen los fondos y la financiación para construir hospitales, escuelas, carreteras, viviendas sociales, pagar los salarios de los funcionarios públicos y en gran medida acrecentar las fortunas de los empresarios que se benefician de los préstamos del Estado para sus megaproyectos y sus intereses monopólicos. Nada es gratis en el capitalismo. Pero las mediaciones crean muros que impiden ver la realidad y bloquean el verdadero origen de la riqueza y las relaciones sociales capitalistas. Sin embargo, el discurso del poder cala el tuétano haciendo creíble la mentira de la gratuidad y del déficit público en los servicios sociales. Son muchos quienes creen las trolas, interiorizando sus mensajes. Hoy se lanzan otras patrañas. Los políticos de la derecha y la izquierda liberal buscan desposeer a los trabajadores de sus conquistas ganadas en el ardor de la lucha de clases. Así, derechos sindicales vigentes por generaciones, incluso siglos, son presentados a la opinión pública como privilegios pasados de moda. De esta manera se les puede esquilmar y arrebatar. Lo lamentable de esta falacia estriba en el apoyo que encuentra para su despliegue en una izquierda institucional nacida en los años 80 del siglo pasado como consecuencia de la caída del Muro de Berlín. Anclada en una repulsa al socialismo revolucionario, el marxismo y el comunismo se consideran agentes modernizadores de un capitalismo renovado. Una tercera, cuarta o quinta vía. Lo mejor de Keynes y Hayek. Izquierda que entona un mea culpa, volviéndose ferviente divulgadora de la ideología de la globalización. De tal guisa asume intrínsecamente los valores del liberalismo. Se mimetiza con los empresarios y adhiere al proyecto de privatizaciones en medio de un capitalismo salvaje, si alguna vez fue civilizado.

Se trata de la bitácora del converso. Abjura del valor democrático del socialismo y el comunismo. Señala el carácter irresponsable e indolente de los trabajadores aduciendo la necesidad del látigo en la mano como un arma disciplinaria. Quiere redimirse, nadar en las leyes de la oferta y la demanda, flexibilizar el mercado de trabajo. En definitiva declamar que ha vivido en el error. Reniega del anticapitalismo por ser contrario al proyecto democrático. Defiende el retorno a las 60 horas, la semiesclavitud y la eliminación de las garantías sindicales y laborales. Bajo esta dinámica, confunde la igualdad con las ofertas de trabajo en el mercado. Considera de justicia ser explotado en una fábrica, en una maquila, una empresa trasnacional y morir lentamente con un sueldo de miseria en medio de la orgía de la desigualdad. Transforma la fraternidad en una cuestión de confianza de los subordinados a la razón de Estado y la llama eufemísticamente «cohesión social», concepto cuyo significado busca garantizar la competitividad del estilo trasnacional de desarrollo en medio de un «sálvese quien pueda, pero yo el primero». Ni la propia derecha pensó tener un aliado tan sumiso. Se vendieron por unos escaños, perdieron la dignidad y su propia conciencia.