Recomiendo:
0

Entrevista a Jaime Maturana, carpintero, pintor y restaurador de las casas del Poeta

«La Justicia debe investigar el asesinato de Pablo Neruda»

Fuentes: Clarín de Chile/Rebelión

En entrevista exclusiva con Clarín.cl Jaime Maturana (1949), habla de su amistad con Pablo Neruda, en 1969 comenzó a trabajar en La Chascona e Isla Negra, ahí vivió durante casi dos años hasta que el poeta se trasladó a París, para representar diplomáticamente al gobierno de la Unidad Popular; no volvieron a conversar, a Neruda […]

En entrevista exclusiva con Clarín.cl Jaime Maturana (1949), habla de su amistad con Pablo Neruda, en 1969 comenzó a trabajar en La Chascona e Isla Negra, ahí vivió durante casi dos años hasta que el poeta se trasladó a París, para representar diplomáticamente al gobierno de la Unidad Popular; no volvieron a conversar, a Neruda lo asesinaron en la clínica Santa María y don Jaime fue arrestado junto a su familia en Villa Grimaldi -sus dos hermanos todavía están desaparecidos-, durante las sesiones de tortura lo único que preguntaban los milicos era: ¿quién visitaba a Pablo Neruda?

Jaime Maturana salía a caminar con Neruda para recolectar piedras y caracolas, lo acompañaba a Valparaíso para comprar viejas tarimas con olor a vino tinto, o para recolectar el color «mostaza-naranja» en un cementerio de barcos, también hizo la reparación del mapamundi, de la mesa que giraba con el agua del canal, del órgano con la melodía de La Internacional, en fin; cuando la Fundación Neruda descubrió al olvidado personaje intentaron cooptarlo, sin embargo, cuenta don Jaime: «Después entendí que Juan Agustín Figueroa era socio de Ricardo Claro, el dueño de los barcos de Sudamericana de Vapores donde torturaron a varios compañeros, desde entonces no quise saber nada de la Fundación Neruda, las veces que viajo a Chile ni me asomo por Isla Negra».

MC.- ¿Cuándo conoció al poeta Pablo Neruda?, ¿lo invitó a trabajar de inmediato?

JM.- En el año 1969, estábamos en las oficinas del Partido Comunista haciendo los bosquejos para pintar un mural en el río Mapocho junto a la Brigada Ramona Parra, y justo en ese momento llegó don Pablo preguntando: «¿quién es el hijo de Hernán Maturana?, porque tu padre me contó que tú pintas y necesito pintar la casa de Pío Nono»; hicimos una cita previa para ver el presupuesto y me dijo: «¿cuándo puedes comenzar?», -«ahora mismo», le respondí. Compré los materiales y salieron otros trabajitos para arreglar la casa, al pasar seis meses me fui a Isla Negra, conviví muy de cerca con don Pablo, me quedaba a dormir en su casa de Isla Negra.

MC.- ¿Cómo era Neruda en el plano personal y laboral?

JM.- Era una persona muy amable y amigable, con todas las personas que trabajaban con él; a la hora del almuerzo llamaba a todos -con una matraca- para invitarnos a comer, todos los días compartía la mesa con nosotros y con las visitas que llegaban de Santiago -periodistas, escritores, pintores, escultores, fotógrafos y políticos-, don Pablo nunca fue elitista, una vez que todos se habían sentado para el almuerzo nos presentaba, nunca tuvo ningún reparo y participábamos en la conversación; ahí conocí a Salvador Allende, Luis Corvalán, Volodia Teitelboim, Homero Arce, Eduardo Frei Montalva, yo sabía quiénes llegaban a su casa, quiénes eran sus mejores amigos.

MC.- ¿Cómo elegía los colores Neruda para Isla Negra y La Chascona?

JM.- Era muy especial con los colores, yo no sé si eran cosas que soñaba o las había visto, en Chile era difícil encontrar colores, había que hacerlos o inventarlos; una vez me pidió que pintara la casa de azul «paquete vela» -ese color lo vio en el envoltorio de 4 velas, era un azul pálido colonial-; en Isla Negra quería que la casa se pintara de color «torcaza» -entre gris, tirándole a plomo-, así que fui al monte a buscar la pluma de una torcaza, hice 6 muestras del color y don Pablo eligió el color que más se asemejaba a la pluma de torcaza, él traía la mirada fija en cada color. Por ejemplo para la ventana y las puertas, quería un color entre naranja y mostaza, lo había visto en una embarcación del deshuesadero del puerto de San Antonio, don Pablo me llevó para que rascara con una espátula el color de la barca abandonada y con esa muestra se hizo el color. Desde cuando uno venía llegando a Isla Negra -varios kilómetros antes- se distinguía la casa de don Pablo por sus colores.

