Las imágenes que han inundando los medios de comunicación sobre los últimos instantes de vida del exdirigente libio invitan a pensar que fue linchado. Debieron de ser unos momentos en el que las emociones se encontraron a flor de piel. No obstante, los buenos soldados deben destacar, entre otras cualidades, por tener unos nervios de […]
Las imágenes que han inundando los medios de comunicación sobre los últimos instantes de vida del exdirigente libio invitan a pensar que fue linchado. Debieron de ser unos momentos en el que las emociones se encontraron a flor de piel. No obstante, los buenos soldados deben destacar, entre otras cualidades, por tener unos nervios de acero. Pero, en este caso parece que no fue así; cuando encontraron a Gadafi, se desataron entre los rebeldes los más bajos instintos. Quizás este abanico de emociones pudo guiarles durante todo el conflicto.
La gue rra, generalmente, se desarrolló siguiendo esta pauta: primero los bombardeos de la OTAN allanaban el camino a los rebeldes; éstos trataban de tomar posiciones pero se encontraban con una fuerte (y organizada) resistencia; lo que les llevaba a retroceder, mientras que la OTAN volvía, cómodamente, a masacrar más posiciones militares (y civiles); en ese momento los rebeldes conseguían, no sin nuevos enfrentamientos, tomar nuevas posiciones. Era evidente la desorganización y la insubordinación que reinaban en las filas rebeldes, lo que sumado a la falta de preparación, tuvo como resultado el lento desarrollo de la guerra, a pesar del apoyo aéreo de la OTAN. Para ello se arguye que los rebeldes no conformaban un auténtico ejército profesional, pues se entiende que eran civiles libios. Los cuales, de una manera «espontánea» se alzaron contra Gadafi. Esta versión resulta más heroica (más Hollywoodense) que otra en la que una invasión teledirigida por los EE.UU. y la OTAN, tuviera que usar de estos nacionales libios para sus propósitos. Así, de la misma manera que en la Guerra de Independencia Española se podían encontrar colaboracionistas españoles con el régimen Napoleónico, en este conflicto se debería hablar de colaboracionistas libios. Pues éstos luchaban contra su propio gobierno apoyados por potencias extranjeras.
La versión no Hollywoodense sería la siguiente: una parte de la población libia aplaudía que potencias extranjeras bombardearan sus propias ciudades; contando, a su vez, con presencia de tropas de otros países, como Qatar, lo que parece ya confirmado; además, mientras, se renegociaban suculentos contratos sobre el preciado oro negro libio. A pesar de estos hechos, el conflicto se ha tratado de hacer ver por los medios de comunicación hegemónicos como una revuelta social, sin embargo es algo que debe, cuanto menos, cuestionarse.
Gadafi, hasta hace bien poco , era exquisitamente recibido por los mismos gobernantes que han contribuido a su derrocamiento y posterior asesinato. Este acto, que difícilmente puede no catalogarse de hipócrita, es ahora aprovechado para mandar un mensaje claro a todos los mandatarios «enemigos» de occidente: «Cualquier día os puede tocar a vosotros». En este sentido, no se debe ignorar la existencia de algunas enseñanzas que pueden evitar que esa amenaza implícita se materialice. El primero de ellos sería el potencial armamentístico de un país. Dando especial relevancia al armamento nuclear. De hecho Libia, se ganó definitivamente el favor de los gobiernos occidentales cuando suspendió su programa de armamento nuclear. Este país, tenía enormemente desarrollado su plan de armas nucleares e, incluso, químicas. Pero, firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear en el 2003, a raíz de una negociación a tres bandas entre Reino Unido, EE.UU. y Libia. En ese momento no se escatimaron elogios hacia el régimen libio, incluso el ministro de exteriores británico destacó «la enorme altura de Estado» de Gadafi y de su gobierno.
Sin embargo, en menos de 10 años todos esos elogios se transformaron en agresiones armadas. ¿Eso qué indica? Que esos países, incluso sin alteraciones en su régimen político, cambian de opinión según les convenga. Pero, la cuestión ineludible es: ¿Qué habría pasado si Libia no hubiera desmantelado su plan de armas nucleares? Aunque se trate de hacer historia (muy reciente) – ficción, mi pronostico es que si Libia hubiera tenido armamento nuclear no hubiera sido agredida. Para ello, se puede tomar como referencia el caso de Corea del Norte, país incluido en el eje del mal por Washington. Sin embargo, siempre que sucede algún conflicto en aquella zona se recurre a una compleja diplomacia para resolverlo. Y no es que, como Libia, Corea del Norte no tenga unos golosos recursos naturales susceptibles de apropiación, los cuales, según la Cámara de Comercio de Corea del Sur, pueden alcanzar un valor de 1700 millones de euros. El efecto disuasorio del armamento nuclear es el que les fuerza a negociar. Es algo históricamente contrastable, como ya se apreció durante la Guerra Fría. Aunque sea cierto que esto es, en cierta medida, peligroso, sus efectos resultan incuestionables.
Empero , las consecuencias devastadores que ocasionaría una escalada de explosiones atómicas pueden restar cierta fuerza a este recurso, que se entiende debe ser disuasorio. Por ello, y ante la innegable superioridad del ejército de los Estados Unidos, entraría en juego el concepto de guerra asimétrica. Éste hace referencia a que uno de los dos contendientes se encuentra en una clara situación de desventaja frente al otro, lo que le impulsará a seguir unas estrategias determinadas. La guerra de guerrillas es un claro exponente al respecto, como la que se ejerció en Vietnam. Para ello es fundamental un conocimiento exhaustivo del terreno. Quizás esto fue determinante en los combates urbanos en los que la resistencia libia plantó cara a los rebeldes de una manera casi sobrenatural. Por ello los países con posibilidades de sufrir un destino parecido al de Libia, deben conocer y potenciar esta estrategia.
Otro recurso importante es la política de alianzas. Si un país cuenta , en un momento clave, con el fausto apoyo de un país militarmente relevante, ello podría desincentivar cualquier acción militar. El Pacto de Varsovia, en este sentido, tejió una importantísima red de solidaridad entre los países comunistas durante la Guerra Fría. El cual, supuso un mecanismo disuasorio de incuantificable valor. En la actualidad, Corea del Norte, cuenta con el inestimable apoyo de China, país el cual posee un poderoso ejército. Tampoco convendría desestimar un eventual apoyo de Rusia a la RPDC, en caso de que ésta fuese atacada.
Pero , más allá de los recursos meramente militares es vital tener una opinión pública favorable, a pesar de lo difícil que resulta contradecir a los medios de comunicación habituales. Por eso es fundamental que cada Estado haga esfuerzos en tratar de fomentar una imagen positiva de su régimen político, de su país y de sus gentes. Ya que, una considerable opinión pública en contra de un conflicto bélico podría llegar a disuadir a un país de llevarlo a cabo.
En realidad, habría numerosísimas lecciones a extraer de lo sucedido en la antigua Yamahiriya. Pero, la muerte del exlíder libio, a quien se le debe reconocer valentía por haber pertenecido hasta el final en su tierra, debe servir de punto de inflexión en la historia.
* El autor es licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración Pública.
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