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La negación progresista

Fuentes: Rebelión

Mis agradecimientos a:Milagros Borges Silva por sus aportes en teoría psicoanalítica Los datos de la crisis ecosistémica global y local abundan. No son producidos en el marco de paradigmas conservacionistas ni anarco-ecologistas; lejos de ello, son el resultado de la acumulación institucional capitalista y estatal -muchas veces en el marco de conflictos contra su propia […]

Mis agradecimientos a:
Milagros Borges Silva por sus aportes en teoría psicoanalítica

Los datos de la crisis ecosistémica global y local abundan. No son producidos en el marco de paradigmas conservacionistas ni anarco-ecologistas; lejos de ello, son el resultado de la acumulación institucional capitalista y estatal -muchas veces en el marco de conflictos contra su propia acción, muchas veces atenuando y ocultando los datos más alarmantes-. Más allá y más acá de la mathesis de la ciencia moderna, lo «real-concreto» irrumpe en forma de cataclismos climáticos y sus consecuencias para la vida humana. Podría pensarse que en un contexto así, la asunción de la responsabilidad humana sería inevitable y así también la deslegitimación del desarrollismo como doctrina política ecoicida. Sin embargo, la realidad en el Uruguay es de una fuga a ciegas hacia adelante, negación de lo real y peligrosa confianza en abstracciones modernas convenientemente difundidas desde el poder: el progreso humano benéfico, unidireccional e irreversible, la ciencia como institucionalidad benigna y neutral y el liderazgo político no clasista, que gobierna «Para todos», como dice el lema demagógico del gobierno de izquierda neoliberal o corporativista.


1. Ambiente y angustia

En una mirada global acerca de los discursos más amplios que dan sentido a nuestro pensamiento, es el monoteísmo judeo-cristiano el que produce un hombre-contra-la-naturaleza. La naturaleza es castigo (escasez, imprevisibilidad, dureza de condiciones) por el pecado original (el lenguaje y el conocimiento no piadoso, en una interpretación antropológica posible), y «enfrentarla», «conquistarla», «doblegarla», han sido las consignas de nuestra civilización y la marca de orgullo de los imperios exitosos de los últimos dos mil años. Ese gran marco de sentido permea hasta los discursos ateos más radicales. Así, Marx proponía un concepto de «libertad» que, lejos de la noción liberal de ausencia de opresión estatal contra los individuos, se definía por superación del «estado de necesidad», que consistía precisamente, en la dependencia del hombre ante las fuerzas de la sociedad y la naturaleza. El hombre libre de la ideología revolucionaria más activa en el siglo XX era un eficaz ingeniero colectivo de la sociedad y la naturaleza, y su ingeniería consistía en adaptar ese entorno a las necesidades humanas. Ese hombre-contra-la-naturaleza sobrevive al Imperio Romano, a la Edad Media e incluso a la Modernidad, pues la deslegitimación de su omnipotencia científica por la crítica deconstructiva de la pretensión de verdad en los discursos científicos, en términos de parámetros que guían la acción de los actores sociales no va más allá del campo intelectual. Y volviendo al comienzo, es sintomático que las búsquedas de alternativas sociales al capitalismo -tanto en clave individualista como colectivista- se asocian actualmente a la reivindicación de cosmovisiones pre-cristianas, «indígenas», en que las personas y la sociedad son situadas en una relación de adecuación y respeto por los ritmos y ciclos naturales, sin pretender la superioridad en relación con las otras especies.

Pero cualquiera sea la visión que consciente e inconscientemente tengamos de la naturaleza y nuestra pertenencia o relación con ella, la alteración radical de los ciclos naturales es uno de los motivos básicos de la angustia. Todo nuestro proyecto vital, a nivel individual, de pequeños grupos y grandes colectivos, se desmoronaría o por lo menos se pondría en entredicho ante los cataclismos: grandes inundaciones, sequías, variaciones climáticas sensibles, tsunamis, variaciones del nivel del mar, contaminación aguda del agua, del aire y del suelo. Las narraciones vitales y sus símbolos de status se volverían superfluos y denotarían su carácter de artefacto prescindible en esas ocasiones. Y a nivel individual se desataría la angustia. La misma tiene, a nivel social, una zona de amortiguación que es la urbanización: la cultura urbana es en sí una cultura separada simbólicamente de la naturaleza, que atenúa y distancia el contacto directo con la alteración de los ciclos naturales tal como las vive la población rural. Sin embargo, indirectamente, esas variaciones llegan como señales en términos de precios y escasez de alimentos, o de deterioro de las condiciones laborales y oferta de trabajo, en expansión de enfermedades, por poner algunos ejemplos. Decimos «angustia» en este sentido: como reacción-perturbación ante un objeto real (como «Realangst» en Freud y como «miedo» para la mayoría de los psicoanalistas); en términos sociológicos, el sistema-naturaleza al variar significativamente provoca reajustes en los sistemas sociales, culturales y los sistemas-persona, y el período de ajuste requiere un enorme gasto de energía psíquica pues implica la reconfiguración de nuestra percepción del mundo, para poder adaptarnos a él y poder predecir su comportamiento. Esa percepción está articulada en torno a discursos que son productos culturales (e «institucionales» en sentido amplio). La respuesta más sana del sistema cultural debiera ser una reconfiguración «en clave ecologista» de sus pautas simbólicas, pues las actuales ya no estarían dando cuenta del entorno natural del sistema social y no favorecerían una respuesta adaptativa de largo plazo. Sin embargo, ya veremos, el capitalismo y más en general las sociedades desarrollistas herederas del modernismo y del maquinismo cristiano viven de la separación y negación parcial de ese entorno natural. Lejos de un cambio de valores y pautas, la crisis ambiental está dando lugar a la reafirmación de proyectos productivos depredadores y obsoletos, decorados con una «retórica verde» relegitimadora que hace caer el peso de la responsabilidad solamente en el consumidor y no en el estado y el aparato productivo.

Digámoslo ya: presenciamos una producción política de negación. Una producción política de discursos que favorecen, a nivel individual, la negación de lo real, como forma que los ciudadanos sigan «funcionando» para la maquinaria productiva y política, sin cuestionarse su lógica, su perversión y su futuro.

