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La naturaleza humana en la crisis del coronavirus

Fuentes: Rebelión

La crisis sanitaria mundial es un verdadero revelador de la naturaleza humana y sus contradicciones. Al bloquear parcialmente aspectos fundamentales de la vida social ordinaria, como el trabajo, el contacto humano, el transporte y el ocio, arroja una luz diferente sobre muchas de las ideas, creencias y prácticas en las que se basa el orden establecido. Crea un «vacío» donde los reflejos, los impulsos humanos «naturales» salen a la superficie más fácilmente, liberados de los numerosos yugos y máscaras ideológicos detrás de los cuales viven más o menos reprimidos o disfrazados.

Esta crisis tiene muchas características únicas en comparación con todas las pandemias del pasado. Entre ellas se encuentra la paralización simultánea de sectores esenciales de la producción mundial. Pero para el tema en cuestión me gustaría destacar su carácter simultáneamente planetario y «wired», conectado. A pesar del control y los límites impuestos por los estados nacionales, a pesar de las grandes desigualdades que aún existen entre los países, la gran mayoría de la población mundial está conectada al resto de la raza humana por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Más de 5.000 millones de personas tenían un teléfono en 2017, de los cuales 3.300 millones de smartphones. (1) Esto da una nueva dimensión a la comprensión de lo que la naturaleza humana puede ser.
No pretendo aquí deducir todo lo que se deriva de esta realidad. Pero es una nueva dimensión que nunca debe ser ignorada.

«El fondo del aire es solidario» fue el titular de la portada de un periódico francés el 11 de abril de 2020. La primera observación que todos hicieron fue la explosión de gestos de solidaridad, de ayuda mutua dondequiera que la pandemia haya golpeado.

Los ejemplos son numerosos y sus formas están en constante desarrollo. La dedicación y la abnegación de los trabajadores de la salud se han convertido en un modelo de comportamiento humano. En todas partes se han multiplicado las iniciativas espontáneas y luego auto-organizadas para agradecerles, alentarles y apoyarles materialmente (fondos de solidaridad en Internet). Los FabLabs, esos lugares gestionados gratuitamente por «makers» y que proporcionan máquinas controladas por ordenador, han empezado a producir máscaras, geles y visores de protección. En los barrios más desfavorecidos se están desarrollando acciones voluntarias para ayudar a las poblaciones más desamparadas que se encuentran de un día para otro sin ningún ingreso y con niños a los que el cierre de las escuelas a veces les priva de la única comida consistente del día. Esto se hace a veces en cooperación con las autoridades locales, pero también a veces en abierta lucha contra ellas, como fue el caso del MacDonald de Marsella, transformado por sus empleados y voluntarios en una plataforma de distribución gratuita de alimentos para los barrios más pobres de la ciudad.
Un gran número de columnistas de periódicos y otros comentaristas de noticias han escrito para observar que, contrariamente al pensamiento dominante en el neoliberalismo («el hombre es un lobo para el hombre»), los seres humanos llevan en sí poderosos impulsos, instintos de empatía y solidaridad hacia sus semejantes. La naturaleza humana se ha convertido en un tema común de reflexión y discusión, entre otras cosas, porque la realidad ha puesto de relieve esa característica primordial del ser humano: nuestro cerebro está programado para que tengamos placer en ayudar a los demás. Una característica que se ve constantemente contrariada por la lógica de una sociedad que favorece y privilegia la rapacidad y el cada uno por su cuenta, pero una característica que lleva en sí misma los medios para hacer añicos los cimientos de esta sociedad inhumana.

Pero la naturaleza humana, como sabemos, no se limita a sus tendencias altruistas. La realidad de la crisis del coronavirus también ha servido como un recordatorio de los aspectos menos positivos y autodestructivos de nuestra especie. Una especie de la que el biólogo francés Jacques Testart podía decir: «Porque el hombre es sobre todo ese animal capaz de aniquilar su propia vida y la de todos los demás, sin siquiera haberlo decidido».

Para ilustrar esta realidad tomaré, entre otros, cuatro comportamientos «negativos» que se han manifestado más particularmente durante esta crisis.  Comportamientos que compartimos en mayor o menor medida con muchos animales, especialmente con los más inteligentes de nuestros primos simios: la actitud de «cada uno por su cuenta», la tendencia a vivir de forma jerárquica, la xenofobia y el uso del mecanismo del chivo expiatorio.

