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Tucídides y el “realismo geopolítico” en Occidente

La maestra salvaje

Fuentes: Rebelión

Dedicado a Víctor Prieto Desde el punto de vista de la «razón imperial», vale decir, de los presupuestos con los que Occidente ha intentado legitimar su dominación, uno de los momentos fundadores lo constituye la «Historia de la guerra del Peloponeso» de Tucídides (460-400 AC) magna obra cuya importancia, para la formación de estadistas y […]

Dedicado a Víctor Prieto

Desde el punto de vista de la «razón imperial», vale decir, de los presupuestos con los que Occidente ha intentado legitimar su dominación, uno de los momentos fundadores lo constituye la «Historia de la guerra del Peloponeso» de Tucídides (460-400 AC) magna obra cuya importancia, para la formación de estadistas y estrategas en Occidente, no puede exagerarse. Libro de cabecera, a lo largo de los siglos, de reyes y emperadores (nada menos que Carlos V hizo que su secretario lo tradujera al español en 1564) ha sido objeto de estudio, de manera exhaustiva, en épocas más cercanas, por parte de los más diversos estrategas de la geopolítica anglosajona y alemana. Su influencia en las academias de estudios internacionales, de formación militar y geoestratégica, durante las dos Guerras Mundiales y la Guerra fría, ha dejado profunda huella en la visión político-militar de Estados Unidos y de la OTAN. Cuando los oficiales de la marina de guerra norteamericana comienzan a asistir a los cursos avanzados de estrategia, en el U.S. Naval War College, lo primero que se les entrega es una copia de la «Historia de la Guerra del Peloponeso» de Tucídides.

Cabe agregar que el comentarista de Tucídides de mayor influencia en los últimos años, Donald Kagan fundó, junto a su hijo Robert, el movimiento neoconservador en ese país. El ascendiente de Kagan, sin duda, se extiende más allá de la órbita republicana y del departamento de literatura clásica de Yale: la esposa de su hijo Robert, Victoria Nuland, es la actual subsecretaria para Asuntos Europeos y de Eurasia de Barack Obama. Basten las referencias anteriores para advertir que cualquiera que crea que leer a Tucídides, en el contexto de la actual coyuntura geopolítica, es un mero ejercicio conceptual o de filología clásica, se equivoca profundamente.

Esencialmente porque Tucídides puede ser considerado como padre del llamado «realismo político» y de la expresión de esa perspectiva en las relaciones internacionales y la geopolítica. Partiendo de una visión profundamente pesimista de la «naturaleza humana» y de lo que sería un supuesto apetito natural de dominación propio de esa «naturaleza», el aristocrático historiador ateniense se propuso describir y analizar las causas, el desarrollo y las consecuencias del vasto conflicto bélico que enfrentó a las dos potencias más poderosas de la Hélade entre el 431 y el 404 A.C.

Tucídides se separa claramente de la historia escrita en Grecia, particularmente de la producida por Heródoto y sus continuas referencias, en los Nueve Libros de la Historia, a dioses y relatos mitológicos. «El hijo de Oloro y ateniense de nación» se propone explicar los acontecimientos históricos a partir de una descripción fría de las decisiones humanas, registrando su inextricable mezcla de pasiones y cálculos, apuntando al «miedo», al «honor» y al «interés» como causas del conflicto entre Atenas y Esparta, especialmente al miedo espartano a la creciente expansión ateniense. «La guerra es una maestra salvaje» nos dice Tucídides y su voz llega a nosotros después de haber atravesado incontables incendios, destrucciones, matanzas, auge y caída de imperios, ejércitos victoriosos o aplastados en todos los rincones de la tierra. Y es que este ateniense que despreciaba la democracia y que apenas podía encubrir su admiración por Esparta se propuso, con su «Ἱστορίαι», registrar las principales lecciones de esa severa maestra como «un don para todos los tiempos por venir».

