El callejón sin salida en el que el capitalismo ha colocado a la Humanidad obliga -a los que pretendemos aportar algo de luz desde una óptica revolucionaria- a estar a la altura de las circunstancias en unos momentos en que los revolucionarios nos hallamos, en general, huérfanos de claridad ideológica y de un movimiento de […]
El callejón sin salida en el que el capitalismo ha colocado a la Humanidad obliga -a los que pretendemos aportar algo de luz desde una óptica revolucionaria- a estar a la altura de las circunstancias en unos momentos en que los revolucionarios nos hallamos, en general, huérfanos de claridad ideológica y de un movimiento de masas en el que pueda cristalizar el proyecto emancipatorio, el proyecto de la construcción de una sociedad sin clases que tanto necesita la especie humana.
Este artículo pretende ser un granito de arena en el noble objetivo del mejor conocimiento del sistema que nos ha tocado vivir, una tarea imprescindible previa a su sustitución por un orden superior. Soy de los que entienden que, sin una armazón teórica sólida, es imposible construir un movimiento social que pueda destruir lo viejo para construir lo nuevo.
Para ello trataré de pasar por el rodillo de la crítica la cuestión de la nueva psicología dominante que, con el objetivo de apuntalar el vigente sistema de explotación, busca crear un espacio moral y psicológico que justifique e individualice las contradicciones sociales (como el paro y la pobreza crecientes), y que induzca a la burda mentira de que los dramas personales nada tienen que ver con la organización social del capitalismo en su fase actual.
¿Buscar soluciones individuales a problemáticas sistémicas?
Hace varios años que las estanterías de librerías y bibliotecas se vacían a un ritmo desmesurado de los llamados «libros de autoayuda». La desesperación que provocan los diversos trastornos psicológicos provocados por la irracional e inhumana sociedad capitalista, desde la ansiedad hasta la depresión pasando por la multitud de formas de locura, adicciones, suicidios, etc., han dado paso a una corriente de psicólogos, expertos en coaching , gestión del tiempo y liderazgo, los cuales han alumbrado un nuevo espacio de legitimación social y mediático en el que la responsabilidad social de un sistema patológico cede el testigo a la individualización de los conflictos sociales.
Como afirma el psiquiatra Guillermo Rendueles en su artículo «Pon una gran sonrisa cuando te despidan», » la ensayista estadounidense Barbara Ehrerich en su excelente Sonríe o Muere describe cómo la psicogestión de la crisis económica en EEUU ha logrado que millones de parados acepten despidos y subempleos (…) con la imposición del pensamiento positivo como ideología dominante «. Es decir, se nos está inculcando desde el «pensamiento positivo», con sus gurús adoctrinando a los trabajadores por todo el mundo, que el rechazo de situaciones -que emanan de una estructura socialmente injusta- como el paro o el abuso sistemático por parte de un jefe es contraproducente y conduce a la infelicidad. ¿La receta? Adaptarse a la jungla social, aceptar las reglas de juego y, peor aún, sobredimensionar el papel de los individuos.
Lógicamente, el objetivo de todo este andamiaje psico-social no es otro que el de reforzar el sistema social en decadencia, sobre todo en un momento en que la crisis ha vuelto a poner en evidencia la insostenibilidad social y ecológica del capitalismo, y en el que amplias masas de explotados se rebelan ante tal estado de cosas en multitud de países del globo. En la época en que más debería cuestionarse, por razones objetivas, el actual orden social, es cuando es más necesario para el sistema volver a cimentar una psicología de masas de la burguesía, adaptada a las nuevas realidades al calor de la crisis, para cortocircuitar moral e ideológicamente cualquier conato de insurrección.
Ya en 1920 Georg Lukács, el gran marxista autor de Historia y conciencia de clase , declaraba: » El proletariado sigue intensamente preso en las formas intelectuales y emocionales del capitalismo «. Hoy, e n pleno siglo XXI, la clase dominante ha perfeccionado la estrategia y el marketing de dominación en el plano de las ideas y las emociones , rompiendo el espíritu colectivo que primó en la clase explotada de la Europa imperialista durante buena parte del siglo XX.
Y es que, aunque los guardianes ideológicos del sistema saben que, en última instancia, lo único que puede salvaguardar sus privilegios es la fuerza de las armas (así ha sido hasta hoy y así será siempre mientras perdure el capitalismo), igualmente conocen a la perfección que es imprescindible copar el máximo posible de los discursos sobre la sociedad, para que no pueda filtrarse ninguna visión «negativa» del sistema, un sistema presentado como eterno e insustituible.