Cada uno por su cuenta. En situaciones de escasez, o de amenaza de escasez, cuando se está convencido de que no habrá suficiente para todos, los individuos pueden tender a actuar únicamente en función de su propio interés a expensas del de los demás. En los primeros días del confinamiento, cuando muchos trataban de acumular reservas de alimentos para una posible escasez futura, se vieron peleas en los supermercados por un último paquete de papel higiénico o de espaguetis. Pero eso fue relativamente marginal, por el momento, porque la escasez ha sido limitada. Ese comportamiento sería autodestructivo si se generalizara en caso de una escasez más grave.

Comportamientos jerárquicos. Estas son las tendencias a aceptar voluntariamente la autoridad de un «macho alfa» y sus aliados, o de una hembra dominante y sus parientes en el caso de los bonobos, el estado y los gerentes del sistema en nuestro caso. Pero también es la tendencia entre los más poderosos a utilizar cualquier medio para mantener su autoridad. Todo esto se ha manifestado fuertemente en la crisis actual.

En las situaciones de desastre que sacuden a la sociedad, ya sean «naturales», como un terremoto, o provocadas por el hombre, como la explosión de una central nuclear, los individuos tienden espontáneamente a buscar la ayuda del Estado y a ponerse bajo su autoridad. Este aparato, en la cima de la jerarquía social, que se supone que representa los intereses de la comunidad, es el único que dispone de los medios materiales, humanos y organizativos para hacer frente a la situación.

En el caso presente, en términos generales, las poblaciones se sometieron rápidamente a las medidas excepcionales impuestas por los Estados. En todas partes los gobiernos se han aprovechado de ello para multiplicar las medidas de control de la población y suprimir las pocas libertades individuales que quedan. Tanto más cuanto que la pandemia llegó en una situación donde se desarrollaban luchas sociales masivas: Chile, Líbano, Hong Kong, Irak, Argelia, … Francia.

El régimen chino, cuyo totalitarismo burocrático es en parte responsable de la expansión inicial de la pandemia (represión durante semanas de las primeras denuncias en Wuhan), trata de presentarse como un modelo por el autoritarismo y el rigor con que gestionó la Covid 19. Las medidas de control de la población se ampliaron e intensificaron a niveles sin precedentes, incluyendo el uso de sistemas de reconocimiento facial y de sanciones aplicadas automáticamente por infracciones de las normas estatales.

De manera similar, el presidente Duterte en Filipinas permite a sus fuerzas policiales disparar a las personas que resisten demasiado a las medidas de confinamiento. O el caso de Viktor Orban en Hungría, que se aprovecha de ello para concederse a sí mismo poderes excepcionales por un período de tiempo indefinido.

La crisis económica que acompaña la crisis sanitaria tendrá efectos devastadores. No afecta a todas las clases sociales de la misma manera. Algunas estimaciones prevén que el número de muertes causadas por la miseria inducida por la crisis económica superará el número de muertes debidas a la pandemia, especialmente en los países más pobres. Los ataques a las condiciones de vida de las poblaciones irán más allá de la propia pandemia, ya que la crisis económica no es producto de la pandemia solamente. Mucho antes de la pandemia se acumulaban los signos de otra recesión importante, más grave y destructiva que la de 2008. Los gobiernos tratarán de culpar al coronavirus de lo que en realidad es una nueva convulsión debida a las contradicciones y lo absurdo del sistema que manejan y defienden. Pero es poco probable que esto sea suficiente para limitar la movilización social que causará el desastre económico. La combatividad social que retumbaba antes de la pandemia debería reanudarse rompiendo con las tendencias a la sumisión voluntaria que imponían las necesidades sanitarias.

La xenofobia. Entendida como el rechazo del extranjero y de todo lo que viene del extranjero, se ha manifestado de varias formas, la más evidente es el nacionalismo. El nacionalismo se basa en la creencia de que las otras naciones son secundarias o enemigas. «My country first» – Primero mi país.

La gestión de la crisis, que tiene una dimensión mundial, se ha visto y sigue viéndose constantemente obstaculizada por la incapacidad de los Estados a cooperar, atrapados en la defensa de sus propios intereses en detrimento de todos los demás. Algunos ejemplos son particularmente espectaculares, como la retirada de la principal potencia mundial de la Organización Mundial de la Salud o la incapacidad total de la Unión Europea para conseguir que las 27 naciones que la componen actúen juntas.

Los gobiernos americano y chino compiten entre sí en un discurso nacionalista xenófobo y lo utilizan para sus adoctrinamientos bélicos.
A otro nivel, la xenofobia contra los chinos o las personas de origen chino se ha producido en algunos países. En París, algunos chinos llevaban un cartel para defenderse que decía «No soy un virus».

Todo esto parece tanto más absurdo cuanto que la humanidad tiene hoy, como se dijo al principio de este texto, medios extraordinarios y sin precedentes para informar, comunicar y cooperar a escala mundial.

