Ponencia para el XII Semanario Internacional del PT de México
1.- PRESENTACIÓN:
A lo largo del año transcurrido desde el último seminario internacional, organizado por el PT de México, en 2007, se han ido agudizando todas las contradicciones irreconciliables que minan al capitalismo a escala mundial, se han agudizado también las expresiones regionales que estas contradicciones estructurales adquieren en el continente de las Américas y, sobre todo, y como efecto de lo anterior, se han fortalecido y aumentado en intensidad y en extensión las dinámicas represivas, autoritarias, neofascistas y fascistas de la burguesía latinoamericana y especialmente del imperialismo yanqui. Debemos decir que en marzo de 2008 la situación latinoamericana y mundial, comparada con la situación en marzo de 2007, se caracteriza por la aceleración de la dialéctica de la lucha entre el Capital y el Trabajo en todas sus formas de expresión. Tengamos en cuenta que por Capital entendemos la totalidad de las relaciones sociales que impulsan la acumulación ampliada de propiedad privada de las fuerzas productivas en manos de la burguesía, y que por Trabajo entendemos su contrario antagónico e irreconciliable, unido esencial y vitalmente al Capital pero enfrentado a muerte con él en los decisivo, a saber: la totalidad de relaciones sociales que luchan por instaurar la propiedad colectiva de las fuerzas productivas en manos de la humanidad trabajadora.
Pues bien, esta dialéctica de lucha de clases en sus contenidos básicos se ha agudizado a escala planetaria y latinoamericana en este último año. Desde luego que en esta corta ponencia no podemos –ni tampoco queremos– extendernos en un análisis detallado de todas las múltiples y diversas formas, expresiones y manifestaciones externas y particulares en y con las que se expresan las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista. Los pueblos de las Américas son, debido a sus propias resistencias, luchas y avances, muy amplios, complejos y profundos como para intentar expresar en pocas palabras esa riqueza impresionante, riqueza que se multiplica exponencialmente, además, conforme estos pueblos, sus clases trabajadoras, sus fracciones de clase, etc., profundizan y extienden las interacciones mutuas entre ellos, creando realidades nuevas parcial o totalmente inimaginables hace una década y media. Como veremos más adelante, una de las razones que impulsan a los EEUU y a las burguesías colaboracionistas a mejorar sus doctrinas, paradigmas, sistemas y estrategias represivas es precisamente, además de otras razones obvias, esta innegable dinámica hacia la mayor interacción de las oprimidas y oprimidos en continente en planes que superan la fase de resistencia más o menos pasiva y defensiva, y han entrado ya, o lo están haciendo, en la fase de construcción consciente y planificada de alternativas colectivas, ofensivas y creativas, frente a los proyectos imperialistas.
De entre todos los matices, componentes y particularidades que lógicamente esta tendencia hacia la construcción consciente de un modelo propio, con sus innegables e inevitables resistencias y problemas internos, nosotros vamos a detenernos sólo en uno de ellos, uno que pensamos fundamental y que no es otro que el del avance de la militarización capitalista en las Américas. La militarización ha sido y es de hecho una de las decisivas tendencias que más han evolucionado negativamente, desde la perspectiva de los pueblos explotados, durante este último año, como se demostró en los detenidos debates al respecto habidos en el reciente II Congreso de la Coordinadora Continental Bolivariana celebrado en Quito, así como en parte de las reflexiones teóricas debatidas en el II Seminario Internacional celebrado un día antes en esta misma ciudad. No es casualidad alguna el que ambos eventos dedicaran atención especial a las nuevas formas del militarismo capitalista, especialmente al yanqui por su amenazante presencia dentro mismo del continente latinoamericano, en el Caribe y en Centroamérica. Sus pueblos sufren a diarios los efectos de la militarización, de la presencia permanente y creciente de tropas de ocupación yanqui.
Aunque la militarización del modo de producción capitalista es una tendencia inherente a su esencia genético-estructural, como demostraron de forma brillante los textos del «último» Engels y algo más tarde la exuberancia analítica de Rosa Luxemburgo y, por no extendernos, el conjunto de marxistas que elaboraron la teoría del imperialismo al comienzo del siglo XX; siendo esto cierto, no lo es menos que en la actualidad y en su plasmación histórico-genética, la militarización capitalista ha entrado en una nueva fase que corresponde a las nuevas necesidades de dominación, explotación y opresión creadas por la nueva forma que ha adquirido el imperialismo.
Si bien los pueblos con Estado propio padecen la amenaza directa del militarismo imperialista, la situación es ya peor que alarmante para las naciones oprimidas y ocupadas por dicha militarización, como es el caso de Euskal Herria entre otros más. Para estos pueblos nacionalmente oprimidos, el debate colectivo y el enriquecimiento teórico sobre qué es, cómo actúa y en qué ha mejorado y ampliado su efectividad el militarismo contemporáneo, este debate es decisivo. Sobre todo cuando gracias a él se descubre que la militarización está pudriendo y destruyendo el interior mismo de las sacrosantas áreas supuestamente civiles de la democracia burguesa, como son, entre otras, la universidad y su autonomía imaginaria, el parlamento, la libertad de prensa, etc. En el Estado español, por ejemplo, recientes leyes dictadas por PSOE instauran la presencia del militarismo en el interior de las universidades. También en el Estado español, el sistema constitucional impuesto por el post franquismo y rechazado mayoritariamente por el Pueblo Vasco, sanciona la supremacía del Ejército por encima del Parlamento en las cuestiones esenciales para la dictadura de clase de la burguesía española. Podríamos seguir analizando el creciente militarismo español, pero vamos a acabar refiriéndonos a los lazos irrompibles que unen al militarismo francés con las grandes industrias político-mediáticas en ese Estado, como expusimos en un texto sobre la prensa como arma de contrainsurgencia, a libre disposición en Internet.
2.- MEXICO COMO EJEMPLO PERTINENTE:
La alarmante experiencia mejicana, que entra dentro del proceso más amplio, general incluso que recorre abierta o solapadamente a Latinoamérica y que encuentra en Colombia una muestra terrible, extendiéndose a Perú y en menor medida a otros Estados burgueses peones fieles de los EEUU, esta experiencia alarmante debe servirnos como preámbulo. La reciente aceptación por la Cámara de Diputados de la popularmente denominada «ley Gestapo», terriblemente represora y antidemocrática, muestra no sólo la velocidad del avance de la militarización generalizada del Estado mejicano, sino sobre todo las nuevas formas que adquiere esta militarización en las Américas, forma nueva que no niega la esencia del militarismo sino que confirma la capacidad de la clase burguesa para readecuar sus sistemas represivos a las nuevas necesidades. El hecho de que únicamente 6 diputados rechazaran la ley frente a 462 que la aceptaron, y la pasividad de 2 que se abstuvieron, estas abrumadoras cifras indican el grado de integración de la llamada «clase política» en los intereses geoestratégicos de imperialismo yanqui. No es ningún consuelo el pensar que semejante harakiri institucional en lo referente a los derechos democráticos, sociales y humanos, podía haber sido peor si también se hubiera anulado el artículo 16 de la Constitución que, pese a todo, garantiza nominalmente derechos básicos y elementales.