2. Anécdotas presidenciales
Anécdota presidencial I: Por los siglos de los siglos y amén

El 10 de septiembre de 2009, en Buenos Aires, durante una conferencia de prensa, un periodista cuestiona severamente a Mujica por su propuesta de generar un emprendimiento turístico en la frontera Argentina/Uruguay como forma de promover la economía de la zona y provocar la aceptación, por parte de los militantes ambientalistas argentinos que en aquel momento combatían mediante cortes de ruta la instalación y el funcionamiento, en la costa uruguaya, de la fábrica de celulosa más grande del mundo, de capital finlandés, en «zona franca» liberada de la gran mayoría de impuestos por parte del gobierno uruguayo, y en el marco de un tratado de protección de inversiones que establece extraordinarias garantías a las ganancias de la empresa:

SERGIO GIACHINO (IPODAGUA): Si bien es cierto que quizás a Gualeguaychú y a Fray Bentos les sirve un emprendimiento turístico para reactivar la economía, su propuesta implica poner en riesgo la salud y el medio ambiente de más de dos millones y medio de personas. Le quería preguntar si para usted eso se justifica. Y una segunda pregunta, si piensa que la voluntad del pueblo de Gualeguaychú se puede sobornar.

MUJICA: Yo no pienso que se puede sobornar. Trato de que los problemas se transformen en salida. De la misma manera usted me tiene que explicar las centrales atómicas cuánta gente ponen en peligro, en todo caso. Porque si empezamos a darnos manija [esto es: cuestionarnos de modo excesivo, alentando nuestros miedos] no podemos ni vivir, no tener más caños de escape, no usar más papel ni más nada, y entonces va a ser brava [es decir: difícil] la cosa. No creo que el planteo tenga ese grado de extremidad, de condicionar la vida de dos millones de personas. Porque si fuera así, la verdadera discusión /sería/ no usamos más papel, porque sería una inmoralidad que compráramos papel aunque lo haga cualquiera en la estratósfera porque estaríamos agrediendo en algún lado. Y pienso que no es así. No debemos tomar las cosas con ese grado de absolutismo.

SERGIO GIACHINO (IPODAGUA) [A viva voz, sin autorización para hablar]: ¡No es absolutismo! ¡Es una realidad! No es absolutismo, disculpe, es una realidad lo que está pasando.

MUJICA: Para mí no es ninguna realidad demostrada, pero respeto muchísimo a la gente que piensa distinto.

Más adelante, en la misma conferencia:

OTRA PERIODISTA: (…) la propuesta /de desarrollo turístico/ cayó mal en la Asamblea de Gualeguaychú. ¿Cómo cree usted que se puede llegar a un acuerdo con la Asamblea de Gualeguaychú [organización que llevaba adelante las protestas contra la fábrica mencionada] de términos o de condiciones?

MUJICA: Yo no planteé ninguna propuesta. Tal vez un tema de hipótesis. Nunca se puede hacer nada contra la voluntad de la gente. Además no sabía que tú eras compañera de la gente de Gualeguaychú. Te tenía por una periodista de Montevideo. Lo más importante es encontrar una solución. De repente hay otras soluciones. Pero si no se quiere ninguna solución, el tiempo dará su respuesta. En la Mesopotamia va a haber monte [plantaciones de eucaliptus y pinos] para cortar y como Brasil hizo cinco o seis fábricas de esas [de celulosa] algún día se van a tener que hacer y dentro de 50 años, dentro de 80 años, dentro de 100 años, bueno, tendremos respuesta. Y todos aguantaremos por los siglos de los siglos, amén.

El periodista militante

El periodista pregunta aseverando, y ese es un vicio común en el periodismo mundial. Por su puesto que la pura pregunta implica una selección y un enfoque, es decir, un punto de vista, y no estamos aquí defendiendo el objetivismo norteamericano en el periodismo y su utopía de neutralidad (imposible), pero sí decimos que el periodista en realidad aprovecha la oportunidad para enunciar una definición de lo real; hábilmente, como actor político en un conflicto ambiental, utiliza el lugar y la exposición pública regional para definir a la empresa BOTNIA (celulosa) como contaminante, y al ofrecimiento turístico de Mujica como un soborno para desmovilizar a los ambientalistas argentinos y uruguayos contrarios a esa mega-industria.

La respuesta de Mujica es una rápida y hábil secuencia de argumentos manejados por el aparato propagandístico estatal uruguayo contra el movimiento ambientalista.

Habrá Patria para todos y con todos

En primer lugar un insight oriental (del oriente asiático): se trata de convertir un problema en una solución. Y esa solución conviene a todos los actores del conflicto, está implícito. Esto resume el sujeto y el destinatario del programa narrativo de la campaña frenteamplista: una propuesta en la cual ganan todas las clases sociales y todos los actores sociales; una propuesta sin contradicciones, catch all. En materia ambiental, esto se representa por la construcción de una imagen pública del estado uruguayo como protector, al mismo tiempo, de la inversión industrial y del medio ambiente. En este sentido ha sido muy efectiva la imagen del presidente del momento, Tabaré Vázquez, un médico oncólogo que, al mismo tiempo que -basándose en un informe de una empresa de marketing noruego dependiente de las empresas de celulosa- defendía científicamente la benignidad de la mega-empresa de celulosa BOTNIA, condenaba el consumo de tabaco en lugares públicos para defender la salud de la población.

La absurda sensatez gubernamental

Luego intenta acorralar lógicamente a su adversario, extremando el razonamiento al ampliar el cuestionamiento de la peligrosidad contaminante a otras industrias, de tal modo que, advierte, se llegaría a cuestionar casi completamente nuestro modo de vida, sostenido en el uso de materiales cuya producción es altamente contaminante. En realidad ese razonamiento extremo es correcto, pero ocurre que contrasta con el sentido común y con la visión markética promovida desde los medios de comunicación, que pretende que puede cuidarse el medio ambiente manteniendo nuestros niveles y nuestra calidad de consumo (que incluye cientos de sustancias cuyos procesos de producción, consumo y desecho no son sostenibles ambientalmente). Mujica intenta demostrar el carácter absurdo de las consecuencias lógicas de la proposición del periodista. Para los oídos de sus acólitos seguramente lo logra, quizás porque, nuestra cultura consumista ha intercambiado los lugares entre lo sensato y lo absurdo.

