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Fabiola rompe silencio de 20 años

La mujer del atentado a Pinochet

Fuentes: Punto Final

El teléfono sonó un cuarto para las seis de la tarde y un silencio que  pareció interminable inundó la casa. Era la señal esperada y el corazón  de todos comenzó a bombear más fuerte. La sangre iba y venía como un  río torrentoso, que parecía buscar un nuevo cauce, fuera de aquellos  cuerpos generosos. Jorge, […]

El teléfono sonó un cuarto para las seis de la tarde y un silencio que  pareció interminable inundó la casa. Era la señal esperada y el corazón  de todos comenzó a bombear más fuerte. La sangre iba y venía como un  río torrentoso, que parecía buscar un nuevo cauce, fuera de aquellos  cuerpos generosos. Jorge, Guido, Ramiro y Joaquín, jefes de las unidades de  combate 501, 502, 503 y 504 irrumpieron en las habitaciones y dieron la  orden esperada. «Llegó la hora. Tomen su armamento». En el hall central  de la casa, espera José Valenzuela Levy, el Comandante «Ernesto» junto  a Cecilia Magni, la Comandante «Tamara».

Frente a ellos, se disponen en formación militar 19 combatientes  dispuestos a cumplir la misión más importante de sus vidas y de seguro la  última. Se escucha una música y emerje desde la historia la voz  inconfundible de Salvador Allende: «…Superarán otros hombres este momento gris y  amargo donde la traición pretende imponerse….». Son sus últimas  palabras. La emoción todo lo inunda. «Nosotros somos esos otros hombres a los  que se refería el Presidente Allende», plantea con solemnidad  «Ernesto», jefe de la «Operación Siglo XX», antes de dar la orden de salida  hacia el lugar de la emboscada.

Era el domingo 7 de septiembre de 1986 y en pocos minutos Augusto  Pinochet y sus fuerzas de élite tendrían un real «bautismo de fuego». Un  destacamento del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), conformado por  19 hombres y una mujer, intentaría ajusticiar al dictador.

«Mientras abordábamos los vehículos, pude ver a la «Nenita» llevándose  las ollas donde cocinó para nosotros durante esas semanas», cuenta  Fabiola, la única mujer que participó directamente en la emboscada. La vio  alejarse junto a Tamara en una camioneta rumbo a Santiago. «Las dos  lloraban a moco tendido», recuerda.

Para Fabiola fue un momento de gran emoción, porque sabía que las  posibilidades de sobrevivir eran mínimas. Respiró profundo, para luego  abordar el vehículo asignado a la Unidad 502. Contaba con gran experiencia  combativa al mando de múltiples estructuras operativas del Frente. Era  una jefa respetada por su capacidad, arrojo y liderazgo natural. Sin  embargo, la envergadura de esta operación era mucho mayor y todos lo  sabían.

Luego de diez minutos los rodriguistas tomaron sus posiciones de  combate. De los 20 sólo dos tenían formación militar regular y sus edades  fluctuaban entre los 16 y los 27 años. «Esperamos en silencio el avance de  la comitiva. Había llegado el momento de ajusticiar al tirano», relata  Fabiola a Punto Final.

Es la primera vez que habla de la emboscada y su experiencia en el  FPMR. Quiere rescatar el ejemplo de los jóvenes que ofrendaron sus vidas en  la lucha contra la dictadura y proyectarlo a las nuevas generaciones.  «A 20 años del atentado, nuevamente los jóvenes han demostrado la altura  moral necesaria para construir una alternativa al neoliberalismo»,  sentencia.

