Camino del 8 de marzo me ha llamado la atención el libro del periodista alemán Heribert Schwan «Die Frau an seiner Seite: Leben und Leiden der Hannelore Kohl», La mujer a su vera: Vida y padecimientos de Hannelore Kohl, que como bien suponen fue la esposa del canciller alemán Helmut Kohl, quien, como cuenta Jan […]
Camino del 8 de marzo me ha llamado la atención el libro del periodista alemán Heribert Schwan «Die Frau an seiner Seite: Leben und Leiden der Hannelore Kohl», La mujer a su vera: Vida y padecimientos de Hannelore Kohl, que como bien suponen fue la esposa del canciller alemán Helmut Kohl, quien, como cuenta Jan Fleischhauer en Der Spiegel, en la tarde del 4 de julio de 2001 tomo una sobredosis de pastillas, además de sulfato de morfina prescrito por su médico de cabecera para amortiguar sus dolores. Luego se tumbó inmóvil sobre su espalda, tal como se había acostumbrado siendo niña en su huida de Sajonia para no molestar el sueño de los demás. Y la muerte le sobrevino entre las 10 y 11 de la noche estando su marido en Berlín.
Su ama de llaves, Hilde Seeber, encontró su cadáver en el dormitorio al día siguiente, el 5 de julio del 2001. De la puerta colgaba un papel que decía: «Estoy durmiendo y más tarde quiero dar un paseo». Al igual que en vida también en la muerte fue muy discreta. Su suicidio causó gran sorpresa y fue primeras páginas de muchos medios y comentario de mucha gente. ¿Por qué se suicidó Hannelore Kohl?
No eran muchos quienes conocían su vida de verdad, por otra parte cosa corriente en la vida. Uno de ellos es Heribert Schwan, periodista y director de cine, que la conoció en los años 80 y luego se ganó su amistad. Tras la destitución de Helmut Kohl como canciller en el otoño de 1998 Schwan formó parte del grupito que apoyaron a Kohl en la redacción de sus memorias. Cuenta Schwan que fue una vida de privaciones, típica de mujeres sometidas a las exigencias de sus maridos, ajustando y orientando su dicha a la de ellos. Con frecuencia la vida de las mujeres de los cancilleres viene exigiendo disciplina y negación propia. A Hannelore Kohl nunca le gustó la política y esa reprobación se olía en la familia, sus hijos Peter y Walter crecieron de espaldas a ella. Hannelore Kohl llegó a odiar ese mundo, pero de puertas afuera siempre guardó las formas, desde la niñez se le inculcó disciplina, aunque hay fotos en las que se vislumbra cierta máscara en su pose de esposa feliz. Sin duda que le hubiera gustado bajar del escenario, apagar los focos y vivir una vida retirada, simple, familiar. Otras mujeres en su lugar se hubieran separado y dicho agur a su mozo. ¿Por qué no lo hizo? Algo impensable en ella.
Helmut Kohl vivió para la política, para el partido, para él y sus anhelos. Y eso su vida entera. Se enteró en la televisión que su marido tras 16 años en la cancillería se presentaba de nuevo como candidato. Y a su soledad le llegaron rumores de mujeres en la vida de su marido, de sus relaciones con la directora de su oficina, Juliane Weber, y de una ponente de la cancillería de nombre Maike Richter, con la que terminaría casándose el 8 de mayo del 2008. Y, sin embargo, cuando su marido fue acusado por no colaborar y dar los nombres de los donantes que participaron en la financiación ilegal de su partido, ella estuvo a su lado defendiéndole a pesar de no haber contado con ella.
Pero Schwan revela en su libro un inmenso drama en la vida de esta mujer, oculto hasta entonces al menos para el gran público. Era sabido que su padre, Wilhelm Renner, hizo una importante carrera en el Tercer Reich como director de fábrica. Fue un miembro leal del partido nazi. Como ingeniero dirigió una de las grandes fábricas de armamento, la Leipziger HASAG, que llegó a explotar en condiciones inhumanas hasta 60.000 presos de campos de concentración. Los documentos que aporta Schwan a uno le hacen sospechar que Renner fue culpable, cuando menos responsable, de la muerte de muchos trabajadores forzosos
Pero en los últimos días de la guerra vive Hannelore Kohl una horrible experiencia, que la marca de por vida. En mayo de 1945 su madre y ella emprenden el camino hacia occidente y de camino esta muchacha de 12 años cae en manos de los soldados rusos que la violan repetidamente. Violaciones que no sólo le partieron el alma sino que se llevaron a cabo sobre una piedra que le dañó la columna vertebral. Luego la tiraron como un saco de cemento por la ventana. Aquel olor a sudor, a ajo y alcohol de hombre violador quedó para siempre en su recuerdo, drama que a juicio de médicos y doctores terminó manifestándose en alergias en su cuerpo para degenerar al fin en una fotofobia, incapaz de soportar la luz, ni siquiera la de la pantalla del televisor. El final de su vida fue una vida en la obscuridad plagada de dolor y malestar. Dejó escritas 20 cartas de despedida, dirigidas a otras tantas personas amigas, a sus hijos y a su esposo, en el que le decía: «me resulta difícil abandonarte tras 41 años, pero quiero ahorrarte y ahorrarme un largo padecimiento en la oscuridad… Te agradezco por una vida contigo, a tu vera, llena de acontecimientos, de amor, felicidad y contento. Te quiero y admiro tu fuerza. Que la sigas conservando porque tienes todavía mucho que aportar….
¿Cómo entender estas palabras de despedida, se pregunta Jan Fleischhauer en Der Spiegel, como gesto de amor y valoración o como último acto de autonegación?
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