La moral de los vecinos envidiosos

En el mismo enunciado alude a las «centrales nucleares». Recurre aquí al conocimiento extendido acerca de la peligrosidad de la producción de energía eléctrica en plantas de fisión nuclear, que ha conocido un largo historial de accidentes con gravísimas consecuencias para varias generaciones de poblaciones humanas. Pero lo hace en realidad porque Argentina y no Uruguay tiene plantas industriales de ese tipo. Este ha sido uno de los ejes del discurso pretendidamente soberanista de la defensa uruguaya de la mega-planta de celulosa en Fray Bentos: Gualeguaychú tiene industrias contaminantes, toda Argentina lo tiene, por lo tanto, los argentinos no tienen autoridad moral como sociedad para cuestionar los emprendimientos uruguayos potencialmente contaminantes. Habría que preguntarse si no se trata de una falsa lógica y una falsa moral, porque la conducta irresponsable o por lo menos de alto riesgo por parte de otros estados y sociedades para nada justifica algo similar en la nuestra. Por otra parte el gobierno del partido de Mujica ha comenzado no muy soterradamente el largo proceso para la instalación de una central nuclear en Uruguay…

El manejo de la culpa

En ese juego argumentativo consistente en desarrollar las consecuencias lógicas de la aseveración del periodista sobre el alto potencial contaminante de la producción de celulosa a gran escala, Mujica desplaza la responsabilidad de la contaminación hacia los consumidores. Si el periodista tuviese razón, dice, los consumidores de papel (o sea, todos nosotros) seríamos inmorales. Puede parecer un detalle pero no lo es. La siembra del miedo contra las tendencias ambientalistas y su supuesto atentado contra nuestra vida civilizada y sus comodidades se complementa con un desplazamiento de la culpa que libera de responsabilidad a los dos principales actores en materia de contaminación: el estado y las grandes empresas. El estado legitima, protege y promueve la producción contaminante porque engrosa sus arcas fiscales, además de las arcas de los partidos políticos gobernantes y de oposición, merced a los generosos aportes de las empresas a la financiación de los mismos. Al mismo tiempo las empresas promueven desde la función publicitaria una imagen de responsabilidad ambiental que si fuese real implicaría que viviésemos en un entorno natural envidiablemente sano, a la vez que invierten sobre la base del valor del lucro y sólo conocen, en la mayoría de los casos, el freno externo del estado cuando la agitación ambientalista hace que un proceso industrial contaminante sea políticamente intolerable. Entonces no es casualidad que todas las campañas estatales y empresariales, así como casi todas las intervenciones educativas desde el sistema de educación público y desde las organizaciones no gubernamentales, que pretenden ser favorables al cuidado del medio ambiente, apunten a la responsabilidad del consumidor en la elección de mercancías cuya producción y desecho sean ecológicamente sustentables. Desde el punto de vista del manejo de la culpa, en la medida que los aparatos ideológicos del estado, y la producción simbólica publicitaria incitan desde la manipulación psicológica científicamente planificada al consumo desenfrenado, el consumidor se ve en una paradoja moral paralizante: sabe que daña el medio ambiente con su conducta pero no puede ni quiere evitarlo porque su conducta se funda en un deseo intenso de realización personal via consumo de mercancías; de ahí que se sienta hipócrita o contradictorio cuando tenga un atisbo de crítica contra alguna empresa contaminante o algún gobierno encubridor, porque siente que en última instancia, la culpa es principalmente suya por lo que «opta» consumir.

La realidad no existe

«Absolutismo», en lugar de extremismo, es el término que quizás impropiamente utiliza Mujica (no por su incorrección semántica superficial, sino por sus connotaciones muy definidas en el análisis historiológico y politológico) para denostar in totum el razonamiento del periodista ambientalista. El periodista contesta que «es una realidad», y Mujica replica «una realidad no demostrada», es decir, una no-realidad, una ficción. Lo real, en la civilización de la razón científica es solamente lo demostrable científicamente, y esa es una poderosa carta argumental. Sin embargo, lo que obvian ambos debatientes es que la realidad no existe como algo en sí, sino como una construcción simbólica, o mejor dicho, discursiva, cuya elaboración lógica, es decir, cuyas relaciones conceptuales son el producto de relaciones de fuerza, es decir, relaciones de poder. Los conflictos ambientales están en el intersticio de esos conflictos, y es posible citar fuentes populares contradictorias (testimonios) así como fuentes científicas (informes) contradictorias, porque si bien ninguna de las dos fuentes es enteramente manipulable en un sentido u otro de los bandos en pugna, el status y principalmente la financiación juega un rol determinante en la construcción de datos, conceptos y en su relacionamiento. En casos como el de BOTNIA se vuelve evidente que científicos consultores de las empresas y del estado uruguayo tienden a avalar sus procedimientos productivos a partir de la selección parcial de definiciones y métodos de medición de contaminación, sin salirse necesariamente de protocolos científicamente consensuados. Del mismo modo, las universidades públicas y las organizaciones ambientalistas tienden a generar grupos científicos que trabajan en el sentido contrario. Los ciudadanos, enfrentados al dilema de «las dos bibliotecas», en su gran mayoría parcializados por la abrumadora propaganda gubernamental y empresarial a favor de las empresas, tienden a asumir su discurso, pues comparar y ponderar las diferentes verdades en pugna se vuelve una tarea de difícil acceso para la mayoría, y mucho más cuando juegan procesos de identificación fuertemente signados por aspectos emocionales y de fidelidad nacional en favor del gobierno. El prestigio del poder político del gobierno tiende a ganar estas batallas simbólicas en la mayoría de los casos. El corolario es que «lo real» es una construcción del poder, y que el contrapoder de los movimientos sociales ambientalistas tiene que hacer un esfuerzo extraordinario no sólo en el plano científico sino en el plano organizativo, propagandístico y político para intentar disputarle a las empresas y a los gobiernos la construcción del sentido común acerca de lo que es real y lo que es falso.

