En el marxismo sigue candente la cuestión de la ciencia. ¿Es el marxismo una ciencia? ¿Se trata acaso de una filosofía? ¿Qué sentido y qué alcance tienen expresiones del tipo “ciencia marxista” o “filosofía marxista”?
Confieso que las propuestas althusserianas no me parecen admisibles. En Marx hay ciencia (histórica, económica, social) entremezclada con filosofía en muy diversas etapas de su obra. No hay “corte” epistemológico y no existen unas pistas muy claras ni universalmente admisibles a la hora de ver a Engels escondido en pasajes marxianos, tanto como a la inversa.
Aunque con mucho retraso desde su aparición, lo confieso, acabo de leer con interés una obra tardía de Louis Althusser. En su edición española, muy satisfactoria, de Pedro Fernández Liria, se recopilan unos escritos del gran marxista francés [Louis Althusser: Para un materialismo aleatorio, Arena Libros, Madrid, 2002; edición de Pedro Fernández Liria]. Además, el editor completa el volumen con una especie de epílogo extenso que resume críticamente la “evolución” de Althusser, desde su “intervención” en pro de un Marx científico, no hegeliano, un Marx emergente a partir precisamente de una madurez del autor, el descubridor del “continente historia”. Un descubridor de continentes epistémicos en la misma línea y del mismo género que Galileo, Newton, Lavoisier, Darwin. La evolución intelectual de Althusser, como acierta a decir el editor español de «Por un materialismo aleatorio», no es nada satisfactoria. Parece como si Althusser, tras cometer su crimen y tras su reclusión hospitalaria, hubiera dado un rodeo por una “tradición oculta” del materialismo, una tradición que parte del atomismo antiguo y prosigue con Maquiavelo, Rousseau, para llegar a Marx, a un Marx científico.
Esa tradición oculta, si existe, resulta discutible historiográficamente. Coincido en ello con Pedro F. Liria. También coincido con él en el asunto de la necesidad conceptual de la misma: ¿es necesario rastrearla para llegar a las mismas conclusiones? En el Althusser digamos “clásico” , sólo analizando los textos de Hegel, Marx y Engels, ya se argumentaba suficientemente en contra de los engendros llamados “materialismo dialéctico” y “materialismo histórico”. No era necesario en Althusser desvelar una tradición metafísica oculta hasta ahora, para así despojar a Marx de su metafísica y para liberal a los comunistas de sus catecismos del DIAMAT e HISMAT.
Yo coincido con Althusser y con Pedro F. Liria en que la creación de los “materialismos”, el dialéctico y el histórico, fueron altamente perjudiciales para la tradición marxista. Tanto en su vertiente académica como en la política. Adhirieron al marxismo una dialéctica simplificadora, un idealismo de la peor especie y una especie de panacea argumentativa para los perezosos. Todo se podía explicar “dialécticamente”.
Ya no coincido tanto en la solución de identificar “materialismo” y “ciencia”.
Creo que tanto Althusser como su editor crítico, P. Fernández Liria, manejan un concepto absolutamente equivocado de ciencia. Y al hacerlo, se embrolla recíprocamente el concepto de metafísica que supuestamente tendríamos que extirpar de cara a un ejercicio de (de nuevo, supuestamente) buen marxismo.
Me parece a mí que la clave de todo reside en una nota a final de texto, la número 48, en las páginas 120-122 del libro Por un materialismo aleatorio. Don Pedro la incluye en su ensayo, por otro lado muy informativo y útil, “Regreso al `campo de batalla’” con que se cierra el volumen dedicado a este Althusser tardío. Allí se cita con evidente aprobación a Jesús Mosterín, conocido filósofo de la ciencia. El quid y la causa de los embrollos está en lo que dice Mosterín, y don Pedro corrobora: la filosofía “rigurosa” tras la revolución científica de la Modernidad (la de Galileo, Newton, Lavoisier…) era la misma ciencia. Pero en el siglo XIX, dice Mosterín, con el oscurantismo reaccionario propio de los alemanes, muy especialmente el liderado por Hegel, se pugna por enfrentar ciencia y filosofía, como dos saberes distintos y hasta en oposición. Estos “reaccionarios” idealistas no eran científicos, o lo eran pésimamente: teólogos, filólogos… gente que, en la medida en que expresaron hipótesis y posturas en ciencias naturales, cayeron en el ridículo.
