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La necesidad de la izquierda hoy

Fuentes: larepública.es

Si aparcamos los localismos para asomarnos al ancho mundo, a esa bolita azul donde un 20% de las personas tienen la riqueza que necesita el otro 80% de la humanidad para sobrevivir, la visión es desoladora. Cada vez hay más pobres a pesar de la caída de la mayoría de los regímenes comunistas y del […]

Si aparcamos los localismos para asomarnos al ancho mundo, a esa bolita azul donde un 20% de las personas tienen la riqueza que necesita el otro 80% de la humanidad para sobrevivir, la visión es desoladora. Cada vez hay más pobres a pesar de la caída de la mayoría de los regímenes comunistas y del liberalismo económico. Las preguntas que brotan de manera involuntaria son: ¿qué mundo tendríamos si la izquierda no existiera?, ¿cómo sobreviviría la derecha sin su antónimo ideológico? Y, la más importante, ¿otro mundo es posible?

Decía Norberto Bobbio, en su libro Derecha e Izquierda, que ambas posturas buscan el mismo objetivo: el bien de la sociedad. No nos cabe la menor duda de que gente buena hay en todas partes pero, la cuestión diferencial, realmente importante, es el camino que sigue cada cual para conseguir el objetivo. No todo vale, ni en el amor ni en la guerra… por poco romántico que resulte desmontar tópicos.

Las personas más necesitadas serán, también, las personas que más anhelen los cambios. Comprendemos que desde la derecha se busque el conservadurismo: es más fácil ser conservador si tienes algo que conservar. Desde la izquierda se pide el cambio, hacer las cosas de otra manera, con la esperanza de que, algún día, todas las personas tengamos algo que conservar.

Tomemos como ejemplo a Yunus, ese flamante Nobel de la Paz, que, contradiciendo toda lógica capitalista, ha podido demostrar a banqueros «conservadores» (suele haber pocas mujeres banqueras) cómo las cosas pueden hacerse de otra manera. La mayoría de sus microcréditos se han concedido a mujeres en sociedades donde eran ciudadanas de segunda o tercera categoría. Ellas, no sólo han sabido encontrar su sustento sino que han asumido la responsabilidad de cubrir las necesidades de todas las personas que conviven en su núcleo familiar, incluidos los varones. Además, la institución crediticia no ha tenido pérdidas porque el número de devoluciones de estos créditos es mayor que la de los bancos «conservadores».

Desde otro ámbito, Marta Harnecker sigue explicando por qué el marxismo es tan actual como hace cien años. El problema, a pesar de lo que digan los medios de comunicación, no es el velo religioso (siempre las mujeres en el punto de mira), o el terrorismo sino… la pobreza. La realidad abruma con sus fríos datos: los pobres son cada vez más pobres y los ricos cada vez son menos, pero con mayor poder. Y ya decía Camus que cualquier tipo de poder es un abuso. Además, toda concentración de riqueza suele ir acompañada de un debilitamiento de la democracia porque ésta se vuelve, inevitablemente, clientelar.

Carlos Taibo, certero como pocos, aclara que no se fue altercolonialistas, ni alterimperialistas, ¿por qué hay que ser alterglobalización? Se es anticapitalista y antiglobalización porque el uso de las palabras tiene que ver con el poder. Lewis Carroll a través del inefable Humpty Dumpty lo contó y pensamos que sólo era un cuento. Para seguir pensando en libertad todas las palabras tienen que ser rescatadas.

Clara Campoamor, Dolores Ibárruri o Susan Sontag, dedicaron su vida a causas que se consideraban perdidas y que hoy, gracias a su sacrificio, hacen que el mundo sea un poco «más amable, más humano, menos malo». Siguen trabajando por ese «otro mundo» Susan George, José Saramago, Julio Anguita o Celia Amorós… personas «incómodas» que quieren que caminemos por donde no hay caminos y que, además, quepa toda la gente. Creemos, y esa es nuestra cosmovisión profana, que otro mundo es posible; otras formas de desarrollo que sean más justas con los pueblos y más respetuosas con los bienes colectivos, desde el patrimonio cultural hasta el medio ambiente. Pero estas aspiraciones necesitan de gente incómoda, con ideas incómodas, que abra caminos incómodos, que nos lleven hacia el reparto de la riqueza y de la pobreza y… eso… ¡sí es políticamente incorrecto!