Y aun cuando Juan Ramón Jiménez escribió: Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando, y se quedará mi huerto con su verde árbol, y con su pozo blanco. Todas las tardes el cielo será azul y plácido, y tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario. Se morirán aquellos que […]
Y aun cuando Juan Ramón Jiménez escribió:
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando,
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron,
y el pueblo se hará nuevo cada año,
y en el rincón de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico.
Y yo me iré, y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando,
poesía que tanto gustaba a Fries, pero lo cierto es que algo se muere en el alma cuando un amigo se va.
El 17 de diciembre pasado murió el gran escritor alemán, nacido en Bilbao el 19 de mayo de 1935, a los 79 años. E n todos sus libros aparece estampado en la contraportada su nacido en Bilbao, «in Bilbao geboren», y en todas sus obras muestra un detalle de su origen bilbaino en forma de topónimo, personaje o paisaje.
Y aunque ha muerto a punto de cumplir los 80 p ocos son los bilbainos que conocen a este ilustre personaje, nacido en el Botxo y que ha logrado grandes éxitos en el mundo de las letras. Tras Fritz Rudolf Fries, el exitoso y prolífico autor alemán, se esconde aquel niño bilbaíno, nacido en la «Gota de Leche» y que fue registrado en Bilbao bajo el nombre de Federico Rodolfo Fries el 21 de mayo a las diez horas. Federico Rodolfo Fries y Schulze nace un 19 de mayo de 1935 en la Plaza Bombero Echániz nº 2 de Bilbao. Con tan sólo siete años se pone en camino desde el «Bilbao de la España de Franco» «a la Alemania de Hitler». Y responde a la encuesta enviada por el periodista Echevarrieta de televisión española en Bilbao con que «antes de emprender el tren la marcha para Alemania, hacia el futuro abierto como un túnel, paladeó con la cuchara un helado con sus padres en el bar Pacho».
Parte de su infancia y su larga juventud transcurren en Leipzig, ciudad que, por azares de la guerra, va a quedar enclavada en la antigua DDR. Estudia filología inglesa y románica en su ciudad y trabaja como profesor adjunto en la universidad Humboldt en Berlín. Fritz ha brillado también como traductor del inglés, francés y español. Ha sido un importante y conocido autor en lengua alemana, si bien por azares de la vida, que le tocó en suerte, ha sido gravemente minusvalorado y marginado por las grandes editoriales y no por motivos literarios, y, por tanto, con menos acceso para el lector alemán que el que su talento literario y sus obras lo exigían y reclamaban. La literatura alemana ha quedado en deuda con él. Como dice Gisele Lindenmann, comentando la excelente novela de Fries los nuevos mundos de Alejandro ( Alexanders neue Welten): «esta historia es una depurada novela, inmersa dentro de una tradición que tiene que ver más con la narrativa sudamericana de los dos últimos decenios, por ejemplo con «Rayuela» de Julio Cortázar, que tan excelentemente tradujo al alemán Fritz Rudolf (edit. Suhrkamp 1981, Rayuela. Himmel und Hölle) que con la literatura de nuestro tiempo en lengua alemana».
En 1979 recibe el premio Heinrich Mann, de la Academia de las Artes de la República Democrática Alemana, por sus novelas, seriales radiofónicos, obras poéticas y traducciones del español. Luego recibiría otros más. Desde 1966 vivió en Petershagen, en las afueras de Berlín. Con su última novela Last Exit to El Paso (2013) le sonrió de nuevo la crítica y ocupó páginas importantes y laudatorias en periódicos, revistas y medios de comunicación. Pero estaba ya herido de muerte.
