«¿Estamos diciendo que la política no sirve? No, lo que queremos […]
«¿Estamos diciendo que la política no sirve?
No, lo que queremos decir es que esa
política no sirve. Y no sirve porque no toma
en cuenta al pueblo, no lo escucha, no le
hace caso, nomás se le acerca cuando hay
elecciones… (por eso) …vamos a tratar de
construir o reconstruir otra forma de hacer
política…».
CCRI – EZLN, «Sexta Declaración de la Selva Lacandona», junio de 2005.
Una de las propuestas centrales de la importante iniciativa neozapatista de La Otra Campaña, que con cada día que pasa cobra más y más fuerza a todo lo largo y ancho del territorio nacional, ha sido la de promover, frente a la verdadera debacle y bancarrota de toda la clase política mexicana actual, una diversa concepción de lo que debe ser la política, y con ello la clara reivindicación del ejercicio de lo que esos mismos neozapatistas han llamado ‘la otra política’. Otra política que se afirma, al mismo tiempo, como una negación radical de la vieja y desgastada política tradicional -con su concepción básicamente elitista, que reproduce el mito de que la política es una actividad muy compleja y sofisticada, y por lo tanto reservada para unos pocos y excepcionales mortales-, y también y en un segundo momento, como la invitación a cambiar radicalmente de lógica y de horizontes, explorando la construcción de esa otra política ‘desde abajo y desde la izquierda’, es decir desde una lógica anticapitalista y desde un horizonte que va a contracorriente del pensamiento y de las prácticas hoy dominantes.
Esfuerzo de construir o reconstruir otra forma de hacer política que, en el fondo, implica una ruptura múltiple y en varios niveles, abarcando simultáneamente, tanto un claro deslinde frente a las formas del ejercicio de la política tradicional de los últimos treinta años, como también frente a las formas de la política burguesa moderna vigentes durante los últimos dos siglos -desde la Revolución Francesa hasta hoy-, e incluso y en un tercer nivel también de la política que ha existido en los últimos quinientos años, propios de la entera historia de la modernidad capitalista, pero igualmente y en un cuarto estrato, correspondiente al registro de la muy larga duración histórica, esta otra política propuesta por la Otra Campaña, implica del mismo modo un verdadero rompimiento con las formas originarias mismas de esa política en tanto actividad humana en general, actividad que fue gestada y establecida dentro de las sociedades, hace aproximadamente dos milenios y medio.
Otra política que, en la particular concepción que defienden los dignos indígenas neozapatistas, se presenta entonces como una verdadera revolución de larga duración de los modos, las estructuras, las funciones y los mecanismos principales que configuraron a dicha actividad de la política, desde los lejanos tiempos de la Grecia antigua y hasta hoy. Revolución de larga duración, del sentido mismo y del contenido todo, de eso que hoy conocemos como la política, que se materializa claramente en la muy diferente manera de concebir y de ejercer las funciones que, durante veinticinco siglos, han sido cumplidas por esa política tradicional, manera diversa que dentro de la práctica cotidiana de este movimiento neozapatista, supera y rebasa en los hechos y completamente a dicho modelo tradicional de lo político humano desplegado durante tanto tiempo.
Porque si reflexionamos con seriedad acerca de las múltiples implicaciones que conllevan los principios de esa ‘otra política’, defendida ahora por esta Otra Campaña, y que se condensan de manera metafórica y apretada en las propuestas de que el que manda tiene que ‘mandar obedeciendo’, o de que estamos tratando de construir ‘un mundo en el que quepan muchos mundos’, o de que para definir las estrategias de acción, nos guiamos sobre la idea de que ‘preguntando caminamos’, o de que la mirada que debemos asumir es la mirada que mira ‘desde abajo y hacia abajo’ y también ‘hacia atrás’ y ‘para iluminar lo que falta, lo incompleto’, si analizamos todas las derivaciones de estos principios, nos daremos cuenta de que los mismos solo son posibles dentro de un espacio que no puede ya ser abarcado por lo que fue esa actividad de la política durante el largo y milenario periplo de su ya longeva existencia, y de que su existencia implica, por lo tanto y necesariamente, algo que es radicalmente distinto, y en consecuencia, algo que no es ya y no puede ser ya, esa vieja política, sino una nueva y completamente diferente ‘otra política’.
Otra política que tal vez no debería llamarse ya con este mismo término de ‘política’, en la medida en que se construye en un espacio totalmente ‘otro’ del de esa vieja política tradicional, y que para ser bien comprendida, nos lleva a preguntarnos doblemente, tanto respecto del sentido que tiene la actual crisis global de dicha actividad de la política tradicional, y que se despliega lo mismo en México que en América Latina y en el planeta entero, como también acerca de las nuevas e inéditas realidades y formas que se encierran en la propuesta de esa ‘otra política’, y que en alguna medida, prefiguran ya los elementos y las estructuras con las que habrá de sustituirse a esa cada vez mas deslegitimada y decadente política tradicional.