La amenaza nacionalista

Luego ocurre una disrupción en la actuación pública del entonces candidato Mujica, que fuera del contexto xenofóbico anti-argentino promovido por la propaganda política en favor de la empresa BOTNIA, hubiera sido quizás aprovechado por la oposición para denunciar la actitud incorrecta del político mencionado: le dice sin tapujos a una periodista uruguaya, modificando el tono de voz de un modo intimista, «(…) no sabía que tú eras compañera de la gente de Gualeguaychú. Te tenía por una periodista de Montevideo.» La prensa en el Uruguay, salvo esporádicas excepciones, carece de independencia financiera ante el estado, con lo cual tiende a alinearse con el gobierno de turno. Pero además, las empresas dueñas de los diarios, radios y canales de televisión, en su absoluta mayoría, y principalmente en los medios de mayor «tiraje», está claramente imbricada con el poder político. El señalamiento de Mujica es por lo menos injusto contra una trabajadora de la prensa, haciéndole temer por su futuro profesional. La lógica autoritaria del discurso nacionalista frenteamplista al que se sumó alegremente la tradicional derecha uruguaya, trazó un ustedes/nosotros de tiempos de guerra, en relación con Argentina. Jamás se mencionó en los medios de prensa y en los canales de televisión y radio uruguayos que la Asamblea Ambientalista de Gualeguaychú siempre contó con participación de grupos políticos y sociales uruguayos, y que de hecho el origen de esa asamblea está determinado por la participación promotora de militantes frenteamplistas de Fray Bentos en la época en que el proyecto se atribuía al presidente de la derecha liberal Jorge Batlle; luego la mayoría de aquellos cambió de posición cuando se les ordenó tal cosa. Pero nótese que además la periodista no asumió la postura contraria a BOTNIA, sino que apenas problematizó la dificultad técnico-política de llegar a un acuerdo con la Asamblea Ambientalista luego que la propuesta de desarrollo turístico a cambio de la aceptación de BOTNIA «cayera mal» entre los ambientalistas y fuera codificada como un soborno. Esto pequeño, mínimo y sutil cuestionamiento de la habilidad política de quien luego sería elegido presidente del Uruguay bastó, al tratarse de una periodista uruguaya, para que el entonces candidato la colocara en el campo contrario a los intereses nacionales de nuestro país.

Denegación

Mujica habitualmente utiliza dos estrategias discursivas muy eficaces en sus debates: por un lado atenúa el sentido de los verbos utilizando adverbios de duda: «quizás», «tal vez»; al mismo tiempo despersonaliza las oraciones, con frases del tipo «puede pensarse» o «podría creerse». Y cuando aún así se le atribuye una afirmación inconveniente, recurre a la negación de lo dicho -más allá de su carácter público y documentado-. En esta alteración del yo que enuncia, Mujica asume un lugar que trasciende las disputas políticas: el no está en ningún lugar de los conflictos y a la vez está en todos, pues es un conciliador de partes, un unificador de la nación y aún de las naciones, un testigo y mediador. «Para todos», una vez más. Es así que luego del fracaso de la propuesta de trabajo a cambio de aceptar la potencial contaminación de BOTNIA, Mujica niega lo que dijo en cuanto a su condición de «propuesta» y lo resignifica como «hipótesis». Es decir que se trató de un razonamiento libre, un juego lógico para, una vez más, convertir un problema en una solución. Algo similar ocurrió cuando se publicitó su libro «Pepe coloquios», pletórico de autocríticas y sobre todo duras críticas a sus compañeros de partido político: relativizó lo dicho parcializando su sentido en el contexto de la intimidad de su casa -recurriendo a la separación privado/público y el carácter no político del primer término-, lo atribuyó a una traición del periodista que grabó sus dichos con su consentimiento y finalmente renegó del sentido literal de lo dicho, en lo que fue el episodio más criticado de su campaña por el acceso al poder gubernamental.

El tiempo dirá

Llegamos finalmente al punto más importante para un análisis político del discurso progresista sobre el medio ambiente. Dice Mujica: si no se quiere encontrar una solución, el tiempo dirá. Hasta aquí una frase lógicamente incuestionable, porque el tiempo en su devenir necesariamente implica el desenvolvimiento de los procesos del presente y modificaciones consiguientes de estados presentes. Hay una evocación a la matriz historicista marxista, que en un razonamiento funcionalista pone énfasis en el desenvolvimiento de las fuerzas de producción como motor de los cambios históricos. Para el caso concreto: los extensos monocultivos de eucaliptus de la mesopotamia argentina a los que alude el ex-candidato y actual presidente uruguayo, ya están plantados, habrá que cortarlos y procesarlos, lo que «necesariamente» (en su razonamiento, porque la realidad admitiría otros usos para esa enorme cantidad de madera) aparejará la construcción de plantas de celulosa. Es decir que el conflicto ambientalista caería, si no por un acuerdo o una asunción de derrota que desmovilice a los militantes de Gualeguaychú, por el peso de los procesos productivos y su poder configurador de lo político y lo territorial. Pero esta afirmación, en el último tramo porta una connotación esencial para entender el discurso (anti)ambientalista del progresismo uruguayo y latinoamericano: «Y así aguantaremos por los siglos de los siglos y amén.» A pesar de todas las evidencias que la construcción científica aporta en torno de la responsabilidad humana en relación con los cambios climáticos y la contaminación del aire, el agua y el suelo por un lado, y acerca del riesgo que corre la especie humana en su capacidad para sobrevivir a estas alteraciones ambientales, el progresismo latinoamericano exhibe la creencia irracional en la eterna continuidad de la humanidad, haga lo que haga con el entorno natural del cual depende para vivir. Esta separación entre lo humano y lo natural, que antes señalamos está imbricada en nuestra cosmovisión judeo-cristiana y monoteísta, se reedita de modo moderno en un entusiasmo y una fe por la ciencia como institución mágica, capaz de salvarnos, precisamente. Estos elementos de negación de lo real, que se producen políticamente y se difunden masivamente, cuyas implicaciones políticas conservadoras y desmovilizadoras se refuerzan en las declaraciones de Mujica que analizaremos más adelante, son el signo distintivo del discurso (anti)ambientalista del progresismo.

Anécdota presidencial II No podemos hacer nada

El día de las elecciones nacionales, cuando todas las encuestas daban como ganador a José Mujica, las inundaciones causadas por la lluvia habían aislado a algunos pueblos del Uruguay, impidiendo o dificultando el traslado de urnas electorales. Sentado en el lugar de acompañante de un auto, el político contesta preguntas de un periodista de televisión (Canal 12) y hace tres afirmaciones: 1. Las inundaciones obedecen a que «el hombre ha vapuleado a la naturaleza y ahora paga las consecuencias». 2. Uruguay es un país pequeño que no incide en el problema ni en las soluciones, y no puede hacer nada al respecto. 3. La contaminación no se ha encarado como problema porque aún no tiene solución, y «la humanidad no se plantea problemas para los cuales no tiene solución.»