MC.- Don Jaime, ¿hacía reparaciones de carpintería en la casa y en los objetos al interior de Isla Negra?

JM.- De todo tipo, reparaba los mascarones de proa, al enorme mapamundi de madera le pinté algunos países que se borraron, don Pablo me mostraba en sus libros los mapas y decía: «tú que eres curioso harás la pinturita en color sepia», él escribía en su biblioteca y yo trabajaba a su lado, una vez se me ocurrió ver los manuscritos arrugados que tiraba al piso, me di a la tarea de aplanarlos y le pregunte: «oiga don Pablo, ¿usted necesita esos papeles, o me los regala?», siempre decía: «si los quieres llévatelos», yo conservaba sus escritos en tinta verde, los llevé a mi casa, pero cuando la allanaron después del golpe de Estado, los militares se robaron libros que me regalaba don Pablo y los borradores. Todo el tiempo que viví en Isla Negra aprendí a querer a don Pablo, fui testigo de su bondad, cuando llegaba gente a pedirle algo él era muy generoso.

MC.- Después de la biblioteca, ¿cuál era el lugar más especial de la casa de Neruda?

JM.- Entre la biblioteca y el comedor hizo la cantina, y un día me dijo: «vamos a ir con don Pedro a Valparaíso», este señor tenía una cantina de muchísimos años, vendían una chicha muy buena (risas), cuando llegamos el dueño de la cantina saludó a don Pablo, y él le pidió que le vendiera la vieja tarima del bar, el cantinero se opuso porque estaba sucia, pero don Pablo insistió en cambiarle la tarima vieja por una de madera nueva, tomé las medidas y tres días después regresamos a Valparaíso con la tarima nueva para hacer el cambio y nos trajimos la tarima que apestaba, don Pablo dijo: «¿verdad que huele a vino tinto y chicha?», me pidió que la cepillara y que la instalara en su cantina, a la media hora todo el bar de Isla Negra olía a vino tinto, don Pablo dijo: «ése es el olor que andaba buscando, vamos a destapar una botellita de vino francés para celebrar», eran detalles que otros trabajadores no entendían.

MC.- ¿Qué otros peculiares trabajos hacía junto a Neruda?

JM.- Salíamos a caminar a la playa y todo lo que le parecía extraño me pedía que lo echara a un costal, piedras de ágata, caracolas, incluso ante un pedazo de madera, don Pablo dijo: «ese palo que acaba de lavar la mar vamos a llevarlo a la casa», yo no le vi ningún significado al palo, a los 4 días que ya estaba seco, don Pablo me pidió que lo barnizara a medias, y lo colocó a dos metros de la chimenea, el pedazo de madera se veía muy bonito ahí. También tenía varios costales de botellas de vidrio -de diversas partes del mundo-, don Pablo decía: «Jaime tú que eres curioso, qué podemos hacer con las botellas vacías, yo quiero que la luz traspase las botellas», le propuse armar un biombo de dos hojas para separar la chimenea con la puerta de entrada, me puse a trabajar en el biombo conseguí dos bastidores de madera, un crisol de plomo, me costó mucho trabajo, cuando levanté el biombo Neruda lo miró y preguntó: «¿quién más te ayudó?», le expliqué que lo hice solito y lo colocamos justo en la entrada del sol y las botellas eran de todos los colores: azul, verde, rosa y transparente.

MC.- ¿Neruda era justo al momento de pagar por el trabajo artesanal?

JM.- Yo sacaba un presupuesto de lo que hacía a la semana: tantos escudos (monedas de la época) por metros cuadrados de pintura, por ejemplo: 2,000 escudos + los detalles= 2,500, al llegar la semana Neruda le pagaba a sus albañiles y carpinteros, yo le presentaba la lista de mis trabajos, la revisaba y me daba 3,500 escudos -mil más de lo que yo pedía-, decía que era lo justo por mi trabajo y por llevarlo a Valparaíso en auto, me tenía cierta estimación.

MC.- ¿Neruda tenía una obsesión por restaurar las cosas en sus casas?