Y decimos que no es ningún consuelo porque en realidad se trata de una pequeña victoria defensiva y aislada frente a una avalancha reaccionaria que llega a paso de carga, como un tsunami que arrasa con el supuesto «Estado de derecho». Las izquierdas parlamentarias mexicanas deberán redoblar sus luchas y pasar a una clara ofensiva para recuperar los significativos e importantes derechos perdidos. Lo peor es que el avance reaccionario ya venía siendo denunciado por multitud de colectivos y entidades de toda índole. No se puede decir, por tanto, que la izquierda parlamentaria ha sido cogida por sorpresa. Un somero repaso de estas denuncias, y de las instituciones mexicanas e internacionales que las avalan, rebela la gravedad creciente del problema. Por ejemplo, las advertencias de la Comisión Civil Internacional de observación de los Derechos Humanos (CCIODH); de Amnistía Internacional; de la Alta Comisaría para los Derechos Humanos de la ONU en voz de su representante Louise Arbour; de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), y de la Human Rights Watch (HRW), semejantes sendos estudios críticos y premonitores sobre el sistemático recorte en la práctica cotidiana de las libertades concretas, estaban a disposición de los diputados de la izquierda parlamentaria con la suficiente antelación. En estos informes se estudian diferentes ataques prácticos contra diferentes libertades y derechos democráticos, formando todos ellos un corpus argumentativo demoledor por su carga crítica, al margen ahora de consideraciones nuestras que no vienen a cuento en esta ponencia. Pero no han servido para nada, excepto, tal vez y como victoria pírrica, para salvar por ahora de la catástrofe al ya mencionado artículo 16 de la Constitución.
La razón de la marcha triunfal de esta destructiva masacre de las libertades debe buscarse, sobre todo, en la imbricación del nuevo militarismo capitalista en el interior de los Estados burgueses en proceso de licuación interna ante el avance imperialista. Ambos, el militarismo y la licuación interna de Estados burgueses, responden básicamente a las exigencias burguesas en las cada vez más difíciles condiciones de acumulación ampliada de capital. En México se venía dando un avance lento pero imparable, y a veces incluso rápido, de las nuevas características de la militarización que vamos a exponer a continuación. Pero antes de proceder a ello tenemos que decir, primero, que dichas novedades se presentan en todas las sociedades capitalistas al margen de que sean imperialistas y dominantes, ocupen niveles intermedios o sufran dominación imperialista y no puedan romper ya las cadenas de la expoliación, el intercambio desigual y el saqueo generalizado; y segundo, que el derretimiento del Estado mexicano venía produciéndose con bastante antelación. Veámoslo.
Como en el resto de burguesías latinoamericanas, la mexicana también formaba y forma a sus futuros dirigentes en los EEUU. Muchos imperios precapitalistas –Roma, Inca, Azteca…– exigían a los pueblos que explotaban que hijos y familiares de sus castas o clases dominantes vivieran y se formasen en la capital del imperio, no sólo para tenerlos como rehenes a los que asesinar si sus pueblos se sublevaba, sino también para desnacionalizados, reeducarlos en las ideas del imperio opresor y luego, ya asimilados y convertidos, usarlos en un primer momento como muy efectivos y conscientes instrumentos de control y vigilancia de su pueblo, y sobre todo, y a medio plazo, como fuerzas de desnacionalización y desintegración como pueblo con identidad propia. El imperialismo capitalista también recurre a este método pero lo hace no por la fuerza directa de las armas, sino por la fuerza directa del dinero. Las burguesías de América Latina aceptaron esta imposición no sólo con respecto a sus hijos, sino también para con sus militares, y recordemos la tétrica e inhumana Escuela de las Américas. Para comienzos de los ’70 el grueso de la juventud de la alta burguesía latinoamericana estaba definitivamente envenenada por la ideología neoliberal más extremista, y su primera experiencia práctica fue precisamente en Chile inmediatamente después del golpe fascista de Pinochet.
En México fue durante el transcurso de la década de 1980 cuando el PRI aceptó plenamente las exigencias neoliberales mediante la influencia imparable de los equipos de los presidentes De la Madrid y Salinas, formados en los EEUU. Para la mitad de esta década había retrocedido tanto la capacidad de compra de las masas debido a las medidas gubernamentales que la delincuencia social se generalizó, que las luchas obreras, populares y campesinas se multiplicaron. El final de esta década fue el de la represión generalizada, con intervención de fuerzas militares, represión que se endurecería aún más cuando entraron en lucha las naciones indias, los pueblos originarios en defensa de sus tierras comunales ancestrales. Recordemos que en 1991 la burguesía privatizó las tierras comunales, hasta entonces y desde 1917 constitucionalmente reconocidas como propiedad inalienable de los pueblos indios. La sublevación zapatista en Chiapas de 1994 respondió a este ataque destructor de la esencia misma de la civilización prehispana. El capitalismo mexicano pudo así acabar con uno de los pocos restos que le estorbaban desde 1917 en adelante: acelerar la privatización de todas las tierras y de sus recursos. Por otra parte, siguiendo con la mercantilización de todo lo existente, para el comienzo del siglo XXI de nuestra era, casi el 75% de la banca mexicana había sido vendida al capital extranjero. A la vez, los resortes estatales habían sido cedidos progresivamente al control de tecnócratas privados de ideología fanáticamente neoliberal que directa o indirectamente trabajaban para las grandes corporaciones mexicanas y transnacionales, mayormente yanquis. Junto a esta destrucción de las estructuras y relaciones sociales, se produjo el consiguiente debilitamiento de las organizaciones y partidos a ellas correspondientes.
Fue durante esta involución reaccionaria cuando se desarrollaron los ochos procesos que vamos a presentar muy resumidamente: Primero, el aumento de los cuerpos represivos privados, a manos de fracciones de la burguesía, de modo que una parte del bloque de clases dominante empieza ya a disponer de sus instrumentos de control, vigilancia y represión propios. Segundo, un estrechamiento de la operatividad y de los objetivos de estos ejércitos privados con el oficial, bien mediante sistemas alegales bien mediante sistemas ilegales, pero también mediante las propias leyes que facilitan la proliferación de dichos cuerpos armados privados. Tercero, la deriva o transformación cualitativa de algunos o buena parte de tales grupos en fuerzas paramilitares en sentido estricto. Cuarto, el asentamiento de organizaciones fascistas o neofascistas como el Yunque, y fundamentalistas católicas como Los Legionarios de Cristo, u otras menores o menos conocidas. Quinto, la corrupción generalizada en la policía y en otros instrumentos oficiales del orden legal. Sexto, la penetración paulatina de la narcopolítica en estas nuevas realidades. Séptimo, la dependencia que tiene el Ejército mexicano hacia los EEUU, y que ha destruido de facto la independencia nacional mexicana. Y octavo y último, la desintegración interna del Estado mexicano al debilitarse el aparato funcionarial clásico e imponerse la nueva casta de tecnócratas neoliberales que aplican despiadadamente los intereses de la gran burguesía mexicana y yanqui. Como resumen, síntesis y expresión legal de todo este proceso de militarización social tenemos el Plan Mérida o Plan México, como se quiera.
