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La novela de Glauber

Fuentes: Cubarte

Jaime Sarusky ha compartido su vocación entre el periodismo y la narrativa. Con el andar del tiempo, se ha producido en su obra una provechosa contaminación entre ambos géneros. Su ejemplo contribuye a romper la falsa separación entre la alta y la baja literatura, entre el ejercicio de un quehacer funcional, requerido de rápida factura, […]

Jaime Sarusky ha compartido su vocación entre el periodismo y la narrativa. Con el andar del tiempo, se ha producido en su obra una provechosa contaminación entre ambos géneros. Su ejemplo contribuye a romper la falsa separación entre la alta y la baja literatura, entre el ejercicio de un quehacer funcional, requerido de rápida factura, sometido a los reclamos de la inmediatez, tanto como alas exigencias de una amplia potencialidad comunicativa y a la obra paciente del orfebre de las letras. A no dudarlo, esas diferencias existen. Pero las fronteras se difuminan cuando se aborda el periodismo de investigación, el gran reportaje o la exploración en profundidad que caracteriza ciertas entrevistas. El sacerdocio literario es una opción válida, que no descarta aquellas otras, inmersas en el trajín de la vida.

Para Jaime Sarusky, el puente entre periodismo y narrativa se establece a través del testimonio, expresión híbrida que, en sus mejores logros, manipula el espejismo de la objetividad. Tal es el caso de sus numerosas variantes: el diario, las epístolas, la entrevista, la versión del discurso del otro, aunque recogida con la fidelidad de una grabadora. Siempre, tras el dato tomado de la realidad, la mano que transcribe obedece a una mirada sujeta a un criterio de selección, a la conciencia de un destinatario y a obsesiones personales. En ese territorio intermedio -periodismo testimonial- se ha ido colocando Sarusky desde que comenzó a abordar series consagradas a los artistas de origen campesino, a los fundadores del grupo de experimentación sonora y, sobre todo, a los sectores minoritarios, suecos o japoneses, que se integran como afluentes vertidos en el cauce mayor, la nación cubana.

Ahora tengo entre las manos Glauber en la Habana, indagación periodística novelada que toma como punto de partida la estancia del fundador del Cinema Novo en Cuba. A primera vista, se trata del recuento de una pasión amorosa por una mujer que, antes de convertirse en su compañera, se mantuvo persistentemente elusiva, temerosa al parecer, de dejarse arrastrar al abismo, envuelta en incontenible torbellino. Las fuentes de la investigación son variadas. Intervienen los amigos cercanos y los colaboradores circunstanciales. Incluye también referentes más distantes que iluminan el paso del cineasta por Francia, Italia y Brasil. Pero la exhaustividad de la búsqueda no responde a un proyecto historicista. Más importantes que los elementos factuales rescatados, resultan los intersticios abiertos hacia zonas de insondable oscuridad. Esos vacíos, ese terreno baldío brumoso borra la frontera entre lo que creemos saber y las zonas inescrutables de la realidad, escamotea las respuestas para estimular interrogantes que atañen a Glauber Rocha y lo sobrepasan.

Técnica periodística y creación narrativa se conjugan para estimular en el lector una suerte de acción paralela de imaginación participante. Como en un policiaco, seguimos los pasos del investigador. Escuchamos a su lado distintas voces que recuperan fragmentos de una historia perdida. Llegados a la mitad del camino, nos percatamos de la trampa que se nos ha tendido. No estamos ante la pretendida restauración biográfica de un trozo de la vida de un cineasta reputado. Entre vericuetos e incertidumbres, el autor nos invita a contribuir en la construcción de un personaje literario, atrapado por demonios personales que se agigantan progresivamente.

El desarraigo -tema recurrente en Sarusky- devora la energía creadora de Glauber en su descenso al infierno, en un conflicto entre su más profunda necesidad vital y la ética de la autenticidad, razón de ser del conjunto de su obra. Servidor de una industria -condición irrenunciable del cine- la contradicción fundamental que lo habita paraliza su capacidad de negociar y valerse de los subterfugios que le ofrecen sus amigos para conciliar el ser posible con el deber ser absoluto e intransigente.

No faltaron manos tendidas, dispuestas a intentar el salvamento. Pudieron acompañarlo tan solo por un breve trecho. Todos los asideros resultaron demasiado frágiles. Así ocurrió con el amor, con la yerba, con una producción cinematográfica cada vez más indescifrable. Como quien comete un suicidio, regresó al Brasil. Trató de justificar en términos políticos lo que, en última instancia, era una concesión desesperada. Antes, había abandonado su país por razones de orden ético.

La autenticidad testimonial del relato parece corroborarse en la visión dialogante de nuestros contemporáneos Titón o Vicente Revuelta y con las referencias concretas de quienes se entregaron a la difícil tarea de editar sus materiales fílmicos. Poco a poco, el biografiado se convierte en personaje novelesco. Su comportamiento, su vestuario, sus gestos desafiantes reafirman la necesidad de acentuar su singularidad, de afincarse en la otredad de un tercer mundo que impone, a través de la cultura, sus propias leyes. Se desprende de las cautelas exigidas por el buen vivir y, a rajatablas, transgrede lo establecido. Con plena conciencia, rompe las barreras de lo que solemos llamar realidad. Se inscribe en la tradición de los poetas malditos, barco ebrio en las grandes tormentas de la época. La mano de Jaime Sarusky conduce un libro encabalgado entre el periodismo, la investigación, la historia y la ficción. El aliento que anima estas páginas nace de algunas de sus obsesiones, las de un mundo y una época definidos por el emerger de los herederos del coloniaje en lo material y en lo espiritual y por el drama individual del desarraigo. Es un texto de madurez. Conmueve e induce a la reflexión.

Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/la-novela-de-glauber/17733.html