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La lengua española y el sexismo

Fuentes: En Rojo

La historia demuestra cómo a veces es necesario y saludable salirse de las normas para educar en libertad. El hacernos conscientes de la influencia del lenguaje en nuestras percepciones puede llevarnos a cambiar sus usos. El lenguaje es el modo de comunicación mediante el cual manifestamos lo que pensamos, sentimos y creemos, siendo uno de […]

La historia demuestra cómo a veces es necesario y saludable salirse de las normas para educar en libertad. El hacernos conscientes de la influencia del lenguaje en nuestras percepciones puede llevarnos a cambiar sus usos. El lenguaje es el modo de comunicación mediante el cual manifestamos lo que pensamos, sentimos y creemos, siendo uno de los formadores de nuestra conciencia. Al igual que el lenguaje cada lengua tiene su historia y desarrollo particular por lo cual es producto y reflejo de la sociedad. La filosofía del lenguaje, como lo demuestran los escritores Gramsci, Althusser y Bourdieu, revela la íntima conexión entre lenguaje, ideología y poder. Incluso sicólogos y sociólogos de la comunicación han estudiado cómo desde la infancia los hombres y las mujeres desarrollan diferentes estilos de comunicación. Por ejemplo, en nuestra sociedad los hombres interrumpen mayor número de veces  a una mujer que a otro hombre cuando están conversando.

Una pregunta común en estos tiempos es la siguiente: ¿Es la lengua española sexista? La respuesta de un sector es echarle la culpa a todas las lenguas y con esto finalizar la polémica. Este grupo se olvida que desde su origen unas lenguas son más sexistas que otras. La respuesta de otro grupo de personas es atribuirle a la lengua neutralidad aduciendo que ésta es sólo un instrumento de comunicación y le achacan el sexismo a quien habla o escucha. Sin embargo, cuando desde la sociología, la filología y la lingüística se estudia la lengua española  se descubren sus sesgos sexistas, androcéntricos y racistas. El lingüista Alfonso Oroz afirma: «es en el lenguaje donde con mayor claridad se perciben algunas de las pautas sociales que han contribuido a la infravaloración histórica de la condición femenina».

Varios ejemplos recientes confirman esa situación, baste mencionar las investigaciones sobre el lenguaje utilizado en los medios al informar sobre los casos de violencia doméstica.  El otro ejemplo lo proveyó, tan cerca como el mes pasado, la presidenta de Chile Michelle Bachelet. Ésta al anunciar la celebración en el 2010 del V Congreso Internacional de la Lengua española, entre risas y con cierta ironía, recordó lo siguiente: «debo decir que ésta ha sido una gran discusión en Chile: la señora Presidente o la Presidenta, la señora ministro o ministra. No sé si la Academia estará de acuerdo, pero hemos acordado en Presidenta y ministra».

Los miembros de la Academia entre los que se encontraba su director Víctor García de la Concha, asintieron. Ambas situaciones y muchas otras nos confirman que la polémica continúa. No en balde Olympe de Gouges en plena Revolución Francesa al percatarse de que la Declaración de Derechos del Hombre, no incluía a las mujeres, publicó en 1791 el manifiesto Los derechos de la mujer, sin embargo, por ello lo  guillotinaron.  

Las filólogas Eulalia Lledó, María A. Calero y Esther Forges estudiaron las dos últimas ediciones del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Ellas analizaron los sesgos ideológicos, sexistas, androcéntricos y racistas en ambas ediciones. El Informe de 2002 les fue encargado por la RAE, sin embargo, esta institución no acogió la inmensa mayoría de sus recomendaciones. Las modificaciones del más reciente diccionario de la RAE en materia de sexismo lingüístico son mínimas. Dichas autoras encontraron «el modo parcial, tendencioso y subordinado en que las mujeres aparecen representadas en el léxico recogido en  los diccionarios». Además, mostraron «cómo [en los diccionarios] se filtra el pensamiento y la subjetividad de quienes [lo] redactan». Forgas encontró en el diccionario signos de sexismo y androcentrismo «en un componente lexicográfico aparentemente tan inocente como el de la notación etimológica».

