El otro día en la cola del mercado se lamentaba una señora de mediana edad de la situación que vivimos y concluía ¡A ver si pasa la mala racha! No partía de un análisis global del estado de la economía del país y del mundo. Más bien desde su experiencia personal y directa: quizá hijos […]
El otro día en la cola del mercado se lamentaba una señora de mediana edad de la situación que vivimos y concluía ¡A ver si pasa la mala racha! No partía de un análisis global del estado de la economía del país y del mundo. Más bien desde su experiencia personal y directa: quizá hijos en paro, marido despedido, dificultades para llegar a fin de mes. Aquel comentario, entre amargo e ingenuo, parecía una jaculatoria, un lugar común. Excluyendo de toda responsabilidad a la acción antrópica de la existencia de pobreza, paro y precariedad. Como si se debieran a leyes inmutables de la naturaleza, como la sucesión de la lluvia y la sequía. Y como si las soluciones tuvieran que venir de un pensamiento mágico.
La expresión era un deseo sin ninguna base racional. Equivalía al «a ver si nos toca la lotería» o «cambia la suerte en la ruleta» o «Dios aprieta pero no ahoga«. Pero, como bien sabemos, la lotería no nos suele tocar, en la ruleta siempre gana la banca y no sé dios, pero esta crisis, convertida en estafa, sí que nos ahogan. Veamos que dicen solventes autores para intentar entender lo que pasa.
Para el economista francés de moda, Thomas Piketty, la desigualdad es consustancial al capitalismo. Plantea que estamos en una fase de su desarrollo, con las políticas neoliberales que es un auténtico desiderátum y donde la brecha entre los ricos y el resto de la población es enorme. Lo formula diciendo que la desigualdad de renta y de riqueza crecerá siempre que la tasa de remuneración del capital sea superior que el crecimiento de la economía. Es decir, rompe la falacia interesada de que el capitalismo extiende la riqueza y con ella las libertades y la democracia. Y esta situación tiene consecuencias y riesgos: aumenta la pobreza y la exclusión, desaparece la clase media, el ascensor social se queda bloqueado entre dos pisos y sin salida. La sociedad se estratifica en un 1% muy rico y el restante 99%.
Noam Chomsky afirma que el sistema funciona muy bien para los poderosos. La inmensa mayoría de la población se ha empobrecido, pero una exigua minoría es obscenamente más rica. Y los bancos se aseguran siempre los beneficios chantajeando a los gobiernos desde lo que Dean Baker llama el «estado-niñera conservador«, porque «son demasiado grandes para quebrar» en abierta contradicción con su doctrina neoliberal. Los únicos que trabajan sin red son las personas más débiles y vulnerables, que se convierten en víctimas de este sistema depredador. Por ello Chomsky llega a afirmar que cree que la supervivencia de la especie humana decente está en juego.
Las cosas no son de ahora. En los años 70 el capitalismo se planteaba desmontar el estado social, reducir los impuestos, devolver al mercado servicios públicos rentables y bajar los salarios para mejorar la tasa de ganancia del capital. Eran (y son) las llamadas políticas neoliberales que enterraron a Keynes y entronizaron a Milton Friedman cono economista de cabecera del capitalismo más salvaje. Para sacar adelante sus tesis y llevarlas a la práctica necesitaban derrotar al movimiento obrero. Fue lo que hicieron Thatcher y Reagan. Es lo que explica muy bien, para el caso inglés, pero no solo, Owen Jones en su obra «La demonización de la clase obrera» (Capitán Swing, 2011). La convirtieron en chav, riff-raff (que diría Ken Loach), chusma en argot castellano.
Necesitaban romper el espinazo a la clase trabajadora y a sus organizaciones. Y lo están consiguiendo. Warren Buffet, la cuarta fortuna del mundo, reconocía cínicamente que claro que «la lucha de clases sigue existiendo, pero es la mía, la de los ricos, la que va ganando». Y por goleada. Para ganar su guerra de clases, la oligarquía de toda la vida recurre a los servicios y al apoyo de una casta de títeres políticos que van desde reyes a la derecha de siempre o a la socialdemocracia descafeinada. Para ello vacían de contenido la democracia, controlan el poder político y legislativo, recurren a la manipulación informativa y a la represión. No está mal el populismo antielitista, pero no es suficiente para crear una sólida conciencia ciudadana de lo que está pasando.
Los oligarcas siguen en el empeño. Veamos dos ejemplos en España. Por una parte, la tan proclamada recuperación de Rajoy consiste en que las empresas del Ibex-35 han ganado más de 7.200 millones de euros hasta marzo, mientras que la subida salarial en los convenios hasta mayo de 2014 no llega al 0,1%. Como ejemplo de represión, ahora mismo en nuestro país se piden más de 100 años de cárcel a trabajadores por participar en piquetes en las dos últimas huelgas generales.
Estaremos perdidos los ciudadanos mientras no sepamos que lo que vivimos no es otra cosa que un saqueo de nuestros derechos y libertades. Que no es algo pasajero, sino una actitud de permanente rapiña del capitalismo globalizado y de las políticas neoliberales. La desigualdad es tan brutal e injusta que los 85 más ricos del mundo tienen tanta riqueza como 3.500 millones de personas. Pura pornografía incompatible con la democracia, que solo se puede imponer por la fuerza. Y ello genera serios riesgos de barbarie por el debilitamiento de la democracia, la ausencia de justicia social y el deterioro medioambiental irreversible.
Mal estamos mientras la señora del comienzo no entienda que nada de lo que nos pasa es el resultado de una ley natural o matemática. Todo es política. Para cambiarla hay que recuperar la política entendida como la ciudadanía decidiendo sobre recursos, prioridades y medidas. Construyendo alternativas de cambio para pasar de la retórica al programa político. Con participación y movilización amplia y sostenida. Creando nuevos espacios de producción, intercambio y consumo que busquen una vida buena y la felicidad de las gentes. Pero nada será posible si antes no tenemos muy claro que la mala racha son ellos, el capitalismo y los gestores de un partido amañado.
Fuente original: http://www.cuartopoder.es/laespumaylamarea/la-mala-racha/521