Por eso, como afirma Manuel Cañada de una manera muy lúcida, » los medios naturalizan la selva. Nuestra condición social se transforma en dictado del destino: ya no hay pobres, sino perdedores, no hay marginados sino fracasados, no hay explotados sino resentidos «. De aquí se llega a una conclusión tan terrible como falsa: si estoy en el paro es porque no he sabido adaptarme al mercado de trabajo, si no encuentro trabajo es porque no estoy lo suficientemente preparado desde el punto de vista académico. Es la ideología capitalista del éxito, que sólo está reservado para «los mejor adaptados».
Ya tenemos el perverso trasvase de responsabilidades en el imaginario colectivo: ahora las causas del malestar individual son producto exclusivo de la inadaptación de determinados sujetos o, al menos, del hecho de que el sujeto las empeore con su tendencia al cuestionamiento y su negativa a aceptar la situación que vive.
La nueva gestión psicológica del desempleo y la individualización del conflicto social
El Estado español, a la cabeza en las estadísticas de paro de los países de la OCDE, ha adaptado a su realidad social la «ideología positiva» -proveniente sobre todo de EEUU-, gracias a la planificación de la burocracia de la UE, de los Servicios Públicos de Empleo de la propia España y, por supuesto, de los mismos psicólogos que, convertidos en esmerados gestores de Recursos Humanos, tratan de responsabilizar al parado de su situación de penuria.
En primer lugar, a ningún parado se le explica por qué existe el fenómeno persistente del desempleo en el capitalismo . Siguiendo al economista Diego Guerrero, » el desempleo es necesario como fenómeno recurrente debido a que, por necesidad, con la misma naturalidad con que la economía capitalista pasa por fases expansivas , tiene que pasar también por fases depresivas que tienen su origen en el desencadenamiento de crisis de sobreacumulación de capital. Todo ello a su vez se explica por el hecho de que es éste un sistema muy especial y extraño desde el punto de vista humano. La producción humana no se hace en él para satisfacer necesidades humanas (las de todos), sino para obtener el máximo beneficio de algunos (…) Por tanto, si no hay previsión de beneficio, no hay producción; y si no hay producción, no habrá empleo; y si no hay empleo, es que no hay derecho efectivo al trabajo para todos «.
Al contrario que en otros sistemas de clases como el esclavismo o el feudalismo (en los que las crisis estallaban fundamentalmente por un desarrollo insuficiente de las fuerzas productivas), en el capitalismo el desempleo se produce como consecuencia de una sobresaturación de capital, de una oferta y una demanda que no se hallan en correspondencia lógica (lo hemos visto muy claramente con la crisis inmobiliaria): es el mercado el que asigna los recursos productivos y no la planificación democrática de los asalariados como sucede en el socialismo.
En segundo lugar, y aquí volvemos a entrar de lleno en el meollo del asunto, a los parados se nos insta a que mejoremos nuestras competencias y nuestra motivación para volver a encontrar un empleo. Nada se nos dice, ni desde los Servicios Públicos de Empleo ni desde los púlpitos de los gurús del «capitalismo positivo», sobre que es materialmente imposible que una parte importante de la fuerza de trabajo sobrante para el capital vuelva a encontrar trabajo y, de hacerlo, que no sea absolutamente precario y en unas condiciones de semi-esclavitud. Se nos prepara anímicamente para que nos acostumbremos a malvivir entre el paro y el subempleo precario.
Llama la atención igualmente la contradicción entre dos hechos. Por un lado, se nos machaca constantemente con la «importancia de la formación», pero asistimos curiosamente a la generación de jóvenes mejor preparados de la historia de España con una tasa de paro que, según Eurostat, alcanza nada más y nada menos que el 43,5% (toda vez que va cayendo el mito de la «generación ni-ni», pues se sabe por estudios que es una ínfima minoría la que ni estudia ni busca trabajo). ¿En qué quedamos entonces? ¿Acaso creen que somos tan tontos como para que nos creamos que después del ciclo, la carrera o el curso de formación ocupacional nos espera un trabajo a la mayoría?