Como efecto de esta involución reaccionaria, proliferan en México diversas fuerzas represivas estatales, paraestatales y extraestatales, a la vez que decrece la capacidad estatal de asegurar las libertades públicas burguesas, de asegurar las mínimas garantías burguesas que oficial y formalmente asume el sistema capitalista. Hay que partir de este proceso para comprender la multiplicación de las represiones de toda índole que caen sobre los pueblos de México. La experiencia de la Comuna de Oaxaca es definitiva al respecto, pero también en lo que supone sobre la incapacidad de muchas de sus izquierdas para entender qué estaba sucediendo y cómo intervenir en esa heroica lucha. Las desapariciones de dos revolucionarios en Oaxaca es el botón de muestra de la reaparición de lo pero de la militarización más inhumana que parecía haber desaparecido ya de México. En base a todo lo anterior, empiezan ya a oírse advertencias muy asentadas sobre el endurecimiento de todas las represiones posibles y de otras nuevas, así como de la recuperación de viejas prácticas de guerra sucia, de asesinatos o «ejecuciones» extralegales, de desapariciones personas significadas. Lo peor de toda esta involución es que el mismo Estado mexicano ha renunciado siquiera a aparentar la defensa legal mínima e imprescindible de sus «ciudadanos» ante los ataques brutales del «amigo del norte» y de la burguesía mexicana.
3.- DE MÉXICO A LAS AMÉRICAS:
Ahora bien, hasta aquí hemos visto sólo una parte de las nuevas características de la militarización, por aterradoras que sean, pero nos faltan aún otras dos partes más. Una la de la militarización en las Américas, es decir, el desenvolvimiento del nuevo sistema estratégico, del nuevo paradigma militar de los EEUU contra los pueblos de las Américas, que no sólo contra México. La otra y última parte, es la síntesis teórica del militarismo capitalista tal cual se aplica en estos momentos a escala planetaria.
Propiamente hablando, la violencia y en especial su forma militar y estatal ha sido una constante esencial del capitalismo desde su aparición histórica, y aunque en fases iniciales fuera aplicada casi siempre por empresas privadas de saqueo colonial y comercial transoceánico desde las primeras expediciones portuguesas, españolas, holandesas, inglesas y francesas, lo cierto es que nunca estas «empresas privadas» dejaron de contar con el apoyo de sus respectivos Estados. El militarismo norteamericano se expresó en una fecha tan temprana como 1823 cuando J. Quince Adams elaboró la que sería conocida como Doctrina Monroe, pero el salto definitivo e irrevocable se produjo en 1904 con la Doctrina del Destino Manifiesto oficializada por el presidente Teodoro Roosevelt, según la cual los EEUU tenían derecho a intervenir en cualquier país latinoamericano para defender los intereses yanquis siempre que estuvieran en peligro. Si analizamos esta teoría con la luz crítica del marxismo, es decir, aplicando el método dialéctico que nos exige penetrar en la lógica de las contradicciones irreconciliables del problema que estudiamos, descubrimos que, en realidad, por «amenaza a los intereses yanquis» hay que entender todo aquello que directa o indirectamente, de un modo u otro, debilita la tasa media de ganancia de la burguesía norteamericana y en especial de su fracción dominante.
Al comienzo de la fase imperialista, en 1904, el componente central de la tasa de ganancia yanqui radicaba en la explotación interna de la fuerza de trabajo y en el expansionismo exterior, lo que explica, entre otras cosas, la invasión y anexión violenta de la mitad del territorio mexicano a mediados del siglo XIX así como otras invasiones cada vez más frecuentes, incluido el recurso a la amenaza directa de invasión fulminante tras una previa demostración de superioridad militar, como fue el caso de la agresión al Japón en 1854 para que abriera sus fronteras a las mercancías yanquis. El Tratado de Kanagawa, que en lo esencial adelantaba la filosofía del resto de «tratados bilaterales» entre un Estado débil y los EEUU, como el ALCA y las TLC actuales contra los pueblos de las Américas, hundió aún más en la pobreza al campesinado y al resto de clases trabajadoras japonesas, también a la mediana burguesía incipiente, siendo una de las razones que precipitaron la llamada «revolución Meiji» de 1868. Este método económico-militar, constante en la historia de la civilización burguesa, se ha ido extendiendo e intensificando según las potencias imperialistas pasaban a depender cada vez más de la explotación exterior, mundial, como base vital para sus beneficios, además de la explotación interna de sus pueblos trabajadores.
La actual doctrina yanqui de «Guerra Preventiva» es sólo la concreción de esta tendencia histórica en el imperialismo de finales del siglo XX y comienzos del XXI, según la cronología eurocéntrica. Más adelante veremos que la prevención ha sido una de las preocupaciones sustantivas de toda estrategia militar seria a lo largo de la historia bélica, y veremos también cuánta palabrería hueca se esconde detrás de modas intelectuales recientes sobre la denominada «Guerra de Cuarta Generación». El problema es mucho más grave que todo esto. Ciñéndonos a las Américas y utilizando una visión genético-estructural de la historia bélica desde la aparición de la denominada «guerra moderna», es decir, la inventada por la sociedad mercantil de la Grecia clásica esclavista, podemos entrever las siguientes fases en la militarización moderna de las Américas, dejando de lado, en este texto, procesos de militarización anteriores, como el maya, el azteca y el inca, entre otros. Desde luego que las fechas que se citan aquí, excepto la primera, son indicativas porque es imposible fijar exactamente un momento estático en un proceso complejo, con muchas variables y ritmos secundarios, caracterizado por su movilizar permanente. Aún así, con esta advertencia, sí podemos decir que la primera fase moderna se inicia obviamente con la invasión militar española y europea desde 1492 y que llega a su crisis con la victoria de la independencia norteamericana y de la primera independencia criolla a comienzos del siglo XX, reivindicando muy especialmente el papel de la independencia revolucionaria haitiana a finales del siglo XVIII.
La segunda fase de la militarización corresponde a las contraofensivas del imperialismo europeo contra los Estados independientes en las Américas, también contra los yanquis en 1812-1814, para recuperar el poder perdido contando tanto con la debilidad interna de estos Estados aún jóvenes como con el apoyo de los antiguos colaboracionistas con el invasor. Fue precisamente durante esta segunda fase, dicho muy brevemente, cuando en bastantes lugares se inició la primera presencia yanqui en forma de «ayuda interamericana» frente a las agresiones europeas, a pesar de las premonitoras advertencias del Libertador Simón Bolívar. La tercera fase en la militarización se inicia definitivamente al fracasar los ataques europeos e imponerse la supremacía yanqui a finales del siglo XIX como se demuestra en la guerra de Cuba y se confirma en 1904, como hemos dich0, que fue afianzando en el interior de los pueblos de las Américas, con el apoyo incondicional de casi todas sus burguesías, controlando de cerca las zonas estratégicas. La larga e inacabable lista de presencia preventiva, de ataques de advertencia y de castigo, o de invasiones en toda regla, sanguinarias y brutales muy frecuentemente, es conocida por todas y todos y vamos a repetirla aquí.
Podemos decir que la cuarta fase militarista se inicia definitivamente con la creación de la Escuela de las Américas en 1946 y concluye en 2001 al introducir el imperialismo norteamericano significativas novedades en su funcionamiento, novedades que vienen expresadas en el nuevo nombre que recibe: «Instituto de Cooperación para la Seguridad Hemisférica«. Esta fase ha pasado por diferentes subfases, destacando dos de ellas, la que prepara y culmina en la serie de golpes de Estado fascistas y militaristas, exterminadores y atroces, tanto en el Cono Sur como en otras partes, por ejemplo, en la masacre de estudiantes mexicanos, a finales de los ’60 comienzos de los ’70; y la que se inicia con las innovaciones introducidas en 1983 para mejorar la efectividad de las torturas enseñadas en dicha Escuela y toman cuerpo definitivamente en 1984 con las reformas realizadas por la Administración Reagan. No es casualidad que fuera en la mitad de los ’80 cuando el imperialismo hiciese la segunda reforma en profundidad, ya que fue entonces cuando se asentaron definitiva e irreversiblemente determinadas tendencias objetivas que forzarían a los EEUU a dar un salto a la cuarta y actual fase militarista que analizaremos a continuación.