No estoy en absoluto de acuerdo. Es la ciencia la que “se divorció” de la Filosofía natural a partir de Galileo (y no a la inversa), y el proceso de una separación mal traída y llevada no hizo sino agudizarse con motivo de la conversión creciente de la ciencia en tecnociencia y, con ello, en razón instrumental, en aparato al servicio de la producción y dominación. La Filosofía natural –no obstante su divorcio con la ciencia positiva- nunca dejó de ser cultivada, y hoy cuenta con ilustres representantes en ámbitos teóricos que se conservan “puros” como la cosmología o la evolución humana, por ejemplo. Pero es engañoso el dato que aporta Mosterín: es cierto que las grandes obras clásicas de la ciencia positiva aún contaban con la denominación de “filosofía” en sus títulos, y que los sabios que las cultivaban entre los siglos XVII, XVIII y XIX se titulaban como “filósofos”. Y otro tanto sucedía con las Sociedades científicas, revistas, etc. Pero todo esto no indica que siguiera existiendo una Filosofía moral, una Metafísica, etc. independiente o al menos autónoma con respecto a los avances de la ciencia positiva.
Como dice Fusaro (En Contra del Viento, Ensayos heréticos sobre la filosofía, Letras Inquietas, 2022), el ciclo del idealismo alemán se inicia con Fichte y con un intento de emprender una especie de Ontología de la Revolución, que luego podremos ir registrando en Hegel, Marx, Gramsci y Lukàcs. Frente a las ciencias positivas, que se atienen a hechos, sin interrogaciones sobre el origen de los mismos ni sobre el telos de los mismos, una Ontología (otro término que vale por Metafísica) se plantea el porqué de la misma facticidad, el porqué de esa facticidad y no de otra. Las ciencias positivas registran la facticidad y dan por sentado su carácter contingente. Pero que sea esta contingencia y no otra, que exista necesidad en estos entramados de elementos o no la haya, esto no compete a ninguna ciencia. Son cuestiones que atañen a ideas trascendentales, ideas que penetran en todas o muchas categorías científicas al mismo tiempo, y que obligan a hundir nuestros pies en la oscura metafísica que, por lo visto, tanto los althuserianos como Mosterín deploran.
Ciertamente, el “materialismo aleatorio” de este último Althusser es tan insatisfactorio como cualquier materialismo, incluido el que Lenin arrogantemente denominó “materialismo filosófico” y que no vino a ser otra cosa que una simplificación del realismo clásico, una versión mala del escolasticismo escrita en respuesta al empiriocriticismo de Marx y Avenarius. De arrogancia en arrogancia, con un toque de boutade, tenemos el materialismo filosófico de Gustavo Bueno. Otro ejemplo más, análogo al de Althusser, de cómo una prejuiciada actitud ante la metafísica impide ver “el lado activo” y muy ganancioso del idealismo: ¿por qué construir sistemas sobre una base tan discutible como la materialidad, remedo del clásico ser, y oscurecer desde el principio la praxis, el carácter activo del ser humano que construye y reconstruye el todo social, incluyendo en ello la misma ciencia?
Y esto me lleva de nuevo a la necesidad de una adecuada noción de ciencia, y a una correcta relación entre la filosofía y las ciencias.