El mecanismo del chivo expiatorio. A menudo se compagina con la xenofobia, pero tiene sus características específicas. Es una práctica para desviar la hostilidad latente de un grupo hacia alguien, algo o un grupo de personas. Esto permite tres cosas al mismo tiempo:

– proporcionar un objetivo para la liberación de la hostilidad existente;

– crear o mantener la unidad del grupo permitiendo a sus miembros actuar, odiar, castigar juntos;

– desviar la responsabilidad de una situación perjudicial hacia un «chivo expiatorio» para ocultar mejor las verdaderas responsabilidades.

En este caso el virus jugó este papel maravillosamente. Los gobiernos lo culpan constantemente de lo que en realidad es producto de la lógica capitalista, la codicia y la irracional incompetencia de sus dirigentes.

El ser humano es un animal social, pero también es un individuo cuyos intereses no son necesariamente idénticos o compatibles con los de los otros individuos, aunque sean miembros del mismo grupo. Toda su existencia se enfrenta a la gestión de la posible contradicción entre lo individual y lo colectivo. La coherencia de cualquier organización humana depende de su capacidad para manejar esta contradicción y neutralizar su capacidad explosiva.

Esta contradicción también existe en otros animales sociales, especialmente en los chimpancés y bonobos, que son animales particularmente inteligentes con una amplia variedad de personalidades individuales.
El manejo de esta contradicción explica muchos de los comportamientos individuales y colectivos de estas especies.

A diferencia del cada uno por lo suyo, la jerarquía, la xenofobia y el mecanismo del chivo expiatorio son tres medios primitivos, rudimentarios e instintivos para preservar la unidad del grupo y la eficacia a toda costa. Pero es la unidad del grupo a expensas de todos los demás grupos.

La propaganda nazi era perfectamente capaz de utilizar estos impulsos primitivos para soldar la unidad del pueblo detrás de su Estado. «Ein Volk, ein Reich, ein Führer» fue un discurso xenófobo al afirmar la prioridad absoluta de «nuestro pueblo». También fue la máxima expresión del culto a la jerarquía. Se saludaba diciendo: «¡Heil Hitler!», «¡Salve a nuestro mono alfa!»

El antisemitismo complementó la trilogía al permitir la práctica de buscar un chivo expiatorio para todos los males.

Va a ser después del período de los confinamientos que las expresiones de la naturaleza humana van a ser más decisivas. La situación va a ser muy difícil. Entonces podremos ver qué lecciones han quedado de la actual catástrofe mundial.

Tres lecciones parecen indispensables para un resultado positivo.

Durante la pandemia se criticó mucho lo absurdo de haberle dado la prioridad a la «economía» a expensas de la salud, como lo hicieron todos los gobiernos que durante más de treinta años devastaron los sistemas de salud en nombre de la rentabilidad «económica». De hecho, es el absurdo del sistema capitalista que condiciona todo a la rentabilidad financiera a expensas de las necesidades humanas más básicas. Esta es la primera lección: no habrá una salida real sin romper con la lógica mortal del capitalismo.

La segunda se refiere a la dimensión global de los problemas y, por consiguiente, a la dimensión global de las soluciones para resolverlos. Entender que «la unidad del grupo» representa para los humanos la unidad de toda la humanidad, con todas sus diferencias, y con la conciencia de ser un animal social a nivel mundial. Esa conciencia ningún otro animal la puede poseer.

Por último, pero no menos importante, la certeza de que somos capaces de empatía, simpatía, solidaridad activa y auto-organizada con nuestros semejantes – al contrario de la ideología de un sistema basado en el egoísmo y la codicia. Está inscrito en nuestros genes.  Las múltiples y variadas formas en que esta realidad se ha materializado durante la crisis actual han quedado, por la fuerza de las circunstancias, confinadas a escalas limitadas. Hay que imaginar lo que se podría hacer si, con estas mismas convicciones, el 99% de la población mundial (como decía el movimiento Occupy en EEUU en el 2011) se apoderara de todas las palancas de la vida económica y social, si consiguiera arrebatar el control de los medios de producción, transporte, comunicación, organización, etc. al 1% que gobierna y se beneficia del orden establecido. No sólo podríamos  enfrentar con eficacia los nuevos ataques virales que se van a producir, sino también, y sobre todo, detener el curso que nos está llevando de forma acelerada a una catástrofe ecológica irreversible. Podríamos finalmente construir un mundo que por primera vez hará de la felicidad humana la meta, la brújula de nuestra vida social.

 Notas

1. https://www.clubic.com/pro/actualite-850479-smartphones-monde-repartition-inegale.html