La poesía de Juan Ramón Jiménez refleja en cierto modo la vida de este peculiar escritor. Su primera novela, Der Weg nach Oobliadooh (el camino a Oobliadooh), entresacada de una composición del gran trompetista y músico de jazz, Dizzy Gillespie, se publica en Shurkamp en 1966, una editorial de prestigio de la Alemania occidental porque encuentra pegas en las editoriales de su Alemania, la República Democrática. Y su debut llama poderosamente la atención en la Alemania de Adenauer porque, además de su valor literario, encierra una crítica velada del mundo acartonado y gris en el que mora. En occidente se recibió con entusiasmo. La novela, muy de picaresca española y muy del estilo ocurrente, ingenioso, alusivo y vital de Fries, refleja las andanzas un tanto bohemias y anarcas por Leipzig de dos jóvenes amantes del jazz, Arlecq y Paasch, que terminarán en un manicomio. No pasó la censura del SED (Sozialistische Eimheitspartei Deutschlands = Partido Socialista Unificado de Alemania) porque, a su juicio, ofrecía una imagen distorsionada de la juventud de la DDR. Más tarde escribirá en sus recuerdos, Diogenes auf der Parkbank, (Diógenes en el banco del parque): » En 1966 tuve que dejar mi puesto de asistente en la Academia de las Ciencias porque publiqué en Alemania Federal una novela que en la DDR no quiso publicar editorial alguna. Nadie de mis colegas conocía el texto, y todos, también a los que contaba entre mis amigos, votaron por mi exclusión. Con una excepción, precisamente Karlheinz Barck, con el que sólo me unía la disputa y la discusión, fue el único que abogó por mí».
Y desde entonces, desde ese Fries de 31 años cuando se publica su primera novela y de veinte y pico cuando termina de escribir -lo comprobará más tarde ojeando las actas de la Stasi- será un hombre vigilado y observado en su país. «¿De qué vive, quién le financia?», se pregunta a veces en ellas.
Y Fritz Rudolf Fries debió buscarse la vida. Y no lo tuvo nada fácil en sus 79 años de existencia. Pero no se amargó aunque pasó estrecheces y penurias. Para colmo sufría desde su nacimiento una enfermedad ósea desconocida. La describe con detalle en sus recuerdos, recogidos en Diógenes en el Banco del parque: «A juicio de los galenos yo padecía la denominada enfermedad inglesa, conocida en el mundo médico como raquitismo, una enfermedad carencial por falta de alimentación. Pero hasta 1943 yo jamás había sufrido hambre. En la clínica infantil se me colocaba desnudo a la luz de la lámpara y se me fotografiaba por todas partes. Por suerte, la clínica infantil era una clínica y no un almacén de enfermos con taras transmitidas por herencia. Desde hacía dos años que el gran Reich alemán envenenaba y gaseaba a los enfermos hereditarios, a los epilépticos, a los débiles y a los esquizofrénicos. Al principio protestaron las Iglesias, luego hicieron la vista gorda ante algo que no podían impedir. Los médicos no sabían que yo sufría una enfermedad hereditaria. Tras valoración de las fotografías y las radiografías fui operado. Con una inyección en la espina dorsal me durmieron piernas y caderas. Una pantalla me impedía ver lo que ocurría con la otra mitad de mi cuerpo. De las gotas de sangre que salpicaban sobre la pantalla me distraía una enfermera mostrándome dibujos y estampas que a mí no me interesaban. Los médicos me quebraron los muslos para, de ese modo, corregir la posición de las piernas siguiendo las leyes de la simple mecánica, haciendo de la X una O. Los médicos no sabían nada -la medicina desconocía es ese tiempo- sobre la enfermedad que me atenazaba. Es posible que esa ignorancia me salvara la vida o que quizá un médico benévolo me hubiera aconsejado una posterior castración. La operación en la calle Ost lesionó los cartílagos de conjunción de mis piernas; pudiera ser que hoy fuera unos 20 centímetros más largo o, también, que en 1943 hubiera entrado a formar parte del libro de la fatalidad. Hoy reseño todo esto con impasible divertimento. Veinticinco años más tarde y porque mi hija, siendo niña, mostraba los mismos síntomas que a mi me llevaron a la calle Ost, fue tratada y curada. La ciencia había avanzado. Padre e hija sufrían una diabetes fosfática [i] , una insuficiencia de los riñones que dejan antes de tiempo de producir calcio para el crecimiento de los huesos (hipocalcemia.) La terapia es tan sencilla como eficaz: se introduce en el cuerpo en la época de crecimiento la correspondiente cantidad de fosfato. Eso es todo, y la persona crece y se estira. Las graves consecuencias de esa falsa información en los genes se transmite de padre a hijas, no de padre a hijos. Yo tengo tres hijos a los que les tengo que mirar hacia arriba».