Las tendencias a las que nos referimos son básicamente cinco: estancamiento y retroceso socioeconómico en Latinoamérica en comparación a la mayor parte del mundo, a excepción de África; el empobrecimiento relativo y absoluto de la población trabajadora, el aumento de esta población en inmensas barriadas de miseria insoportable que rodean y cercan a los pequeños núcleos residenciales burgueses, con el estallido de toda clase de violencias en su interior; la toma de conciencia autocrítica de gran parte de las viejas izquierdas tradicionales y eurocéntricas ante la constatación no sólo del fracaso del stalinismo, como ocurrió, sino también de sus propios errores estratégicos y, sobre todo, por la emergencia de nuevas luchas sociales en esas barriadas populares, como se constata desde el Caracazo de 1989 en adelante; el desprestigio imparable de los EEUU y de sus colaboracionistas internos, sobre todo de los militares y de la casta política profesional, desprestigio acrecentado por su incontenible corrupción, venalidad y frivolidad sumisa al imperialismo yanqui, mientras crece el prestigio de Cuba por su digna resistencia, de las FARC-EP y, en general, de todos los referentes prácticos y teóricos de lucha liberadora; y, por último y para rematarlo, la (re)aparición de las reivindicaciones de los pueblos originarios, que nunca habían desaparecido del todo, permaneciendo latente siempre o con estallidos puntuales como el de Honduras en 1930 y otros más, pero que nunca habían alcanzado la intensidad cualitativa de la sublevación de Tupac Amaru de 1780 y otras menores.
Como hemos advertido al empezar a enumerar las fases de la militarización creciente, es imposible fijar exactamente, al segundo, cuando acaba una y empieza la siguiente. Por esto debemos decir que la quinta y actual fase se va gestando sobre todo desde la mitad de la década de 1990, cuando tras el muy corta y fugaz triunfalismo imperialista exacerbado desde la implosión de la URSS y la victoria en la primera invasión de Iraq, casi sin respiro, se produce en 1994 la sublevación zapatista en Chiapas, las sublevaciones populares ecuatorianas en 1997 y 2000, el estallido social en Asunción en 1999 y los posteriores acontecimientos argentinos de 2001, las movilizaciones de masas en Perú en 2000, etc. Es en este contexto de resurgir de una nueva oleada de luchas en las Américas, que con sus diferencias comprensibles de desarrollo desigual y combinado se inscribe dentro de la oleada mundial que surge aproximadamente por las mismas fechas, como veremos más adelante, cuando el imperialismo se ve en la necesidad de dar el paso a la quinta y actual fase de militarización total de las sociedades capitalistas.
Prácticamente, todas las características de la nueva militarización que se ha ido desarrollando en México, arriba expuestas, se repiten en lo esencial pero en diferente orden e intensidad en casi todos los Estados y pueblos de las Américas, según la agudización de sus contradicciones sociales y de las luchas de sus clases y naciones explotadas. Y aunque algunas de ellas estén menos desarrolladas o incluso no aparezcan a simple vista, la tendencia objetiva que recorre a todo el continente latinoamericano desde el norte de México al sur extremo de la Tierra de Fuego, es esa. Decimos que en casi todos porque Nicaragua, Ecuador, Venezuela y Bolivia exigen un estudio más concreto que no podemos realizar en esta ponencia.
La quinta y actual militarización está procediendo a azuzar los peores instintos asesinos y genocidas de los sectores conservadores y contrarrevolucionarios de los ejércitos latinoamericanos, impulsando la reaparición de grupos fascistas, aconsejando a las burguesías sobre cómo mejorar sus represiones, etc. Vemos cómo en Argentina, por ejemplo, empieza a volver métodos aplicados por las dictaduras militares; cómo en Chile se echa marcha atrás en la justicia contra los golpistas mientras se endurece el ataque contra la nación mapuche; cómo en Venezuela se repiten los métodos de desabastecimiento usados contra Allende y la Unidad Popular en Chile; cómo en Bolivia la derecha se envalentona al calor de un «separatismo» burgués artificialmente creado, al igual que en Ecuador, en donde también la burguesía amplia la guerra psicológica con rumores de golpe militar para crear miedo y terror en las masas. No nos extendemos en otros ejemplos conocidos por todas y todos.
Sí debemos detenernos en el papel que la nueva militarización yanqui otorga al Estado criminal y narcoterrorista colombiano, como uno de los portaaviones terrestres para la tercera fase, junto a México, Perú y Paraguay, fundamentalmente. El control de Colombia es vital para el imperialismo yanqui no solo por su lugar geoestratégico, sino también por la existencia de las FARC-EP y en mucha menor medida del ELN, así como por la combatividad del pueblo trabajador de Colombia, fehacientemente confirmada durante generaciones. Además, el control militar de Colombia es imprescindible para el imperialismo porque el Estado colombiano padece la misma gangrena interna que el mexicano. La narcoeconomía está pudriendo todo lo que toca, y cada vez toca más cosas dentro de Colombia. La débil industrial de la burguesía colombiana está retrocediendo frente a la prepotencia y poder crecientes de la narcoeconomía, totalmente supeditada al primer consumidor del mundo, los EEUU. Frente a ella, frente a los industriales acomplejados, crecen las fracciones financieras, especuladoras y de servicios unidos a ellas, que están relacionadas más o menos directamente con la narcoeconomía. Sobre esta base, se reproduce la corrupción, el chantaje en todas sus formas y el poder de las diversas fuerzas armadas.
La impunidad con la que Colombia y por detrás de ella los EEUU, ha invadido recientemente con una operación relámpago al estilo nazi e israelita territorio ecuatoriano para asesinar a un grupo de las FARC-EP, adelanta lo que será una parte básica de la tercera fase del militarismo yanqui en el contexto del futuro previsible. Una operación realizada sólo gracias a la permanente e ingente ayuda en las más modernas y letales tecnologías bélicas norteamericanas. Colombia ha actuado con la asesina frialdad que aplica a diario el Estado de Israel contra la nación palestina, por ejemplo, aliado incondicional de los EEUU. Con esta acción, el militarismo yanqui-colombiano buscaba cuatro objetivos prioritarios, además de otros menores: uno, lograr una baza propagandística en su guerra psicológica contra el pueblo colombiano como parte de su guerra de total intensidad contra las FARC-EP, diciendo que ha debilitado cualitativamente a la insurgencia; dos, destrozar la campaña de liberación de rehenes sabiamente implementada por las FARC-EP; tres, crear tensiones internas en Ecuador buscando debilitar al Gobierno Correa y envalentonar a los sectores reaccionarios, sobre todo los militares; y cuatro, tantear la firmeza de la Venezuela bolivariana tras el revés del pasado referéndum y envalentonar a los contrarrevolucionarios internos. Colombia ha fracasado en los cuatro objetivos, por ahora, debido a la contundente reacción de los pueblos circundantes que se sienten cada vez más amenazados por el nuevo papel que los EEUU otorgan a Colombia en su nuevo sistema, paradigma y doctrina militar global.
