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La mano corrupta

Fuentes: Rebelión

Desde la ortodoxia (neo-) liberal se nos viene diciendo que a mayor desregularización de la economía, mayor ganancia para todos. Esta letanía viene aderezada con la percepción de que la desregularización es un dejarse llevar por esa mano invisible con la que Adam Smith inauguró la teología económico-liberal, cuya regla de tres es que a […]

Desde la ortodoxia (neo-) liberal se nos viene diciendo que a mayor desregularización de la economía, mayor ganancia para todos. Esta letanía viene aderezada con la percepción de que la desregularización es un dejarse llevar por esa mano invisible con la que Adam Smith inauguró la teología económico-liberal, cuya regla de tres es que a mayor desregularización mayor hegemonía de la mano invisible, y a mayor hegemonía de ésta mayores beneficios.

Hay que entender el ideal de desregularización se está llevando a cabo mediante la privatización de los recursos públicos, bajos impuestos y libre circulación de capitales. Hay que entender que si las cosas no van bien es que hay trabas al libre albedrío. Se suele aducir también que hay que lubricar con leyes anit-monopolio, aunque estas de facto sancionen los oligopolios.

La ventaja que tiene apelar a la mano invisible es que es, y valga la redundancia, invisible. Entendido así, el trasvase que se está produciendo de la propiedad pública a la privada, vía privatización, es un trasvase que va de lo visible a lo invisible.

Si atendemos a los hechos, en los cuales el trasvase esta entretejido por redes clientelares, amiguismos, favores que se deben, financiación de partidos políticos y un largo etcétera…, es sensato pensar que en este proceso de invisibilidad la corrupción juega un papel importante. No obstante, bajo la perspectiva ortodoxa se ha presupuesto la benevolencia de la mano invisible, lo cual nos llevaría a preguntar: ¿es benevolente la corrupción?

Todos en un primer momento van a responder que no. No obstante, la corrupción es benevolente con aquellos que se sirven de ella, así que desde esta perspectiva sí que lo es.

Al hablar de corrupción cabe entender ésta como la irrupción del interés privado (y la búsqueda de beneficio que conlleva) en la gestión pública. Si en un principio entendemos la finalidad de la gestión pública como interés público, con la irrupción del interés privado en la gestión pública, vía privatización, o por la vía más directa que es la compra de voluntades políticas, asistimos al derrumbamiento del interés público. Ahora bien, para una mejor invisibilidad, el interés público es invocado permanentemente. En último término el dogma sigue siendo que la mano invisible es la que asegura la correcta distribución social de los recursos, siempre y cuando estos estén en manos privadas. La mano invisible asegura la confluencia de un posible enfermo y una compañía de seguros. La firma de un seguro médico es la confluencia de interés de dos entes privados de tal modo que la salud deja de ser una cuestión pública. No obstante, esto propicia que nos encontremos con situaciones en las que un ciudadano muere porque su seguro médico no cubre los trasplantes de órganos. Así, el derecho a atención médica en lugar de estar en la esfera del interés público, se resuelve en el acceso a la sanidad según la franquicia contratada.

Llegados a este punto, cabe pensar que la mano sea invisible no significa necesariamente involuntariedad política y benevolencia. Incidamos en la involuntariedad, ya que la desregularización contiene un elemento involuntario, de no intervención, cuantas menos leyes que medien entre dos entes privados mejor. Pero al observar el trasvase que va de lo público a lo privado, de lo visible a lo invisible, éste se nos aparece como una operación de dirigismo económico en donde representantes públicos regulan en beneficio de entes privados (léase la corporación como persona jurídica). En este sentido la desregularización no es una ausencia de trabas, sino una nueva regulación, en la cual, una de las partes disfruta de una posición ventajosa. De más está decir por tanto que en las nuevas regulaciones hay voluntad. La mano invisible no es inocente e involuntaria. En todo caso, es una ausencia de voluntad política en la que no obstante lo político se nos sigue apareciendo bajo el fantasma de las siglas y los colores.

Hay estaciones de metro con marca de teléfonos inteligentes, hay tranvías tematizados por fondos de inversiones, vagones restaurante exclusivos de una cadena de cafeterías, portadas de periódicos que abren con la oferta de televisión, teléfono o internet y libertad de expresión hasta que te topas con el presidente de una entidad bancaria centenaria. La mano invisible es la sombra del poder actual. Al apropiarse de lo público la mano invisible se nota pero no se ve.

En este sentido la financiación de los partidos no es un debate secundario; sobre todo si se tiene en cuenta que para ser un partido mayoritario es necesario un gran esfuerzo publicitario y logístico para que el mensaje azul llegue hasta el último rincón del país y así poderse consolidar. Y este es un terreno ganado por la mano invisible, ya que por la vía de la financiación de los partidos logró insertar el interés privado en el interés público, lo cual se ha convenido en llamar bipartidismo. Y es en este momento en el que cabe hablar del temido dirigismo económico, asociado al plan quinquenal y el opuesto de la espontaneidad de la mano invisible. Sin embargo, y visto lo visto, la economía siempre va a estar dirigida. Toda la parafernalia de la mano invisible no es sino la puja por dirigir la economía. Así, la pregunta no es si hay que regular en mayor o menor medida los mercados, sino quien dirige la regulación y a qué interés obedece, si al privado o al común, y siempre bajo el prisma de la catástrofe social actual, lo cual indica que la mano invisible es más bien una mano de hierro.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.