Traducción de Javier Fdez. Retenaga
Si damos crédito a los medios y políticos occidentales tendremos la impresión de que la amenaza islamista es tan seria que millones de combatientes barbudos se encuentran a las puertas de Hamburgo o Nueva York. Se olvida, no sin intención, que barcos de guerra occidentales se encuentran ante las costas de países islámicos como Irán, Arabia Saudí o Libia. Se acostumbra también a olvidar que miles de soldados occidentales ocupan países islámicos como Irak o Afganistán y que mantienen una fuerte presencia militar en otros estados, contra la voluntad de la mayoría de la población. ¿Cómo reaccionarían los EEUU si desde Nueva York o Los Ángeles pudiera verse la estela de barcos de guerra iraníes?
Ciertamente, muchos países islámicos son, según los patrones occidentales, atrasados, corruptos y dictatoriales. Pero por justa que sea la crítica a la actitud de estos estados y sociedades hacia el individuo y los derechos humanos, eso no justifica la invasión de países extranjeros por parte de tropas occidentales. A esto hay que añadir que la mayoría de los dictadores islámicos, y sobre todo árabes, que han gobernado (Sadam Hussein, por ejemplo) o gobiernan aún hoy, no habrían podido imponerse sobre sus pueblos sin el apoyo militar y de los servicios secretos occidentales.
Es una tontería hacer a «Occidente» o al «imperialismo», en general, responsables del lamentable estado del mundo islámico y árabe. Pero la gente del mundo islámico y árabe no puede comprender el doble rasero moral que los occidentales aplican a la hora de tratar con dictadores e injusticias. Ni siquiera un árabe moderado puede comprender que, por un lado, los occidentales, incluido Israel, hayan conseguido la retirada de Líbano de las tropas de ocupación sirias y, por otro, eviten pedir al ejército israelí la completa retirada de los territorios palestinos ocupados.
Los árabes en general y los palestinos en particular no son capaces de entender por qué han de pagar el precio de los crímenes cometidos por los alemanes con los judíos. Con su amplio y acrítico apoyo al Estado judío, Occidente trata de compensar su fracaso para proteger a los ciudadanos judíos en sus países de origen, en Europa, en tiempos del nacionalsocialismo. El precio de este fracaso moral de la civilización occidental han de pagarlo otros: los palestinos.
Cuando se trata de justificar su política, Occidente no vacila ante nada. Cuando los combatientes islámicos luchaban en los años 80 -también con métodos crueles- contra la ocupación soviética de Afganistán, Occidente y gran parte de sus medios de comunicación se deshacían en elogios y muestras de admiración hacia ellos. Los barbudos combatientes recibieron de los servicios secretos occidentales toda clase de apoyo logístico. Por aquel entonces sólo los países del antiguo bloque del Este y un pequeño grupo de comunistas occidentales calificaron esa lucha de «terrorista». Para las democracias occidentales, por el contrario, la resistencia contra las tropas de ocupación soviéticas era una lucha por la libertad. Si, por contra, combatientes islámicos de Hezbolá se defienden por las armas contra la ocupación israelí del sur de Líbano, en ese caso son «terroristas». Si un grupo palestino lucha -también con métodos terroristas- contra la ocupación israelí, nadie se pregunta por las causas.
Los celebrados valores de Occidente podrían ganar terreno en los pueblos árabes e islámicos si dichos valores se aplicaran a todos por igual: a blancos y negros, a musulmanes, judíos y cristianos.
No resulta convincente condenar el terrorismo palestino -que sin duda existe- y restar importancia o callar ante el terrorismo de estado israelí. ¿Cómo reaccionaría Occidente si algunos estados islámicos formaran una coalición de voluntarios para invadir los EEUU y liberar así al mundo de George W. Bush y su gobierno, porque estos representan un peligro para la paz?
En enero de 2006 tuvieron lugar en los territorios palestinos, bajo la supervisión de observadores occidentales, unas elecciones democráticas sin parangón en el mundo árabe. El movimiento islámico de resistencia Hamas ganó por mayoría absoluta. Y ello por dos razones. La primera fue la corrupción del gobierno de Fatah; la segunda, la política represiva de la potencia ocupante, Israel.
Acto seguido, los EEUU y la UE impartieron una lección en materia de democracia: el gobierno democráticamente elegido fue boicoteado porque no respondía a las expectativas de estadounidenses y europeos. El activista y pacifista israelí Uri Avnery hizo la siguiente observación al respecto: «Esto no es sólo una política bárbara, es también un terrible error: ningún pueblo del mundo se sometería a una presión externa tan brutal y humillante».
Los EEUU y la UE exigen al gobierno de Hamas, recientemente sustituido por un gobieno de coalición Hamas-Fatah, el reconocimiento de Israel. Pero no piden a Israel, en contrapartida, el reconocimiento de Palestina. Además, ¿con qué fronteras deben reconocer los palestinos a Israel? ¿Qué papel han de jugar ahí los territorios que Israel se anexionó vulnerando el derecho internacional? El anterior gobierno palestino cumplió todas las condiciones que ahora se le plantean a Hamas. ¿Qué obtuvieron los palestinos a cambio? Aún más asentamientos israelíes, más expolio de tierras y represión.
Los países occidentales exigen una y otra vez lealtad a las minorías islámicas que viven en ellos. Sin embargo, a muchos musulmanes les resulta difícil ser leales a un Estado que tolera, o apoya incluso, la opresión, la humillación y el asesinato de sus hermanos y hermanas de fe en Irak o en Palestina. La lucha de culturas publicitada por algunas fuentes ha de transformarse en una lucha por los corazones de la gente, y no sólo en el mundo árabe y musulmán. Únicamente una política digna de crédito, justa y libre de dobles raseros puede convencer a los musulmanes de Gaza, Ramala, El Cairo, Islamabad o cualquier otro lugar. Hace mil años Occidente aprendió mucho de Oriente, ahora Oriente podría aprender mucho de Occidente.
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Javier Fdez. Retenaga es miembro de Tlaxcala.