El comienzo de una historia

¿Qué la motivó a ingresar al FPMR? «Como todo en la vida fue un proceso. No provengo de una familia de  izquierda ni fui víctima de la violencia de la dictadura. Mis padres eran  obreros, pero la crisis económica de aquellos años no nos golpeó como a  los sectores más humildes. No obstante, desde pequeña me inculcaron  valores fundamentales como la responsabilidad, la solidaridad y el rechazo  a la injusticia. Mi acercamiento a la política fue en la universidad,  donde tomé conciencia de la situación real que vivía el país. Ingresé a  las Juventudes Comunistas y comencé haciendo trabajo de masas.  Posteriormente, pasé a formar parte del Frente Cero, destacamento que precedió  al FPMR. Allí tuve mi primera aproximación a la lucha armada. En ese  contexto, un amigo me invitó a ingresar a una estructura militar de  carácter superior».

¿Qué sintió cuando se lo planteó? «Me junté con mi amigo en un restaurante. Lo acompañaba Ignacio  Valenzuela, destacado jefe operativo del Frente, asesinado en 1987 en la  Operación Albania (*). Ambos me invitaron oficialmente a integrar el FPMR.  Recuerdo que sentí un retorcijón en el estómago y tuve que ir al baño,  donde estuve un buen rato tratando de tranquilizarme. Sabía que en ese  momento tomaría una decisión que cambiaría mi vida para siempre. Cuando  logré salir del baño acepté la invitación».

¿Cómo cambió su vida con la militancia en el Frente? «Mi primera operación fue la toma de la Radio Minería para transmitir  una proclama contra la dictadura. Participé en la acción con Fernando  Larenas uno de los primeros jefes operativos de la organización, que  posteriormente fue herido en la cabeza en un enfrentamiento. Producto del  fragor del combate comencé a tener compañeros heridos, detenidos y  asesinados. Ése cúmulo de experiencias y emociones límites profundizaron mi  compromiso y responsabilidades en el Frente».

El atentado

¿Qué edad tenía en 1986 y cómo se le planteó la misión? «Tenía 27 años y un día del mes de mayo Cecilia Magni me citó a un  ‘punto’ en un café. Me planteó que debía entregar todas las estructuras a  mi cargo, porque tendría que cumplir una misión fuera de Santiago. Antes  que le preguntara nada, dijo que los detalles me los informaría otro  compañero al que vería esa misma noche en un restaurante de Puente Alto.  ´Lleva un bolso con ropa. Recuerda que estarás fuera un tiempo´, me  señaló con su sonrisa cálida de siempre.

A las seis de la tarde, me encontré en el lugar indicado con un  compañero al que había conocido en el exterior. Conversamos un rato y luego  partimos en un auto con rumbo desconocido. Media hora después llegamos a  una amasandería muy rústica situada en el lado norte del camino al  Cajón del Maipo, exactamente frente a Las Vizcachas. Me sirvió un café y le  pedí que me contara de una vez de qué se trataba la misión.  ´Participarás en una operación, cuyo objetivo es ajusticiar a Pinochet´, dijo  mirándome fijamente a los ojos. Quedé muda por largos minutos. ‘Las  posibilidades de salir con vida son mínimas’, agregó sin mayor dramatismo.  Así me incorporé a la Operación Siglo XX».

Se le planteó en forma clara que la muerte era casi inminente. ¿Cómo  enfrentó una situación tan compleja desde el punto de vista humano? ¿Tuvo  alguna duda de participar? «El amor a la familia y el apego a la vida son muy fuertes, pero al  igual que mis compañeros tuve que superarlo. El atentado no fue mi primera  acción de carácter militar contra la dictadura y eso sin duda facilitó  las cosas. Ingresé al Frente absolutamente conciente del riesgo que  ello implicaba y mis responsabilidades al interior de la organización eran  fundamentalmente en el ámbito operativo. Creo que lo más importante en  ese momento – además de la convicción política – fueron los vínculos  afectivos y una profunda confianza en los compañeros y jefes del Frente.  Fuimos capaces de establecer una relación que nos proveyó del calor, el  cariño y la alegría necesaria para enfrentar con todo a la dictadura.  Ésa fue nuestra mayor victoria».