Debemos recordar que la RAE es una institución conservadora. Desde su fundación en 1713 pocas mujeres has sido académicas. La primera, Iraida Guzmán y la Cerda fue nombrada por Carlos III, en 1784, académica honoraria. No obstante, ni Gertrudis Gómez de Avellaneda (1854), ni Emilia Pardo Bazán (1889,1892 y 1912) ni María Moliner (1972), para nombrar sólo algunas, lograron luego de ser postuladas salir electas como académicas numerarias. Todas estaban capacitadas y tenían los méritos, el conocimiento y el prestigio para ser electas pero se alegaba que  los estatutos de la RAE prohibían nombrar a una mujer para formar parte de dicha institución. A María Moliner, cuyo Diccionario sobre el uso del español compite favorablemente con el de la RAE, se le llamaba la «académica sin silla». Finalmente,  hubo que esperar varios siglos para que la primera mujer fuera electa para ocupar uno de sus famosos 42 sillones numerarios. Hasta ahora, solamente cinco mujeres han sido elegidas a ocupar alguno de dichos sillones.

Éstas son Carmen Conde (1979) y Elena Quiroga (1983) ambas fallecidas;  las otras tres que  actualmente forman parte de la RAE son Ana María Matute (1998), Carmen Iglesias (2000) y Margarita Salas (2003). No obstante, sabemos que por el mero hecho de que haya mujeres en una institución no significa que ocurran cambios favorables hacia las mujeres. Para lograr cambios se necesita poseer conciencia sobre cuáles son las definiciones sociales sobre las mujeres, cuáles son las condiciones que las mantienen en situación de desigualdad social, económica, política y cultural y, desde esas posturas femeninas y feministas impulsar cambios para su erradicación. Por ejemplo, en el caso específico de las académicas de la RAE a pesar de mostrar empatía con las causas de las mujeres consideran su labor como una de «notarios de uso»(sic). Esto significa que seguirán con todo el rigor la recomendación lexicográfica y sólo cuando la gente utilice mucho y por largo tiempo una palabra, votarán a favor de incorporarla al diccionario.

En Puerto Rico desde los años ’70 se investigan los sesgos sexistas y racistas del lenguaje.  Se han publicado varios libros, por ejemplo, El Texto Libre de Isabel Picó e Idsa Alegría y El ABC del periodismo no sexista de Norma Valle et. al. Claridad publica semanalmente la excelente columna Hablemos español escrita por la lingüista Luz Nereida Pérez. En varias ocasiones ella aborda el sexismo y el machismo lingüístico.

Además, el poeta Wenceslao Serra Deliz tiene un interesante libro sobre el refranero popular, el racismo y el sexismo. En la red cibernética se encuentran incontables portales con manuales sobre lenguaje no sexista, entre ellos el texto íntegro de la investigación de Eulalia Lledó antes mencionada. Además, organismos internacionales como la UNESCO y la Unión Europea así como los gobiernos de diferentes países y empresas privadas han confeccionado manuales para evitar el sexismo en el lenguaje en sus documentos y transacciones. En  la Legislatura de Puerto Rico el Caucus de la Mujer promueve el uso del lenguaje inclusivo.

A partir de los años noventa del siglo pasado llama la atención, en la lengua española, el uso del símbolo de la antigua medida de peso arroba (@), usada también en las direcciones electrónicas, como sustituta de la preposición del inglés at. Pero en español viene a representar la grafía a/o. Otro de los usos contemporáneos en la lengua hablada y escrita es el desdoblamiento o la duplicación de términos de género femenino y masculino así como los paréntesis y  las barras diagonales para reiterar las terminaciones en femenino y masculino. Sobre esta ultima situación la lingüista puertorriqueña Iris Yolanda Reyes (Qepd), consideraba que dicha representación gráfica del morfema de género del lenguaje «tiende a obstaculizar la lectura innecesariamente». Para Reyes «este recurso, lejos de ser efectivo para la divulgación del mensaje que se desea transmitir se convierte en su propio obstáculo».