Crisis global de la actividad humana de la política, que es su crisis terminal y definitiva, es decir el proceso de la verdadera y radical muerte de la política en tanto actividad humana en general. Y junto al mismo, el proceso de reemergencia de ciertas dimensiones y funciones de lo social humano mismo, que avanza en el sentido de reabsorber a esa política hoy en crisis dentro del universo mismo de lo social, disolviéndola cada vez más, y sustituyéndola progresivamente por un nuevo protagonismo y acción directa de los actores, movimientos, fuerzas e intereses igualmente sociales y económicos, que durante tantos siglos se ‘expresaron’ y manifestaron bajo esa forma transfigurada y refuncionalizada de lo que conocimos bajo dicho nombre de lo político y la política humanos. Reabsorción y disolución de la política en lo social, y recuperación de sus principales funciones por los nuevos grupos, sectores y clases sociales, que estando presente en todos los nuevos movimientos sociales antisistémicos de América Latina, encuentra también una de sus manifestaciones mas ejemplares en esta digna iniciativa de luchar por construir otra forma de hacer política hoy enarbolada claramente por esta Otra Campaña.
* * *
«Sólo en un orden de cosas en el que ya no
existan clases y antagonismos de clases,
las evoluciones sociales dejarán de ser
revoluciones políticas«.
Carlos Marx, Miseria de la filosofía, 1847.
Una de las lecciones importantes del pensamiento de Marx, hoy ampliamente olvidada por los cientistas políticos modernos, pero que en nuestra opinión conserva aún toda su fuerza y vigencia, es la idea de caracterizar a ese nivel de lo político humano, y de la política en general, en tanto esfera o actividad humana específica, tan solo como una manifestación derivada y dependiente, aunque revestida de formas propias y solo aparentemente autónomas, de lo propio social. Es decir, como lo repite muchas veces Marx, que ese nivel de la política no es un nivel autosuficiente, pues «no contiene en sí mismo las premisas de su propia autoexplicación», con lo cual nos remite siempre, para su adecuada comprensión, a la consideración de otros niveles de la propia vida social, a las realidades económicas, o a los grupos y conflictos sociales, o a los movimientos y fuerzas sociales que, necesaria e ineludiblemente, subyacen siempre a esas realidades de lo político y de la política a todo lo largo de la historia humana [1] .
Porque es claro que la política, como actividad humana, y desde los lejanos tiempos de la Grecia antigua, no ha tenido nunca ni podía tener nunca un fin en sí misma, sino que se constituye desde el origen y hasta hoy, como un mecanismo, o realidad o conjunto de relaciones y de configuraciones humanas, destinado a satisfacer necesidades y a cumplir objetivos que eran y han sido siempre, necesariamente, necesidades y objetivos no-políticos, extrapolíticos o externos a esta misma esfera referida.
Pues el poder político no existe para el poder mismo, y una de las peores perversiones que padecen hoy las sociedades modernas ha sido justamente la de los políticos que creen efectivamente que este poder es un fin en sí mismo, autosuficiente, y no un simple medio de otras realidades y dimensiones sociales. Con lo cual, simplemente ignoran la naturaleza esencial misma de eso político, que fue, desde Aristóteles hasta hoy, sólo un nivel derivado y siempre dependiente de lo propio social. Pues si el hombre es un «animal político», eso sólo quiere decir que es un miembro de la polis, es decir de la ciudad y de la comunidad griegas. Por eso la política, en su sentido originario y fundamental, es sólo la actividad de gestión de los asuntos públicos o comunes de esa misma comunidad, es decir de los problemas sociales colectivos que enfrenta dicha comunidad. Y aún cuando la política se vuelve, más adelante y en las sociedades divididas en clases sociales, una actividad explícita de marginación de las clases populares, y de lucha por el mantenimiento del monopolio exclusivo de esa gestión de los asuntos públicos en beneficio de los intereses y del dominio exclusivo de las clases explotadoras y hegemónicas, aún en este caso la política sigue siendo un simple vehículo de expresión de disputas y de conflictos sociales, que son su ineludible sustancia permanente.
Por eso el Estado será para Marx, entre muchas otras cosas, también una simple «comunidad ilusoria», y por eso el poder político será siempre definido por el autor de El Capital, sólo como una forma derivada, parasitaria y protocolizada, bajo la forma de aparatos e instituciones, del mismo poder social que dimana de la sociedad y de sus relaciones fundamentales.
Y por eso también, es que Lenin pudo alguna vez decir que la política no era otra cosa más que «economía concentrada», mientras que Gramsci replanteaba nuevamente toda la teoría política y toda la teoría de la revolución, desde su referencia hacia los procesos, una vez más sociales, de la formación de los bloques históricos y de la construcción de los mismos desde las clases y las fuerzas principales de una sociedad.