JM.- Sí, en la casa de Santiago había una mesa sobre una plataforma instalada en el canal de agua, con la fuerza del agua daba vuelta la plataforma, cuando yo fui no funcionaba el mecanismo porque se había atrancado, desarmé la plataforma y busqué las refracciones del balero para reparar el eje, cuando don Pablo se enteró de que su mesa daba vueltas se puso feliz, ese día me llevó al cuarto de los cachurecos para mostrarme un órgano que ya no tocaba melodías, dijo: «si tú eres curioso lo echarás a andar y descubrirás qué melodía tiene, si aciertas en la melodía te daré 3,000 escudos»; quedé picado por saber qué música tenía el órgano descompuesto, compré los engranes de madera, los instalé en el cilindro y cuando le di vueltas a la manivela escuché La Internacional.

MC.- ¿Cuándo fue la última vez que conversó con Neruda?

JM.- En el año 1970, antes de que partiera a Francia como Embajador; cuando él regresó en noviembre de 1972 ya no lo vi, porque yo tenía otras actividades políticas, mi papá sí fue a Isla Negra en 1973 y don Pablo preguntó por mí.

MC.- Don Manuel Araya denunció en la revista Proceso: «Neruda fue asesinado mediante una inyección en la clínica Santa María»; don Jaime ¿qué opina ante las declaraciones del asistente personal de Neruda?

JM.- No me cabe la menor duda que la atención fue precaria en la clínica Santa María, que lo discriminaron por ser comunista, si el rumor dice que le quitaron la vida es probable, porque en la misma clínica envenenaron a Eduardo Frei Montalva (1982), así que Neruda pudo correr la misma suerte que el ex presidente Frei, sería interesante investigar el asesinato de don Pablo, la Justicia debe esclarecer ese crimen.

MC.- Los tres colaboradores más cercanos de Neruda fueron arrestados por la dictadura: Homero Arce (murió en 1977 a consecuencia de una golpiza), Manuel Araya (preso en el Estadio Nacional) y usted (preso en Villa Grimaldi), ¿a qué atribuye la sevicia del régimen militar?

JM.- Me detienen para sacar toda la información posible, lo único que me preguntaban: «¿quiénes visitan con frecuencia la casa de Neruda?», yo no decía nada, argumentaba que yo era un trabajador cualquiera, yo cumplía con mis labores de remodelación y pintura de la casa, insistía en que no tenía ningún contacto personal con Neruda, no sabía quién entraba a la casa, mucho menos podía andar preguntando ¿y usted quién es?, lo repetí tantas veces que los militares acabaron convencidos.

MC.- ¿Desde qué año vive el exilio en México?

JM.- Desde 1975, del campo de concentración salí directo al aeropuerto, no me dejaron pasar a mi casa por ropa ni por documentos, llegué con lo puesto, con el salvoconducto y la visa del gobierno de México.

MC.- ¿Por qué nunca regresó a Santiago de Chile?

JM.- Durante los primeros años no pude regresar a Chile porque la dictadura lo prohibía a los exiliados que estuvieron presos en campos de concentración; hasta el año 1990 fui a Chile, pero a los 15 días ya extrañaba mi vida en México, porque encontré a mi país muy diferente, con gente vacía, no eran como en nuestra época que luchábamos por ideales. Regresar para qué, mi hija nació en México, también mis nietos, tengo buenos amigos chilenos y mexicanos en el Distrito Federal, Tabasco, Morelia y Cuernavaca.

MC.- Finalmente, durante alguna visita esporádica, ¿regresó a las casas de Neruda?, ¿qué piensa de la Fundación Neruda y sus vínculos con lo peor del pinochetismo?

JM.- La segunda vez que fui a Chile me contactó Aída Figueroa -hermana del presidente vitalicio de la Fundación Neruda-, a ella le interesó mi historia para hacer un recorrido por las casas y ver lo que faltaba, porque no tenía idea del inventario de las cosas y su ubicación original, pero cuando regresé a México y conversé con los chilenos exiliados entendí que Juan Agustín Figueroa era socio de Ricardo Claro, el dueño de los barcos de Sudamericana de Vapores donde torturaron a varios compañeros, desde entonces no quise saber nada de la Fundación Neruda, las veces que viajo a Chile ni me asomo por Isla Negra; el Cónsul chileno Sergio Verdugo me dijo: «hiciste bien Maturana, esos choros son unos aprovechados y sinvergüenzas», nunca quise volver a ver a Aída Figueroa, con gente así ni a la esquina.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.