En el siglo quinto antes de Cristo, las dos ciudades-estado se encontraban en su momento de máximo poderío y expresaban dos paradigmas contrapuestos desde el punto de su estrategia militar: Esparta como gran poder de la tierra, a través de su formidable ejército y Atenas en tanto potencia marítima con una flota de trirremes sin rival. Precisamente la estrategia diseñada por Pericles se basó en utilizar el poder naval de Atenas para hostigar a Esparta, desgastarla, sin arriesgarse nunca a un combate terrestre decisivo. Luego de casi tres décadas, socavada por la peste, por errores de tipo estratégico (como la trágica expedición a Sicilia) frente a una Esparta que pactó con otro gran poder terrestre como el persa, Atenas debió rendirse terminando, de este modo, el periodo de mayor esplendor de la cultura griega. No es una ironía menor que el vencedor haya quedado muy debilitado y a merced del imperio aqueménida.

La contraposición entre Atenas y Esparta, entre un poder naval y uno terrestre, va a cobrar un valor paradigmático en el pensamiento occidental en los siglos subsiguientes. No debe subestimarse, por ejemplo, la influencia de Tucídides sobre la decisión de Inglaterra, en la época isabelina, de convertirse en un imperio marítimo en contraposición a los imperios basados en el control del continente europeo como Francia. Nada menos que Thomas Hobbes fue su primer traductor al inglés. Este valor paradigmático de la Historia de Tucídides se encuentra, sin duda, en la raíz de afirmaciones como la de Carl Schmitt en torno a que «la historia universal es la historia de la lucha entre las potencias marítimas contra las terrestres y de las terrestres contra las marítimas».

Este paradigma ha sido llevado a extremos tal y como la comparación, durante los dos grandes conflictos mundiales siglo XX, de Inglaterra con Atenas como gran poder marítimo y de Alemania o Rusia con Esparta. De todos modos, ecos y trazas de Tucídides se encuentran en la triada que conforman Alfred Mahan, Halford Mackinder y Nicholas Spykman, vale decir, los más importantes estrategas geopolíticos anglosajones en el periodo que va de fines del siglo XIX hasta mediados del XX. Desde luego, el fin de la Segunda Guerra Mundial, con la consolidación de la fuerza aérea como arma fundamental y el surgimiento del arsenal nuclear, producirían mutaciones de primer orden en la vieja contraposición geoestratégica entre la tierra y el mar. La doctrina nuclear norteamericana de principios de la Guerra Fría, con su énfasis en el uso de armas nucleares tácticas para evitar una hipotética invasión terrestre de Europa occidental por parte del Ejército Rojo es quizá el ejemplo más importante de esta tremenda transformación.

En este mismo contexto de la Guerra Fría podemos advertir la influencia implícita de Tucidides en toda la teorización de Morgenthau sobre la importancia del interés y del poder en las relaciones internacionales o en Leo Strauss y su reivindicación de las supuestas verdades eternas descubiertas por la teoría política clásica.

No es de extrañar, por tanto, que Tucidides vuelva a ser invocado en el contexto geopolítico actual para hablar de la creciente rivalidad entre China y los Estados Unidos. Muy recientemente (septiembre, 2015) la influyente revista norteamericana «The Atlantic» publicó un extenso artículo en torno al peligro de que Washington y Beijing, en un futuro próximo, caigan en lo que se caracteriza como la «trampa de Tucídides» metaforizando, de ese modo, una supuesta constante geopolítica según la cual el temor, por parte de un poder imperial en declive ante el creciente poderío de un rival, conduce, de manera inevitable a la guerra. También Harvard ha creado, en su centro de Estudios Internacional, un «Thucydides Project» para estudiar los retos que enfrenta Estados Unidos de cara a la creciente influencia mundial de China.

Hay un famoso aforismo de Sun Tzu, el célebre estratega militar chino que vivió hace dos mil quinientos años: «conoce a tu enemigo como a ti mismo y nunca perderás una batalla». Conocer a nuestros enemigos implica estudiar a profundidad los presupuestos conceptuales que subyacen en su visión del mundo y, de manera específica, los fundamentos de su pensamiento estratégico. Valga esta brevísima reseña como un estímulo al estudio de la «razón imperial» como parte de la lucha que libra nuestra patria por su definitiva independencia.

Juan Antonio Hernández, embajador de Venezuela en Egipto

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.