Entonces, si esta actividad de la política es sólo esa forma transfigurada y protocolizada del poder social, y también de las relaciones sociales y económicas subyacentes, entonces es lógico que, dentro del claro contexto de la etapa terminal que hoy vive el capitalismo como sistema histórico, y de la crisis global de todas sus estructuras [2] , se dé también una crisis total de dicha actividad de la política moderna, que replantea de pies a cabeza todas sus formas tradicionales y habituales de funcionamiento, al mismo tiempo que transforma en caducas y disfuncionales a varias de sus relaciones y de sus mecanismos más centrales.
Además, y como un proceso que avanza simultáneamente a esta crisis y desestructuración de todo ese nivel de lo político y de la política contemporáneos, aparecen ya también ciertos síntomas que, en virtud de esta situación de verdadera transición histórica en curso que hoy vivimos, anuncian y prefiguran desde ahora y por adelantado el resultado final de todo este proceso, anticipando a la vez, en cierta forma, las posibles figuras de una eventual reorganización de estas mismas realidades humanas [3] . Algo que, precisamente, da sentido y contenido a esa reivindicación de otra forma de hacer política, enarbolada ahora por los neozapatistas mexicanos en la Otra Campaña.
Lo que significa que lo que desde hace tres décadas vivimos y presenciamos a nivel mundial, no es otra cosa que la verdadera muerte de la política en tanto que actividad humana de las sociedades, es decir la extinción definitiva de toda esa esfera de aparatos, instituciones, relaciones y realidades que nacieron hace más de 2,500 años, y que en estos tiempos recientes están llegando ya al momento de su ciclo último y definitivamente terminal.
Porque también la actividad de la política es una más de las expresiones de la profunda escasez humana que Jean-Paul Sartre, siguiendo a Marx, teorizó tan acertadamente [4] . Y entonces, con el fin de la escasez humana y del reino de la necesidad que le corresponde, y con la extinción de los antagonismos de clase y de las clases sociales mismas, vendrá también necesariamente la extinción de todo ese reino de lo político y de la política que, durante milenios y siglos, fue una de las expresiones sesgadas y deformadas, aunque en ese momento necesarias, del propio poder social y de las realidades económicas y sociales que soportaban a dichas formas de la política y de lo político humanos. Extinción o muerte de la política, que es la que Marx anuncia en su libro de la Miseria de la filosofía, cuando vaticina que, en una sociedad sin clases, las «evoluciones sociales» ya no revestirán nunca más la forma de «revoluciones políticas«.
Lo que implica que este complejo proceso del fin histórico de todas estas estructuras de larga duración, que constituían a la esfera de la política y de lo político humanos, esté sin duda en la base de una crisis múltiple, cuya primera víctima es el propio Estado contemporáneo. Pues es evidente que hoy están en una profunda e irreversible crisis final todas las estructuras estatales del planeta, las que en las tres últimas décadas han perdido, en todas partes, una buena dosis de su antigua credibilidad, para dar paso al desarrollo de un antiestatismo un poco difuso, pero muy ampliamente difundido y arraigado en prácticamente todas las naciones del orbe [5] . Y junto a esto, los Estados de todo el planeta se han sumido por igual en la llamada «crisis fiscal del Estado contemporáneo», a la vez que poco a poco dejan de ser capaces de cumplir sus tradicionales y más básicas tareas, las tareas de proveer a sus respectivas poblaciones de los servicios elementales de la salud pública, la educación impartida por el Estado, y la mínima seguridad general.
Crisis del Estado en todas sus dimensiones, que se acompaña, también en todas partes del mundo, de una crisis de legitimidad de la actividad de la política en general, la que ahora es vista por la gente común y corriente, lo mismo en Francia que en México, e igualmente en Rusia, Argentina, Estados Unidos o China, que en Nigeria, Irán, Japón o Brasil, como una actividad nefasta y semicorrupta, casi ineludiblemente vinculada al tráfico de influencias y a los manejos sucios y turbios, y plagada de nepotismo, traiciones, acuerdos de cúpula al margen de las bases, y oscuros arreglos y alianzas poco honestos y transparentes.
Situación entonces de vasta crisis mundial de la política y lo político, que anticipa y prefigura esa muerte o extinción final de ambas ahora en curso, y que está en la base del grito de los argentinos cuando reclaman «¡Que se vayan todos!», refiriéndose justamente a absolutamente todos los miembros que componen a su clase política, en general y sin ninguna excepción, lo mismo que en la sabia consigna neozapatista que reclama que la única política que hoy tiene sentido, es aquella que se basa en el principio de que el que manda, debe de «mandar obedeciendo», principio que niega y contradice de raíz a toda esa actividad humana de la política, tal y como ella ha sido concebida y practicada no sólo en los últimos quinientos años, sino a lo largo de todo su milenario itinerario.