La culpa de todos

Entonces, en primer lugar, reconoce el factor humano como causante del cambio climático. ¿Algo obvio? No. Algunos altos jerarcas gubernamentales se han sumado al discurso neconservador norteamericano, cuyos científicos se desviven generando datos para probar que el cambio climático proviene de alteraciones en el Sol, tal como el que ocurrió en la Edad Media. Como hemos discutido en una nota anterior (2) si bien los datos de correlación entre emisiones de gases como el CO2 y el aumento de la temperatura promedio en el globo son innegables, y aún si la hipótesis del calentamiento por causas naturales (solares) fuera cierto o parcialmente cierto, ello no habilita a inferir la no incidencia de la contaminación atmosférica por parte de la civilización industrializada ni a asumir que gobiernos, empresas y consumidores carecen de responsabilidad. Una acotación necesaria además es que hablar de «la humanidad» implica equiparar responsabilidades. Si bien los consumidores la tenemos, y mucha, no parece justo equipararla a la responsabilidad de estados obscecuentes con el poderío económico de la industria trasnacional y a la propia industria que, con su despliegue publicitario y markético precisamente configura íntimamente el deseo de los consumidores impulsándolos al desenfreno consumista ecoicida. Ni que hablar que esa generalización de la responsabilidad en «la humanidad» borra las responsabilidades diferentes por niveles de consumo de las diversas clases sociales.

Pobrecito Uruguay

Pero hete aquí que Mujica, fiel a un aspecto nada envidiable de la construcción identitaria uruguaya hegemónica, pone en juego la variable «Uruguay país pequeño», que otorga por un lado un status de no-adulto, si cabe la metáfora, (y por lo tanto inimputable por sus agresiones al medio ambiente debido al bajo impacto en términos globales que se supone puede tener, aunque esto también es discutible) y por otro lo reubica en el status de país en desventaja, que debe hacer lo posible por desarrollarse, sin otros miramientos que el crecimiento económico. La ideología desarrollista de la izquierda también es heredera de ese discurso de la identidad nacional y una refuerza al otro y vicerversa. Podría planteársele algunas objeciones: Uruguay no es un país desarrollado pero no sólo por la opresión económica imperialista (que echa abajo el precio de nuestras materias primas, impone condiciones macroeconómicas retractivas, etc.) sino por ser gobernado desde siempre y hasta hoy por unos grupos de interés de clases sociales cuya ganancia está asociada a la profundización del subdesarrollo, lo que explica las políticas económicamente retrógradas y ortodoxas del gobierno del Frente Amplio, que representa a esas mismas clases sociales, al igual que los partidos de derecha, pero con mayor eficiencia técnica, desmovilización social y encubrimiento ideológico. Ser un país pequeño no quiere decir nada, o quiere decir poco, según el rumbo que se plantee política y económicamente. Y tercero, sí se puede incidir a nivel mundial si se genera un modelo alternativo ecológicamente sustentable, capaz de ser ejemplo virtuoso y motor de asociaciones beneficiosas para la humanidad con otras economías e instituciones del mundo que caminen en el mismo sentido. Pero si nos planteamos un país «agrointeligente» proveedor de tierras para la agricultura extensiva industrializada, contaminante y transgénica, proveedor de servicios de infraestructura y paraíso de la especulación financiera… sí, tiene razón el presidente y no podemos hacer nada, pero porque nada queremos.

San Marx

Finalmente Mujica recurre a una cita a Marx, afirmando que la humanidad no se plantea problemas que no puede solucionar. Esto lleva a varios problemas de orden metafísico, sobre todo si podemos pensar una Humanidad como personalidad, más allá de la noción de especie y la descripción de sus comportamientos desde la etología, por no extendernos respecto a que sectores concretos, humanos, reales de esa humanidad sí están planteando con vehemencia el problema y algunas soluciones más o menos viables. Esperar que la humanidad como super-sujeto se plantee el problema y plantee soluciones de modo automático quién sabe en qué futuro, no parece la mejor opción. Esto es muy interesante, y lo digo sin ironía, porque, tal como señalaba Gramsci en su crítica del mecanicismo marxista, descansar en las «fuerzas de la historia» y esperar que ellas «irreversiblemente por las leyes de la dialéctica» lleven al paraíso, no se condice con la historia de cambios que si bien se ambientan en condiciones materiales favorables son empujados por las clases sociales organizadas en grupos y partidos. Así como las grandes religiones racionalizadas, a través del misterio de la comunión (de raigambre hechiceril vía rituales mágicos e ingesta de substancias psicoactivas, pero que en aquellas religiones asume una forma simbólica racionalizada como la ingesta de la hostia, por ejemplo) postergan eternamente la unidad disolutiva en lo divino, el despojarse de lo material y brindarse a los otros fraternalmente, y se permiten en el camino el uso de «medios humanos» para facilitar su obra (incluyendo violencias y acumulaciones obscenas de riqueza, etc.), los ex-guerrilleros ex-revolucionarios no reniegan de la utopía socialista, pero afirman que no será ahora, que no se puede tocar el cielo con las manos, que «no lo veremos nosotros, quizás nuestros nietos». Esta estrategia discursiva que permite al mismo tiempo mantener el capital simbólico izquierdista, la verosimilitud del discurso ante los movimientos sociales, y gobernar para los sectores empresariales más vinculados a la acumulación neoliberal, también se traslada al problema ecológico. En términos del cuidado del medio ambiente, se proclama su importancia, se crean leyes que supuestamente velan por él, pero en realidad permiten claramente su devastación (véase que en la ley uruguaya de medio ambiente los informes de impacto ambiental de las nuevas industrias corren por cuenta de la empresa…) e instituciones para velar por el cumplimiento de esas leyes pero meramente testimoniales, sin suficiente personal técnico capacitado, sin recursos materiales, y con políticas institucionales que no favorecen un desarrollo de la acción estatal pro-ecológica. El lema parece ser: ahora crecer económicamente, luego, si surgen problemas ambientales veremos como contenerlos. Una fórmula para el desastre y el daño irreversible a nuestro entorno vital.

Anécdota presidencial III Los pescaditos en el Támesis

«Demasiados desaguisados ha hecho el hombre. Pero hace 50 años no había pescaditos en el Támesis. Hoy hay pescaditos en el Támesis, donde surgió el capitalismo industrial. No se pueden comer, por ahora, pero vamos andando.» (3) Textualmente fueron las palabras del presidente Mujica en la cumbre del MERCOSUR el 3 de agosto de 2010 en Tucumán. Aludía a la solución que los gobiernos de Argentina y Uruguay encontraron para la disputa por la productora de celulosa UPM (ex BOTNIA), instalada del lado uruguayo del Río Uruguay, pero con un potencial contaminante enorme para la población argentina de Entre Ríos, parte de la cual sostuvo durante años un bloqueo del puente internacional San Martín como medida de presión: control compartido en manos de científicos de ambos países, para todas las industrias instaladas a ambos lados del río limítrofe. Decía el presidente Mujica, que ese sistema de control binacional generaba un antecedente muy beneficioso para toda América. Y quizás tenga razón.