Los nuevos sacerdotes de la legitimación sistémica, los Seligman, los Roe, los Sharma o los Spencer Johnson (tan alejados de autores como Foucault, Fromm, Reich, Laing, Cooper o Battaglia, que eran el centro del pensamiento humano en Europa y buena parte del mundo occidental), nos aseguran que si estamos en paro tenemos que aceptar con alegre resignación el hecho. Los marxistas no llamamos a los trabajadores a que pataleen y tengan úlceras o ataques cardiacos por la tensión nerviosa cuando están en paro, sino a que sean conscientes de dos cosas: primero, que hay que resistir a los despidos (por dignidad y porque los humanos aún tenemos la extraña costumbre de comer al menos tres veces al día), y segundo, aún más importante, que una problemática social como el paro -y el conjunto de males a él asociados- sólo va a desaparecer cuando la economía esté al servicio de los que generamos la riqueza, para que se pueda proceder a la sustitución progresiva del mercado como asignador de recursos por la planificación colectiva de la economía a cargo de los productores libremente asociados.
Obviamente, este planteamiento colectivo y general (único que se corresponde con la realidad, superador del sofisma burgués de la primacía de lo individual y particular frente a lo colectivo y general) no significa que los trabajadores y parados no debamos acudir a soluciones intermedias e individuales (aún sigue habiendo buenos y honrados psicoterapeutas que pueden ayudarnos a sobrellevar situaciones de ansiedad o depresión como consecuencia del paro).
Por otra parte, siempre es preferible afrontar una situación de desempleo con la máxima serenidad posible que con ataques de ansiedad (pero es muy diferente que se nos pida que, no sólo aceptemos la situación con resignación, sino que incluso nos alegremos porque ello nos va a abrir «nuevas puertas»). Sin embargo, esta serenidad en ningún caso debe autocontentarse con mejorar la situación individual, sino que debe tratar de ver y hacer ver a familiares, amigos y compañeros que una gran parte de nuestros males personales sólo desaparecerán cuando arreglemos el desaguisado social al que nos enfrentamos.
El problema es que los «psicólogos positivos» nos venden la moto al individualizar y descontextualizar problemas personales que son, en la mayoría de los casos, producto de las relaciones sociales cosificadas y degradantes que imperan en la sociedad capitalista. Esto no significa que los revolucionarios neguemos el papel del individuo, pero lo que está claro es que el ambiente social condiciona a los individuos a actuar de una u otra manera en función de las circunstancias. Es garantizando el bienestar colectivo como podemos asegurar el libre desenvolvimiento de los individuos, y no al revés como postula la burguesía .
Como afirma Paco Roda, profesor del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Pública de Navarra, » la crisis ha construido un nuevo sujeto social que se autoinculpa de su situación personal y social «. Si la clase trabajadora interioriza esta lógica no es de extrañar ver, por ejemplo, a los trabajadores de Nissan en Barcelona (hasta hace poco uno de los sectores más avanzados de la clase obrera en España) llorar desconsoladamente al contemplar impotentes cómo la dirección de la multinacional nipona les imponía un ERE en 2009 que dejaba a la mitad de la plantilla en la calle. La diferencia es que antes estos trabajadores recogían esas lágrimas de sus mejillas y las lanzaban frente a sus explotadores en forma de insubordinación, solidaridad y unidad. Vemos entonces la importancia que tiene hoy en día para el status quo doblegar a las clases populares psicológica y moralmente.
Por otro lado, los famosos itinerarios de inserción profesional (tan inútiles en muchos casos como pésimamente financiados por parte de las Administraciones) del antiguo INEM se incardinan justamente en esta ideología de la autoinculpación. Es la filosofía de que cada palo aguante su vela , esa misma que penaliza a los parados porque rechazan un curso de formación en muchos casos inadecuado para su perfil; porque se niegan a aceptar un puesto de trabajo a 30 km cobrando 700€ netos mensuales; o porque cometen el «delito» de compaginar la miserable limosna de 426€ con un trabajo «en negro».
En concreto, la última Reforma Laboral -cocinada por el PSOE al gusto de la patrona-, junto con las medidas adicionales de reforma de las «políticas activas» de empleo, ya han sentado el precedente de obligar a los desempleados a realizar cursos para recibir la escueta prestación no contributiva de 400€, excluyendo a todos aquellos que hayan cobrado ya el antiguo subsidio del PRODI y a los que, por falta de medios de los Servicios de Empleo de las CCAA, no son llamados para «formarse» y pasan a engrosar las listas del millón y medio de personas que no reciben ningún tipo de ingresos.