Proceso global de crisis en su conjunto de toda esta esfera de la actividad humana de la política, que también se expresa, entonces, en el ámbito de la relación entre las masas y los líderes, y en la relación entre los movimientos sociales y sus dirigencias, provocando que en los últimos seis o siete lustros se hayan difundido con fuerza y por doquier, no sólo esa desconfianza generalizada frente al Estado y frente a los políticos «profesionales», de cualquier signo ideológico que sean, sino también el reclamo de construir organizaciones y movimientos con estructuras menos verticales y jerárquicas, estructuras que hasta hoy han concentrado todo el poder de decisión en la cúspide de la pirámide, para sustituirlas por estructuras organizativas mucho más horizontales, más democráticas, y más descentralizadas y desconcentradas en cuanto a esa gestión y esa definición de las decisiones principales a tomar.
Crisis de las formas antiguas del liderazgo, y aún del liderazgo genuinamente popular, que al expresar la muerte de la política hoy en curso, anticipan el proceso necesario en el cual lo social volverá a reabsorber a lo político, y a sus funciones principales, devolviéndole a las fuerzas sociales, a las clases subalternas y a los movimientos populares, la gestión y la conducción no sólo de sus propias luchas y de sus combates actuales, sino más adelante de sus propios destinos y de todo el conjunto de sus acciones en general [6] .
Lo que sin embargo, no debe interpretarse en el absurdo sentido de que haya que tratar de cambiar el mundo sin tomar el poder, ni tampoco en la lógica de que debemos abandonar todo tipo de trabajo político o toda actividad política posible, sino más bien en el sentido racional de que debemos asumir con plena conciencia que trabajamos dentro de este contexto específico, en donde dicha actividad humana de la política tradicional está desestructurándose y desmoronándose frente a nuestra propia mirada, y que por lo tanto debemos de actuar dentro de este mismo contexto, con el objetivo de acelerar esa inminente e ineludible muerte de la política hoy ya en curso, impulsando desde ahora esa reabsorción de lo político por parte de lo social, a la vez que reivindicamos -lo que es en el fondo lo mismo- que esa otra forma de hacer política defendida por la Otra Campaña, sólo tiene sentido en la medida en que sirve a lo social y se subordina a él, es decir en la medida en que el que manda, manda obedeciendo, y en que las decisiones fundamentales son tomadas por las masas y no por los dirigentes, a la vez que estos sirven al movimiento y no «se sirven» de él, y en que el eje principal de toda estrategia y táctica posibles es el fortalecimiento de dicho movimiento y la conquista real de las demandas populares, y no la búsqueda de puestos políticos, o de ventajas o micropoderes diversos, para los líderes o dirigentes en turno, de esas masas y esos movimientos. Es decir, lo que desde hace varios años han planteado de distintas maneras los neozapatistas mexicanos, el Movimiento de los Sin Tierra brasileño, los piqueteros y trabajadores argentinos o los indígenas bolivianos, o ecuatorianos, entre otros [7] . Y que ahora vuelven a refrendar los dignos indígenas neozapatistas mexicanos con su inteligente iniciativa de la Otra Campaña, y con su claro reclamo de una radicalmente nueva y distinta ‘Otra política’, concebida precisamente en este sentido alternativo recién explicado.
Y es al interior de este específico contexto, de lo que hoy es la política contemporánea, que aquí hemos esbozado de manera muy somera y puntual, que se explica también ese desfase recurrente entre los líderes de los movimientos populares y estos mismos movimientos, desfase que trasciende a la inteligencia, a la abnegación, a la capacidad, a la voluntad, o a la firmeza o claridad de dichos líderes, para expresar más bien y en un nivel más profundo, ese proceso hoy en curso mediante el cual las fuerzas, las clases y los movimientos sociales populares se reapropian por distintas vías las funciones que tradicionalmente y hasta ahora habían sido cumplidas por sus líderes. Lo que no es mas que otra manifestación adicional de esa verdadera crisis de larga duración de las estructuras centrales de ese mundo de la política moderna, de esa real desintegración definitiva y terminal del referido universo de lo político humano, y de su lenta reabsorción por parte de lo social. Con lo cual, resulta claro que esa dinámica reiterada de desajustes y desencuentros cada vez más frecuentes entre los movimientos sociales y sus dirigentes, no es mas que la expresión de ese necesario proceso de recuperación, por parte de las clases subalternas y de las masas populares, de un protagonismo mas directo, mas permanente y mas colectivamente participativo, protagonismo que al eliminar la tradicional ‘delegación’ de tareas, decisiones y responsabilidades en los líderes, replantea necesariamente y de una manera total el vínculo interno al movimiento entre su dimensión social y su ámbito político, y en consecuencia también la función, el estatuto y la relación con esos mismos líderes o dirigentes mencionados.