Hay una dialéctica mistificada, hay una logomaquia en Hegel y no niego que muchas veces Marx y Engels sucumbieran a ella. Pero también hay una dialéctica real, en la lógica de las cosas, esto es, una contradicción no puramente formal ni lingüística en procesos naturales y sociales en los cuales “se impone” un curso sobre otros que se le oponen. Las contradicciones no puramente formales están inscritas en las propias cosas y en las interacciones de los hombres entre sí y con las cosas. El punto de vista filosófico siempre trasciende la mera constatación de “hechos que se dan”, pues es un punto de vista que, como la lechuza de Atenea, alza su vuelo “después” de la facticidad, oponiéndose a ella y oponiéndose, creando otra facticidad. Toda ontología, de la naturaleza y de la historia, es una posterioridad, una oposición. La labor de la Filosofía es el vuelo nocturno de un ave de presa, que se opone a los hechos y reobra sobre ellos.
No coincido plenamente con Bueno en lo que hace a la función de la Filosofía como “saber de segundo grado”. En muchos trayectos históricos de las ciencias la Filosofía es la radicalidad misma de ellas, la “contemplación” misma de los objetos, y no una crítica y “trituración” de los desarrollos técnicos. La tradición más clásica del pensamiento filosófico nunca ha aceptado esta clase de posterioridad casi serial o cronológica: 1º) saberes técnico-operatorios, 2º) saberes teóricos que “brotan” sobre el armazón lógico-material de aquellos… Este es el esquema didáctico que la Escuela de Oviedo más ha propagado, partiendo, por ejemplo, de la agrimensura egipcia para llegar a la Geometría Euclidiana de los griegos, etc. No termino de aceptarlo del todo.
La Filosofía clásica, que para mí es la de Platón, Aristóteles, Tomás, Descartes, Kant… ¡y Hegel! Es un tipo de saber que nunca renunció a que la episteme (conocimiento verdadero) sea la Filosofía misma, pero entendida esta Filosofía no como ideología, sino como una ciencia rigurosa que debe incluir las cuestiones “primeras” del tipo ¿por qué hay algo y no más bien nada?…El “materialismo aleatorio” de Althusser es un intento un tanto caprichoso de explicar que Marx y la filosofía marxista son “ciencia” y que todo cuanto no sea “ciencia” debe quedar reducido al polvo inmundo de la “ideología”. No es así.
Veo que el problema de este postrero Althusser no es un “complejo” del marxista ante los Derrida, Deleuze, Foucault, etc. como sugiere Pedro F. Liria de manera psicologista. El problema sigue siendo en la negación obstinada hacia la Metafísica. Negarla en bloque es recaer en ella. Esto me recuerda las estupideces analíticas de los filósofos de la mente anglosajones: son muy exquisitos en el análisis de cualquier enunciado tonto, por ejemplo si la luna es un queso de bola, pero introducen términos no analizados e indefinidos como “mente” o “estado mental” a la mínima de cambio. La Metafísica para ellos es como el coco para un niño que dice que no cree en él, pero el niño se muere de miedo en cuanto se queda solo en un cuarto oscuro.
Para no ser “materialistas metafísicos” no es buen remedio ser “cientifistas”. La Filosofía, y la marxiana es una filosofía, debe incluir estas cuestiones primeras. La lluvia de átomos y el clinamen, en la exposición materialista althusseriana, ya son algo “dado”, y lo que viene a llamarse el “encuentro”, esto es, la ruptura del paralelismo en la caída de los átomos, no es más que la composición de la realidad. Hay realidad porque hay elementos que entran en estructuras, y estas estructuras reobran sobre los elementos. En lugar de rendirse a la nihilidad que parece que representan los encuentros aleatorios en la naturaleza y en la historia, cabría animarse ante el programa causal-estructural (y dialéctico) de investigar de manera rigurosa por qué unas leyes económicas (las del capital) son contingentes a un modo de producción (una época) y no trascienden ésta. Por qué no hay nada eterno, y por qué la contingencia histórica es la realidad misma y no una fatalidad. Que el hombre rompa la fatalidad (Gramsci, la praxis) es la prueba de que hay dialéctica y no mera sucesión mecánica de hechos.
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