Estos objetivos concretos tienen, además, dos finalidades internas que debemos resaltar y que van muy unidas: una, tantear las posibilidades para que se acepte el proyecto del gobierno de Uribe de crear corredores o espacios territoriales transfronterizos de libre penetración para su ejército con la excusa de realizar la denominada «persecución en caliente» de las guerrillas y del llamado «narcotráfico». Se trata de una maniobra que reforzaría sobre manera el poder de la burguesía colombiana en el interior de los Estados circundantes, al tener Colombia ventajas netas sobre ellos como son, por un lado, su centralidad geoestratégica; por otro, el apoyo yanqui y la superioridad de su ejército convencional; además las tensiones internas de esos Estados causadas por sus fuerzas reaccionarias, fieles seguidoras del imperialismo y de la corrupción narcoeconómica colombiana y, por último, el apoyo que Perú daría a Colombia. La aceptación de esos «espacios libres» por los que deambularían a sus anchas las fuerzas especiales colombianas y norteamericanas es por eso un peligro inadmisible para los pueblos afectados. La debilidad colombiana, en esta cuestión como en otras, surge de la fuerza de las FARC-EP en su interior, del malestar de masas creciente que se ha confirmado en la marcha impresionante contra las atrocidades represivas de los narcoparamilitares, pero que en realidad apunta contra todo el narcoEstado colombiano, así como el aumento de las conciencias de los pueblos y Estados circundantes, como se demuestra, por poner un solo caso en las muy recientes movilizaciones y luchas en ascenso del campesinado peruano, reprimidas a sangre y fuero por el gobierno de Alan García.
La otra finalidad que persigue la alianza yanqui-colombiana es la de azuzar el desmembramiento territorial de dichos Estados potenciando en su interior separatismos reaccionarios, burgueses, eurocéntricos y racistas en extremo, que de triunfar servirían como cabeza de puente para invasiones exteriores. Al igual que en Bolivia en la actualidad y en Argentina hace unos años en la Patagonia, ahora Venezuela y Ecuador sufren ataques similares en zonas vitales para su seguridad territorial y socioeconómica, como son el departamento de Zulia en la primera y la rica e importante zona de Guayaquil en la segunda. También Nicaragua sufre fuertes presiones colombianas para arrebatarle las ricas aguas que bañan la costa del pueblo misquito, que puede ser de nuevo azuzado contra Nicaragua como lo fue por la contrarrevolución antisandinista organizada por los EEUU con el apoyo de Honduras, Colombia, etc. Mientras que las reivindicaciones nacionales de los pueblos originarios, como los mapuches en Chile, por ejemplo, tienen toda la legitimidad política y democrática al sustentarse en una realidad histórica preexistente al Estado chileno, al que se han resistido permanentemente desde incluso antes de su independencia, ya que también se resistieron a los invasores españoles e incas, mientras que estas y otras luchas nacionales se basan en la continuidad histórica innegable, los separatismos burgueses potenciados por los EEUU son creaciones artificiales que, en parte, se basan en una manipulación engañosa e interesada de muy débiles tradiciones, si es que las hay, porque de lo contrario las fabrican. Pero lo decisivo en estos separatismos burgueses es que, por serlo, son intrínsecamente reaccionarios en la actual fase del capitalismo mundial.
No es la primera vez que el capitalismo internacional recurre a potenciar separatismos reaccionarios apoyando a clases dominantes en determinadas naciones. Una de las experiencias más premonitorias al respecto fue la de la alianza de las potencias imperialistas que invadieron la joven y débil URSS en 1918, apoyando al bloque de clases dominante en Ucrania, declarando la «independencia» burguesa y terrateniente de esta nación para enfrentarla contra la URSS. Durante el zarismo, la clase rica ucraniana había aceptado la dominación rusa porque le interesaba económicamente por su inmensa demanda de trigo y otros productos, así como por la protección militar que le daba el zarismo al protegerla de las luchas campesinas y obreras. Pero ambos beneficios se empezaron a diluir con la revolución de Febrero de 1917 y a desaparecer con la de Octubre de ese año. Entonces, la clase dominante ucraniana se hizo «independentista» pero bajo la protección de los imperialismos extranjeros, es decir, asumió conscientemente otra opresión nacional diferente con tal de mantener su propiedad privada de las fuerzas productivas. Pero al menos Ucrania tenía una base nacional innegable, diferente en todos los aspectos a la rusa blanca y a la bielorrusa, mientras que los separatismos burgueses que estamos analizando ahora carecen de esa base, son artificiales y contrarrevolucionarios.
El objetivo imperialista de debilitar los Estados que explota y de romperlos mediante separatismos artificiales burgueses se refuerza también con la pérdida de poder e influencia de las tradicionales burocracias estatales que se regían por principios de soberanía e independencia estatal frente y dentro del concierto internacional, salvaguardando mal que bien, o intentándolo al menos, determinados elementos fundamentales del Estado. Ya hemos visto el caso mexicano, pero debemos extendernos ahora un poco más. Desde que la dictadura de Pinochet dio rienda suelta a los «cachorros de Chicago», es decir, a los discípulos de las doctrinas neoliberales más feroces propagadas en esta universidad yanqui; desde entonces, en mayor o menor medida, con diferencias de ritmo e intensidad pero no de objetivos, todos los Estados ven cómo ascienden en su interior hasta llegar a las palancas decisivas del mando grupos supuestamente «neutrales» de «expertos» en eso que llaman «ciencia económica de libre mercado», o sea, fanáticos neoliberales. Después del Chile pinochetista, este cáncer inhumano se extendió por otros Estados latinoamericanos, por los EEUU, por Gran Bretaña, etc. Con variaciones en la forma, debidas más que todo a la capacidad de resistencia de las clases explotadas, la pandemia neoliberal fue marginando a los fieles burócratas anteriores, formados en alguna idea de la acción pública, social y keynesiana del Estado burgués para, entre otras cosas, garantizar que se mantuvieran ciertas capacidades productivas en el decisivo sector primero, el de producción de bienes de producción.
Pero el giro hacia la supremacía del capital financiero, con todas sus secuelas especulativas incontrolables, impuesto por las potencias imperialistas, en primer lugar por los EEUU, terminó por destruir las tímidas resistencias keynesianas, excepto en el keynesianismo militar y tecnocientífico. El deliberado impulso hacia la financierización de la economía facilitó sobre manera la proliferación del narcocapitalismo, de la economía corrupta y criminal, subterránea, que mueve cada día más millones de euros y dólares que el día anterior, que se lavan y blanquean en los grandes bancos y corporaciones monopolísticas, que se fusionan estrechamente con el tráfico de esclavos humanos, armas, materiales estratégicos, etc. Sectores crecientes de las burguesías amazónicas y andinas fueron aceptando esta salida fácil, directa o indirectamente relacionada con el narcocapitalismo, de modo que una nueva dependencia clientelar, corrupta y degenerada ha ido sustituyendo parte de la ya muy limitada independencia económica de estos pueblos. Sin duda, Colombia y los EEUU saben del crecimiento de este cáncer que corroe el interior mismo de esas burguesías, y lo azuzan para aumentar su influencia en la zona.