Esta manera de afrontar la adversidad es característica de Fries: «Hoy reseño todo esto con compasible divertimento». ¡Quijotesco y jovial!
Y de nuevo otro hecho extraliterario va a marcar la vida de los últimos años de este gran y prolífico escritor alemán: las actas de la Stasi, el órgano de inteligencia de la República Democrática Alemana. Fries, por su situación vital necesitado de ingresos y lisiado físicamente, escritor talentoso pero no muy adicto a las normas sociales y vitales imperantes al uso, es una persona dependiente y, por tanto, chantajeable. En 1996 la revista alemana conservadora «Focus» publica con título rompedor «Pakt mit dem Teufel» (pacto con el diablo) que ha descubierto que bajo el alias de Pedro Hagen, que aparece en las actas secretas de la Stasi colaborando de modo inoficial con ella, se esconde uno de los escritores más prominentes de la DDR, Fritz Rudolf Fries. Los medios le cercaron, avasallaron y boicotearon siguiendo el lema: «¡einmal Stasi, immer Stasi!». Digamos claramente, la Alemania occidental ha colonizado muy poco democrática y respetuosamente la DDR y sus gentes; han hurgado en sus heridas y en ojo ajeno más de lo que han hecho en el suyo y de lo que cabría esperar. La colonización pudo ser mucho más respetuosa con el Este y su población, en este caso con sus escritores. ¿Porque qué decir del espionaje y colaboración policial llevados a cabo por sus escritores y sus medios contra otros pueblos y otras gentes, qué decir de su postura ante acontecimientos vividos en su propia carne como escritores y colaboradores frente a hechos acaecidos en su tierra, y qué decir de su proceder ante el espionaje y colaboracionismo de escritores de países amigos contra escritores no afines? Son muchas las preguntas que deben hacerse en este siglo los plumillas europeos mirándose al interior y al exterior ante escritores acorralados. ¿Porque cuál fue su proceder, cuál su postura, cuál su denuncia?
Lo cierto es que, como dice Fries, tras 1966 durante diez años la Stasi le estuvo observando, y así se recoge en las actas de la Stasi: «¿De qué vive?, ¿qué planes tiene, qué trama? ¿Quién es la muchacha que ha descendido del coche?». ¿Se confunden o se tergiversa adrede cuando se le confunde a una amiga con la denominada terrorista Gudrun Ensslin? Y en los años setenta se consumó el chantaje y hubo un trueque: Fries obtendría el visado para viajar a países, entablar conversaciones y encuentros con escritores y pueblos pero, a cambio, debería informar de sus viajes. Y como hoy se puede ver en las actas, otrora secretas, la mayoría de su información son recortes recogidos de periódicos como El País y otros sudamericanos.
Estos informes y relatos, luego pasados a limpio y comentados por el oficial de la Stasi, además de su seguimiento, constituyen las actas de la Stasi de Pedro Hagen. Y leyendo se ve cómo Fries en esa labor trata de escaquearse y no emborronar la vida de nadie. Fries no es tipo para la Stasi. En las actas examinadas y puestas a disposición del público por la Gauck-Behörde (por el Instituto comisionado Gauck) parece que nadie debió sentirse perjudicado en demasía por las informaciones atribuidas al IM Pedro Hagen (Innoffizieller Mitarbeiter = colobarador inoficial). Fritz Rudolf Fries nunca negó su participación.
