Quien se queda en el plano de la apariencia para comprender la compleja situación planetaria que nos atraviesa, no logra dar cuenta de la realidad. Esta, según Hegel, y no es porque sea un hombre, europeo, cristiano, con acceso a recursos materiales, adulto, blanco, etc., que establecemos nuestro diálogo con dicho pensador, sino porque su […]
Quien se queda en el plano de la apariencia para comprender la compleja situación planetaria que nos atraviesa, no logra dar cuenta de la realidad. Esta, según Hegel, y no es porque sea un hombre, europeo, cristiano, con acceso a recursos materiales, adulto, blanco, etc., que establecemos nuestro diálogo con dicho pensador, sino porque su noción nos permite adentrarnos en el significado variopinto del triunfo de Trump recientemente en los Estados Unidos.
Según Hegel la realidad es una unidad entre la esencia y la existencia. La existencia sería la expresión «fenoménica» (o sea la forma exterior) del «ente» (cosa) que, en unidad con la esencia conforman la realidad. La realidad fenoménica en tanto hecho político es que Trump ha ganado las elecciones de los Estados Unidos. La esencia de dicho triunfo recorre el mundo ya no como un fantasma sino como hecho fáctico.
El triunfo de Trump ha justificado que, en el Estado de Michigan durante la jornada lectiva inmediatamente seguida de la noticia de su triunfo, un grupo de estudiantes blancos acorralaran a otro tanto de latinos exigiéndoles a gritos que «levantaran el muro» (Euronews). No menos trágica tuvo que haber sido la jornada de trabajo de cientos de miles de mujeres migrantes en los Estados Unidos que, legitimado tras las elecciones como RACISMO DE ESTADO, tuvieron que haber sido víctimas de miradas soeces, comentarios lascivos, toqueteos indeseados, como cotidianamente ya lo habían experimentado pero, con el agravante, de que hoy cuenta con la legitimidad del pueblo de los Estados Unidos.
El porqué del triunfo de un personaje cargado de odio hacia el «otro» se produce en el mismo tiempo histórico en que Occidente ha dado cuenta de que su fundamento lógico y su razón práctica son incongruentes y en muchos casos antagónicos. Uno de esos casos, y no porque se reduzca sólo a éste sino porque es el que nos ocupa en este momento, es el de Derechos Humanos. Humano es quien cumple con los atributos asignados en base a la metafísica helena que en principio fue impulsada desde un cuerpo que era hombre, adulto, reconocido socialmente como mayor de edad, poseedor de recursos materiales, en capacidad de leer y escribir, además de ser ateniense. Sin embargo las confrontaciones acaecidas en la Francia de 1789 exigió la ampliación del concepto de lo humano exigiendo la distribución equitativa de los saberes, bienes y servicios que nuestra humanidad, como animal histórico con 130.000 años de antigüedad, ha producido para garantizar nuestra supervivencia en la Tierra.
El sociólogo colonizado de Martinica, Frantz Fanon, quien se sabe colonizado, escribe en «Los Condenados de la Tierra» que «Europa es, literalmente, la creación del Tercer Mundo». Lo anterior lo hace principalmente porque al habernos inventado bárbaros, bestias, pueblos sin historia, pueblos sin Dios nos atribuyeron las condiciones de inferioridad que dotó a Europa, tautológicamente, de las condiciones de superioridad que les brindaba, por Ley Natural (Aristóteles), el derecho de reducir a la esclavitud a los pueblos autóctonos del territorio en el quese ha desarrollado la invención de América. Señalo lo anterior porque hay que recordar que la Europa latino germánica anterior a la conquista de América no era más que una cultura marginal y periférica del Imperio Turco-Otomano (Dussel).
La Conquista de América fue la condición material original, «acumulación originaria», que permitió, posterior al siglo XVI, las guerras entre Estados coloniales que desde entonces se han disputado la centralidad en la administración del territorio colonizado. Si bien, éste no se constituye en un espacio estrictamente geográfico en la actualidad, está atravesado por sentidos históricos diversos, mediados por relaciones económicas, sociales, políticas, culturales y religiosas, que Occidente ha modelado y repartido, desde el Tratado de Tordesillas, para la extracción las materias primas, existentes en los territorios colonizados, y el valor producido a través del trabajo de los pueblos conquistados. De esta forma es posible hallar al Tercer Mundo (New Orleans por ejemplo) dentro de lo que aún es considerado espacialmente como «Primer Mundo» (los Estados Unidos).
