Traducido para Rebelión por Rosa Carazo y Francisco Fernández Caparrós.
Jomo Kenyatta, intelectual, dirigente del movimiento nacional de independencia y primer presidente de Kenia.
Espero que no me guarden rencor, pero no hablaré de la conferencia internacional Túnez 2020 -tema de actualidad en Túnez en los últimos días-. Me apetece abordar otra cuestión que, desgraciadamente, para nosotros nunca es objeto de debate, o lo es de manera sesgada: la Modernidad. Dentro de las corrientes políticas que reivindican su islamicidad, existe una vasta nebulosa más o menos solidaria qu e se identifica con un proyecto modernista. A pesar de las contradicciones que la atraviesan, esta nebulosa nunca llega a cuestionar esta ambición que parece, sin embargo -pero solo es una apariencia-, que se nos escapa de las manos cada vez que la abordamos.
El modernista considera la Modernidad como una evidencia contemporánea del progreso, enumerando sus supuestos beneficios, por poco que estos sean compartidos e incluso algunas de sus tendencias sean combatidas. Añadiría que, contrariamente a lo que proclaman los modernistas, las corrientes que, entre nosotros, defienden la raíz islámica de su proyecto político son tan modernas como ellos; incluso más. La Modernidad, al menos en su mitología emancipadora, es hegemónica. Y es una pena.
Sin duda se preguntarán qué es lo que entiendo por Modernidad. Bajo mi punto de vista, para definir qué es la Modernidad y la ideología modernista habría que evocar lo que constituye la realidad histórica concreta, es decir, el Estado burocrático, democrático o no, importa poco, el capitalismo, la colonialidad, el individualismo, las resistencias que todo esto ha suscitado, en el más amplio de sus sentidos, y muchas otras cosas igualmente tediosas.
[Viñeta: ¿¡Cuándo vas a parar de decir gilipolleces!?]
Admitirán sin ningún problema que una breve crónica, prácticamente una pequeña nota de humor, no puede ser el lugar para este tipo de reflexión. No me extenderé sobre las razones que me hacen pensar que no existe una política capaz de rebatir la opresión dentro de una dinámica histórica que cuestione en la práctica l os fundamentos de la Modernidad. Me conformo con ofrecerles una cita y contarles una anécdota que elegí no porque recoja toda esta cuestión sino simplemente porque estos días se me ha pasado por la cabeza.
Todo el mundo conoce la famosa frase de Jomo Kenyatta a propósito del colonialismo: «Ellos tenían la Biblia y nosotros la tierra. Nos enseñaron a rezar cerrando los ojos. Cuando los abrimos nosotros teníamos la Biblia y ellos la tierra». No creo que esté exagerando al afirmar que esta fórmula es todavía de actualidad. La única diferencia es que hoy en día la Modernidad, en su versión de izquierdas o de derechas, ha reemplazado a la Biblia y si bien no estamos jurídicamente desposeídos de nuestra tierra, de alguna manera lo estamos de todo lo demás, incluso de nuestras almas.
Hace algunos meses, tuve que coger un taxi para volver a casa. Era viernes. Estuve esperando junto a la carretera durante unos diez minutos cuando un taxi se paró a escasos metros para dejar a una mujer con sus tres hijos, cada uno en su respectivo moisés. Me dispuse a subir al taxi cuando el chófer me recordó que era la hora del rezo y me sugirió muy amablemente acompañarlo a la mezquita antes de llevarme adonde quería. Rechacé educadamente su proposición con el pretexto de tener «una cita importante». El chófer me dedicó una mirada entre seria y bonachona y me respondió: «¿Una cita es más importante que el rezo?» No sabiendo qué decirle, patético, balbuceé algo y me fui a buscar otro conductor más complaciente. Sin saberlo, el chófer del taxi me había tocado un punto sensible: una sociedad donde «una cita importante» es más importante que el rezo es una mala sociedad (a excepción, como es obvio, de las citas amorosas). No es buena para las personas.
Fuente original: http://nawaat.org/portail/2016/12/05/la-modernite-est-une-mauvaise-chose/