En sus memorias, Im Jahr des Hahns (En el año del gallo), editadas en 1996 anota a este respecto el 2 de noviembre de 1993, día en que es invitado por Christa Wolf a su casa, y en un rincón de la misma con una copa de vino en la mano, en charla con Dieter Schlenstedt, rechaza la proposición de éste de que le sustituya como presidente del PEN-Club del Este; a lo que Fries responde que en el 1990 rechazó ya otra presidencia «porque también a él le atosigan y le atrapan las actas, de las que no se siente ni culpable ni inocente, pero que no piensa lavar sus ropas sucias a la vista del público mientras algunos no entiendan que una literatura crítica a la larga no es posible sin una determinada estrategia, que varía de autor a autor… Los colonos (Pilgrim-Väter), que ahora quieren juzgar (se refiere a la Gauck-Behörde), lo hacen con la estricta moral de un John Wayne en una película del Oeste. Y no deja de ser curioso que el juez supremo de estos comediantes sea quien antes fue teólogo», refiriéndose al actual presidente de la actual Alemania, Joachim Gauck, pastor protestante y presidente del Instituto comisionado para tal fin (Gauck-Behörde). Fries era de la opinión que nada tenía que reprochársele, rehusaba aparecer como una víctima y exagerar y sacar pecho, si fuera necesario, para así vivir de rentas. No quería ni exagerar ni recalcar un papel que no jugó, como hizo más de uno, ni tampoco quería prestarse al juego de la industria literaria para explotar el hecho.
El 7 de diciembre de 1995 Fries ojea sus actas de la Stasi de la calle Normannen. 750 páginas y paga su óbolo de 150 marcos. Está solo en la sala, luego llegan dos señoras. En las 750 páginas se recogen sus andanzas, sus notas, las observaciones de sus profesores, los malentendidos y confusiones. Es un batiburrillo de datos, informes, recortes… Cartas de su tío, comentarios de los oficiales de seguridad del Estado sobre su mal aspecto, «parece más viejo de lo que es, le cuelgan los hombros…». De pronto algo le hace prorrumpir en carcajadas.
Creo que no fue excesiva carga en su vida ese acoso mediático, que debió padecer al menos durante bastantes años desde aquel 1996. Eso sí, le hubiera gustado que los alemanes hubieran leído más sus numerosos libros editados, merecedores de aplauso y loa, y que, al mismo tiempo le hubieran granjeado algún euro más en su vida, que no le habría venido mal. Pero todo ello sin demasiada queja y aspaviento.
¿Y qué decir del Ayuntamiento de Bilbao y de la Diputación de Bizkaia? El Ayuntamiento aunque poco hizo algo, contribuyó a la publicación de dos de sus libros importantes en la prestigiosa editorial de literatura Hiru de Alfonso Sastre y Eva Forest, que todavía se pueden adquirir. La Diputación ante la petición de reconocimiento al autor y apoyo para la edición de alguna de sus obras sigue guardando un silencio a martillazos.
En octubre de 2005 me llegó un libro suyo, Im Jahr des Hahns, con su dedicatoria manuscrita: «Mikel Arizaleta,meine spanische Stimme, mit herzlichen Grüssen. En este diciembre de su muerte le envío un eskerrik asko agradecido.
[i] Una disfunción hereditaria en los tubos uriníferos de los riñones producida por un trastorno fosfático del metabolismo en el contenido cálcico de la sangre. Posiblemente en la base subyace una perturbación en la producción de fosfato. Se manifiesta al segundo año de vida y conlleva notables modificaciones raquíticas de los huesos, el crecimiento del cuerpo es menor de lo normal. No es posible hasta el día de hoy un tratamiento causal, se dice -muy en contra del autor- todavía en la Enciclopedia Borckhaus de 1972.
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