Recomiendo:
0

Una literatura comprometida

La novela policial en Cuba durante la década del 70′

Fuentes: Rebelión

«Una literatura ideológica antes de ser literatura» Decía Antonio Gramsci que el verdadero poder consiste en conducir conductas, con el objetivo de lograr un consenso general. Para lograr este consenso el Estado controla y supervisa a través de una producción de ideas concretadas en la literatura, la prensa, en fin, el discurso político en los […]

«Una literatura ideológica antes de ser literatura»

Decía Antonio Gramsci que el verdadero poder consiste en conducir conductas, con el objetivo de lograr un consenso general. Para lograr este consenso el Estado controla y supervisa a través de una producción de ideas concretadas en la literatura, la prensa, en fin, el discurso político en los medios culturales.

A partir de la década de los 60´ cobró auge el género policial en México, Argentina y Uruguay; este fenómeno también ocurrió en Cuba con las obras «El ojo de vidrio» (1955) y «El asesino de la rosa» (1957) de Leonel López- Nussa. Durante el boom de la literatura policial cubana se publicaron cientos de novelas nacionales de diferentes noveles de calidad y en tiradas millonarias. Una avalancha que solamente pudo ser contenida por el Período Especial. En esas dos décadas se instauraron una serie de preceptos que llegaron a formar una «estética» de la novela policial cubana.

La literatura devino en una literatura comprometida, exponente del realismo soviético, con un fuerte discurso político que llevó a la creación y deformación de un género policiaco por el desmedido intento de la ideologización a través de esta literatura. Los detonantes de este fenómeno fueron los concursos del género policiaco: «Concurso Aniversario de la Revolución» (con una convocatoria anual e ininterrumpida y respaldada por su respectiva editorial «Capitán San Luís» que publicaba las obras ganadoras) y la aparición de novelas pioneras como » Enigma para un domingo» (publicada en el año 1970, en la entrada al quinquenio gris) de Ignacio Cárdenas Acuña, una novela sin grandes méritos pero con gran acogida por la sed de novelas policíacas que padecía Cuba y que pretendía saciar el Ministerio del Interior patrocinando el ya citado concurso literario.

Fidel Castro, al clausurar el Primer Congreso de Educación y Cultura celebrado en La Habana en abril del año 1971 uso el lema » el arte es un arma de la Revolución», dejó claro los límites de lo permitido: «Nuestra valoración es política. No puede haber valor estético sin contenido humano. No puede haber valor estético contra la justicia, contra el bienestar, contra la liberación, contra la felicidad del hombre». Entonces, la necesidad de encontrar soluciones narrativas de menor riesgo facilitó el desarrollo de una novela policial adaptada al medio, normalmente interpretada por investigadores de protagonismo positivo que contaban con la colaboración del pueblo para perseguir delincuentes, que eran, además, contrarrevolucionarios. Otro tanto ocurría con las novelas de espionaje, que normalmente enfrentaron a los servicios de seguridad cubanos con la CIA y los enemigos internos y externos de la revolución.

Cuba fue un caso exacerbado de la repercusión que tuvo la novela de detectives en el ámbito latinoamericano, donde se utilizó para parodiar o invertir la estructura clásica de la novela, se utilizó para protestar, apologizar o parodiar la historia nacional y continental de América Latina. En Cuba el género policiaco cobra auge como instrumento ideológico oficial en la formación de revolucionarios fieles al sistema y contrarios al imperialismo norteamericano; o sea, se invierte la estructura clásica de la novela norteamericana, o capitalista en general, de detectives para presentar el tema de la adhesión o delación política.

En una entrevista a Leonardo Padura por «D.W» este expresa que la literatura se politizó tanto que la política terminó por devorarla, era una literatura que trataba de reflejar los problemas de una sociedad que se resolvía favorablemente siempre gracias a la intervención de un policía muy eficiente, de unos órganos de investigación muy conscientes de su misión, de su importancia. Dicha trama, y no la comparsa de escritores policiales que se formaron por la necesidad ideológica, es la causa del nacimiento de una estética estigmatizante para el género en Cuba. Fueron las ideas que primaron en las bases del Premio Nacional de Literatura Policial, el ánimo de los jurados y sus ideas de literatura (los jurados se componían de escritores civiles supervisados por algún oficial del MININT de alto rango). No es por tanto, casual el nacimiento de esta «estética» en el mismo meridiano del quinquenio gris de la literatura cubana.