Pero vayamos a la frase entre comillas. Allí, como señalamos antes al referirnos a sus declaraciones el día de las elecciones en Uruguay, el «nosotros», el sujeto de la enunciación es «la humanidad». Nótese que el río Támesis está situado en Inglaterra, un país con una realidad muy distinta a la de nuestro territorio. Y no sólo se trata de diferencias de cultura o de tipo de producción, sino que cualitativamente, podríamos decir que mientras las formaciones sociales de Europa occidental se caracterizan por el desarrollo de su capacidad de auto-regulación, es decir de operación sobre sí, las nuestras son mucho más hetero-reguladas, por ejemplo por la incidencia de las empresas trasnacionales. Pero más allá de este tema, que nos haría ingresar en la discusión acerca de la vigencia de los estados y los sistemas políticos de partidos como operadores sociales y su problemática relación con las corporaciones en la época de la globalización de los procesos productivos y del flujo volátil de capitales financieros, quedémonos con esa imagen de Europa que el propio presidente se encarga de pregonar -desde su discurso inaugural, incluso- como modelo. El presidente se identifica con esa imagen y piensa un «nosotros» en el cual los logros de esas sociedades también son «nuestros». «Vamos andando», termina diciendo. Y mucho más de lo que dice es lo que da por entendido, y que constituye el eje de la política ambiental de los gobiernos de izquierda en el Uruguay: producir primero, pensar en el ambiente después. Si bien los gobiernos toman algunas mínimas medidas de protección ambiental, tienden a asumir algo insólito: la buena fe de las empresas. Un buen ejemplo fueron las intervenciones de prensa del gobierno de Vázquez en las ocasiones en que BOTNIA lanzó emanaciones tóxicas sobre la población de Fray Bentos y Gualeguaychú, que resultaron mucho más benignas que las propias declaraciones de la empresa… Los problemas se atenúan, se disimulan, en aras de promover una imagen de seguridad pública medioambiental. El norte está en la producción y, parafraseando los discursos de guerra de ese primer mundo que nuestra izquierda anhela imitar, el medio ambiente en todo caso es un daño colateral, lamentable pero necesario. Sin embargo, tanto cuando se trata de hipocresía y encubrimiento de problemas ambientales, como cuando se trata de verdadera fe en la ciencia y en la capacidad de «la humanidad», ese sujeto difuso que disuelve diferencias de países y clases sociales, nada en toda la evidencia científica en torno a problemas ecológicos parece indicar que puede restituírse siquiera mínimamente la diversidad ecológica de un ecosistema devastado por la industria. Y de la biodiversidad depende nuestra existencia.

3. Negación

El uso del término «negación» no requeriría mayores aclaraciones si lo utilizáramos solamente en su acepción cotidiana. Consiste en decir que algo no es verdad, o no existe -más allá de lo que se crea al respecto-. Pero -algo que creemos útil para comprender nuestra realidad sociopolítica- si ponemos en juego parcialmente al discurso psicoanalítico, la noción de «negación» asume por lo menos dos variantes: la «negación» propiamente dicha, y la «denegación». Ambas implican el flujo de fuerzas inconscientes que determinan las concepciones y acciones de las personas más allá de las evidencias y autoevidencias y de su control racional. Y esto nos interesa porque nuestra hipótesis es que en materia medioambiental, los gobiernos actuales (no sólo del Uruguay) signados por un desarrollismo extractivista «fuera de época», han creado dispositivos discursivos para la producción masiva de negación en las comunidades en su poder, como forma de controlarlas políticamente.

Negación

Hay dos sentidos posibles para la palabra «negación»: «negación» propiamente dicha y «denegación» o «renegación». En el primer caso, se trata de una no aceptación de lo real-percibido. A esto se agrega que no hay tal cosa como una captación no mediada de la realidad: los estímulos sensoriales son interpretados por una mente que los organiza y les da sentido a partir de ideas que son lógicamente previas a esos estímulos. De ahí que la negación aparece cuando la lógica de la persona no está en condiciones (condicionado por la propia estructuración lógica de su pensamiento y/o por elementos emocionales) de integrar esos datos sensoriales. La realidad puede romper los ojos y sin embargo no ser percibida por nosotros. En el segundo caso, la negación como «denegación», se trata de una situación en la cual desde el punto de vista cognitivo la persona sí está preparada para interpretar lo que percibe, logra hacerlo, incluso enunciarlo en términos lingüísticos, pero luego vuelve a auto-ocultarlo, porque su configuración emocional no está en condiciones de asumir lo real. La negación como denegación permite entonces aliviar la presión de la represión inconsciente y al mismo tiempo evitar la relativa a la responsabilidad que implicaría reconocer lo existente. Un corolario de esta noción es que cuanto más dispersos espacial y temporalmente y más complejamente mediados por discursos teóricos aparezcan los estímulos sensoriales, más fácil será que se produzca la negación, permitiendo a la persona poner en juego interpretaciones alternativas que hagan ver lo que ve como una apariencia no real o directamente ignorarlo.

Producción política de la negación

Luego de décadas de acumulación de datos acerca de la contaminación del aire, el suelo y el agua de la Tierra, que generara un consenso acerca de los males del crecimiento económico descontrolado tanto en los países capitalistas como en los del socialismo real, acerca de las consecuencias tanto para la salud humana como para otras especies animales y vegetales (incluyendo la contabilidad de las extinguidas y el ritmo de extención y su proyección a corto y mediano plazo), luego de la constatación del paralelismo entre el crecimiento de la contaminación atmosférica por la expulsión industrial y transportista de gases como el CO2, parecería imposible que los discursos que niegan el papel humano en el calentamiento terrestre y que afirman que el medio ambiente está mejor que «antes» de la segunda revolución industrial, tuvieran oídos para escucharlos.(4) Sin embargo esos discursos están siendo promovidos y van encontrando aceptación pública, al punto que se llegan a convertir en sentido común o por lo menos logran funcionar como contrapeso (como estrategia de «las dos bibliotecas») para los discursos ecologistas y especialmente para las discusiones en torno a conflictos ambientales específicos.