Sin embargo, en aras de construir nuevas opciones para erradicar la discriminación lingüística dichas grafías prevalecen y los manuales no sexistas del español contemporáneos las recomiendan. Entre las recomendaciones actuales para no hacer los textos largos, repetitivos y aburridos es usar formas más englobantes y abstractas en vez de la reiteración. Además, se recomienda la diagonal o el paréntesis cuando se desconoce el género sexual de la persona que recibirá el mensaje o cuando sin su uso la persona que  lee no identifica fácilmente  a quién le corresponde el matiz que se desea introducir. Otra recomendación al usar la duplicación de términos de género sexual es no escribir o nombrar siempre el masculino primero.

No debemos olvidar que al usar palabras en  femenino y masculino se lucha contra el poder de las palabras mismas y de esa forma se contribuye a salir del orden simbólico que este poder define. Al buscar un nuevo orden simbólico en las grafías podemos rebatir y alejarnos del pensamiento misógino.  Sobre el uso del  signo de arroba (@) como un signo antisexista, para incluir el femenino y el masculino, será su uso generalizado y consolidado en el tiempo lo que decidirá su continuación o eliminación.

 Personalmente no prefiero usar dicha grafía  porque sólo sirve para la lengua escrita y en el plano oral es impronunciable porque de leerse sería algo así como «ao». Además de una parte, no todas las palabras masculinas acaban con las letras «E y O», ni todas las femeninas finalizan en «A». Por otra parte,  en la grafía de la arroba la letra A está arropada o dentro de la letra O y eso a mi juicio no es lo que se desea simbolizar. Sin embargo, entiendo a quienes prefieren su uso y me solidarizo  con quienes así escriben porque no se trata de gusto sino de un reclamo de justicia y equidad. El no reclamar los femeninos correspondientes en las diferentes situaciones lingüísticos perpetúa los estereotipos sexuales y la desigualdad. Por ejemplo, una propuesta que, hasta donde conozco, no ha tenido acogida es la del filosofo Mosterin. Éste, luego de un análisis del origen del significado de ser humano propone cambiarlo a humán, en singular y humanes, en plural.
 
Lo importante a mi entender es que al elegir cómo escribir o hablar no excluyamos a las mujeres,  en todos los casos debe haber concordancia entre los diferentes elementos de la oración y se debe tener precaución de no usar el femenino o masculino en vocablos de una sola terminación gramatical. Para asegurarnos y detectar el  sexismo o la discriminación podemos usar la regla de la inversión.

 Ésta consiste, de acuerdo al estudioso del lenguaje Álvaro García Meseguer, en cambiar la palabra mujer por hombre o varón y viceversa, si después del cambio todo queda más o menos igual se puede asegurar que no hay sexismo en el lenguaje.  No obstante, si al leerlo resulta chocante debemos analizar el resultado y como casi siempre encontraremos una situación sexista, debemos proceder a cambiarla.

Los análisis, las controversias y discusiones sobre éste y otros temas relacionados con las mujeres son importantes y saludables para la izquierda puertorriqueña. De esta forma nos acercamos cada vez más a una sociedad más igualitaria y equitativa porque soñamos con una sociedad democrática en donde el género sexual no sea un obstáculo para el desarrollo de las personas. La historia demuestra cómo a veces es necesario y saludable salirse de las normas para educar en libertad. El hacernos conscientes de la influencia del lenguaje en nuestras percepciones puede llevarnos a cambiar sus usos. Lo que no se justifica es el uso de manifestaciones vejatorias, ofensivas o degradantes a personas o grupos a nombre de la libertad de expresión o por un rígido purismo idiomático. La lengua, afortunadament,e es viva y evoluciona con la sociedad.

Fuente: http://claridadpuertorico.com/content/view/402380/