Porque el destino de la lucha social, y de la protesta y la resistencia popular, es algo demasiado importante como para «delegarlo» totalmente en las manos y en las decisiones de esos pocos dirigentes. Y puesto que vivimos ya la lenta agonía y muerte de la política como actividad humana, por eso ahora las clases subalternas y las masas populares en general reclaman ampliamente un mucho mayor protagonismo directo en la conducción general y en la marcha misma de sus vastos movimientos sociales, siendo más vigilantes y más críticos frente a sus distintos líderes o dirigentes, y expresando más abiertamente su acuerdo o su desacuerdo respecto de cualquier decisión, o política, o postura, o definición de estos últimos, que contradiga, pero también y por el contrario, que eventualmente exprese adecuadamente y valide y apoye, sus necesidades y exigencias más vitales y fundamentales.
* * *
«Porque nosotros pensamos que un
pueblo que no vigila a sus gobernantes
está condenado a ser esclavo, y
nosotros peleamos por ser libres, no
por cambiar de amo cada seis años…»
CCRI – EZLN, «Sexta Declaración de la
Selva Lacandona», junio de 2005.
A partir de este contexto de la clara muerte de la política en tanto actividad humana, y de esta reemergencia de lo social que poco a poco se reapropia y recupera las antiguas funciones cumplidas por esa vieja política hoy en crisis, resulta mas fácil entender la novedad radical y la enorme originalidad de esa otra política defendida por la Otra Campaña. Novedad y originalidad que se hacen aún mas evidentes cuando las contrapunteamos con la concepción y con el modo de ejercicio de la vieja política, encarnado hoy por todo el conjunto de la corrupta y decadente clase política mexicana actual.
Dos concepciones y dos formas de ejercicio que se encuentran en las antípodas, y que nos dan, por el lado de esa corrupta clase política mexicana, una visión claramente instrumental y utilitaria de la política tradicional, en donde el fin justifica todos los medios posibles e imaginables, y en donde el objetivo es sólo la conquista de los puestos políticos a cualquier precio, desde una lógica en donde el poder gira sobre sí mismo como en un carrusel imparable y sin sentido. Mientras que, por el lado de la Otra Campaña, nos ofrecen en cambio una idea de la política que de hecho, y como ya hemos señalado, trasciende a toda anterior definición posible de esta misma política, al concebirla de manera cualitativa y novedosa como un trabajo orientado por el «espíritu de servir a los demás, sin intereses materiales, con sacrificio, con dedicación, con honestidad, que cumpla la palabra» y en el que «la única paga sea la satisfacción del deber cumplido» [8] .
Concepciones diametralmente opuestas de la política, que son, de un lado la de la política tradicional, concebida desde arriba y desde la perspectiva de las clases dominantes, y defendida y reproducida por toda esa decadente clase política mexicana, y por el otro, la de la otra política, vista desde abajo y desde la izquierda, desde el punto de vista de las clases subalternas, y que es promovida por la Otra Campaña.
Y si en la primera, la política se considera una actividad que debe ser practicada exclusivamente por los de arriba, y también sólo por un pequeño sector de los llamados «políticos profesionales», en la segunda en cambio la política es un asunto que concierne sobre todo a esas vastas mayorías que constituyen el diverso y amplio abanico de los de abajo, siendo una actividad que puede e incluso debe ser ejercida por todo el mundo, como lo demuestran ya de modo práctico las propias Juntas de Buen Gobierno neozapatistas. Porque si desmitificamos la falsa y ridícula idea de que la política es una actividad muy compleja, y propia solo de un pequeño grupo de iniciados, y la concebimos nuevamente como la simple gestión y administración de los asuntos públicos y comunes de un cierto grupo o colectivo humano, veremos que además de poder ser practicada por cualquiera, debe incluso ser asumida y retomada por toda la gente, en la medida en que su propio ejercicio le afecta y le concierne siempre de manera directa.
De otra parte, mientras la política tradicional gira siempre en torno del momento clímax de las elecciones, y subordina todo a ese momento, apagándose mucho en períodos no electorales y reavivándose enormemente en tiempos de elecciones políticas, en cambio la Otra Campaña concibe a esta otra política como un asunto de ‘todos los días’, como una actividad cotidiana y permanente, que se afirma y se despliega en los espacios de trabajo, de vida, de convivencia y de las relaciones sociales más sencillas y elementales, de un modo constante e igualmente cotidiano. Lo que ha llevado a la Otra Campaña a plantear que, más allá de las grandes manifestaciones y los grandes encuentros masivos, ella habrá de dirigirse también a esos espacios habituales que son «el lugar de cada quien» y en donde se gestan los millones y millones de «¡Ya Basta!», individuales y de los pequeños grupos, que luego se hacen visibles y activamente transformadores en las grandes movilizaciones y en las grandes acciones masivas colectivas [9] .
