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La lectura desmentida

Fuentes: Los futuros del libro

La competencia lectora o reading literacy, según se establece en el estudio de PISA 2009, es la capacidad de «entender, usar, reflexionar sobre y comprometerse con el texto escrito para alcanzar objetivos personales, para desarrollar el conocimiento y el potencial individuales y para participar en la sociedad» en igualdad de condiciones, añado yo. Si la […]

La competencia lectora o reading literacy, según se establece en el estudio de PISA 2009, es la capacidad de «entender, usar, reflexionar sobre y comprometerse con el texto escrito para alcanzar objetivos personales, para desarrollar el conocimiento y el potencial individuales y para participar en la sociedad» en igualdad de condiciones, añado yo. Si la teoría dice que los sistemas educativos y la enseñanza de la lectura deben propiciar esa emancipación personal al servicio de la calidad de vida y de la participación igualitaria en los mecanismos de gobierno de la sociedad, lo cierto es que las estadísticas desmienten taxativamente, una vez más, esa vieja aspiración. No basta, dicho sea de paso, tal como escribía hace unos días en La lectura, la escritura y la emancipación, con aludir, como hace Ranciere, a una íntrinseca igualdad de las inteligencias, porque aunque compartamos con él el legítimo deseo de promover esa identidad, lo cierto es que la terca realidad nos demuestra una y otra vez que los hijos de padres con estudios superiores demuestran una competencia lectora muy superior a aquellos hijos de padres sin estudios que no les habituaron en su momento a la palabra escrita.

Lectura Pisa 2009

La correlación estadística dice, a grosso modo, que los hijos de los padres con un capital cultural y escolar superior leen más y mejor, independientemente de que el texto sea continuo o discontinuo, y que los hijos de padres con un capital económico superior demuestran una disposición y competencia lectora también superior. Lo más espinoso, me parece a mi, algo que apenas se ha tocado en ninguno de los comentarios periodísticos a este respecto es que, tal como explica el estudio «la relación es fuerte y explica el 46% de la variación en el rendimiento entre países: en Turquía y México, donde el 58% de los estudiantes pertenecen a los grupos sociales más desfavorecidos y en países como Chile, Portugal, España, Italia y Polonia, donde la proporción alcanza más del 20%, lo que les plantea más retos y dificultades que a países como a Noruega, Australia, Islandia, Canadá o Finlandia donde la proporción de los estudiantes desfavorecidos es menor al 5%».

Si la competencia lectora es necesaria para desarrollar un sentido de la identidad consistente, alcanzar un grado de libertad respecto a las opiniones hechas o dadas superior, formarse un criterio sobre la realidad y los asuntos que nos incumben lo suficientemente fundamentada como para participar en la gestión de los asuntos comunes, entonces algo va mal, y la solución no pasa, solamente, por la mejora de los métodos de enseñanza de la lectura o por las bienintencionadas campañas de promoción de la lectura que pretenden incitar a la imitación de lo que los progenitores (lectores) hacen. Si fuera tan «sencillo», ya lo habríamos conseguido. El problema es básicamente político, en el sentido más pleno de la palabra: «los Estados del bienestar de mediados del siglo XX», dice Tony Judt, «establecieron la profunda indecencia de definir la condición cívica en función de la buena fortuna económica». La lectura, la competencia lectora, depende hoy, como antaño, de los capitales heredados, es decir, de la buena fortuna económica y cultural de los padres de los encuestados. Mientras eso sea sí la promoción de la lectura no será sino lectura desmentida.

http://www.madrimasd.org/blogs/futurosdellibro/2010/12/14/132642