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«La mano invisible», de Isaac Rosa (o el indiscreto desencanto del proletariado)

Fuentes: Quién mucho abarca

En El discreto encanto de la burguesía Buñuel nos mostraba un grupo de patéticos burguesitos cenando delante de unos enormes cortinajes. Mientras se llevaban al gaznate viandas y actuaban ante otros de su subespecie se abrían las cortinas que resultaban ser un telón y el salón de la cena pasaba a ser un escenario teatral: […]

En El discreto encanto de la burguesía Buñuel nos mostraba un grupo de patéticos burguesitos cenando delante de unos enormes cortinajes. Mientras se llevaban al gaznate viandas y actuaban ante otros de su subespecie se abrían las cortinas que resultaban ser un telón y el salón de la cena pasaba a ser un escenario teatral: la cena burguesa era un mero espectáculo para la contemplación, una farsa, un guion sin más función que acotar un personaje diferenciado de otros, de la canalla.

No sé si Isaac Rosa tuvo como inspiración esa escena de Buñuel. Lo cierto es que su novela La mano invisible es un reverso perfecto de ella. Partiendo de un punto de partida análogo (pero sin telón) Isaac Rosa retrata el mundo del trabajo actual y el resultado, obviamente, es muy distinto del de aquellos parásitos farsantes. No voy a revelar mucho sobre el libro, pero sí recomendar vivamente su lectura. Pues si aquella burguesía buñuelesca mostraba la farsa de lo que sólo funciona para la exhibición la novela de Isaac Rosa destapa la realidad de lo que se nos oculta como si ya no existiera. Y lo hace con un relato envolvente, que cambia la mirada con la que uno ve una realidad social que nos presentan como natural. Un mundo de trabajadores sin nombre, cuya identidad no es personal sino laboral (ni siquiera como trabajadores, sino como costurera, albañil, limpiadora,…) e incluso en algún caso, ni eso, sólo nacional que cuando se es rumano ya se sabe qué se es: rumano. Y esa es la farsa, ése el espectáculo, porque el trabajo no es su identidad, sino el instrumento para despojarlos de identidad.

La novela me ha traído un recuerdo de una conversación que tuve hace algunos años con una persona que trabajaba en el cine. Me decía que no entendía por qué carajo al final de las películas había títulos de crédito con la lista de todas las personas que habían trabajado en ellas, desde el apuesto protagonista hasta el conductor de la furgoneta. «Cuando entras en un edificio no pone qué albañiles, fontaneros, aparejadores, secretarias,… han hecho posible el edificio, ¿por qué en una película sí?«. Leyendo la novela de Isaac Rosa a uno se le ocurre que más bien debería ser al contrario, que el ejemplo de las películas debería extenderse y con cada jersey que compramos, con cada coche, cada comida en un bar… entregarnos un papelito en el que apareciesen los nombres y funciones que han hecho posible que podamos usar cosas o disfrutar de servicios que no brotan espontáneamente de la tierra, sino que son fruto del trabajo de personas. Que eso cambiaría nuestra mirada del mundo es demasiado evidente como para no entender que es muy importante que sigamos mirando como pensando que los edificios crecen, que en el mundo hay chuletas, que los coches son fabricados por máquinas fabricadas por otras máquinas… Por eso es tan importante La mano invisible de Isaac Rosa.

Enhorabuena y gracias a Isaac Rosa por esta novela cargada de talento, de inteligencia, de compromiso… y de trabajo.

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Volviendo a las referencias cinematográficas, hace unos días leí una crítica en Babelia contra La mano invisible. Más allá de que sepamos que el primer eslabón de la crítica en determinados espacios busca a quién pertenece la editorial o la productora de un libro o una película más que su contenido, la crítica arremetía contra la novela con dos argumentos: los diálogos no resultaban creíbles y el autor debería haber optado por una novela corta. La primera parte resulta extraña porque en la novela no hay diálogos sino narración de diálogos al estilo formal de muchos diálogos de Saramago que le permitían superar la mera expresión verbal del personaje para dar una forma más inteligible a lo que pasa por sus cabezas de una forma quizás más difusa; más bien parece deducirse que al crítico le parece inviable que los trabajadores tengan pensamientos complejos y ello no haría sino reforzar la necesidad de una novela como la de Isaac Rosa y lo afortunado de su enfoque. Sobre el consejo de haber escrito una novela corta, recordé la escena de Amadeus en la que Mozart presenta al emperador una ópera (¿es Las bodas de Fígaro?, no lo recuerdo) y éste se aburre y resume «Me parece demasiado larga: sobran notas»; Mozart se sorprende «No entiendo, Majestad ¿qué notas quitaría?»; «No sé, notas». Nunca alcanzaré la gloria de ser emperador ni crítico literario y menos en Babelia, pero leída la novela me quedo con la misma pregunta: no sé qué nota, que página, qué puede sobrar salvo que con esa crítica se intente justificar un bostezo como el de aquel emperador ante un ejercicio formalmente sorprendente (pero en el que se entra sin ninguna dificultad). Reconozco que esta crítica (que estando fuera de España era la única a la que tenía acceso) despertó en mí cierta ira afortunadamente pasajera. Leída la novela resulta redonda, imprescindible y muy de agradecer.

Fuente: http://blogs.tercerainformacion.es/iiirepublica/2011/09/24/la-mano-invisible-de-isaac-rosa-o-el-indiscreto-desencanto-del-proletariado/