Las respuestas del presidente uruguayo, que anotáramos más arriba al describir tres «anécdotas presidenciales», reúnen varios elementos que hacen sistema conceptual para favorecer la negación. Sobre ellos nos hemos extendido más arriba al describir las anécdotas presidenciales, así que aquí sólo los enumeraremos: la contaminación como efecto secundario y controlable del progreso humano- que a su vez se presenta unidireccional y seguro- el estado como protector de la población ante la contaminación industrial mediante la fiscalización y un planificado balance racional entre el industrialismo y el conservacionismo, la responsabilidad de los consumidores y la dilución de la responsabilidad estatal e industrial, la dilución de los actores sociales relevantes y su diferencial de poder específico en la categoría «hombre» o «humanidad», la apelación al cientificismo que a su vez puede neutralizarse cuando es adverso a través de la estrategia política de las «dos bibliotecas» en los conflictos ambientales, la asociación entre crecimiento económico extractivo y sentimientos nacionalistas, la apelación al tiempo como factor mágico y la resolución sistémica automática, y la fe en el progreso y el desarrollo superador de las dificultades por él generadas.

A nivel de las elites académicas y políticas hay pocas dudas acerca de la gravedad de la situación ambiental del planeta. En esos niveles hablamos de puro y simple engaño para ocultarle a la población la realidad. En todo caso se piensa en la preservación de santuarios naturales o «museos ambientales» (5) (áreas protegidas) y de una contaminación diferencial en términos de impacto inmediato, que permite a las elites vivir en zonas relativamente resguardadas de los peores aspectos de la misma.

Pero a nivel de la población en general, asistimos a una producción política de la negación de los problemas ambientales. Si vemos los elementos que señalamos antes, parece claro que esta estrategia discursiva propagandística apunta a varios niveles de la relación entre las personas y el medio ambiente: por un lado buscan ocultar y cuando ello no es posible fragmentar la percepción del daño ambiental a través de la construcción de datos dispersos que no hacen sistema con otros datos de la realidad referidos al crecimiento económico y las decisiones políticas y empresariales. Por otro lado, buscan incidir en la matriz conceptual con que ordenamos esos datos, enseñando discursos que no relacionan conceptualmente la situación ambiental y la acción estatal y empresarial, o la acción político partidaria y la financiación empresarial, que resaltan el papel del consumidor para opacar la percepción de otros actores, que promueven la confianza total en la ciencia y en la intencionalidad gubernamental. A nivel afectivo, estos discursos apelan a la identidad nacional de las personas, a su sentimiento de pertenencia al Uruguay y a su falsa identificación con las corporaciones extractivas de materias primas, a la seguridad paternalista del líder (recuérdese la promoción de la imagen de oncólogo del entonces presidente Vázquez como argumento en torno a su certeza del carácter no contaminante de la mayor planta de celulosa del mundo) y a la tradición izquierdista del partido neoliberal en el gobierno.

Idealización

La población uruguaya, y muy particularmente la población históricamente identificada con la izquierda, vive un período de idealización del partido (Frente Amplio) y de sus líderes (Tabaré Vázquez y Mujica). Ello obedece a una serie de factores muy complejos. Uno de ellos, el «caudillismo», está enraizado en nuestra historia rioplatense. Con cierta regularidad histórica, nuestros pueblos caen bajo el embrujo de líderes carismáticos que por los dotes de su personalidad, pero también por las características de nuestras carencias emocionales y cognitivas logran aglutinar grandes masas poblacionales en torno de proyectos políticos que no siempre tienen que ver con los intereses de sus seguidores, como sea que se los defina. El triunfo del Frente Amplio ocurre inmediatamente luego de una crisis económica regional que coincidió con la culminación de un proceso político de derecha neoliberal. Contra el neoliberalismo pero más en general contra la cultura de la derecha el Frente Amplio logró sortear los obstáculos institucionales y conquistar los votos de la población, para luego llevar adelante gobiernos estrictamente neoliberales desde el punto de vista económico, pero con una gestualidad izquierdista, con la apelación manipuladora a la cultura de la izquierda. Así por ejemplo se generó más concentración de la riqueza que nunca después de la dictadura militar que terminaba en 1985, pero esa línea central se maquilló con políticas sociales de tercera vía y en clave de seguridad de la propiedad privada, generando grandes consensos. Se generó un sistema impositivo que duplicó la recaudación sobre los trabajadores, pero a su vez provocó un flujo de plusvalía desde los trabajadores mejor posicionados en el sistema productivo hacia los más explotados, que acentuó la simpatía de estos últimos, al tiempo que mantuvo y profundizó los privilegios impositivos de los sectores capitalistas, especialmente los vinculados al capital trasnacional. Merced a la primarización regresiva de la producción, el perfil exportador de la producción nacional favorecido por la bonanza de precios internacionales y particularmente las nuevas demandas de países como China, el atraso cambiario favorable a los sectores importadores y especuladores financieros, se atenuó la pobreza en sus variantes más acentuadas y se dio paso a un mayor nivel de consumismo (por ejemplo electrónico) en las clases trabajadoras, algo que siempre es percibido como progreso.

Y en este período de vacas gordas, aparece la figura insólita de un hombre de origen blanco herrerista (sector político rural y conservador, identificado con la estancia tradicional y la gran propiedad rural), que tuvo un pasaje por la guerrilla nacionalista socialista de los 1960s, que pagó más de una década de condena en las cárceles de la dictadura derechista, y que por virtud del crecimiento de su sector político dentro de la izquierda del Frente Amplio sobre la base de la resistencia a las líneas más neoliberales (tanto de la derecha como del propio Frente Amplio) y de su extraordinaria habilidad política logra el voto popular y el acceso a la presidencia. Mujica «evolucionó» desde comienzos de los 1990s hasta el presente, desde un discurso y una gestualidad que evocaba a los sindicalistas revolucionarios de los 1960s hacia una imagen de hombre de campo sabio, que no apelaba en su discurso nada más que al sentido común y al bien común, conciliando los conflictos sociales del Uruguay en aras de un progreso que habría de abarcar a todos los ciudadanos. Este hombre que habla como campesino y abuelo logró lo impensable: desde la izquierda pretendidamente radical comunicarse con la población del interior del país, con el medio más influido por la cultura blanca y rural. Pero de ningún modo se piense que su hablar en el «idioma» del sentido común carece de profundiad política. Al contrario, es una inteligente construcción discursiva en la cual prácticamente no quedan hilos sueltos.