La fulminante respuesta unitaria dada por Ecuador, Venezuela y Nicaragua ha detenido, por ahora, la agresión colombiana pero no detendrá la tendencia a la agudización de las contradicciones en la región, ya que pertenecen a las contradicciones estructurales del capitalismo. No hay duda de que los EEUU estudiarán minuciosamente los resultados obtenidos en esta ofensiva, para no repetir los errores y mejorar y ampliar los aciertos en el futuro. Uno de los gestos que más estudiarán los yanquis es el del abrazo entre Chávez y Uribe, buscando señas de debilidad interna en el primero y de espera confiada del segundo. Tras estos y otros estudios, el imperialismo dispondrá de mejores condiciones para atacar, ya de pleno en la quinta fase, con ejércitos altamente especializados, invadiendo zonas estratégicas de las Américas tanto desde el exterior como desde las bases que ya posee, asentándose firmemente en ellas. Estos ataques serán precedidos muy probablemente por intentos golpistas en los Estados que no obedecen ciegamente al «amigo del norte», que puedan resistirse a sus exigencias, del mismo modo que serán precedidos muy probablemente por serias amenazas contra los demás Estados que puedan dudar sobre si se suman o no a la «cruzada civilizadora». Los EEUU no pueden permitir en modo alguno que vuelvan a producirse resistencias y rechazos, auténticos fracasos, como los obtenidos al pedir el apoyo latinoamericano a la invasión de Iraq, al nombramiento de un presidente pelele en la OEA, u otros que se reiteran de unos años a esta parte. Semejante indocilidad e insumisión debe quedar erradicada de cuajo antes de que los EEUU procedan a invasiones escalonadas, realizadas con el apoyo de ejércitos y burguesías colaboracionistas.
Hacer de Colombia un «portaaviones terrestre», como lo son Israel y otros Estados esparcidos por el mundo en lugares geoestratégicos para el imperialismo, no es en modo alguno una práctica nueva en la historia bélica, incluso antes de que existieran los portaaviones. La dinámica impuesta por los EEUU para convertir a Perú y Paraguay en otras dos bases propias, es parte de este proceso de militarización en su quinta fase. Sin embargo, la actual doctrina estratégica imperialista es mucho más que la quinta fase de la militarización que se expande por las Américas, lo que nos exige desarrollar un último capítulo.
4. DE LAS AMÉRICAS AL MUNDO:
Quien haya adquirido unos rudimentos de historia militar sabe, primero, que la prevención es una de las prioridades explícitamente reconocidas desde los orígenes de esta práctica social que es la guerra; segundo, que las denominadas «guerra propagandística», «guerra de contrainformación», «guerra psicológica», etc., son prácticas tan «viejas» en su denominador común como los primeros tratados sobre esta mezcla de arte y tecnociencia; tercero, que el recurso a poseer bases militares propias o aliadas establecidas en territorios lejanos desde las que vigilar y proceder a ataques rápidos de castigo a los pueblos rebeldes, es otra constante en la historia bélica; cuarto, que estas u otras bases pueden obtenerse mediante el apoyo de las castas o clases dominantes en esos territorios lejanos, mediante pactos o amenazas, de manera que las potencias dominantes crean «Estados tapones», «glacis protectores», «bases de intervención avanzada»; y, quinto, que pese a todo ello y en última instancia, que lo decisivo, lo que decide la suerte de todas las guerras es la ocupación militar ‘in situ’ del territorio con sus recursos naturales, de la fuerza de trabajo del pueblo invadido y de sus bienes acumulados a lo largo del tiempo.
Estas y otras lecciones esenciales de la historia bélica deben tomar cuerpo en los diferentes contextos y coyunturas que se producen desde la irrupción del modo de producción capitalista, y en cada fase de su evolución. Más recientemente, en la medida en que la contraofensiva capitalista mundial lanzada desde mediados de los ’70 del siglo XX, iba destruyendo a la vieja clase trabajadora durante las feroces luchas de clases economicistas y defensivas de los ’80 y comienzos de los ’90, en esa medida era imparable el ascenso de las nuevas castas y capas de tecnócratas neoliberales, metódicos, fríos e insensibles a la devastación social y humana que sus políticas «de ajuste» causaban por doquier. Hasta entonces y durante ese tiempo, las nuevas características de la militarización capitalista se habían expresado fundamentalmente contra los pueblos poseedores de zonas geoestratégicas como es el caso de la guerra británica y norteamericana contra Argentina por la reconquista de las Islas Malvinas, y/o contra los pueblos poseedores de recursos energéticos vitales, como Iraq a comienzos de los ’90 como ejemplo paradigmático, sin olvidar a otros. Sin embargo, conforme la resistencia empezó a emerger de nuevo dentro mismo del capitalismo imperialista –recordemos los motines urbanos contra la pobreza creciente en grandes barrios de ciudades yanquis en 1992, o las huelgas en Corea del Sur, o la oleada de luchas en 1995 en el Estado francés, o Seattlel en los EEUU, etc.–, y dentro mismo de su «patio trasero», en los pueblos de las Américas con la sublevación zapatista de 1994 como eje de giro, conforme se producía esta reactivación de las luchas, el militarismo empezó a mostrar sus nuevas caras en todas partes, dependiendo de las resistencias que pudiera obtener. Recordemos el impulso dado a la militarización social por los gobiernos de Aznar en el Estado español y de Berlusconi en Italia, por citar dos ejemplos.
Estas consideraciones son necesarias para poner los pies en la experiencia histórica y en la realidad actual, en vez de dejarnos llevar por las modas intelectuales más recientes, en este caso la «teoría» de la «Guerra de Cuarta Generación» o el informe titulado «Hacia una estrategia para un mundo inestable». No estamos diciendo que éstas en concreto y que otras algo más antiguas no tengan parte de verdad. La tienen, pero debemos estar atentos a los peligros que se encierran en su interpretación general y a los vacíos que tienen, o a tesis que se silencian o se ocultan.
Por ejemplo, según la tesis de «Guerra de Cuarta Generación» estaríamos ante una forma de guerra que ha integrado activa y masivamente la manipulación propagandística, psicológica, inconsciente y subliminal mediante el uso de los últimos descubrimientos científicos sobre la psicología y el cerebro humanos; la acción preventiva en los problemas sociales para dividir y debilitar el apoyo popular a las fuerzas insurrectas lo que le obliga a politizar e integrar en los aparatos de orden a ONGs, grupos, colectivos e instituciones anteriormente apolíticas y neutrales, utilizándolas como detectores del malestar social en el interior de las masas explotadas; la utilización de toda clases de fuerzas de intervención, desde privadas hasta convencionales con insistencia en su muy alta especialización tecnológica aeroespacial y móvil para la lucha en las grandes barriadas empobrecidas y en las conurbaciones gigantescas que se extienden por el planeta, militarizando a la policía y dotando de poderes policiales y judiciales a las fuerzas militares sobre el mismo terreno de acción, interpretando las conurbaciones como «selvas de cemento» en la que los pueblos insurrectos pueden moverse como anteriormente lo hacían las guerrillas rurales en las selvas naturales; extendiendo y multiplicando los controles sociales y las vigilancias más sofisticadas a todos los rincones de la vida humana, a los más recónditos e íntimos para, con las informaciones obtenidas mejorar la efectividad de las represiones que también se diversifican adecuándose a la complejización de los sujetos colectivos potencialmente peligrosos para el capitalismo, etc.