Y mientras la política tradicional se basa en el principio de que unos, los pocos, y siempre de arriba mandan, y los otros, la inmensa mayoría de los de abajo, tienen que obedecer y acatar, la Otra Campaña se estructura en torno al profundo e inteligente oxymorón de que el que manda tiene que «mandar obedeciendo». Porque a la inversa de esa política tradicional hoy en crisis en todo México y en todo el mundo, quien debe de mandar, según este oxymorón, es esa vasta base de la pirámide social, y los políticos de todo tipo tienen que obedecer ese mandato de la mayoría, es decir, tienen que gobernar y ejercer el mando político, pero obedeciendo a los intereses, la voluntad, las demandas y las disposiciones del pueblo. Lo que explica, por ejemplo, el lema del cartel que se encuentra en la entrada del caracol de Oventic, y que establece claramente que «Aquí el pueblo manda, y el gobierno obedece».
Igualmente, en tanto que la política tradicional está gobernada por un pragmatismo sin principios, y se rige por una lógica utilitaria de obtener el poder político pagando el precio que sea, y pisoteando a quien sea y lo que haga falta, la otra política, en cambio, se basa siempre en criterios profundamente éticos, midiendo en cada momento las implicaciones morales de sus distintas acciones, y decidiendo y escogiendo los caminos a seguir, a partir de ser fiel a sus compromisos, coherente con sus principios, y respetuoso de su propia memoria, de su pasado, de sus muertos y de su historia. Otra política basada en la ética, que no se mueve por conveniencias prácticas o por posibles ventajas efímeras, materiales o de intereses, sino por convicciones profundas y por obligaciones y preceptos consciente y voluntariamente asumidos como normas correctas de vida y de conducta en general [10] .
Y del mismo modo en que la política tradicional carece hoy de todo vínculo con el nivel ético, así carece también de toda conexión con el mundo de las fuerzas, los movimientos y las realidades sociales, desde y sobre las cuales ella se originó, como ya hemos apuntado antes, hace más o menos veinticinco siglos, pero de las que se ha separado e independizado totalmente en las últimas dos o tres décadas recién vividas. Pues sólo en virtud de esa desconexión, es que pueden comprenderse fenómenos como los de la existencia de partidos políticos que son sólo negocios de una familia, o cascarones vacíos disputados por vulgares grupos de interés, junto a líderes que se rodean de colaboradores que sólo ayer eran sus enemigos acérrimos, y a políticos y cúpulas de dirigentes que traicionan reiteradamente a sus bases y a sus propios partidos, sin ser expulsados de inmediato y sin contemplaciones.
Frente a esto, la Otra Campaña defiende otra política, que sea el fiel reflejo de la voluntad y de los deseos de toda la sociedad, donde sea el pueblo el que decide quién manda y cómo manda, y donde los políticos hagan siempre y directamente lo que la gente dispone. Una política donde los representantes populares son inmediatamente revocables en todo momento, y en donde los políticos no reciben sueldo alguno, consultando siempre las grandes decisiones con sus bases, y actuando permanentemente en función de los intereses colectivos que ellos mismos representan. Una política que se orienta hacia el ejercicio de una democracia directa, asumida además desde la idea del autogobierno y la autogestión de las propias clases y grupos subalternos, y del amplio y esencial respeto a la opinión de todas las minorías.
Otra política que no se orienta hacia la «toma del poder» como su objetivo central, aunque tampoco rechace por principio ni de manera absoluta dicha toma del poder. Pues afirmando claramente que el centro de gravedad de toda su actividad está más bien en la creación de un potente, bien organizado, sólido y activo movimiento social de todos los excluidos y explotados de México, movimiento social o frente de masas anticapitalista, que sea tan fuerte como para obligar a cualquier tipo de gobierno -de derecha, de centro o de supuesta izquierda- a tomar en cuenta sus demandas y a satisfacer sus principales reclamos y exigencias, y que también podrá, eventualmente y en un segundo momento, crear e imponer a su propio gobierno, es decir, «tomar el poder» actual para destruirlo y reconstruirlo radicalmente, y para construir un nuevo poder y un nuevo gobierno que obedezca al pueblo, y que gobierne y haga «lo que la gente mande».
Algo que, en contra del falso slogan de que los zapatistas lo que quieren es «cambiar el mundo sin tomar el poder», se ve clara y explícitamente refutado cuando ellos declaran: «el problema del poder no es nuestro problema. El EZLN repite que no lucha por el poder, pero no dice que no hay que luchar por el poder. (cursivas mías, CAAR). Si fuera así no hubiéramos invitado a todas las organizaciones políticas que tienen una propuesta de toma del poder. Lo que nosotros decimos es que no nos corresponde a nosotros, nosotros vamos pues por otro camino; pero si hay un partido u organizaciones de partidos que tomen el poder, y si responden a las causas populares, que bueno, bienvenido», porque es claro que «no es el poder que corrompe…», para agregar en otra ocasión que, «lo que queremos es que nosotros decidamos quien gobierna o cómo. Y decidamos también de quién es la riqueza y cómo se reparte» [11] .
