La polarización social y política en Latinoamérica sigue profundizándose Puede decirse que la práctica totalidad de los países latinoamericanos están viviendo -con sus peculiaridades e idiosincrasias- una elevación indudable del antagonismo político, también vislumbrado en las diferentes convocatorias electorales. Nadie puede negar que la ofensiva conservadora tiene un especial interés e impulso desde Washington contra […]
La polarización social y política en Latinoamérica sigue profundizándose Puede decirse que la práctica totalidad de los países latinoamericanos están viviendo -con sus peculiaridades e idiosincrasias- una elevación indudable del antagonismo político, también vislumbrado en las diferentes convocatorias electorales. Nadie puede negar que la ofensiva conservadora tiene un especial interés e impulso desde Washington contra los movimientos políticos y sociales emergentes, incluso y con otro bagaje de medidas y argumentos contra los gobiernos de signo «moderado».
Así nos encontramos que en países gobernados con mano suave y notablemente conciliadora, como el caso de Brasil, Uruguay, Chile, y en este grupo también Argentina, como en otros de características más confrontadas como el caso de Bolivia, la renovada elección Venezuela, ahora y por supuesto, la sempiterna Cuba «de FIDE, a la espera del nuevo Ecuador, y de la incógnita en Nicaragua.
La polarización avanza imparable; empujada por las elites locales y la derecha, recostada por la política desarrollada por la administración USA. Pero sería amputar el análisis en esta afirmación innegable; hay otros elementos que la exceden, ya que no siempre está en primer plano la incertidumbre de los privilegiados de siempre, ni de los nuevos socios incorporados desde los caminos de la globalización; no siempre están todas las baterías de EEUU dedicadas a re-establecer la «paz del imperio» inmediato (Oriente Próximo y Medio le tiene mucho más atareado), pero sin omitirlos, hay otro factor que entra en escena con decisión -con contradicciones también- jugando de modo relevante y es el papel más activo que están tomando los grupos sociales -en algunos casos en novedosas formas organizativas- que durante toda la compleja y dramática historia de Latinoamérica, estaban forzados a soportar pasiva y sumisamente la dominación, el aceptar el rincón de la explotación, la exclusión… Este acostumbramiento a la opresión parece resquebrajarse, y la alteración en los grupos dominantes se dispara como si se enfrentaran a su catástrofe
Ahora bien, como no se trata de una insurrección continental ni una guerra de guerrillas extendida, sino tan sólo victorias electorales, cabe preguntarse si es en el terreno del juego democrático que hasta ahora eran controlados al antojo de los grupos de poder, y, cuando ni siquiera las políticas económicas debería provocarles semejante desvelo, ya que una continuidad fáctica les garantiza sus beneficios -Brasil es el caso más claro- y, hasta en el mismo México en que lo más radical que López Obrador prometía era la multi-participación, ¿por qué la derecha y las elites están tan activamente desesperadas?
La explicación del por qué de la ofensiva política contra Venezuela y contra Bolivia es claro y evidente la disposición y en la promoción de algunos cambios estructurales, que afectan y afectarán necesariamente a las clases dominantes.
Sin embargo, el neoliberalismo se consolidó tantísimamente en Latinoamérica, que ha garantizado que los poderosos de siempre estén a resguardo en este paraguas de capitalismo salvaje, y los privilegios que gozan sustentados en las extremas diferencias sociales, no estén en cuestión ni amenazados. Pero a pesar de la tranquilidad que debería darle la defensa de sus intereses por los «progresistas gubernamentales», los «amos» no recobran la tranquilidad, muy por el contrario. Temen que la marejada pueda volverse su tsunami.
En la búsqueda de explicaciones al aumento de la polarización, no puede perderse de vista que el capitalismo requiere mayor cantidad recursos naturales, y fundamentalmente su control. Sin embargo, los gobiernos que suavemente aplican políticas no de cambio estructural, sino simples modificaciones formales, generan un grado más de frustración en las clases más bajas y desposeídas, que consiguientemente siguen reclamando, avanzando y creciendo; y desde las instancias gubernamentales se vean «obligados» a crear movimientos sociales paralelos pro gubernamentales que contengan el in crescendo social. Esta maniobra política desestabiliza igualmente a las clases privilegiadas. Argentina es el ejemplo paradigmático.
El inicio del fin de la era de los hidrocarburos, como denomina Ramón Fernández Durán,(1) a la coyuntura actual, el imperio USA cada día más dependiente petrolíferamente, fracasada la estrategia de control con la guerra contra Iráq, inepto en sus planes en Oriente Próximo, retornará al surtidor que controlaba otrora a golpe de dictaduras, o con gobiernos serviles. Pero ya en Latinoamérica las cosas no son ya como eran. No es sólo una fuerte expresión de deseo, son las pautas y acotamientos que las mismas sociedades en movimiento han sembrado y cosechado.