¿Qué significó para usted ser la única mujer que participó directamente  en la emboscada? «Es un gran honor mi participación en esa operación y un privilegio  haber sido la única mujer. Inicialmente se contempló que Cecilia Magni,  además de ser la encargada logística de la operación, fuera la Jefa de la  Unidad 502. Sin embargo, debido a su importancia estratégica la  Dirección Nacional del Frente decidió reemplazarla por Julio Guerra «Guido»,  compañero asesinado en la Operación Albania. Además, para no despertar  sospechas, hubo un combatiente, que se vistió de mujer y acompañó al  chofer que cruzó la camioneta con la casa rodante para detener el paso de  la comitiva. Por mucho tiempo el Fiscal Militar Fernando Torres, a  cargo de la investigación del caso, creyó que habían sido dos las mujeres  en la emboscada».

¿Cómo fueron los momentos previos a la operación?  «Cuando uno espera algo que desea mucho, pero que de alguna manera no  quiere que ocurra, porque sabe que se le va la vida en eso, se produce  una contradicción compleja. Sólo el compromiso político-ideológico y la  confianza en nosotros mismos, nos permitió superar esa contradicción.  La tarde del aquel domingo, sabíamos que cuando sonara el teléfono la  operación se pondría en marcha. Ello ocurrió un cuarto para las seis de  la tarde y se produjo un gran silencio. El tirano acababa de pasar por  San José de Maipo rumbo a Santiago. Los jefes de las distintas unidades  entraron a las piezas donde estábamos distribuidos y nos dieron la  orden de tomar el armamento dispuesto para cada combatiente».

¿Cuál era el armamento con el que contaban? «Cada combatiente tenía un Fusil M-16 con varios cargadores, granadas  caseras de amongelatina con abundantes esquirlas, además de Lanzacohetes  Low. Nos vestimos con ropa de calle y buzos encima para no ensuciarnos  en el lugar de la emboscada. La idea – en el remoto caso que alguien  sobreviviera – era romper el cerco y lograr la normalidad en las calles  de Santiago. Partíamos de la base que la escolta de Pinochet, compuesta  por fuerzas de élite ofrecería una resistencia férrea. Para sorpresa  nuestra, todo fue muy diferente».

¿Cómo vivió el momento de la emboscada y cuál fue la reacción de la  escolta? «Nos apostamos en nuestros lugares de combate y Ernesto hizo sonar un  pito iniciando la operación. Se cruzó la camioneta con la casa rodante  en el camino y los autos de la comitiva frenaron en forma brusca. Uno de  los combatientes lanzó el primer Low que impactó en uno de los autos y  abrimos fuego granado. Fueron alrededor de siete minutos que parecieron  eternos, donde no hubo respuesta alguna de la comitiva. Los boinas  negras, las fuerzas especiales del ejército no dispararon un tiro. Se  lanzaron como conejos al barranco que da al Río Maipo. Otros se hicieron los  muertos, mientras el chofer del tirano intentaba escapar del lugar, lo  que finalmente logró. Sólo tuvimos un herido, que recibió una esquirla  en la pierna, de una granada lanzada por nosotros. Es una vergüenza que  un grupo de jóvenes sin preparación militar regular, con armamento de  mala calidad haya puesto en jaque a lo más selecto de las Fuerzas  Armadas Chilenas. Pudimos matarlos a todos, pero no lo hicimos porque no  somos asesinos. Cuando ‘Ernesto’ dio la orden de retirada, le perdonamos la  vida a los heridos. Ése es el abismo insondable que existe entre los  revolucionarios del Frente y los asesinos del ejército pinochetista  acostumbrados a reprimir, torturar y matar al pueblo desarmado. Son unos  cobardes».

