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Cronopiando

La muerte de Fidel

Fuentes: Rebelión

Es tal el grado de intolerancia de Fidel Castro que no sólo su gobierno que, por cierto, hace un tiempo que ya no preside, se niega a introducir esos cambios que le exigen las homologadas democracias occidentales a través de sus medios de comunicación, para convertir a Cuba en otra colonia más americana sino que, […]

Es tal el grado de intolerancia de Fidel Castro que no sólo su gobierno que, por cierto, hace un tiempo que ya no preside, se niega a introducir esos cambios que le exigen las homologadas democracias occidentales a través de sus medios de comunicación, para convertir a Cuba en otra colonia más americana sino que, incluso, hasta se niega a escribir sus artículos de prensa en base al dictado de los mismos intereses.

El periódico El País le reprochaba hoy, 27 de agosto, en su primera página, «ignorar en un nuevo artículo los rumores sobre el empeoramiento de su salud».

En su «nuevo artículo» de opinión, denuncia El País, Fidel no se refiere en absoluto a su estado de salud, «después de que la semana pasada se especulase con la posibilidad de que hubiese fallecido».

Y es que así de intransigente se ha mostrado siempre Fidel.

Ni siquiera acepta de la prensa libre que le indique las «especulaciones» a las que referirse o los «rumores» sobre los que escribir. Fidel pretende, y lo que es más grave, insiste, en opinar sobre lo que su conciencia y voluntad le dicte. Y así, en lugar de desmentir su última agonía o su nuevo fallecimiento, lo que dicho sea de paso, sospecho, tampoco merecería ninguna credibilidad, invierte sus afanes en denunciar el calamitoso estado de salud de un mundo dirigido por una impune mafia criminal sobre el que pesan algo más que «rumores» y «especulaciones». Hasta el propio periódico que censura a Fidel no desmentir su fallecimiento más reciente, el que tuvo lugar la semana pasada, no puede evitar referirse a esos otros estertores de un demencial modelo de vida que, por ejemplo, advierte que «un millón de familias de Florida podría perder su viviendas» como consecuencia del caos hipotecario que asola a Estados Unidos y que a centenares de miles de personas también ha dejado sin empleo, en lo que apenas son los primeros síntomas de la ruina general que se avecina. O la indefensión a que sigue expuesta Nueva Orleáns casi dos años después de ser arrasada, insisten, por el huracán Katrina, que no por la incompetencia criminal de la administración estadounidense.

En la misma página y en el mismo día, las Naciones Unidas informan de la cosecha récord de opio en Afganistán que ya produce el 95% de la producción mundial, éxito agrícola que, sin duda, agradecen sus interventoras autoridades y los miles de heroinómanos que en el mundo esperan baje el precio de su droga. Mientras tanto, se cae a pedazos Perú, aunque la culpa haya que achacársela a los terremotos, que no a la incompetencia de su gobierno; arde Grecia, también a manos de la caprichosa naturaleza, por más que se reproche la ineptitud de sus autoridades; y vuelve el Mediterráneo a servir de sudario a los tantos náufragos que el desarrollo provoca y cuya responsabilidad sólo puede achacarse al mal tiempo de la mar y sus corrientes.

Y ahí sigue Fidel, imperturbable, sin querer escribir un nuevo artículo en el que, finalmente, reconozca su muerte, certifique su defunción.

En Cuba, donde la violencia machista no deja todos los días su repugnante secuela de sangre, donde sus jóvenes no entretienen su tedio tiroteando niños en las calles, donde sus trabajadores no pierden la vida para aumentar los dividendos de sus empleadores, donde la educación no es una quimera o un discurso, ni la salud un acertijo, Fidel sigue negándose a reconocer que ha muerto.

Para que lo sepan los tantos convidados a su entierro, aquí les dejo, por si les cuadra, este epitafio que escribiera en sentido homenaje a mi cronopio mayor.

Epitafio para un cronopio

Hay vidas que, de muertas, sólo son biografía, ese largo o corto prontuario de cuentos y de cuentas, acaso un patrimonio y algunos herederos, un perro que les ladre, poco más. Pero con los aniversarios y misas de difuntos, aquellas rutilantes biografías del entierro van perdiendo su labia y sus enseres hasta arrepentirse en vagas referencias a un extraviado año y a un olvidado nombre. Las fortunas han cambiado de manos y los perros ya no saben ladrar. Y así, esas vidas se pierden en el tiempo sin un beso en la espalda y una mano en el pecho, absolutamente muertas.

Hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas horas, nos lustran la sonrisa, nos ponen los zapatos con los que andar el día, nos rondan y nos cantan los sueños que aún amamos, son esas muertes de nuestra felicidad que cantara Silvio, esas muertes tan poco moribundas que siempre están naciendo. Y así, esas muertes, siempre están con nosotros, como memoria que rescribe, como ladrillo que construye, absolutamente vivas.