En el año 1972, año del primer certamen, no se publicó ninguna obra, y no es hasta el año 1973 que se publican las galardonadas en el segundo evento: «La ronda de los rubíes» del primer teniente Armando Cristóbal Pérez y «La justicia por su mano» del teniente José Lamadrid Vega. Ambas creaciones de oficiales del MININT en tanto que las que resultaron ganadoras en los concursos posteriores fueron escritas por civiles. En el prólogo a la primera edición de «Los hombres color del silencio» de Alberto Molina, José Antonio Portuondo explica que esta heterogeneidad de origen se entiende al ser los dos primeros autores, «profesionales de la investigación policíaca» y los civiles se muestran «conocedores de la técnica policial, como sólo cabría esperar de los integrantes del cuerpo represivo, quizás debido a la amplia difusión de programas televisados como Sector 40 y Móvil 8».

«No es tiempo de ceremonias» de Rodolfo Pérez Valero, Premio Aniversario de la Revolución en 1974, introduce en la novela policial cubana al protagonista colectivo y «…se hace patente la lucha de clases y no aparece el héroe que con un golpe genial soluciona el enigma de un extraño crimen, como es frecuente en este género. Estos elementos y la participación activa del pueblo le confieren a la obra cierto aire de tragedia…»

«Si, nos encontramos ante una nueva modalidad de este género tan leído…» según diría José Martínez Matos en el prólogo a la primera edición del libro. Aquí ya se hace evidente la intención ideologizante con que fue marcado el nacimiento de lo que vendría a ser por muchos años el principal cliché de la literatura policial cubana: El protagonista colectivo.

El protagonista colectivo es la antítesis del detective privado. En el estado revolucionario el órgano especializado es el único que realiza el enfrentamiento, sin embargo, aparece un segundo agente en la lucha contra el crimen: el pueblo, unión que por ósmosis deviene en héroe colectivo. Un ejemplo vivo del héroe colectivo lo podemos ver en la novela «El cuarto círculo» de Luís Rogelio Nogueras y Guillermo Rodríguez Rivera, donde jefes de personal, vigilantes del CDR, jefes de transporte y estudiantes se nuclear aportando información al teniente Héctor Román. Muestran de esta manera, el fuerte sentido colectivo en el enfrentamiento al delito con el apoyo de la población fundamentalmente a través de los Comités de Defensa de la Revolución.

Otra fórmula de la novela policíaca es la del criminal colectivo que atendiendo al ya citado ejemplo «El cuarto círculo», se resume en el conjunto de personas apáticas al proceso revolucionario, que no participan en las tareas revolucionarias, sin integración política, reincidentes en ausencias al trabajo y faltos de moral, dígase borrachos e infieles y es que en esta sociedad desaparecen las diferencias entre el delito común y el contrarrevolucionario.

El teniente Héctor Román nos explica con su historial la funcionalidad de la relación orgánica que tiene con el pueblo como héroe colectivo, ya que él es el pueblo, porque proviene del pueblo, porque nació en el pueblo, vive con el pueblo y se nutre de la manera de actuar, hablar y pensar del pueblo. Un héroe que conoce la psicología de la gente que le rodea (buenos y malos) porque esa es su propia psicología. Sufrió en su niñez de carencias económicas y afectivas, no es precisamente lo que se puede llamar un superhéroe.

Un caso análogo al héroe colectivo es el hombre nuevo que aparece en las novelas de contraespionaje, es un hombre íntegro, preparado, integrante del movimiento 26 de julio o de algún otro grupo y que al triunfo de la revolución, soportando las acusaciones de sus compañeros decepcionados que lo acusan de «gusano», se marcha del país como agente de la seguridad del estado para vigilar las actividades de los contrarrevolucionarios. Es la batalla del hombre nuevo, el héroe solo en territorio extranjero, es el teniente Villa Solana en «Y si muero mañana» de Luís Rogelio Nogueras.