¿Qué costos personales implicó para usted su militancia en el FPMR y su  participación en el atentado? «El mayor costo es la pérdida de tantos compañeros con los que compartí  momentos hermosos. De los que participaron en el atentado, fueron  brutalmente asesinados Cecilia Magni, Julio Guerra y José Valenzuela Levy,  jefe de la emboscada. Recuerdo el momento previo a la retirada cuando  ordenó no rematar a los escoltas heridos. Era un soldado con un profundo  sentido del honor militar, incapaz de asesinar a alguien indefenso. Él  no tuvo la misma suerte: estaba desarmado y con las manos atadas cuando  en junio de 1987 fue asesinado por las fuerzas de seguridad».

¿Cuál fue la importancia del atentado, en el contexto de la lucha  contra la dictadura y en términos de su proyección en el tiempo? «Es necesario situarlo como una acción importante, pero en el marco del  combate que dieron distintas fuerzas políticas contra la dictadura. La  emboscada al tirano, fue expresión de la experiencia acumulada por el  pueblo chileno, en su lucha contra el fascismo. En términos de  proyección, demostró que con organización, unidad y decisión el pueblo puede  asestar golpes contundentes al modelo y transitar hacia la  construcción de su propio destino. Esto lo comprendió muy bien el imperialismo  norteamericano al ver la envergadura logística, el grado de preparación  operativa y el arrojo combativo del Frente en el atentado y la  internación de armas en Carrizal. El resto de la historia es conocida: impulsaron  una rápida transición hacia una democracia neoliberal».

Veinte años después, los estudiantes secundarios han realizado una  movilización que puso en jaque al gobierno, planteando reivindicaciones que  cuestionan directamente el sistema. ¿Qué relación visualiza usted entre  estos muchachos y los jóvenes que lucharon contra la dictadura? «Los secundarios han hecho lo que ninguno de nosotros fuimos capaces de  hacer en 17 años de Concertación. Al igual que en dictadura, los  jóvenes han mostrado un arrojo, una decisión y una altura moral que  constituye un ejemplo para el resto del pueblo chileno y las nuevas  generaciones. Ello demuestra que independientemente de las dificultades, siempre  existirán hombres y mujeres dispuestos a actuar con dignidad y decoro».

 Recuadro

Patriotas perseguidos

En la actualidad, una de las mayores preocupaciones de Fabiola es la  difícil situación que viven muchos de sus compañeros. «La realidad de la  mayoría de los revolucionarios que postergaron sus familias y proyectos  personales para terminar con la dictadura, ha sido muy difícil»,  sostiene. Para ella es inaceptable que Mauricio Arenas («Joaquín») jefe de  la Unidad 504, de retaguardia, muriera de cáncer en Argentina en la  soledad que le impuso la clandestinidad.

«Héctor Figueroa y Héctor Maturana cumplen una pena de extrañamiento de  20 años en Bélgica. Con ellos vivía Juan Ordenes, que murió en un  accidente automovilístico y no pudo volver a la patria», denuncia. A ellos  se suman los combatientes fugados desde la ex Cárcel Pública en 1989,  que aún viven clandestinos, indica.

Pero el caso más complejo para la rodriguista, es el de Mauricio  Hernández («Ramiro»), jefe de la Unidad 503 del atentado, preso en una cárcel  de alta seguridad en Brasil por el secuestro del publicista Washington  Olivetto. Asegura que su situación es muy delicada, porque ha sido  acusado de liderar una organización de presos denominada Primer Comando de  la Capital (PCC), que ha realizado acciones armadas. «Como sabemos que  ello es imposible dado el aislamiento al cual está sometido, nos  preocupa que estén preparando condiciones para asesinarlo». Por ello, señala  que se iniciará una campaña de apoyo a «todos estos compañeros que  tuvieron una actitud digna en la lucha contra la dictadura. No podemos  aceptar que los patriotas sean condenados al extrañamiento y la  clandestinidad, sostiene.

(*) Operativo de aniquilamiento ejecutado por la Central Nacional de  Informaciones (CNI), entre el 15 y 16 de junio de 1987, en el cual fueron  asesinados 12 miembros del FPMR.