Y nos encontramos ante un panorama en que los gobiernos que fueron respaldados en las urnas, -sobre todo si coincidían en el campo opositor- con lo más decidido de esta marea de gentes, con sus reclamos, sus pretensiones, sus desafíos; sería lógico presuponer la necesidad de continuar con una estrecha relación, incluso con novedosas fórmulas para que los debates y decisiones que les afectan principalmente no se resuelvan solamente en una formalidad institucional.
La fuerza política de los actores fundamentales constituidos en movimientos, como se ha visto en varios países, no extinguen, ni desaparecen en su totalidad, en tanto y cuanto sus motivaciones, la razón de su ser y su existir, continúan en carencias insoportables.
Y por las peculiaridades de cada país, incluso de ciertas regiones, la decisión y la andadura de estos nuevos sujetos sociales parecería que no van a detenerse, han despertado a sí mismos -por eso el desvelo de los poderosos- y que los profundos cambios tan factibles como urgentes, dependen de su accionar y no de los estados ni de sus inherentes partidos políticos.
Ha sido y es en el espacio de la revuelta, de la rebeldía, de la insumisión donde no sólo enunciaron proyectos alternativos al modelo imperante, desarrollaron y desarrollan -con grandes obstáculos y conflictos- prácticas concretas con democracias incluyentes, participativas y distributivas, descubriendo y re-descubriéndose en nuevas realidades.
Así, algunos afirman, -y viven- la construcción de «instituciones» de contra-poder, construcción de nuevas formas de relaciones sociales donde lo político y lo económico se funden en lo cotidiano. No puede afirmarse tajamente que las nuevas modalidades de protesta social tiene un único elemento identitario, modificado y trastocado el panorama del mercado laboral, no es ya el terreno fabril de hace unas décadas, ahora son otros protagonistas: los «excluidos», los desocupados, los indígenas, los peones rurales, los piqueteros… los miserables que tanto alteran al nada discreto desencanto de las burguesías criollas.
Pero no sólo generan temerosa inquietud a las clases dominantes los movimientos sociales actualmente protagonistas, también afectan a las organizaciones tradicionales, a las estructuras partidarias piramidales de la izquierda. La horizontalidad organizativa, la democracia directa, la práctica asamblearia, las direcciones colectivas, las instancias deliberativas, redes de articulación y de consenso, son los elementos articuladores y constitutivos. Otro factor en estos nuevos movimientos es el que sus miembros nacen y viven en la comunidad, o en el barrio, o en el campamento. No son políticos de escuela, son hacedores de política en la vida. Y en este constructo está contenido asimismo un nuevo lenguaje, términos que se repiten en una suerte de red de resistencias y confluencias. Con todo lo emergente novedoso, sin embargo no dejan de rescatar una tradición de lucha en una suerte de sentimiento de continuación o de mutua pertenencia: la reivindicación del CHÉ quizás sea uno de los ejemplos más significativos.
Y, otro elemento que no menor, es que ya se concreta un relevo generacional, los activistas de estos tiempos no han vivido el peso esclerotizado de la inmovilidad dogmática de la visión tanto de los partidos tradicionales como la del mundo de los bloques. Y esto produce un efecto de mirada diferente a procesos que ayer nomás podría haber sido desdeñados desde sectores de la izquierda, como el trostkismo hacia el caso concreto de Venezuela, pero que hoy mantiene un acercamiento y una cierta colaboración con el gobierno de Hugo Chávez, quién ha propiciado un florecer dinámicas sociales de muy diferente signo en el campo popular.
En este sentido nos parece oportuna la precisión de Claudio Katz sobre el escenario latinoamericano: «En un cuadro de luchas -que incluye reveses o represión (Perú, Colombia) y también reflujo o decepción (Brasil, Uruguay)- nuevos contingentes se han sumado a la protesta popular. Estos sectores aportan un renovado basamento juvenil (Chile) y modalidades muy combativas de autoorganización (Comuna de Oaxaca en México). El socialismo ofrece un propósito estratégico para estas acciones y podría transformarse en un tema de renovada reflexión»
Asimismo, otro de los aspectos de este nuevo protagonismo social y político, es la población indígena; ignorada, negada y desaparecida históricamente; en la actual coyuntura ha incidido modificando la dinámica organizativa y política del movimiento anti-globalización, y, a tal punto ha tomado cuerpo el indigenismo político, -reformista o revolucionario- como propuesta de participación de los indígenas en proyectos de transformación nacional, que ha aupado al presidente Evo Morales en Bolivia.