Con lo cual, queda clara la diferencia entre la postura específica del EZLN y la de la Otra Campaña respecto de este punto esencial de la ‘toma del poder’. Pues mientras el EZLN, en tanto movimiento animado en parte por la cosmovisión indígena del mundo, no está interesado en dicha toma del poder -desde la idea de que el poder reside siempre en la comunidad, y que no es y no debe ser un algo autónomo e independiente de la misma, y que entonces, cuando la comunidad se organiza y reclama sus derechos, se reapropia y reactualiza de inmediato dicho poder- en cambio la Otra Campaña, en tanto vasto movimiento global de todos los subalternos de México, si podrá eventualmente, ocuparse de dicha ‘toma’, destrucción y reconstrucción radical de dicho poder. Aunque ambos, el EZLN y la Otra Campaña, unidos desde la clara convicción de que lo esencial no es dicho proceso de la ‘toma del poder’, sino que lo esencial es la formación de un potente y bien organizado movimiento social global anticapitalista y de izquierda, que será tan fuerte, masivo y poderoso, que entonces, «el resto nos será dado por añadidura». El resto, es decir, el planeta entero, la luna, y hasta ese ‘poder’ que mas que ‘tomarlo’ podremos tal vez ‘recibirlo’ y ‘asumirlo’, destruyéndolo y reconstruyéndolo también como otro poder, radicalmente distinto al actual.
Otro poder, en donde todos nosotros vigilaremos a nuestros gobernantes, y en donde también decidiremos quién gobierna y cómo. Otro poder que ya no revestirá la forma de un Estado, y cuya actividad ya no será política en el sentido en el que hasta hoy hemos comprendido este término, sino que será un simple órgano de gestión y administración racional e inteligente de los asuntos sociales colectivos, cuyos miembros actuarán a partir de criterios profundamente éticos, que miden las consecuencias morales de cada decisión tomada, y obedeciendo al pueblo desde el principio de mandar obedeciendo, a la vez que refrendan en todo momento la importancia de su historia, de su memoria, de sus muertos y de sus distintos pasados. Es decir, lo que hoy vemos ya plasmado y funcionando en las Juntas de Buen Gobierno de los Caracoles neozapatistas, primer modelo práctico y patente de esa muy ‘otra forma de hacer política’ que hoy reivindicamos orgullosamente a través de esa importante iniciativa de la Otra Campaña.
* * *
[1] Sobre esta idea fundamental de Marx, cfr. por ejemplo el capítulo I de su libro La ideología alemana, Ed. Pueblos Unidos, Buenos Aires, 1973, o la Miseria de la filosofía, Ed. Siglo XXI, México, 1978, en donde Marx define al Estado sólo como «el resumen oficial de la sociedad civil», y más en general al poder político, sólo como una forma institucionalizada, protocolizada y oficial del propio poder social. De otra parte, la idea de que lo político no contiene en sí mismo las premisas de su propia explicación se reitera varias veces en su obra Elementos fundamentales para la Crítica de la Economía Política. Grundrisse 1857-1858 (3 volúmenes), Ed. Siglo XXI, México, 1971-1976. También vale la pena ver, sobre este problema, el texto de Bolívar Echeverría, «Lo político y la política» incluido en la revista Chiapas, num. 3, México, 1996.
[2] En nuestra opinión, es imposible entender adecuadamente tanto la crisis global terminal de la actividad de la política que ahora vivimos, como también el profundo y revolucionario significado de la reivindicación neozapatista de construir ‘otra forma de hacer política’, si no los ubicamos dentro de este contexto mundial de la crisis terminal del capitalismo. Pues si seguimos pensando todavía que el capitalismo vive una nueva y luminosa etapa, llamada «globalización» o «Imperio», o «mundialización», o «neoimperialismo», etc., y que su vida histórica continuará todavía por varios siglos, entonces resulta inexplicable el profundo impacto mundial que ha tenido el neozapatismo, y junto con él, los otros nuevos movimientos sociales latinoamericanos como el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, los Piqueteros Argentinos, o los Movimientos Indígenas de Bolivia y Ecuador, entre otros. Y con todo esto, la profunda apuesta y el hondo significado de la original e inteligente iniciativa de la Otra Campaña y con ella de la ‘Otra Política’. Sobre esta crisis terminal, cfr. Immanuel Wallerstein, Después del liberalismo, Ed. Siglo XXI, México, 1996 y La crisis estructural del capitalismo, Coedición Centro Immanuel Wallerstein-Ed. Contrahistorias, México, 2005, y Carlos Antonio Aguirre Rojas, Para comprender el siglo XXI, Ed. El Viejo Topo, Barcelona, 2005.
[3] Así, en nuestra opinión, es esta crisis terminal y de larga duración de dicha actividad humana de la política, lo que explica todo ese conjunto de procesos que hemos vivido recientemente, en América Latina y en todo el planeta, y que abarcan lo mismo la evidente desprofesionalización de todo tipo de personajes hoy dedicados a esa actividad política, como también el rechazo masivo y generalizado de los ciudadanos comunes y corrientes frente a ese mundo de los políticos, junto al indetenible deterioro general de la vida política de todas las sociedades contemporáneas, y a la crítica sistemática y reiterada del objetivo de la ‘toma del poder’ como objetivo central y determinante de toda la lucha social, por parte de prácticamente todos los nuevos movimientos sociales genuinamente antisistémicos. Síntomas todos sobre los que volveremos mas adelante, y que, lejos de expresar una absurda renuncia por principio a dicha toma del poder político, lo que manifiestan mas bien es esta profunda crisis estructural y de larga duración, de esa actividad y de ese mundo de la política y de lo político humanos en tanto que tales.