Mientras que la disputa colonial en el continente europeo de finales del siglo XVIII culminó confrontando el poder Imperial de la época en la denominada «Revolución Francesa» (1789), la discusión respecto de quién era o no el humano se hacía cada vez más espacio. Olimpe de Gouges fue una de las primeras en levantar la mano al no sentirse cobijada bajo los «Derechos del Hombre». También lo hicieron Toussaint L’Ouverture y los jacobinos negros en Haití, cuyo impacto se ampliaría hacia el Caribe y el continente entero, o mujeres con el calibre de Harriet Tubman en la liberación y emancipación, aún inconclusa, del pueblo negro en los Estados Unidos.
Este contexto planetario, álgido en tensión, se tensa entre la confrontación y la continuidad del orden sexista, racista y el clasista que Europa heredó posterior al Renacimiento (siglos XI-XIII) y que han dado forma estructural a la matriz imbricada de poder por la que las condiciones epistémicas, científicas, filosóficas, religiosas, espirituales, estéticas, etc., le han permitido a Occidente imponerse como centro de «las cuatro partes del mundo» (Gruzinski) desde 1492.
La expansión geopolítica de Occidente se ha dado en momentos históricos diferentes. El primero de ellos tiene la urgencia de diseminarse a través del mercantilismo monetarista y manufacurero (siglos XVI y XVII); el segundo momento tiene que ver con el desarrollo monopólico del aparataje técnico a través del cual Europa logrará concentrar y acumular el valor producido por la fuerza de trabajo de las poblaciones autóctonas de América, así como de la población negra africana, ambas reducidas a la esclavitud por el proyecto Occidental; un tercer momento tendría que ver con la sofisticación del aparataje anterior, mediante mecanismos crediticios, cuya finalidad ha sido la transferencia de plusvalor de las «periferias» a las «metrópolis», desarrollada entre 1880 y 1929; un cuarto momento es el de «dependencia en los regímenes populista (desde Yrigoyen, Vargas, Cárdenas o Perón, cuya edad clásica se sitúa de 1930 a 1955)» (Dussel). Durante este tiempo el capitalismo periférico pretendió entrar en competencia con el capitalismo central, respaldado por Prebisch y la CEPAL, con lo que se refuerza la transferencia de plusvalor hacia el centro metropolitano. Durante este período Estados Unidos se convierte en la nueva potencia económica, posterior a la II Guerra Mundial, que reorganiza la dependencia periférica a su alrededor; un quinto momento estaría vinculado con la denominada «etapa desarrollista» de los países periféricos que disponen su estructura económica, social y política a la captación de capitales financieros transnacionales y a políticas de endeudamiento crecientes. Durante este período los Estados Unidos apoyan e instruyen el surgimiento y profesionalización de los aparatos militares en la región y se da inicio al dependentismo estructural de la periferia respecto a sus centros coloniales.
La profesionalización de los aparatos militares ha tenido, como propósito, mitigar las réplicas antisistémicas que se detonaron tras la confrontación estructural experimentada en la Francia de 1789 y donde se puso a prueba, por vez primera, los cimientos del proyecto Moderno/Colonial. Los pueblos negados por dicho proyecto se extenderán por la Europa de 1848, la Rusia de 1917, atravesó Córdoba en Argentina en 1918 llegando a México o Francia en mayo del 68 o, en Costa Rica, penetrarán en la conciencia de una juventud valiente y con principios que algún vez se opusiera a los intereses corporativos que personificó ALCOA en abril de 1970. Otro tanto de resistencia ha ocurrido en Oriente pero, no es hasta este tiempo histórico, que Occidente cuenta con las condiciones materiales de hacer la guerra a aquellos pueblos cuya sabiduría impulsaron las matemáticas, la ciencia, la filosofía, la astrología, la alquimia y tantas otras instituciones de las que se apropió Occidente tras el mito del «Descubrimiento».
Nuestro contexto crítico global, manifiesto también con el triunfo de Trump en los Estados Unidos, tiene como esencia lo que señalábamos arriba: «Occidente ha dado cuenta de que su fundamento lógico y su razón práctica son incongruentes y en muchos casos antagónicos». Lo anterior atraviesa el campo de la doctrina teológica cristiana, evidente en la obra de Hinkelammert al sacar a relucir a un Pablo de Tarso que se enfrenta a la «Ley de este mundo» con la convicción de interpelarla ejerciendo la «Ley de Dios». Según Hinkelammert «Pablo distingue entre el pecado y los pecados. Los pecados violan la ley. Sin embargo, el pecado se comete cumpliendo la ley» (Hinkelammert, 2010, p 17). De esta forma, mientras robar es un delito la «Ley de este mundo» garantiza la administración del orden desigual, mediante instrumentos legales, a quien roba a su pueblo. Otro ejemplo es el fundamento ético del capitalismo articulado alrededor de la «libre competencia» que Marx y posteriormente Lenin dejaran en evidencia en tanto mito, ya que a finales del siglo XVIII ya estaban orquestadas las condiciones monopólicas bancarias, financieras e industriales del capitalismo. Esto ha tenido eco en el reconocimiento de los derechos humanos de los sujetos creados e inventados por Occidente como NO humanos, como nadies.