Esta nueva psicología social culpabilizadora bebe, por supuesto, de la «ideología de las clases medias» (esas capas intermedias en proceso de extinción en el capitalismo monopolista), la cual no ha dudado en culpar a los parados por su penosa situación. Asimismo, favoreciendo los intereses del gran capital en su proyecto de liquidación del Estado del Bienestar, dicha ideología carga contra los parados por acusarlos de mermar sus rentas medias, al someterse estas al «expolio fiscal» necesario para sufragar los gastos en prestaciones por desempleo. Olvidan estas incautas «clases medias» que la mayoría de parados -considerados hoy auténticos parásitos sociales gracias al discurso que las élites económicas y mediáticas alimentan día tras día- no ha podido ir a los mismos colegios o Universidades que ellos, ni ha tenido tampoco ningún papá o tío en el Departamento de Recursos Humanos de alguna gran empresa.
Al final, se impone entre el grueso del proletariado en paro la idea de que los desempleados son una carga (para el Estado, para la sociedad, para la familia) , terrible estigma que deben soportar, lo cual acentúa la situación de precariedad y aislamiento y, peor aún, socava aún más la ya de por sí baja autoestima personal y profesional de una buena parte de las personas para las que el derecho al trabajo es una ilusión. Como describe a la perfección el ya citado Paco Roda, » hoy la vulnerabilidad y la pobreza se viven y conciben como aspectos particulares fruto de la negligencia personal «.
En definitiva, de lo que se trata para el stablishment es de omitir del discurso social las causas de la crisis económica, para lo cual se construye, a través de los distintos medios de legitimación y adoctrinamiento (mass media, sistema de enseñanza y servicios «públicos» del Estado en materia de intervención social, sin olvidar a la nueva oleada de gestores psicológicos de un sistema a todas luces inhumano), un discurso subjetivista centrado exclusivamente en las capacidades individuales de los sujetos separados de su entorno, tratados como si fueran células independientes que se analizan en un laboratorio.
El reto aún pendiente
» No creo que se den casos en que la fuerza por sí
sola sea suficiente, pero se verá en muchas ocasiones que
el fraude, por sí solo, es bastante »
(Maquiavelo, Discorsi)
Decía Víctor Hugo que no hay fuerza más irresistible que la de una idea cuando le llega su hora. Hemos entrado en el siglo XXI y, a pesar de haber más razones que nunca para el cambio social y de la debilidad manifiesta del capitalismo a nivel mundial, el discurso de emancipación del comunismo y de los revolucionarios que buscan acabar con toda forma de opresión, ha perdido gran parte del peso ideológico, moral y psicológico que tuvo para amplias masas durante buena parte del siglo XX.
Ya que no es objeto de este artículo entrar a analizar las causas complejas y diversas de este fenómeno de pérdida de preponderancia del discurso transformador en el imaginario colectivo, me limitaré a señalar que el reto aún pendiente de nuestra era («la era de la guerra y la revolución», como aseveraba acertadamente Lenin hace un siglo) reside en la conciencia de la necesidad de ganarle al sistema la batalla de las ideas (batalla que, evidentemente, sólo podrá ser eficaz si la teoría revolucionaria se funde con las luchas de las clases oprimidas), única manera de garantizar -a través de la única democracia social, política y económica posible, el socialismo, que sólo podrá materializarse mediante el ejercicio del poder por parte de la clase explotada y la extinción progresiva de toda forma de dominación de unos seres humanos sobre otros- no ya solamente la justicia y la cordura en la sociedad humana, sino incluso el respeto del ecosistema en que vivimos (la catástrofe de Fukushima, una vez más, certifica la urgencia de nuestra propuesta).
Para entender hoy la crisis y la falta de protestas generalizadas en el Estado español, es esencial comprender que el capitalismo no sólo se sostiene a base de esclavitud económica y represión a todos los niveles, sino también sobre el engaño y la manipulación psicológica . En este sentido, denunciar las falacias y perversiones de la nueva psicología legitimadora del sometimiento a un sistema desquiciante, es vital para continuar con la tarea ineludible de contribuir a construir la sociedad humana del mañana, la que inevitablemente barrerá de la faz de la tierra gran parte de los males que hoy aquejan a la Humanidad.