Siendo ciertas muchas de estas tendencias, o todas, el límite insalvable de esta teoría radica, primero, en su visión muy corta y convencional en el plano histórico, porque se remite sólo a las guerras napoleónicas como el inicio de la primera generación de la guerra, fijando la segunda generación en la guerra mundial de 1914-18 y la tercera generación en la guerra relámpago o blizkrieg de 1939. Toda la impresionante experiencia anterior a esa época inicial, y sobre todo simultánea pero realizada fuera de los límites geográficos de esas guerras, como la mayoría de revoluciones de liberación nacional y social habidas desde 1917 en adelante, quedan fuera de la teoría, reduciéndola en extremo. Las clases y pueblos explotados, las mujeres, los grupos sociales de todo tipo, etc., también debemos aprender de esa otra experiencia exterior rechazada por esa teoría de la cuarta generación. Y de esta pobreza excluyente surge su peor error: que no capta las constantes que enfrentan a las prácticas revolucionarias de las masas explotadas del planeta contra el imperialismo, con las formas de acción de las tropas imperialistas durante un siglo. Por ejemplo: toda la experiencia estudiada hasta el presente atestigua por activa o por pasiva, por la victoria en la mayoría de los carros y por la derrota en el peor de los casos, que las masas populares están más preparadas psicológicamente para la lucha en las «selvas de cemento» que las especializadas tropas invasoras y represivas. También enseña que las masas populares tienden a sacar más efectividad letal con menos costo energético que las tropas invasoras y represoras, diferencia que será cada vez más importante en un contexto de creciente penuria energética.
Errores idénticos se aprecian en el documento «Hacia una estrategia para un mundo inestable», elaborado muy recientemente por altos especialistas de la OTAN para su próximo debate interno. Coincidiendo prácticamente en todo con las previsiones realizadas desde finales de los ’90 por otras agencias imperialistas, por la CIA, etc., que no podemos citar ahora, este informe para el debate insiste en cuatro grandes problemas que ya existen y que exigen de unas medidas extremadamente autoritarias y antidemocráticas: hablan de las consecuencias globales desastrosas derivadas del cambio climático, lo que facilitará el aumento del «terrorismo» en segundo lugar, que también se verá fortalecido por el aumento del «fanatismo religioso», naturalmente no de índole cristiana, en cuarto lugar y, por último, como efecto de todo lo anterior, el llamado debilitamiento de los Estados y de las organizaciones internacionales desarrolladas por los EEUU entre 1944-45 y que han sido decisivas para facilitar la onda larga expansiva del capitalismo que empezó a entrar en crisis estructural desde finales de los ’60 y de la que aún no se ha recuperado.
Sus propuestas son tremendamente duras y hasta salvajes, y podemos resumirlas así: primero, crear un poder occidental único formado por la alianza estratégica y táctica entre los EEUU, la UE y la OTAN, alianza en la que esta organización militar, controlada por los EEUU, tendría el poder decisorio sobre los respectivos Estados de la UE; segundo, esta nueva potencia se reserva el derecho de atacar a cualquier enemigo sin pedir permiso a la ONU y a otras instituciones internacionales, de modo que, así, se legitime definitivamente una costumbre tan antigua como el capitalismo, cerrando definitivamente el largo período de control estadounidense del mundo mediante la ayuda de las organizaciones que creó en Bretton Wood e inaugurando otro de impunidad absoluta legalmente afirmada; tercero, adjudicarse el derecho a usar armas nucleares de diversa letalidad según los riesgos y el peligro de las amenazas exteriores; y, cuarto, defensa a ultranza de los supuestos «valores esenciales de Occidente», amenazados por otras potencias emergentes, con sus culturas, religiones e ideologías no occidentales.
No hace falta insistir en que el papel dado a la OTAN dentro de esta nueva potencia, como fuerza de orden y vigilancia dentro de sus respectivos Estados, este papel no hace sino confirmar la tendencia a la militarización represiva dentro de «Occidente», tendencia que viene siendo reforzada con peticiones expresas y con medidas concretas en los últimos años, ante el hecho innegable del reinicio de una nueva oleada de lucha de clases, nacionales, de sexo-género, etc., que ya se agita dentro del imperialismo. La burguesía imperialista occidental no puede permitir que se debilite su retaguardia interna con las luchas de sus propias masas explotadas, cada vez más golpeadas por las medidas de austeridad que está imponiendo la clase dominante. Sin extendernos ahora, tanto en la UE como en los EEUU se asiste a un ascenso de estas luchas y la burguesía debe detenerlo lo antes posibles entre otras razones porque, como se confirma en los EEUU y se verá en su momento también en la UE, existe un fuerte rechazo social de base a los ataques imperialistas contra pueblos explotados, y es muy probable que dicho rechazo se incremente con el tiempo. Además, el empobrecimiento relativo que avanza en el centro imperialista está haciendo aparecer también áreas urbanas desindustrilazadas y en creciente pauperización. Sin llegar todavía al nivel de antagonismo que crece en las grandes zonas empobrecidas de las conurbaciones del Tercer Mundo, en el centro imperialista ya empiezan a despuntar las primeras tendencias en esa dirección.
La manipulación propagandística del mito de «Occidente» como faro de la humanidad y receptáculo de sus conquistas humanísticas, adquiere aquí su pleno sentido. En la medida en que la mundialización de la ley del valor-trabajo van determinando el ascenso de potencias emergentes que cuestionarán a medio plazo la hegemonía del capitalismo occidental, en esta medida, la burguesía occidental necesita un nuevo cemento ideológico que cohesione su dominación y que, a la vez, integre a las débiles burguesías criollas de otros continentes que se han formado en gran parte dentro del occidentalismo. En las Américas, especialmente, pero en menor medida en otras áreas del planeta en las que el colonialismo y el imperialismo capitalistas han creado burguesías occidentalizadas, en estos lugares «Occidente» busca reforzar su asentamiento gracias al mito occidental, aceptado y defendido por esas burguesías subalternas. Muy en síntesis, el muy reciente documento «América Latina, una Agenda de Libertad», elaborado por la derecha neofascista española y europea, insiste en la urgencia de defender y extender las «virtudes de Occidente» en las Américas.
Enfrentada a un futuro en el que los recursos energéticos, desde el petróleo hasta el alimento, incluida el agua potable, las biodiversidad y el clima, se van minorizando, deteriorando y encareciendo; en un contexto en que el potencias emergentes, desde China hasta Brasil pasando por India, etc., no tendrán más remedio que ir enfrentándose a la voracidad occidental para asegurarse el acceso a su parte de recursos vitales; en un mundo en el que el crece el rechazo a los EEUU y a sus barbaridades, en el que los pueblos muestran orgullosamente su identidad nacional y se resisten cada vez más organizadamente al monstruo imperialista y, por no extendernos, con una lucha de clases y nacional con tendencia al alza dentro mismo del imperialismo central, en estas realidades que ya están llamando a las puertas, la burguesía occidental, euroyanqui, no tiene más remedio que cerrar filas. Necesidad que aumenta conforme empeoran los indicadores del profundo agotamiento del capitalismo norteamericano, que ha sobrevivido hasta ahora gracias a un endeudamiento impagable, a una explotación inhumana y a un gasto militar tan irracional como imposible de sostener a medio plazo, a no ser que se refuerce la expoliación imperialista y la UE y otras burguesías acudan en su apoyo, como ocurre. Naturalmente, estas potencias emergentes, que aún están bastante por detrás de los Estados imperialistas, también se enfrentarán a sus clases explotadas, lo que complicará aún más el panorama mundial de la lucha a muerte entre el capital y el trabajo.