Estas obras impusieron su carácter didáctico por encima del estilístico, tenían como objetivo fundamental reflejar la actividad de nuestros combatientes del Ministerio de Interior en el enfrentamiento a la delincuencia y a la contrarrevolución, fue la principal vía de promoción de las nuevas figuras que rápidamente se insertaron en el panorama literario nacional. Además de tener una serie de estructuras predefinidas en la trama, tenían una serie de preceptos generales que la diferenciaban en contenido de la novela policial que le precedió; mantenían los rasgos fundamentales del género pero apuntaban a un nuevo contenido de defensa social, variaban radicalmente el contenido ideológico de la novela policial producida en el capitalismo, entraban a fondo en el terreno de la lucha ideológica al convertirse en un arma concientizadora, por encima de la función de entretener se proponían una labor educativa al ahondar en las causas sociales del delito.

Otro rasgo importante es la trama enrevesada que siendo totalmente justificada en la literatura policíaca en Cuba, toma dimensiones enormes como puede ser «Viento Norte» (1980) de Carmen González Hernández, donde el primer enigma es resuelto, el asesinato tiene un trasfondo político- ideológico, el homicida entra ilegalmente al país y tiene algún vínculo con la CIA o alguna organización contrarrevolucionaria del exilio y ahí la historia se desvía hacia una típica novela de espionaje, se soluciona el segundo enigma donde se descubre el asesino, los vínculos entre la víctima y el homicida, el móvil del asesinato y se destruye la red enemiga que tiene como objetivo sabotear un punto clave de la economía o atentar contra la vida de algún dirigente de la Revolución. Final aleccionador donde el triunfo del bien sobre el mal se traduce en el carácter invencible del proceso revolucionario cubano.

Una novela excepcional en su ambiente es «La última mujer y el próximo combate» (1971) de Manuel Cofiño López. La trama tiende a ver el mundo campesino en un ámbito retardatario, reacio a aceptar los cambios procurados por la Revolución, de esta manera muestra los esfuerzos y dificultades para aplicar el plan de desarrollo forestal y agrario en un medio rural lastrado no sólo por intereses económicos reaccionarios, sino por una serie de mitos y creencias que conformaban una visión primitiva de la realidad. Según José Antonio Portuondo al reseñar el libro, señala: » lo mágico, lo real maravilloso, es aquí la visión caduca y pintoresca, mítica, que va quedando atrás, sobrepasada sin violencia por la nueva conciencia socialista, científica, revolucionaria», es el «polo opuesto de Macondo».

Lo que fue un boom en los primeros años de la década de los 70´, fue palideciendo por ley natural. Ya en la segunda mitad de la década de los 80´ la producción autoral y editorial del género había menguado considerablemente. Fue entonces cuando una serie de acontecimientos dieron al traste con el discurso político existente hasta el momento. Una nueva visión de la realidad se abría a partir de un proceso de Rectificación de los Errores cometidos; y la transparencia sobre ciertas anormalidades de índole política, ideológica, económica y moral a diferentes niveles, ponía en manos de los escritores una realidad más objetiva y palpable. Se creaban las primeras condiciones para el punto de giro de la novela policial cubana en los años noventa.



Bibliografía:
• Cofiño López, Manuel: «La última mujer y el próximo combate». Casa de las Américas. Ciudad de la Habana, 1971. 335 pp.
• González Hernández, Carmen: «Viento Norte». Letras Cubanas. Ciudad de la Habana, 1980. 149 pp.
 • Molina, Alberto: «Los hombres color del silencio». Arte y literatura. Ciudad de la Habana, 1975. 324 pp.
 • Nogueras, Luís Rogelio: «El cuarto círculo». Letras Cubanas. Ciudad de la Habana, 1979. 228 pp.
 • Nogueras, Luís Rogelio: «Y si muero mañana». Letras Cubanas. Ciudad de la Habana, 1984. 173 pp.
 • Pequeño, José M. Fernández: «En Cuba: la narrativa policial entre el querer y el poder (1973- 1988)». Editorial Oriente. Ciudad de la Habana, 1994.
 • http://www.ucm.es/info/especulo/numero29/padura.html. Consultado en abril de 2007.