El auge y la extensión del capitalismo de vigilancia conforman una realidad totalizadora que no habría, prácticamente, ningún ser humano ajeno a ella. Éste explota un mercado donde las personas somos el producto a vender.
La gran mayoría ignora, o prefiere ignorar, lo que es este capitalismo de vigilancia, envuelta en una nueva adicción que ha llamado la atención de quienes estudian el comportamiento individual y colectivo de la sociedad del siglo XXI. En la actualidad, las grandes corporaciones que controlan el internet son las que perciben ingresos cuantiosos que superan a los obtenidos por los sectores industriales y financieros. Pero esto quizá no causaría mayor alarma si solo se tratara de dinero porque eso es la lógica capitalista. Lo que advierten muchos analistas y expertos, varios ex empleados de alto rango de estas grandes corporaciones, es el control que ya se ejerce sobre segmentos importantes de la población mundial, amenazando su libertad.
Es conocido que todo lo que se hace en internet pasa a ser patrimonio de las empresas, siendo monitoreado cada vez que se accede a cualquier tipo de información o publicación, sin que los usuarios sepan a ciencia cierta qué es lo que se hace con ello y en qué medida podrá afectar la vida de cada quien. Lo que podría ser escalofriante es que todo esto lo hacen máquinas dotadas con algoritmos que funcionan para cotejar y anticipar estados de ánimo, preferencias, tendencias políticas o religiosas, y un sinfín de cosas que suministramos a diario gratuitamente a través de las llamadas redes sociales, pensando que ahora disponemos de un mayor grado de libertad y de objetividad al disfrutado por nuestros antepasados; incluyendo en ello lo que entendemos por democracia y libre expresión de nuestras opiniones.
La desinformación (o fake news, para quienes gusta el inglés) provee a las corporaciones del capitalismo de vigilancia el grueso de sus ganancias y su proliferación es, en gran medida, perjudicial y desestabilizadora en un vasto sentido. Mediante la difusión de desinformación tales corporaciones han convertido a las redes sociales en las mejores herramientas de persuasión que se hayan creado, con un efecto casi instantáneo, predecible y masivo. Aplicadas al ámbito político han desencadenado acciones de grupos extremistas y el desprestigio y derrumbamiento de regímenes de toda clase alrededor del planeta. Igual pasa con personas a las que se les atribuyen hechos y conductas reprobables, sin proponerse descubrir la verdad, con el saldo de crímenes de odio hacia un grupo étnico, religioso, social o nacional, como ocurre, por ejemplo, con los árabes musulmanes en Europa occidental y Estados Unidos o con los migrantes venezolanos en Sudamérica. Fidel Castro sentenció: “No es lo mismo estar desinformado que perder la capacidad de pensar”. Para evitar esta realidad catastrófica es necesario que exista y prolifere un pensamiento crítico colectivo que resulte suficientemente fuerte e influyente para que los gobiernos dicten medidas eficaces contra la mercantilización de los datos obtenidos de los usuarios de las distintas redes sociales. Para el capitalismo y sus modelos de hegemonía imperial es algo preeminente el control y moldeado de las subjetividades de quienes debe dominar y colonizar. Eso se ha hecho en cada continente desde hace más de quinientos años, borrándoles la identidad cultural a aquellos que subyuga y les impone su lógica y sus valores. Cabe entender y comprender que, lejos del carácter inocente y gratuito de estas corporaciones, se halla una intención bien calculada de dominación que haría de los propagandistas nazis simples aficionados.
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