La glorificación militarista de «Occidente» se realiza simultaneando diferentes recursos y tácticas, algunas de las cuales ya han sido muy brevemente expuestas, aunque, para acabar esta ponencia, vamos a sintetizar ahora. Obviamente, un recurso decisivo del imperialismo es su industria político-mediática, su monopolio casi absoluto de los medios de prensa. Con las cadenas audiovisuales, la prensa escrita y las casas editoras, las radios y la subindustria musical y del espectáculo, etc., buscan colonizar las mentes de las personas, alienarlas, decirles lo que han de pensar, creer y decir, y lo que han de rechazar y denostar incluso con virulencia reaccionaria o conservadora en el mejor de los casos. Esta poderosa industria imperialista inunda la cotidianeidad de las clases explotadas con decenas de películas violentas que rinden culto a la independencia absoluta de los grupos armados capitalistas, a la tortura y al racismo, al occidentalismo y al machismo más soez y zafio agresivo y virulento. Entre película y película, y en su transcurso, se intercalan millares de anuncios en los que la violencia, el individualismo más insolidario, el consumismo más irracional y compulsivo, el sexismo más repelente y el racismo más vulgar, compiten con los más sofisticados y subliminales mensajes de pasividad y acatamiento servil del orden opresor. La militarización de las conciencias es una necesidad ineludible para la simultánea o inmediatamente posterior militarización de la sociedad en su conjunto.
Simultáneamente, en el interior de estos mensajes cotidianos, toda resistencia al capitalismo, a «Occidente» es presentada como «terrorismo». La criminalización de las resistencias se realiza antes incluso de que éstas hayan surgido. Se crea un clima social de ansiedad, preocupación y miedo ante una amenaza nada remota, sino muy cercana, por no decir inmediata y presente. Cualquier reivindicación social por pequeña que sea es observaba al detalle por la prensa y por el poder, intentando descubrir una mínima conexión indirecta y remota con algo que pueda ser catalogado como «terrorismo». Una vez lograda esa ligazón, muy frecuentemente inventada, se pone en funcionamiento el entero sistema represivo. Antiguamente, la Inquisición se encargaba de fabricar u obtener «pruebas», mediante delaciones anónimas sostenidas por «testigos protegidos», torturas atroces y acusaciones infundadas: todo valía para luchar contra el diablo y sus secuaces, los herejes, blasfemos o ateos. Después, los «tribunales democráticos» o los fascistas, buscaron o crearon –siguen haciéndolo– pruebas contra las y los revolucionarios, fueran anarquistas, comunistas o socialistas. Más recientemente, el poder occidental y el fundamentalismo cristiano han sumado a los musulmanes a la larga lista de los enemigos a aplastar. La acusación de «terrorismo» incluye en la actualidad a todos ellos.
A la vez, la militarización actual ha creado una figura relativamente nueva en los anales de la represión: las cárceles inexistentes oficialmente, los guantánamos, los vuelos no registrados que trasladan «terroristas» de un lugar a otro sin que lo sepan las organizaciones internacionales y estatales de defensa de los derechos humanos. Decimos que «relativamente nueva» porque la desaparición u ocultación de los detenidos ha sido muy frecuente en los tiempos pasados. Lo nuevo es que ahora se justifica como legal, necesaria y lógica esta aberración, lo mismo que ahora se legaliza la tortura en el corazón de la democracia burguesa. La militarización de la justicia imperialista es pareja a la impunidad absoluta de sus ejércitos allí donde intervienen, incluidos contingentes de la ONU. La vuelta a los ejércitos privados estrechamente unidos al saqueo imperialista –práctica común en la primera fase del capitalismo comercial– hace que los mercenarios sean a la vez fiscales, jueces y verdugos, que obedecen no ya a sus Estados sino fundamentalmente a las empresas capitalistas que les contratan. Surge así un poder fáctico independiente de la ley burguesa oficial.
También ha aparecido un componente nuevo de la militarización social creciente, que no es otro que el conjunto de supuestas «tareas humanizadoras» a realizar por los ejércitos consistentes en llevar auxilio a los pueblos afectados por desastres, hambrunas, plagas, etc.; tareas de interposición «neutral» entre bandos en lucha para salvaguardar los derechos de los no combatientes, o eso dicen, etc. Una especie de anuncio de esta dinámica lo tenemos en la creación de la Cruz Roja Internacional y en sus relaciones con los Estados y sus ejércitos respectivos, así como en los acuerdos internacionales al respecto. Pero, en realidad, desde mediados de los ’90 del siglo pasado en adelante se ha producido un salto cualitativo al respecto ya que, por un lado, esas nuevas tareas legitiman las intervenciones imperialista directas o mediante la ONU allí en donde lo deciden las potencias hegemónicas; por otro lado, se ha creado una nueva industria «de la ayuda» mediante la que se enriquecen con las ONGs, ministerios estatales y organismos e instituciones varias, los Estados imperialistas, a la vez que estrechan su poder en las zonas «ayudadas» mediante esos organismos «civiles», «humanitarios» y «desinteresados» pero internamente conectados con sus Estados correspondientes; y por último, esta novedad del militarismo también se expande mediante la industria político-mediática fabricando la ideología legitimadora correspondiente que se expresa en películas, programas educativos, anuncios y toda clase de propaganda especial.
La mejor manera de concluir esta ponencia y en especial este último apartado es citar como ejemplo la reactualización por el imperialismo de la vieja ideología burguesa del derecho de expropiación por aquellas riquezas que se encuentran sin ser rentabilizadas por los pueblos que las poseen, o que están mal rentabilizadas. Empiezan a surgir tesis que sostienen que debido a los serios problemas que aquejan a la humanidad y que irán empeorando, son las «naciones civilizadas» las que tienen la «obligación moral» de velar, cuidar y rentabilizar esas reservas estratégicas, esos recursos escasos. Conservadores estadounidenses, por ejemplo, empiezan a sostener que es un deber de los EEUU poner orden en la Amazonía, garantizar su correcta explotación y acabar con el mal uso que de sus vitales recursos hacen los pueblos salvajes y los débiles Estados de la zona. Esta idea básica ya estaba latente en la invasión de Iraq, aunque sin explicitarse del todo. Pero lo decisivo es que hunde sus raíces en los argumentos del expansionismo comercial británico en su pugna con el imperio español. La disputa radicaba en definir quien de los dos tenía derecho a quedarse con las tierras de los pueblos aborígenes e indígenas. Los españoles decían que ellos porque las habían descubierto antes, mientras que los británicos sostenían que podían arrebatársela a los españoles porque sólo ellos las cultivaban. La justificación española era feudal y precapitalista, la británica era productivista y mercantilista, adelantando lo esencial de la justificación imperialista.
La militarización actual, como vemos, lleva al extremo las constantes genéticas del capitalismo desde sus orígenes, desarrolla características nuevas y conduce a la humanidad entera a un callejón sin salida, a un dilema que ha superado el anterior de Socialismo o Barbarie, para pasar a ser el de Comunismo o Caos.