Según el proyecto Occidental, los NO humanos, los nadies no tienen derechos porque no son humanos. De esto nos hemos dado cuenta los NO humanos que hoy, a diferencia de ayer, siguen siendo negados pero ya no somos invisibles.
El triunfo de Trump en apariencia es, en esencia, el triunfo de un candidato racista, sexista y clasista en un momento de recrudecimiento de los pilares constitutivos de la Modernidad, actualmente Hipermodernidad, deja en evidencia que el proyecto Occidental, tras 524 años de expansión, ha llegado a su fin. Con su fin llega el fin de los privilegios orquestados, administrados y apropiados por los aparatos y sectores oligarcas y aristócratas de la administración colonial tal cual la conocemos hoy. Debido a que el sector financiero, bancario, industrial, comercial, militar, alimenticio, energético y farmacéutico occidental está en completa dependencia de los pueblos negados y empobrecidos históricamente y, sobre todo, de los territorios que ocupan, Occidente urge de un nuevo impulso a su proyecto. Lo interesante es que Estados Unidos ni Europa en la actualidad cuentan con las condiciones económicas y militares para hacer una guerra al mundo. Lo anterior ha impulsado una guerra en casa. Numerosos titulares de la prensa hacen mención a incidentes racistas tras la victoria de Trump es los Estados Unidos.
En esencia la victoria de Trump no va a salvar a los Estados Unidos o a Occidente del colapso de su proyecto o a evitar que dejen de ser el centro. En apariencia, en tanto manifestación fenoménica, Occidente deja en evidencia que no está dispuesto a ceder su centralidad y que, para ello, terminará de destrozar el único planeta en capacidad de albergar, producir y reproducir la vida humana en elUniverso: la Tierra. Ya Trump ha dejado claro que el calentamiento global no es un tema prioritario e incluso lo ha calificado de «mito». Otro tanto ocurre en Europa donde los exiliados de la guerra que ésta produce llegan por miles a su territorio lo que les ha impulsado a levantar muros más altos y desarrollar tecnología más sofisticada para no tener que lidiar en casa con lo que desean exterminar fuera. No quieren ser vistos o señalados por el mundo como pueblos racistas y genocidas y perder así el soporte discursivo y retórico de su poder. Para ello necesitan que los refugiados regresen a sus países y poder causarles la muerte en ellos.
Mientras esto ocurre en Occidente los grupos oligarcas en Costa Rica, aquellos que históricamente se han hecho de privilegios producto del trabajo colectivo que como comunidad nacional producimos desde 1821 y que está impulsado en la venta de nuestra madre común en tanto «recursos naturales» o «materia prima» y explotar a nuestro pueblo a favor de Occidente, ya han saltado de preocupación. Resulta que las universidades gringas donde se han formado los grupos políticos que dirigen los designios de la nación y que les formó para el saqueo del Tercer Mundo nunca les preparó para un escenario igual.
«Nuestro» mayor socio comercial, los Estados Unidos en el caso de Costa Rica, ha dejado claro que ni los TLC, ni el «empredurismo», ni el administrativismo corporativo que ha usurpado las instituciones públicas en el Tercer Mundo ha cambiado nuestras condiciones objetivas respecto de la geopolítica colonial de la dependencia.
Independientemente de Trump, nuestra discusión como pueblos inferiorizados, negados, como NO humanos, como nadies debe atender la complejidad de nuestro tiempo histórico desde nuevas preguntas para no caer en el mismo tipo de respuesta que amplía nuestra condición de dependencia negando nuestros derechos, nuestro territorio, nuestra vida, nuestro ser.
Para Trump todo lo que esté al Sur de Río Bravo es México. Que no se confundan las Cámaras Empresariales en Costa Rica cuando «esperan» que países «como Costa Rica» no se vean perjudicados con las manifestaciones ya hechas por Trump. A ustedes, señoras y señores, no les queda más que aprenderse el himno de México ya que ha llegado el turno de exaltar, rendir culto y pleitesía a otro de sus «Señores». Para ustedes que profesaban en el TLC «Nuestra gran oportunidad» ahí tienen la oportunidad de vestirse, presentarse y asumirse más mexicanos que ayer.
Ernesto Herra Castro funge como coordinador de la Red de pensamiento anticolonial que lleva por nombre «Epistemologías del Sur», que se impulsa desde la Universidad Nacional de Costa Rica para impulsar el pensamiento crítico en el Tercer Mundo para hacer nuestra vida comunitaria posible.
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