En otro plano en que la polarización se manifiesta es en los ya conocidos proyectos de integración continentales, mejor dicho, en los niveles supranacionales.
Así se constata en la confrontación de las propuestas de funcionamiento subcontinental entre el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) proyecto de integración comercial con el objetivo de reforzar los planes neoliberales (2), frente al ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe) propuesta de integración enfocada para los países de América Latina y el Caribe que pone énfasis en la lucha contra la pobreza y la exclusión social (3), que se complementa con Tratado de Comercio de los Pueblos (4) sumando la nueva reformulación del capitalismo regional del MERCOSUR (5).
Finalizando esta primera aproximación, los acontecimientos que se van sucediendo en la actual coyuntura política en Latinoamérica tienen como característica esencial lo vertiginoso de los hechos, que han superado análisis sesudos y programas impostados, y vienen superando algunos de los muchos embates de los sectores oligárquicos que quieren recuperar su posición de poder y control.
La idea de marejada latinoamericana nos sitúa en un oleaje, tan imprevisible como incontenible. Era algo más que insólito suponer que voces «revolucionarias» provenientes de luchas genuinas, terminarían en el presente cooptadas como portavoces gubernamentales, sino peor aún, son ahora trincheras de contención a reclamos y luchas sociales.
Pero mal que les pese a muchos y a pocos, hay caminos abiertos a golpe de machete, de pico y pala, de marchas, de piquetes, de paliacates… y con la distinción propia de cada acento, de cada tiempo, de cada lugar, la rebeldía es el viento que hace marejada.
Notas
(1) Ver en este número Codo a Codo (2) La iniciativa nació en la primera Cumbre de las Américas que tuvo lugar en Miami a fines de 1994. en su primera redacción se contemplaba la reducción de ciertas barreras arancelarias, nuevas inversiones en 34 países de la región, y el control de dichas inversiones. Cuba está excluida. Pero los cambios políticos gubernamentales y la resistencia social, alteró las negociaciones para la implementación del mismo, realizándose una segunda Cumbre de las Américas, compartiendo la presidencia EEUU y Brasil.
(3) En respuesta a la ALCA impulsada por EEUU, se concreta el ALBA, un proyecto de colaboración y complementación política, social y económica entre países de Latinoamérica y el Caribe, impulsada por Venezuela y Cuba, y cuenta con 27 países aliados. Se constituye en la ciudad de La Habana en diciembre de 2004; en abril de 2006 se incorpora Bolivia. Se fundamenta en la creación de mecanismos que aprovechen las ventajas cooperativas entre las diferentes naciones asociadas para compensar las asimetrías entre esos países. Esto se realiza mediante la cooperación de fondos compensatorios destinados a la corrección de discapacidades intrínsecas de los países miembros. El ALBA otorga prioridad a la relación entre los propios países en píe de igualdad y en el bien común, basándose en el dialogo subregional y abriendo campos de alianzas estratégicas fomentando el consenso y el acuerdo entre las naciones latinoamericanas.
(4) En el Tratado de comercio de los Pueblos, es un acuerdo que constituye una alternativa práctica a las directrices del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o el Banco Mundial. En el mismo se presentan diversos objetivos, tales como la elaboración de un plan estratégico de complementación productiva, la promoción del intercambio tecnológico, el establecimiento de acciones conjuntas para eliminar el analfabetismo y planes en cultura, ciencia y tecnología. En cuanto a los flujos de capital, se defiende la inversión orientada a fortalecer la inclusión social, la industrialización de los recursos y la seguridad alimentaria. Cuba y Venezuela eliminan sus aranceles a las importaciones de Bolivia y se comprometen a la compra de oleaginosas y otros productos agrícolas que pudieran perder sus destinos tradicionales en los demás países andinos al ser desplazados por la soja proveniente de EEUU. A su vez, Bolivia se comprometió con esos países a exportar sus productos mineros y agropecuarios, incluyendo hidrocarburos, ofrecer su apoyo en estudios sobre pueblos originarios, medicina tradicional e investigación en biodiversidad.
(5) El Mercado Común del Sur constituido en noviembre de 1985 es un bloque económico cuyos estados miembros son Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela. Su finalidad es promover el libre intercambio y movimiento de bienes, personas y capital entre los países que lo integran, y avanzar a una mayor integración política y cultural entre sus países miembros y asociados. Asimismo se encuentran con status de estados asociados Bolivia, Chile , Perú, Colombia, y Ecuador.