[4] Sobre este punto, véase el libro de Jean-Paul Sartre, Crítica de la razón dialéctica, Ed. Losada, Buenos Aires, 1970.
[5] Al respecto, puede verse la obra de Immanuel Wallerstein, Después del liberalismo, antes citada. Más en general, sobre esta crisis de lo político y de la política en todas sus formas, véase también nuestro ensayo introductorio, en Carlos Antonio Aguirre Rojas, Immanuel Wallerstein: Crítica del Sistema-Mundo Capitalista, (2ª edición), Ed. Era, México, 2004, en particular las páginas 100-111.
[6] Este punto crucial ha sido muy bien comprendido, por ejemplo, por los neozapatistas mexicanos, tal y como se refleja en la opinión que sobre este punto expresa el Subcomandante Marcos, en la entrevista que le hace Juan Gelman, «Nada que ver con las armas. Entrevista exclusiva con el Subcomandante Marcos», en la revista Chiapas, num. 3, México, 1996, en especial en las páginas 133 – 135.
[7] Estos rasgos fundamentales de todos estos nuevos movimientos sociales antisistémicos de América Latina, se hacen evidentes en algunos de los mejores testimonios y análisis que se han escrito y publicado en torno de esos mismos movimientos. Por ejemplo, y para mencionar solo algunos libros y materiales importantes sobre estos problemas, véase Raul Zibechi, Los arroyos cuando bajan. Los desafíos del zapatismo, Ed. Nordan, Montevideo, 1995, Genealogía de la revuelta. Argentina: la sociedad en movimiento, Ed. FZLN, México, 2004, y Zapatisti e Sem Terra. Movimenti Sociali ed Insorgenza Indígena, Ed. Zero in Condotta, Milán, 2001; el libro colectivo de Carlos Antonio Aguirre Rojas, Bolívar Echeverría, Carlos Montemayor e Immanuel Wallerstein, Chiapas en perspectiva histórica, Ed. Universidad Autónoma de Querétaro, (3ª edición), Querétaro, 2004; Joao Pedro Stédile (coordinador), A reforma agraria e a luta do MST, Ed. Vozes, Petrópolis, 1997 y Brava gente. La lucha de los sin tierra en Brasil. Entrevista a Joao Pedro Stédile, Ed. Desde Abajo, Bogotá, 2003; Bernardo Mançano Fernandes, Gênese e desenvolvimento do MST, (Caderno de Formaçao num. 30), Ed. MST, Sao Paulo, 1998; Colectivo Situaciones, 19 y 20. Apuntes para el nuevo protagonismo social, Ed. De mano en mano, Buenos Aires, 2002, así como todos los ensayos del número 5 de la revista Contrahistorias, cuyo dossier está dedicado al tema de ‘Chiapas y los nuevos movimientos de resistencia latinoamericanos’.
[8] Esta cita importante proviene del texto de la «Sexta Declaración de la Selva Lacandona», texto que fue publicado en tres días sucesivos en el diario La Jornada, de los días 29 y 30 de junio, y 1 de julio de 2005. Para esta cita, cfr. La Jornada, del 1 de julio de 2005, pág. 19.
[9] Este interesante punto de vista, que nos recuerda muchas de las lecciones del gran historiador Edward P. Thompson, y de su fundamental concepto de la ‘economía moral de la multitud’, puede verse, por ejemplo, en el texto «Resumen del EZLN» de la Reunión con Organizaciones y Movimientos Sociales, del 20 de agosto de 2005, en la revista Rebeldía, num. 34, agosto de 2005, pp. 54-55. Sobre la obra de E. P. Thompson y su concepto de ‘economía moral de la multitud’, cfr. nuestro libro, Carlos Antonio Aguirre Rojas, Antimanual del mal historiador, (8ª edición), Ed. Contrahistorias, México, 2005.
[10] Como lo señala muy claramente el Subcomandante Marcos, en su discurso «Resumen del EZLN» con Organizaciones Políticas de Izquierda, del 7 de agosto de 2005, en la revista Rebeldía, num. 34, recién citada, pp. 17-18.
[11] La primera cita es del discurso del Subcomandante Marcos, «Resumen del EZLN» en la Reunión con Organizaciones Políticas de Izquierda, del 7 de agosto de 2005, ya citado, pp. 16-17, y la segunda cita es del discurso «En el Istmo de Tehuantepec (05/feb/06)» en el sitio: www.ezln.org.mx.