El discurso de asunción de Mujica es una pieza maestra de neoliberalismo económico (6) y preanunció con honestidad la línea económica que su gobierno viene siguiendo. Podría pensarse que esto haría estallar las bases políticas que lo llevaron al poder, o que los ciudadanos que lo votaron porque se proponía como un matiz más cercano a la socialdemocracia y a la tradición keynesiana de la izquierda habrían de indignarse. Nada más lejos de la realidad. Aquí interviene un mecanismo psicológico primitivo, hábilmente reforzado por la propaganda de la izquierda y de su gobierno y por los medios de comunicación: la idealización. Se trata de un mecanismo que si bien tiene un papel normal o sano (en cualquier definición política de ambos conceptos) en el desarrollo del niño, se presenta también como mecanismo de defensa en los adultos. Luego o en medio de situaciones traumáticas como la guerra o una grave crisis económica, es que encuentran terreno abonado los líderes carismáticos que pueden despertar en la población este tipo de escisión de la percepción, por la cual se depositan en él de modo exagerado atributos positivos. Y un aspecto concomitante es la generación de un contra-objeto en el cual se depositan los elementos negativos que no pueden atribuírsele al líder idealizado. Es así comprensible como la población uruguaya pudo ser tan burdamente manipulada en su identificación nacionalista (narcisista), generando un clima de vergonzosa xenofobia contra la Argentina y los argentinos, cuando un movimiento social de ese país se opuso a través de un corte de ruta internacional a la instalación de una mega-planta de celulosa sobre el río Uruguay del lado uruguayo. Acababa de asumir Vázquez y el primer gobierno de «izquierda» en nuestro país, depositario de todos los ideales democráticos (a pesar de su estructura interna crecientemente cupular y de su elite empresarial acaudalada), y se anunciaba una gran inversión de dólares en nuestra economía… ¿Podía acaso integrarse conscientemente la posibilidad de que esa empresa de celulosa fuera contaminante, si la tan prestigiosa izquierda, su tan prestigioso presidente y el tan prestigioso estado juraban que era impoluta? Los datos acerca de la contaminación por dióxido de cloro, metales pesados, acidificación del terreno, exacerbación del crecimiento de los monocultivos de pinos y eucaliptus, además de la existencia de un tratado de inversiones de corte neocolonial humillante con el país de origen de la empresa (Finlandia), fueron simplemente borrados por la euforia desarrollista y nacionalista. La negación se apoyó entonces y se apoya ahora en buena medida en la idealización de los líderes.

Mujica es un actor político idealizado que forma parte de un partido político idealizado. Él mismo y su entorno producen un discurso izquierdista neoliberal que promueve a nivel de la población el refuerzo de esa idealización y la negación de los problemas ambientales. Quizás nunca antes la población uruguaya había estado tan vulnerable frente a este fenómeno, porque, si bien hay partidos de oposición, lo son por la competencia en términos de cargos políticos y administrativos y por estilos diferentes de gestión, pero no ofrecen una alternativa política-económica ya que son los naturales aliados del neoliberalismo. Al gobernar en favor de los grandes capitales y la concentración de la riqueza, es decir, al sumarse al extractivismo corporativo de materias primas como «estrategia de desarrollo» desde su noción de país «agrointeligente», en una época de bonanza para el comercio exterior uruguayo, matizándolo con políticas sociales de contención de la pobreza extrema y con un discurso de evocación izquierdista, el gobierno del Frente Amplio generó una situación de bloque de poder que no sólo inmovilizó a los sindicatos y movimientos sociales, sino que dejó a la población entera sin la posibilidad de recurrir a discursos alternativos para comprender la realidad y lo que es peor, la dejó emocionalmente atada a esa «izquierda». El triunfo del neoliberalismo de izquierda es el trinfo más sofisticado del pensamiento único neoliberal. En materia de medio ambiente, esto se salda con una rotunda negación de la finitud y la delicadeza del equilibrio ambiental local y su influencia en nuestra salud presente y futura. Parece un sueño capitalista neocolonial: un país conceptual y emocionalmente desarmado, dispuesto a proveer de todas sus riquezas a las corporaciones trasnacionales a cambio de una mejor recaudación de impuestos.


4. Brevísimo elogio del desencanto

La conversión neoliberal de la izquierda y sus secuelas económicas, políticas, sociales y psíquicas, y lo que también nos ocupa aquí, medioambientales, merecen nuestro análisis y nuestra acción política. Esa conversión se viste con los ropajes de la madurez política y sitúa en el infantilismo o la adolescencia a quienes insistimos en pensar que otro mundo es posible y que si no lo es debemos hacerlo posible contra toda probabilidad. La madurez política, como la madurez personal, es una ficción del control social, conservadora del statu quo. La profesionalización, sobre todo en el área de las ciencias sociales, ha sometido el pensamiento crítico de los intelectuales a la maquinaria productiva y a la maquinaria académica. Paradójicamente el aparato propagandístico y político del gobierno y sus acólitos que lo propagan en todo el espectro social son los que están generando configuraciones negadoras e idealizantes, primitivas y verdaderamente infantiles en la población. Se dirá que promuevo el desencanto y es cierto, pero se trata en todo caso de un pesimismo activo. Podríamos dejarnos llevar por la embriaguez del crecimiento económico y la doctrina desarrollista, pero sabemos que una sociedad que depare un lugar digno a las personas va en una dirección opuesta a la de una factoría neocolonial. Romper con la negación progresista en materia medioambiental pero también en otras materias como los derechos humanos y las verdaderas condiciones de vida de la población es un primer paso, para al mismo tiempo empezar a tejer redes, acuerdos, pequeñas alianzas en favor de unos movimientos sociales políticamente independientes, capaces de proponer alternativas al neoliberalismo.

Notas:

(1) Fragmento de la conferencia de prensa en Luna Park previo a su elección presidencial que contiene entredicho con el periodista de Ipodagua.com.ar Sergio Giachino http://www.youtube.com/watch?v=6w_os-NzSf0
(2) Globotomía de A. Latchinian, o cómo vivir ignorando al mundo: http://elvichadero.blogspot.com/2010/05/globotomia-de-aramis-latchinian-o-como.html
(3) http://www.youtube.com/watch?v=a34Xix_XQzI
(4) Idem (2)
(5) Entrevista que realizáramos al fiscal Enrique Viana: http://elvichadero.blogspot.com/2008/12/entrevista-en-profundidad-enrique-viana.html
(6) Discurso de asunción de Mujica en 2010: http://www.elpais.com.uy/100302/pnacio-474229/nacional/lea-el-discurso-de-mujica-en-la-asamblea-general

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